Domingo, 29 de julio de 2012 | Hoy
JUJUY. UN VIAJE A HUMAHUACA
De Purmamarca a Humahuaca, un paseo por la Quebrada más famosa y visitada del Noroeste, que se convierte cada invierno en un clásico gracias a la belleza de sus perfiles montañosos, la policromía de sus pueblos y el variopinto toque histórico que se fue construyendo desde los tiempos de la colonización hispana.
Por Graciela Cutuli
A pesar de haberlo escuchado desde la más tierna infancia, lo que hay en Humahuaca no es una vaca... sino una estatua de San Francisco Solano que se convirtió en la cita más esperada cada día a las 12 en punto. No tanto, sin embargo, como para quitarles protagonismo a los versos de María Elena Walsh: de modo que, quien mire con detalle los campos de la Quebrada, sin duda alguna vaca podrá ver. Aunque es más seguro encontrarse con una llama, aquí, en su ámbito más natural. Con una fauna u otra, y al ritmo de la tradicional canción, antes de llegar a Humahuaca bien se puede ir parando en una larga hilera de pueblos y lugares a lo largo de la Quebrada, partiendo desde Jujuy Capital.
UN PINTOR AHI La Quebrada empieza realmente después de Volcán, y es el cielo el que se encarga de indicarlo. Porque las nubes quedaron atrapadas entre las montañas y el valle del río Grande que conforma la Quebrada corre bajo un impecable celeste. El sol brilla aun en pleno invierno y hace relucir los colores de las prendas y recuerdos que se venden en las plazas de cada pueblo. Pero no sólo inunda de luz los objetos: también las montañas, que en esta región de Andes se ven como pintadas por decenas de colores y tonos diferentes. ¿Qué habrá inspirado a la naturaleza, en este mundo de piedras y de cardones, para que ponga tanto arte en los cerros? El Cerro de los Siete Colores de Purmamarca es el más famoso y resplandeciente. Pero no es el único cerro “pintado”, ni siquiera el más grande. Al borde de la Ruta 9, que cruza la Quebrada de par en par, se puede ver en Maimará la Paleta del Pintor. Son pocos kilómetros de un pueblo a otro: la diferencia es que en Purmamarca la montaña luce colores muy variados, mientras en Maimará toma la forma de una enorme ola pintada como con un pincel cargado de óleo, a lo Van Gogh, a lo largo de todo un cordón montañoso. Justo delante de este paisaje, una pequeña colina fue elegida por los pueblerinos para construir su cementerio.
Estas montañas pintadas son la bienvenida de la Quebrada a los visitantes. Maimará está al borde de la ruta, y hay que desviarse apenas unos kilómetros antes para llegar hasta el Cerro de los Siete Colores, situado en la entrada de otra quebrada, la de Purmamarca, cuyo valle termina hacia el oeste, al pie de la Puna. Se llega por la Ruta 52, que cruza el pueblo y sube hasta los 4170 metros de altura por la Cuesta de Lipán para alcanzar luego las Salinas Grandes, el pueblo de Susques en medio de la Puna y el Paso de Jama, en la frontera con Chile. Es un viaje en sí: pero esta vez, nuestro itinerario nos lleva hacia el norte y hacia Humahuaca, la capital regional.
Pero ¿cómo iniciar el viaje sin conocer el Cerro de los Siete Colores? Está ahí, detrás del pueblo. Como un telón de teatro. Hay que pasar por la mañana, cuando el sol lo ilumina de frente. El pueblo y su vegetación están coronados de rojos, ocres, amarillos, rojizos, beiges, grises, violetas y verdes. Es un cuadro que la naturaleza pintó a lo largo de cientos de millones de años, capa por capa geológica. En la entrada de Purmamarca, un cartel da más precisiones sobre el origen del cerro, con la edad de cada sustrato y cada tono de color. Tonos que se formaron entre 600 y 60 millones de años atrás, cuando la región se encontró algunas veces bajo las aguas y otras veces arriba, como ahora, al levantarse las capas de sedimentos y rocas en el proceso de formación de los Andes. Una larga historia, que se puede apreciar como un cuadro fauvista.
El pueblo también vale la visita. No es ni grande ni monumental; el único edificio que se destaca es una pequeña iglesia con su sencillo campanario. Pero tiene una increíble belleza gracias al cerro, que asoma por encima de los techos o al final de algunas de la calles. Mientras algunos lo fotografían una y otra vez, otros prefieren internarse en su placita, frente a la iglesia, desbordante de puestitos de venta de gorros, de ropa de lana, de instrumentos de música y de recuerdos norteños.
Desde Purmamarca se vuelve a la Ruta 9 y a la Quebrada para llegar hasta la segunda parada: Maimará y su Paleta del Pintor. Los lugareños conocen otra montaña semejante, más grande e imponente aún pero de acceso más difícil, al final de una pista de ripio y de rocas. Por eso muchos se conforman con la vista de aquella montaña de Maimará, que tiene en el flanco un zigzag de rocas blancas y más claras. Son capas de sedimentos, que recuerdan los tiempos lejanos en que la región se encontraba bajo las aguas de un mar tropical. La fuerza tectónica de las placas que creó los Andes los levantó a más de 3000 metros de altura y les dio esta singular forma que parece creada a propósito.
Para conocer el pueblo, un poco más grande que Purmamarca, hay que rodear la colina del cementerio y llegar hasta el pie mismo del cordón. También se puede optar por una vista panorámica, desde otra colina que está al borde mismo de la ruta. Este es el lugar ideal para llevarse vistas propias de postal, con todo el cordón, la paleta y el pueblo a sus pies.
HISTORIA TAMBIEN Lo bueno es que en la Quebrada hay mucho para ver y conocer, pero poco para recorrer. Las distancias son muy cortas entre un pueblo y otro, lo que permite llegar en pocos minutos de Maimará a Tilcara. Esta pequeña ciudad es sobre todo conocida por su pucará, un excepcional sitio de la cultura prehispánica que ocupó la Quebrada en esos tiempos. Se encuentra sobre una colina que parece plantada a propósito en medio del valle, como para defender mejor a sus ocupantes y permitirles controlar el vaivén de gente en la Quebrada. Sin embargo esta geografía no les fue de mucha ayuda frente a los incas, que invadieron la región desde el Perú y dominaron a los tilcareños. Tampoco les sirvió frente a los españoles en tiempos de la Conquista. El nombre “Tilcará” recuerda esta historia trágica: proviene de palabras quechuas que quieren decir “cabeza que se desangra”. Una expresión que recuerda la muerte del cacique del pueblo a manos de los incas, y cuya cabeza fue expuesta sobre un cardón a sus vecinos, a modo de advertencia. A pesar de esto, el sitio siguió habitado y lo estaba todavía cuando llegó el turno de los españoles. Se encuentra a más de 110 metros de altura sobre el valle y el lecho del río; en la punta más alta se construyó una pirámide cuando se refaccionó parte del pueblo hace décadas. Una pirámide que no viene muy al caso y sorprende un poco en medio de las ruinas. Entre cardones y paredes de piedras yuxtapuestas, se puede recorrer el pucará, pasando entre algunas partes reconstruidas y otras dejadas en ruinas. En la entrada del sitio la visita se complementa con un jardín de altura que reúne plantas y cactus de la Quebrada y de la Puna.
El resto del pueblo merece la visita por su pequeña iglesia, su placita con sus vendedores y su calles, que ofrecen en todo momento el contraste de un lugar rural muy característico, con un centro turístico visitado por gente del mundo entero. En las calles conviven estos dos mundos, del mismo modo que conviven en las calles los hoteles boutique con las casas humildes de los vecinos. A pesar de su pequeño tamaño, Tilcara tiene cinco museos: el Arqueológico es el más interesante, y uno de los más importantes de todo el norte argentino.
JUJUY TROPICAL Para llegar hasta Humahuaca hay que cruzar el Trópico de Capricornio. Un hito sobre todo simbólico, ya que el monolito al borde de la ruta no se mantiene desde hace un tiempo, y pasaría casi desapercibido si no fuera por el cartel. Pero ¿cómo escapar a la clásica foto con los pies a ambos lados de la línea imaginaria que corre por allí? Como en toda la Quebrada, en el monolito hay un par de vendedoras de recuerdos y de tejidos de lana. A pocos kilómetros se encuentra también un enorme negocio, publicitado por una gigantesca llama de piedras y hormigón: es una suerte de supermercado de cerámicas y artesanías norteñas donde se encuentra de todo, desde vinos pateros hasta música regional, fuentes de barro, cerámicas, ponchos y objetos de piedra tallada.
Cerca se levanta el pueblo Huacalera, donde un cartel recuerda sin pudor que allí “fueron descarnados los restos del general Lavalle”. Una curiosa indicación que merece una explicación. El general había sido baleado y muerto en Jujuy capital, en una casa que todavía existe y fue transformada en museo. Su cuerpo fue llevado por su séquito al Alto Perú, pero en el camino –debido al estado de descomposición– se tuvo que realizar el proceso detallado en el cartel. De esta curiosa forma el caserío de Huacalera entró en la historia nacional.
La etapa siguiente es la de Uquía, para conocer la capilla, que es Monumento Histórico Nacional. Como en otros lugares, no se permite fotografiar las obras de arte religioso del interior, aunque el deterioro del techo hace temer más bien por ese lado... Y como en toda la Quebrada, la placita está ocupada por las infaltables vendedoras de recuerdos. El caserío se completa con un puñado de casas en torno a la capilla.
Finalmente se llega a Humahuaca. Solamente los más atentos habrán visto algunas vacas en las parcelas de Tilcara y la Quebrada... ¿Pero cómo no volver a recordar la canción frente al cartel que indica el comienzo oficial de la ciudad?
Sin duda hay que organizar la visita a la Quebrada para estar a las 12 frente a la Municipalidad de Humahuaca y ver salir el autómata de San Francisco Solano, uno de los pocos que hay en todo el continente. El proceso dura apenas unos minutos, durante los cuales una puertita se abre y la estatua articulada sale y mueve los brazos para bendecir al grupo de turistas que cada día acude a la cita. Pero también hay estudiantes y gente del lugar, de modo que es una manera de tener un contacto más genuino con el pueblo y los monumentos, para escuchar de primera mano algunas anécdotas. La visita sigue luego por las calles del centrito, donde no faltan las vendedoras, tanto sobre la plaza como al pie del Monumento a la Independencia. Se trata de un conjunto de bajorrelieves coronado por la monumental estatua de un indio construida en 1950. Está sobre una altura desde donde se pueden admirar el pueblo y la torre de la Catedral. En el interior del templo se conservan retablos del siglo XVII y la serie de los Doce Apóstoles de un artista cusqueño del siglo XVIII. La iglesia misma fue construida inicialmente en el siglo XVI, para ser ampliada y refaccionada a lo largo de los siglos siguientes. La visita sigue por la calle Santiago del Estero, la más típica de la ciudad, donde se conservaron algunas puertas esquineras típicas de la arquitectura local. Los chicos de Humahuaca siguen acompañando a quienes aceptan sus servicios, entre calles y negocios, hasta dejarlos en algún restaurante para un almuerzo, una merienda o una cena. Y luego volverán a la escuela, donde al menos con la fantasía siempre estarán acompañados por una improbable pero querible vaca estudiosa.
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