turismo

Domingo, 12 de agosto de 2012

SALARES. CENTRO Y NOROESTE ARGENTINO

Un viaje salado

Apenas un par de salinas del país son conocidas y recorridas por el turismo de manera formal, pero entre el centro-norte de la Argentina y parte del territorio chileno y boliviano se conforma la superficie salina más importante del planeta, con una veintena de espacios visitables. Algunos paseos no tradicionales para tener en cuenta.

 Por Pablo Donadio

Fotos de Pablo Donadio

“Donde está el sol, luz vertical / arde la tierra, preñada de sal...” canta Horacio Banegas en su chacarera “Guitarra de sal”. No es una pregunta, sino como una afirmación: “Es una mirada, una marca sobre nuestro Santiago (del Estero), donde la tierra es salitrosa, aunque no se vea”, explica el artista. Territorios aparentemente áridos, desolados y apenas interesantes para la foto resguardan historias de intercambios ancestrales, usos todavía caseros y una amenaza latente de la modernidad. Diminutas en el extenso territorio nacional y continental, pero visibles como pecas de un rostro latinoamericano trabajado por los siglos, la veintena de manchas irregulares de sal que se extienden desde el norte argentino hasta Chile y Bolivia van cobrando importancia más allá del turismo. Es en esta región donde se encuentra nada menos que la campiña salina más grande del planeta y, de la mano de ella, la nueva lucha por el litio.

Las vías del tren apuntan al infinito en las salinas de San José.

SAL ANCESTRAL En Salta sobre todo, pero también en Jujuy, Córdoba, La Rioja, San Luis, Catamarca y Santiago del Estero, se pueden realizar distintas excursiones turísticas. El recorrido clásico sale de Purmamarca a las Salinas Grandes en Jujuy; la travesía aventurera en 4x4 hacia las Salinas de Antofalla catamarqueñas; las cenas de lujo y hasta casamientos en las cordobesas de San José; el paseo en la soledad reflexiva de las Salinas de Ambargasta, entre Córdoba y Santiago del Estero, donde un cementerio se alza en pleno salar.

En Tucumán también hay dos formas de conocerlas. La primera se da cerca de la capital, en la planta de la firma Celusal, donde la procesan desde los propios ríos subterráneos que corren bajo el suelo de San Miguel. “No trabajamos con rocas salinas sino con salmuera (agua con sal), que corre bajo la tierra y se procesa con aditivos y en piletas para que decanten el carbonato y magnesio. Luego se evapora el agua, y la sal se transforma en un grano pequeño que llamamos sal fina, que se centrifuga, seca y envía a empaque”, explica el ingeniero Paz, jefe de producción del lugar. La otra, más turística y amena, nos acerca a la siempre soleada Amaicha del Valle, en medio de los Valles Calchaquíes, donde un pequeño manchón blanco sigue siendo alimento y punto de reunión de la comunidad que conduce el pueblo. Dueños de sus tierras gracias a una cédula que antecede la creación de la Nación Argentina, los amaichanos aún utilizan la sal como otro de sus “yuyos”, para uso doméstico. En este territorio hay un férreo respeto por la Pachamama y las muchas riquezas paisajísticas que afloran de ella, como el río cercano, un bosque petrificado, un desierto barroso y las propias salinas. “Cuando era niño venía con mi padre a buscar la sal con cucharas de albañil. Algunas de nuestras familias y los vecinos de Los Zazos aún se siguen juntando aquí con mesas y sillas, y se arma un gran escenario para asados y festejos. Se llena de niños, mayores y abuelos, y la vichada, como le decimos nosotros a la reunión, se disfruta hasta la noche”, cuenta Sebastián Pastrana, guía nativo que desde los seis años recorre en burro los 18 kilómetros que separan “la sal” del pueblo.

Llegamos al lugar en moto, alternativa ideal para viajes de una sola persona, encarando hacia el sudeste del territorio comunitario, sobre la base del sistema del Aconquija, ladeando un camino marcado y sinuoso pero no difícil. Una media hora después ya comenzamos a ver las manchas blancas sobre esos suelos multicolores. “La sal acá se utiliza para cocinar, gracias a recetas de las abuelas que la disuelven de manera especial, porque es muy fuerte. Medicinalmente sirve para el reuma y dolores de huesos, tanto en hombres como en los animales, a los que se frota con la sal después de golpes o una larga caminata. Incluso la sal aquí es considerada como un elemento de trueque, sobre todo con los vecinos de las cumbres que bajan lanas y carnes. A cambio, nosotros les proveemos sal y vino patero”, cuenta Sebastián. También en vehículos 4x4, y aún mejor a caballo sobre las montañas, la excursión que conduce Pastrana es una invitación a conocer mucho más que un salar, disfrutando desde adentro las vivencias de su comunidad.

La inmensa aridez blanca del paisaje de los salares.

FEDERALES Cordobesas, santiagueñas, riojanas y catamarqueñas, las Salinas Grandes de San José dejan claro lo arbitrario de los límites políticos. Llegamos a ellas desde la capital cordobesa, tras surcar 160 kilómetros hasta el pueblo de San José por los vaivenes de la ruta 60. El escenario es fotográficamente sorprendente, pero bastante complejo para la vida. Allí hay unas 750 personas estables, que además de trabajar en las temporadas de sal crían animales o pertenecen a la administración pública del pueblo. “Acá la sal es como el campo. En tiempos de cosecha se gana bien, pero la sequía nos ha maltratado los últimos años. Hay cosechas, pero no son productivas. Igual se sabe ganar, por eso se espera el momento. El pueblo vive de las salinas como de la leña de quebracho, mistol y algarrobo, más o menos”, relata Jorge Rafael Rodríguez, un empleado público que en tiempos de “cosecha” toma su pala y parte a hacer la diferencia. El Estado ha separado prolijamente las salinas en parcelas, y así cada tramo es explotado por un sector, aunque en general su destino es el mismo: en la industria de la curtiembre y para la producción de aceitunas. Rodríguez cuenta que hay dos firmas grandes trabajando, La Sisal y Susisal. La última tiene una fábrica en Deán Funes, desde donde la transportan a Buenos Aires para su uso como sal de mesa. Al ser un suelo inestable, los camiones y carros no pueden utilizarse sino sobre los límites del salar: el trabajo duro, con el salitre hasta las rodillas y pala en mano, se da en un pantano blancuzco cada temporada, hacia junio, julio y agosto. “Se intenta levantar entre 30 y 40 mil kilos por campaña. El trabajo es sacrificado y uno termina molido, pero por ahí en 10 días sacás unos $1200, que es una platita linda. Por eso suele haber 150 personas trabajando por jornada”, concluye Rodríguez. Parados en medio de ese mar blanco calmo, los carros oxidados conforman un escenario surrealista, con vías que se funden en el cielo. Alejadas de la zona estrictamente productiva, varias empresas de alta gama ofrecen excursiones en 4x4 que incluyen campamentos, deportes de aventura y coquetos casamientos bajo la luna sobre una superficie que alcanza 9000 kilómetros cuadrados, y que, sumada a las casi inmediatas Salinas de Ambargasta y otras sales adyacentes, llega a los 30.000.

A las salinas de Amaicha se puede ir a caballo, en 4x4 o en moto con Sebastián Pastrana.

ORO DEL FUTURO Como viejos trozos de mar “atrapados” por los movimientos de placas en condiciones climáticas determinadas (altitud, presión, humedad, régimen de lluvias), o como producto de vertientes y afluentes de aguas saladas subterráneas que irrumpen en la superficie, los salares descansan desde hace miles de años en territorios que están al alcance del turismo con muchas posibilidades de desarrollo. Las propuestas son variadas: desde acercarse a la gente que vive y trabaja de manera artesanal moldeando figuras de llamas y casitas con la propia sal, hasta levantar casas reales con los ladrillos comprimidos de sal y barro. Pero lo conocido de la sal, que hasta no hace mucho fue la conservación de alimentos, la utilización para fabricación de celulosa (papel), el curtido de cueros, la creación de soda cáustica y su aplicación en fertilizantes y en la industria medicamentos, ha quedado atrás. Hoy se introduce en una nueva discusión por la tierra a razón de uno de sus componentes: el litio. Extraído cada vez con más asiduidad como fuente de energía para pilas y baterías, ha despertado la voracidad de grandes empresas multinacionales. Hace poco la industria automotriz encontró cómo utilizar su energía, que se postula como reemplazo de los hidrocarburos. Según la revista de finanzas Forbes, bajo esa mirada el “triángulo del litio” que va del norte de la Argentina y Chile hasta el sur boliviano integra parte de la “Arabia Saudita del litio”. Juntos, los tres países poseen el 85% del litio mundial, lo que ha despertado el interés de mineras y automotrices canadienses, estadounidenses, japonesas y australianas. Como contara hace unos meses en este mismo diario el periodista Darío Aranda, asiduo visitante de comunidades originarias, un conjunto de kollas presentó una medida cautelar ante la Corte Suprema de Justicia pidiendo –en base a derechos vigentes en la ley argentina– frenar la actividad minera en la zona. La minería del litio forma parte de un modelo de extracción de recursos naturales que, a diferencia de la metalífera de gran escala, no se vale de la voladura de montañas ni del uso masivo de explosivos y cianuro, pero sí del gran uso de agua en una región de extrema sequía.

Compartir: 

Twitter

Miles de turistas visitan los asombrosos desiertos de sal del país y el mundo.
SUBNOTAS
 
TURISMO
 indice
  • Nota de tapa> La Habana. Ciudad de música
    Latidos de cubanía
    La cubanía se respira y se siente en las calles de la ciudad donde la música, el ritmo y el...
    Por Julián Varsavsky
  • CIUDAD DE BUENOS AIRES. RECORRIDOS GOURMET
    Sabores de aquí y allá
    Por Pablo Donadio
  • SALARES. CENTRO Y NOROESTE ARGENTINO
    Un viaje salado
    Por Pablo Donadio
  • SALTA. FIESTA EN SAN ANTONIO DE LOS COBRES
    Ofrenda a la Pachamama
    Por Guido Piotrkowski
  • NOTICIERO
    Noticiero

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.