LA PAMPA. DESCANSO CON BUENA MESA
La Pampa, muy asociada con la caza y los célebres asados gauchescos, sorprende también con algunos escenarios perfectos para descansar. Un recorrido por las termas de Larroudé y el pueblo de Sarah, haciendo base en un hotel rural donde se disfrutan los curiosos sabores de la gastronomía molecular.
› Por Pablo Donadio
Fotos de Maria Clara Martinez
Con galantería inglesa en lo edilicio pero bien internacional en la cocina, el Hotel Rural La Pampeana nos recibe en medio de un concierto de pájaros. Como para dejar claro, ya desde el entorno, que aquí se viene a descansar. Cercano a Buenos Aires y con acceso directo por la RN188, invita a comenzar un circuito gastronómico que se podría terminar, kilómetros arriba, con los vinos mendocinos. El hotel combina la excelencia gourmet con una enorme pradera pampeana, que subraya el valor paisajístico y ambiental de la provincia. Varias actividades –como las caminatas, el avistaje de aves, la pesca, las cabalgatas y hasta los partidos de polo– le sacan el jugo a ese campo infinito ubicado en el centro del país. Las cercanas termas de Larroudé y el pueblo de Sarah suman en la región noticias de una provincia atractiva, cercana y sin embargo poco conocida.
BIEN PAMPEANA La Pampeana es una estancia del siglo XXI con el encanto de una casona del XIX. Su particular historia recoge algo de todas aquellas fincas típicas del ámbito rural argentino, donde el silencio y los horizontes inagotables son el descanso que la mente y los ojos necesitan cada tanto. Desde la ruta el ingreso atraviesa una ancha avenida bordeada de campos de maíz, hasta llegar a la tranquera donde nace un bulevar repleto de eucaliptos y algunos frutales. En el medio se levanta una vieja edificación que fue tiempo atrás un gran frigorífico, dedicado a la producción de queso, manteca, hielo, fiambres y derivados de la granja.
Todo comenzó con Carlos Fuchs, un alemán que llegó al país en 1887 y comenzó a trabajar como peón en un establecimiento cercano, hasta ser nombrado encargado por la familia Santamarina, dueña del lugar. Tal fue su desempeño en el cuidado y calidad de las haciendas de aquella primera estancia que hasta recibió visitas de personajes destacados de la época, como Bernardo de Irigoyen y José Figueroa Alcorta.
Poco después Fuchs llegó a este campo, que era apenas un inmenso alfalfar, y sin embargo para 1915 el establecimiento ya contaba con un frigorífico propio que pronto adquiriría relevancia local. Actualmente la estancia se extiende sobre 1060 hectáreas, donde es posible ver el trabajo ganadero y las máquinas cosechadoras de productos que llegan a la cocina del viejo chalet de Fuchs. Es allí donde Javier Araujo Montes prepara hoy sus platos. “Me gusta apelar a la creatividad, y que el visitante disfrute de combinaciones que no son tan típicas de la cocina de aquí”, cuenta el chef. Llegado de España hace unos años con su mujer argentina, apostó por esta antigua casa para dar un servicio que él llama “diferenciado”, donde el descanso y la buena comida son la base del disfrute. Exhibiendo una exquisita cocina de autor, su restaurante internacional da vida a recetas europeas pero con “un toque de modernidad, ¡qué va!”.
La fusión de sabores, los aromas exóticos y las presentaciones de lo que muchos llaman “cocina molecular” son el deleite de huéspedes y visitantes en el comedor central: morcillas al estilo de Burgos; espárragos blancos con muselina de ajo y tomates cassé; calamares envueltos en panceta; madejas de papas rellenas de lomo con calabacín al caramelo balsámico; buñuelos de chocolate con salsa de cítricos.
Restaurado a nuevo para cobijar a los visitantes que llegan al campo, el lugar posee salones ornamentados y restaurados en su estado original, junto con amplios jardines que llevan al antiguo galpón de trabajo, ahora dedicado a los asados. El casco de la estancia cuenta con piscina con hidromasaje y enormes arboledas para salir a caminar, mientras hacia el frente una valla de madera actúa como límite virtual de la cancha de polo y el potrero de los caballos. Cabalgatas, avistaje de aves, pesca y caza en las cercanías están a disposición de los visitantes.
AGUAS QUE CALMAN Enfrente de la estancia se ve la entrada a Sarah, justo en el ángulo noroeste donde La Pampa limita con Córdoba y Buenos Aires. El pueblito, perteneciente al Departamento de Chapaleufú, nació a fines del siglo pasado y hoy tiene apenas algunas casas disgregadas en sus 17 manzanas. En sus comienzos, cuando una línea de ferrocarril le dio vida a esta zona fértil y productiva, nació como estación Sarah, en torno de la cual se fundó el pueblo. Como sucedió con varias comunidades pampeanas, también aquí los primeros habitantes fueron básicamente inmigrantes llegados en busca de una vida mejor, y sobre todo más pacífica. Su sustento principal fue el campo, propicio para el cultivo y la crianza de animales. Con el paso del tiempo las localidades de Larroudé, Alvear y Realicó absorbieron los pequeños poblados, sobre todo tras las graves inundaciones de 1984 y 1985, cuando los campos quedaron inutilizados y la población disminuyó drásticamente. A sólo cinco kilómetros, Bernardo Larroudé es otro de los atractivos para conocer, gracias a sus aguas termales con diversos usos terapéuticos. Cuentan que por el año 1969, cuando se excavaba con la misión de encontrar agua potable, afloró un agua especial que resultaría beneficiosa para varias dolencias óseas, musculares y de piel. Técnicamente, estas aguas subterráneas pertenecen a la parte más austral de la Cuenca Artesiana Cordobesa, aunque sobre la superficie aún falte un kilómetro y medio para el límite que separa Larroudé de la provincia de las sierras. Esos sedimentos marinos transforman la cuenca en un verdadero ojo de mar, con atributos provechosos para la salud y una temperatura ideal de 280C. El Centro Termal de Larroudé ofrece paralelamente diferentes opciones de terapias y brinda servicios de masajes, sauna, hidromasajes, fangoterapia, reiki y gimnasia. Dentro del predio también se encuentran las piletas descubiertas con aguas termales para adultos y niños, además de los servicios de camping. Las cabañas y un restaurante completan los servicios para pasar unos días relajando el cuerpo en las termas y disfrutando del entorno silvestre, la elaboración artesanal de los productos de campo y un pueblo de calles tranquilas, hermano de Sarah y sus estancias.
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