Domingo, 30 de septiembre de 2012 | Hoy
JUJUY RECORRIDO POR LOS PUEBLITOS DEL NORTE
La pequeña localidad jujeña fue antiguamente una estación de tren, que le dio dinamismo y nombre propio. Vecino de la Quebrada de Humahuaca y alejado 36 kilómetros de la ciudad cabecera, el pueblo de Iturbe sigue hoy en el camino: pero no ya del ferrocarril, sino de Iruya, una de las mayores apuestas turísticas de la zona.
Por Pablo Donadio
Fotos de Maria Clara Martinez
Como una gota de agua que cae en la tierra y genera vida, la instalación de los ferrocarriles en la Argentina hace más de un siglo puede verse como una lluvia saludable. Miles de pueblitos brotaron y se desarrollaron gracias a la llegada del tren, que los enlazaba con otros nudos urbanos, permitiendo el contacto con los familiares lejanos, viajar y conocer, abrir al comercio sus productos, hacer nacer cientos de parajes, villas y puestos de forma novedosa y alentadora. En Jujuy, y sobre todo en este tramo, fue tal la impronta del ferrocarril General Belgrano que rápidamente este pueblo perdió otros nombres para empezar a ser llamado Estación Iturbe. La estación pronto se transformó en un polo impulsor de la economía y los intercambios de mercaderías y novedades: pero cuando el tren dejó de pasar el pueblo se apagó, y apenas la Escuela 239 Daniel Domínguez siguió aportando algo de movimiento al pago. Sin embargo, décadas después la identidad cultural, la riqueza paisajística y las ganas de avanzar siguen latentes. De a poco el pueblo dinamiza sus recorridos cercanos y saca provecho de ser un paso obligado en el camino a Iruya, la última moda norteña. Regiones arqueológicas vírgenes como la Inca Cueva, Antumpa y el Paraje de Miyuyoc, así como travesías a la laguna de Leandro, suman atractivos turísticos a los aromas clásicos del Norte y sus cerros multicolores.
LOS TRES NOMBRES La cosa no termina sino que empieza por los nombres y, para ser exactos, Iturbe tiene tres: Distrito de Negra Muerta es uno de ellos, como lo explica la ley 1782 de 1947, que designaba “al pueblo y jurisdicción del Distrito de Negra Muerta (departamento de Humahuaca)” con el nuevo nombre de Iturbe, en homenaje al ingeniero Octavio Iturbe, alma mater de la construcción de la línea férrea que unió Jujuy con Bolivia. Dieciocho años después, a través del decreto-ley 3, se creaba la Comisión Municipal de Hipólito Yrigoyen, ante la necesidad de contar con un organismo comunal, ya que el lugar había adquirido relevancia como núcleo de población.
Negra Muerta-Iturbe-Hipólito Yrigoyen: fue llamado por sus pobladores de una manera u otra según la ocasión, sin perder por ello sus otros motes. Más importante es la magia que habita allí, a más de 3300 metros de altura, reflejada en los cerros. En el límite con los departamentos de Yavi, Cochinota, Tres Cruces y la popular Iruya, el destino responsable de las actuales visitas, Iturbe crece lentamente desde la vieja terminal, transformada en feria de ropas y productos clásicos de la zona. Abrigos de lana, llama y vicuña, vasijas de barro, cardones, cactus y pencas; adornos varios y hasta cremas con aceite de víbora para dolores corporales. Paseando se descubren casas pequeñas levantadas con adobe plano o ladrillos hechos de barro y piedra con genial maestría, completados con techos de cardón, paja y barro. En las puertas saludan y esperan con una sonrisa tímida algunos niños, que no pierden la identidad pero sí reciben con más naturalidad la impronta de la modernidad. Las costumbres diarias, las vestimentas y lenguajes atesoran cierta pureza en los mayores, que sueltan la chancleta apenas en días festivos como el Carnaval, donde todo es baile, chicha y coca. Como en toda la zona, la mayoría de las familias desciende de asentamientos previos a la llegada de los españoles y provenientes de las comunidades omaguacas. Hay que recordar que la región fue parte del mítico Camino Real, entre el Alto Perú y el puerto de Buenos Aires, con postas no sólo en Jujuy sino también en Salta, Tucumán, Santiago del Estero y Córdoba. Se esté donde se esté nunca dejan de asombrar los cerros del entorno, que parecen escenografías montadas para una película cuando el sol de la tarde se posa detrás y los proyecta a contraluz. Iturbe se resguarda en ellos, como sucede con tantos otros asentamientos disgregados en quebradas, filos o grandes pendientes. Aquí nada le teme a la naturaleza: si hace falta levantar una pared en ángulo complejo o sembrar en terrenos a 45 grados, se hace. Así los pobladores mantienen con esmero la cría de ovejas y cabras, y pequeñas parcelas con papa, haba, cebolla y arveja, parte de la agricultura familiar que se exhiben con orgullo en la ya célebre Festi Feria Interprovincial, encuentro de agricultores, tejedores y expositores varios, con duelo de copleros y baile popular, realizado todos los años en pleno verano.
PARTE DEL ENTORNO En la calle central están la despensa de Mary, un puesto de venta de ropas y el hospedaje comedor La Abuela, lugares clave para los visitantes donde cargamos agua para que el mate siga acompañándonos en la recorrida. A dos cuadras los bañaditos del río Grande dejan islas y huellas de vehículos sobre el camino que sigue a Iruya. Ese cauce recibe aportes de numerosos arroyos y en verano se convierte en un río correntoso que mete miedo por la fuerza con que baja de las montañas. Allí es cuando el puente rojo ubicado a unos tres kilómetros se transforma en la forma casi exclusiva de pasar de un lado a otro. Dos empresas de colectivos hacen el circuito Humahuaca-Iruya, conectando la ciudad cabecera con la perla salteña, y pasan en más de tres horarios al día para enlazar los 47 kilómetros que restan desde aquí.
Iruya se ha vuelto en los últimos años una atracción en sí misma, y eso se nota en la mejora de los caminos de cornisa, que hoy permiten mayor fluidez en el disfrute de las entrañas mismas de la montaña, con vistas inigualables de ríos, quebradas y condoreras. También se desarrollaron los servicios sociales, y aunque Iturbe se beneficia de ello a éstos quiere hacer valer lo suyo, que no es poco: sitios arqueológicos en estado semivirgen como la Inca Cueva, Antumpa y el Paraje de Miyuyoc, junto a la imponente laguna de Leandro, abren el juego al turismo ecológico.
Seguimos a pie la recorrida, la mejor y casi única forma de conocer, y vemos cómo se ha edificado a ambos lados de las vías, hoy oxidadas y escondidas bajo la tierra. Unos changuitos improvisan un picadito a la vera del antiguo techo inglés de la estación, que permanece inmutable en el centro del pueblo. En ese edificio estaban la boletería, la oficina del jefe y una casa para los encargados, con buenas comodidades para la época. Del andar de aquel ferrocarril, fundado entre 1901 y 1907, esos niños difícilmente sepan algo, aunque sin dudas habrán escuchado historias de los conflictos sociales que trajo su desaparición: el tren no sólo fue fundamental para el envío o arribo de productos o personas a San Salvador, Salta o la más lejana Buenos Aires, sino clave en el traslado de los obreros a las zafras del Ingenio San Martín. En 1994 llegó desde los talleres centrales del Belgrano la orden de ya no reparar los rieles en el sector de San Salvador-La Quiaca, destruidos por las correntadas del río. Eso equivalía a suspender totalmente el servicio, que unía nuestro país con La Paz, en Bolivia, involucrando en Jujuy a los pueblos de Yala, León, Volcán, Tumbaya, Purmamarca, Maimará, Tilcara, Huacalera, Uquía, Humahuaca, Iturbe, Tres Cruces, Abra Pampa, Puesto del Marqués, Pumahuasi y La Quiaca.
Ya es hora de irnos y nos despedimos de los niños que disfrutan a pleno en su partido, cuando un pelotazo roza un palo y destella toda la ironía posible: la cruz de hierro que hacía de alerta luminosa es ahora uno de los postes de su arco. Nos vamos con un sabor agridulce, pero anhelando nuevos aires de prosperidad para Iturbe en nuestra próxima visita. Por qué no.
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