Dom 30.12.2012
turismo

TURISMO MUSICAL. DE MILáN A PARíS Y DE MANAOS A SYDNEY

Noche y día en la Opera

Un paseo por los teatros líricos más emblemáticos del mundo, desde la curiosa Opera de Sydney hasta los clásicos escenarios europeos de Milán y París. Pero también algunos menos convencionales, como el exuberante Teatro Amazonas en plena selva ecuatorial brasileña.

› Por Graciela Cutuli

¿Qué hacen los turistas en Buenos Aires luego de haber cruzado mares y cielos para llegar a la Reina del Plata? Van a visitar el Teatro Colón, cuya existencia la mayoría conoce por guías o amigos, sin ser necesariamente apasionados del bel canto. ¿Y qué hacen los turistas en Sydney cuando llegan por fin casi a las antípodas (porque Australia es prácticamente la antípoda de medio mundo)? Van a sacarse fotos frente a la Opera, el símbolo de todo el continente, junto a los canguros y los koalas. Pero estas dos ciudades distantes y diferentes no son las únicas donde los teatros líricos se convirtieron en iconos: no sólo para los entendidos, sino para todo aquel que decide aprovechar un viaje para darse el gusto de asistir a un concierto o ballet, en una noche diferente. A doblar entonces la ropa de gala en la valija, para embarcarse en una gira por las salas de ópera más prestigiosas del mundo.

EN LA BELLA BAHIA Bennelong Point recuerda el nombre de uno de los primeros aborígenes australianos que convivió con los ingleses en la bahía de Sydney, en 1789. Fue toda una personalidad en su tiempo, y cuando visitó Inglaterra fue recibido por el rey y por el Parlamento. Y aunque fue a la Opera en Gran Bretaña, no hubiera podido nunca imaginar que en el solar de su casa se levantaría un día lo que es hoy considerado como uno de los edificios más famosos del planeta. La aventura de la Opera de Sydney empezó en 1954 y cambió para siempre la cara de la ciudad. Más que el Sydney Eye Tower, una torre panorámica, o las instalaciones de los Juegos Olímpicos del año 2000, la Opera House es un símbolo que marcó además la arquitectura a nivel mundial desde su inauguración en 1973.

Uno de los momentos culminantes de la visita a Sydney es cuando se pasa a bordo de un barco frente a las velas desplegadas de la Opera. Casi un barco frente a otro... Felizmente allí la costa tiene una leve curva y también es posible llevarse de recuerdo una foto con el magnífico edificio blanco detrás. Y hay que volver: porque una cosa es conocerla de día, y otra de noche. Además de las excursiones embarcados por la bahía de Sydney, que ofrecen también bellísimas vistas con el Puente de Sydney de fondo y las siluetas de las torres del Circular Quay –uno de los muelles diseminados en toda la bahía–, también hay que recorrer a pie la amplia explanada que lleva hasta el edificio, matizada de bares para disfrutar al aire libre.

Bennelong había quedado impactado por las construcciones –aunque rudimentarias– que hicieron los primeros colonos ingleses. ¿Qué pensaría al adentrarse bajo la Opera actual, por un laberinto de pasillos, para llegar hasta las salas de concierto? Varios tours permiten conocer el edificio por dentro, pero también acceder detrás de los telones, para ver cómo se preparan los espectáculos. Y con un poco de suerte, hasta se puede hacer la visita cuando la orquesta está ensayando.

El diseño que le dio el arquitecto danés Jorn Utzon, considerado todo un héroe en Australia (ahora, porque en los primeros años todo fue críticas y polémicas), no debe hacer olvidar que Sydney se convirtió en un centro lírico importante gracias a las creaciones que se llevaron a cabo en su Opera y al nivel de los espectáculos presentados. Por esto se puede aprovechar una estadía para asistir a una función. Incluso las agencias de la ciudad proponen Veladas de Opera, que combinan generalmente el espectáculo y una cena luego en el restaurante vecino Guillaume at Bennelong.

EN EL NUEVO MUNDO Tal vez no podía ser de otra manera: el “Met”, abreviatura familiar de la Metropolitan Opera de Nueva York, pasa por tener la más impresionante tecnología de todas las salas del mundo. Siete ascensores, tres escenarios deslizables, un palco giratorio, todo para realizar las puestas en escena más increíbles. De hecho las visitas tienen tanto interés por el edificio en sí mismo como por los adelantos que hay adentro. Pero también muchos visitantes acuden atraídos por la programación, que alterna obras clásicas y modernas, y por un telón que se considera entre los más grandes del mundo. O uno de los más grandes, porque justo en estos meses se expone en el Centro Pompidou de Metz, en el Este de Francia, una obra que no había sido presentada desde hace décadas: el telón del ballet de 1917 Parade, pintado por Pablo Picasso y casi tan grande como el del Met. Volviendo a Nueva York, la Metropolitan Opera fue creada en 1884 en un edificio sobre Broadway, y ocupa su lugar actual en el Lincoln Center desde 1966. Allí se hicieron 31 creaciones mundiales, entre ellas una del mismísimo Puccini.

Otra Opera emblemática del Nuevo Mundo, junto al Colón y el Met, es la de Manaos. El Teatro Amazonas quedó en la historia como aquel edificio construido con todos los lujos europeos en medio de la jungla. En sus tiempos de esplendor, las calles que lo rodeaban estaban cubiertas de caucho para que la circulación de los carruajes no hiciera ruido. Fue inaugurado en 1896, cuando las telenovelas ni siquiera cruzaban las mentes de los visionarios más imaginativos. En la actualidad, el teatro se convirtió más que nada en un atractivo para los turistas, que se sorprenden ante este edificio increíble, frente a su cúpula y su cielorraso, pintado en un trompel’oeil que representa la Torre Eiffel vista desde su base... Un exotismo total en el lugar más exótico de por sí.

Los artistas que tocaron o cantaron en él coinciden en la particular energía que devuelve, tal vez por su estructura hecha principalmente de hierro y madera. Los cinéfilos, por su parte, lo recuerdan sobre todo en la película Fitzcarraldo, de Werner Herzog, donde el personaje interpretado por Klaus Kinski quiere construir un teatro similar en otra ciudad rodeada por la jungla: Iquitos, en Perú.

Alla Scala de Milán, el teatro lírico favorito de Giuseppe Verdi.

JOYAS ITALIANAS El Colón es como un trozo de Europa trasplantado al borde de la Avenida 9 de Julio, en el centro porteño. Desde su creación se comparó con los mayores teatros líricos del Viejo Continente: la Opera Garnier de París, el Nacional de Praga, la Fenice y la Scala en Venecia y Milán, o la Staatsoper de Viena. Estos modelos siguen siendo polos líricos que se transformaron también en grandes atractivos turísticos.

En Praga el Státní, la Opera nacional, es otra joya dentro de una ciudad famosa por sus edificios históricos. Fue construida entre 1886 y 1888 y es la más importante de Europa Central. Tuvo una historia complicada, semejante a la que le tocó a la República Checa: cobró renombre en los años ’30, cuando recibió y ofreció refugio a muchos artistas alemanes que huyeron del nazismo: luego de los años de guerra y de comunismo, recobró su brillo y su fama en las últimas décadas con un Festival Verdi cada verano y una programación que da mucho espacio a los ballets.

Viena, Bayreuth y Moscú también se enorgullecen de sus óperas. Pero no tanto como París, Venecia o Milán, que son los tres polos mayores de Europa para el arte lírico.

A falta de una, en París hay dos Operas para visitar: una clásica y otra moderna. Aunque en realidad se piensa generalmente primero en la Opera Garnier, así llamada por el arquitecto que la diseñó y construyó, sobre la actual Avenida de la Opera. Se levantó entre 1861 y 1875 y es protagonista del Fantasma de la Opera de Gaston Leroux, que derivó en unos de los musicales más populares del siglo XX. Una anécdota de la construcción del edificio fue incluida en la intriga de la novela: se pensó que había un lago y un río subterráneo bajo el edificio, porque hubo que crear un tanque para resistir la presión de las aguas de filtración. Hoy día la Opera Garnier es incluso una reserva de agua para los bomberos de París: sin duda su papel menos conocido. Corren mil historias más sobre este edificio que se convirtió desde el momento mismo de su inauguración en uno de los símbolos de la ciudad. La Opera Bastilla, en cambio, es mucho más reciente. Se construyó durante la gran ola de obras monumentales encargadas por François Mitterrand en los años ’80 y hoy su fachada moderna se levanta sobre el emplazamiento de una estación de ferrocarril en desuso, sobre la plaza de la Bastilla. Fue inaugurada el 13 de julio de 1989, un día antes de los festejos por el Bicentenario de la Revolución Francesa. Es una sala más popular que la otra, donde se presentan obras más modernas y vanguardistas.

Este tour termina en dos salas italianas. Una es símbolo del arte lírico por excelencia, mientras la otra, reflejando su nombre a la perfección, supo renacer de sus cenizas para ser mejor todavía. La Fenice se inauguró por primera vez en 1792 y fue reconstruida en forma idéntica a la original en dos ocasiones, siempre luego de incendios: fue en 1836 y 2003. Hicieron falta, la última vez, ocho años de trabajo para reconstruirla com’era e dov’era. Pero la Fenice que vio las creaciones de obras de Verdi, Rossini, Bellini o Donizetti está lista para vivir una tercera etapa dedicada a lo mejor del arte lírico. Hay agencias que proponen estadías musicales en Venecia especialmente organizadas en función de visitas al teatro y noches de conciertos. Se puede además completar con la visita al Museo Wagner. Lo ideal sería poder asistir a una representación del Trovatore de Verdi, para recordar la película Senso de Luchino Visconti, que fue filmada en la Fenice misma.

Se podría hablar también del Teatro San Carlo de Nápoles, pero este recorrido no va tan al sur sino que se detiene en Milán, en una butaca de la Scala. Esta es la sala que tiene el record de creaciones desde su inauguración en 1778, por voluntad del archiduque Fernando de Austria. Su nombre viene de la iglesia Santa Maria della Scala, que fue destruida para construir el teatro. Era la sala predilecta de Verdi, que presentó allí muchas de sus obras y le dio prestigio entre todas las demás Operas del mundo. Cada temporada, la programación de la Scala es una de las protagonistas principales de la vida cultural de Milán. Además de visitar el teatro se puede recorrer el Museo de la Scala, a la izquierda del edificio. Allí se conservan trajes y documentos de las obras presentadas a lo largo de los casi 230 años de su historia.

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