Domingo, 27 de enero de 2013 | Hoy
BOLIVIA. DE UYUNI A LA PAZ
De Uyuni a La Paz, un recorrido de sur a norte por los cambiantes paisajes bolivianos, donde el turismo internacional llega para sorprenderse. Visita a Intihuasi, la montaña de piedra y cardón en medio del salar más grande del planeta, hasta llegar a los mercados y paseos históricos de la capital.
Por Pablo Donadio
Fotos de Maria Clara Martinez
El paso fronterizo desde La Quiaca y Villazón muestra ya algunos cambios que habrán de marcar diferencias ancestrales entre la Argentina y Bolivia. Miles y miles de turistas llegan hasta aquí por tierra, para emprender el camino ascendente por el país y/o el continente, pero sin nunca resignar el primer peldaño maravilloso: el salar de Uyuni. Basta comprobar nuestra propia travesía, en compañía de dos españoles (uno andaluz, otro catalán), una venezolana, un colombiano y un mexicano, para dar cuenta del fenómeno a nivel mundial en que se ha transformado ese mágico desierto blanco. La Paz, la desordenada y bella ciudad capital, concentra los museos y organismos públicos, las plazas históricas y los mercados callejeros que alucinan a todo viajero. Pero también el progreso del país: las nuevas carreteras, el proyecto del teleférico que unirá la ciudad con El Alto, el programa que invita a transformar gratuitamente los autos nafteros a GNC, o el programa de autogestión de la tierra en Pamparalama, donde los nativos administran un predio con laguna, circuitos de trekking y hospedaje.
A LA SAL Villazón ofrece, además de la conexión turística hacia Uyuni, un mercado similar a La Salada, al que recurren muchos comerciantes para comprar prendas típicas, pero también electrónica y artesanías destinadas a la reventa. Los viajeros en cambio chusmean precios y analizan la compra para el regreso, se amuchan en la plaza o llegan al comedor Deliciosos pollos El Dorado, mientras hacen tiempo para partir hacia Uyuni.
Con 30.000 habitantes y en constante crecimiento por la masiva llegada de turistas, Uyuni gira más que nunca en torno del salar. Hasta allí se puede viajar en ómnibus, aunque el tren Expreso del Norte es infinitamente superior, no por precio neto (cuesta apenas un poco más que el ómnibus) pero sí por los paisajes rurales en los que se inserta, por la comodidad, servicio y seguridad del paso. Al llegar a Uyuni, si no se contrató ya la excursión, se recomienda visitar a Ingrid Vargas Yamamoto, de Natour, una de las prestadoras que personalizan el viaje a salar. Uyuni es un pueblito pequeño y pobre, que crece a la orilla del salar más grande del mundo, hoy buscado también como centro minero debido al gran porcentaje de litio de su suelo salitroso, que sirve para la industria de baterías de celulares y computadoras. Vive del turismo, y en especial del turismo gringo. Asombradas caras blancas, con cabellos rubios y ojos claros, se confunden entre puestos feriantes, calles de tierra y el olor constante a pollo frito. En Bolivia siempre hay olor a pollo frito. Alrededor de las diez de la mañana las camionetas 4x4 comienzan a poblar las calles del pueblo recogiendo turistas, en un fuerte contraste con los puestos de las cholitas, y las casas bajas y humildes. Son el único vehículo capaz de desafiar la poderosa corrosión de la sal. A partir de allí comienza un recorrido único, con varias paradas en sitios de interés para completar la maravillosa experiencia de estar rodeados por la inmensidad blanca. Cristóbal, el guía, nos cuenta las historias que dan vida a parajes como el cementerio de trenes y el primer hotel de sal que tuvo la región, hoy abandonado para preservar la zona.
En diciembre ya es época de lluvias, y nuestra suerte no escapó a esa constante, por lo que algunas partes del recorrido se mostraron fenomenalmente espejadas en el agua. Un plus a la maravilla: el reflejo del cielo en la sal sólo aumenta la sensación de irrealidad que producen los paisajes del salar. Un poco más adelante, como un oasis que brota en el desierto, se erige la isla Intihuasi. De lejos parece un espejismo, pero se trata de un cerro de piedra y cardones centenarios en pleno florecimiento, apenas un atisbo de los 12.000 kilómetros cuadrados de su cuenca. Allí se reúnen las caravanas y comienza el almuerzo con ingredientes regionales como la quinoa y el pollo con picante amarillo, otra especialidad de la casa. En las horas siguientes se camina por las cercanías y se asciende a la cumbre para divisar desde lo alto ese increíble mar blanco antes del regreso. Natour ofrece también travesías de tres y cuatro días, visitando cavernas y géiseres, y durmiendo en hoteles de alta gama sobre la propia sal, para hacer la experiencia aún más interesante.
A LA CAPITAL Llegamos a La Paz tras diez horas de colectivo desde Uyuni, por caminos que irrumpen en paisajes cordilleranos. La ciudad luce a todo color por el festejo de fin de año, y hasta el propio presidente Evo Morales ha estado en uno de ellos, saludando a los capitalinos y deseando un mejor año “en unidad y en permanente crecimiento”. Cholitas de impecable sombrero y jovencitas de tacones altos; vendedores con aguayos relucientes y hombres de portafolios se agrupan para escucharlo. Luego, todos se dispersan y su valle repleto de casitas color tierra luce extrañamente desolado, como una alfombra terracota que nace desde la propia montaña. Allí, el coloso y nevado Illimani lo domina todo con sus 6462 metros. Incluso desde El Alto, la ciudad satélite que crece en las alturas con mercados de frutas y ropas que congregan a la muchedumbre los jueves y domingos, su pico blancuzco y misterioso pareciera estar a la altura de uno, apareciendo y desapareciendo al antojo de las nubes, como un vigía soberbio y encantador.
No hay ninguna calle recta en La Paz. Todas suben, bajan, se cortan, doblan o son diagonales. En esa maraña vial se mueven viejos colectivos de la Dodge, taxis y las combis-colectivos, con porteadores que van gritando los destinos: “¡Camacho, Plaza del Estudiante, Alto Lima, Terminal!”. Una buena opción para hacer base, por cercanía con la plaza Murillo, el centro histórico, pero también por su particular historia, es el hotel El Consulado, una casona antigua con jardín de invierno y un patio lleno de flores, resistiendo aún a las modernas torres de edificios que la intimidan. “El hotel cuenta con siete habitaciones en lo que fue el antiguo Consulado de Panamá, y aun mantiene bastante de la atmósfera de sus primeros años. Algunos de nuestros muebles tienen casi cien años y son de exquisita calidad”, cuenta Juan Carlos Cárdenas, su gerente responsable, y completa: “Tenemos uno de los pocos jardines que sobreviven en el centro de La Paz, con árboles y plantas de toda Bolivia, y visitados por colibríes y otras aves. Por eso lo consideramos un refugio”. El lugar tiene también un restaurante con una carta novoandino-boliviana, producto de la fusión entre platos típicos y platos europeos incorporados por uno de los socios belgas. “Para elaborar los menúes viajaron un chef italiano y otro belga con la intención de capacitar a nuestros cocineros, que a la vez le dieron un toque andino”, relata Cárdenas. Los famosos desayunos tipo brunch que son casi un almuerzo; sopas como el minestrone con verduras del mercado local; carpaccio de pato ahumado a la coca, con quinoa, castañas de pando y queso parmesano; y tragos de hibisco (espumante sin alcohol a base de flor de hibisco) son algunas de las recetas del lugar.
El complemento lo establece Topas Travel, la empresa de aventura que proporciona los tours a destinos como Coroico, o más lejanos como Uyuni, Titicaca o la Cordillera Real, junto a escaladas y caminatas cercanas: “La tendencia del viajante está cambiando. Ahorita se busca lo más personalizado, algo a medida, porque buenos servicios hoteleros hay en todas partes, pero la calidez del trato y los sabores caseros no abundan”, cuentan. Desde la galería de El Consulado se escuchan violines, flautas y trompetas consumando un ambiente de armonía. No es otro de los servicios del lugar, sino el ensayo del concierto que en breve dará la orquesta infantil del Conservatorio Plurinacional de Música. La cita es en la empedrada calle Jaén, donde los artesanos, negocios y barcitos con balcones labrados en madera congregan al turismo, ahora con otra excusa más.
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