TURQUIA. ANKARA Y LA MESETA DE ANATOLIA
La altiplanicie de Anatolia es el escenario de pueblos y ciudades valiosos para conocer el pasado turco, con curiosidades como el lago salado de Tuz Gölü. Pero también es el lugar donde conocer Ankara, la vibrante capital turca, fuera de los circuitos turísticos más tradicionales pero fundamental para comprender la historia de un país tan fascinante como complejo.
› Por Andres Ruggeri y Karina Luchetti
La meseta de Anatolia es el corazón de Turquía. La amplia zona central de la península que ocupa el grueso del territorio asiático turco guarda los restos de las más antiguas ciudades hasta ahora conocidas en la historia de la humanidad –surgidas hace unos 10.000 años– y de los poderosos imperios que la ocuparon a lo largo de milenios. En medio de tanta historia, también se levanta la ciudad que simboliza la modernidad turca: Ankara, la capital. Rodeada por montañas y un relieve accidentado, Anatolia es una inmensa planicie a unos 1000 metros de altitud promedio, barrida por el viento y salpicada de pequeñas ciudades y pueblos que guardan los recuerdos de ese vibrante pasado. Un inmenso lago salado ocupa el centro mismo de la meseta, en un paisaje que poco debe haber variado en los últimos siglos.
HUELLAS DEL PASADO El turismo suele conocer de Turquía la maravillosa Estambul, antigua capital de tres imperios, y las espectaculares playas e islas del Egeo y el Mediterráneo Oriental. Pero fuera de esos destinos habituales se encuentra Anatolia, un territorio casi desconocido para los no turcos. Lejos de ser un desierto –las zonas áridas que en el imaginario popular argentino se identifican con “los turcos” en realidad pertenecen a los países árabes que a principios del siglo XX eran parte del Imperio Otomano–, el interior turco está atravesado de montañas pobladas de bosques frondosos y verdes, que rodean una meseta abundante en lugares y ciudades históricos.
En Anatolia se suceden las pequeñas ciudades y los pueblos antiquísimos, como Ayas, cuyas casas y tortuosas calles llevan varios siglos con escasas modificaciones. Aquí el visitante se sumerge en el pasado otomano: construcciones centenarias bordean sus callejuelas, que bajan en empinadas pendientes empedradas desde la ruta que lleva a la capital. Ayas es, como la mayoría de los pueblos de la meseta de Anatolia, frío en invierno (suele nevar) y tórrido en verano, con una enorme bandera turca en el punto más alto.
Siempre fuera del circuito turístico habitual, en Anatolia no faltan otras atracciones. Como el lago salado de Tuz Gölü, cerca de Aksaray (unos 130 kilómetros al sur de Ankara), que suele convocar a las familias de la capital los fines de semana. Es un extraño sistema lacustre salado, que domina un paisaje semidesértico, con pueblos perdidos al pie de las montañas. O las ruinas de Hattusas, la capital del imperio hitita, que floreció antes que los griegos y persas, y las de Gordio, la capital del rey Midas donde Alejandro Magno resolvió cortar el nudo gordiano (que según la tradición sólo podría desatar el conquistador de Asia) de un sablazo.
Ni hablar de la extraña Capadocia, donde miles de cuevas naturales y artificiales sirven aún hoy de domicilio a los trogloditas (que, más allá de su connotación negativa habitual en el habla común, no significa otra cosa que gente que vive en cavernas, aunque tengan electricidad y las comodidades de cualquier casa moderna). Para visitar esta interesante zona, cuya descripción merecería un capítulo aparte, hay que desplazarse al sudeste de Ankara, hacia la ciudad de Nevserhir.
ANKARA La capital turca, con unos tres millones de habitantes, domina la meseta de Anatolia. Antes conocida como Angora (célebre por los gatos del mismo nombre), no tuvo mayor importancia durante el Imperio Otomano, cuya brillante capital, Estambul, la antigua Constantinopla, era el centro de la economía y la política del enorme territorio que incluía a la mayoría de los países árabes actuales. Fue después de la disolución del Imperio, al final de la Primera Guerra Mundial, cuando Mustafá Kemal encabezó la fundación de la moderna Turquía y eligió Ankara como capital y símbolo de la nacionalidad turca (y ya no del viejo imperio multinacional, que desapareció no sólo por las derrotas sucesivas en los Balcanes y el conflicto mundial, sino también por el genocidio armenio y las luchas civiles que siguieron a la caída del sultán).
A 450 kilómetros de Estambul, la capital tiene –como casi todas las ciudades de antiguo poblamiento de Medio Oriente– una ciudadela con murallas, construida sobre las paredes de una colina, y un viejo bazar. El abigarrado conjunto de casas y callejuelas de la ciudad vieja se levanta sobre los restos aún más antiguos de los sucesivos pueblos que pasaron por Anatolia. Aunque no es una ciudad muy visitada por el turismo, eclipsada por Estambul y las costas del Egeo, Ankara bien vale una recorrida. Al ser la capital del país y sede de la administración gubernamental, tiene variados monumentos oficiales y una cantidad no despreciable de museos, entre ellos el Arqueológico Nacional, con una enorme colección de piezas. Se puede mencionar también el extraño Museo de la Aviación, que entre otras curiosidades cuenta la historia de los “turcos voladores”, dos precursores de la aviación en los tiempos gloriosos del Imperio que intentaron cruzar el Bósforo con alas artificiales al estilo Icaro y con unos primitivos cohetes. Al contrario de lo que se podría pensar, no murieron en el intento.
Pero el visitante no puede irse de Ankara sin visitar el enorme e impactante mausoleo de Mustafá Kemal Atatürk, la figura excluyente del siglo XX turco, el héroe nacional que fundó la moderna Turquía cuando el país parecía a punto de desaparecer como nación junto con el Imperio Otomano. Modernizador, occidentalizante, precursor de muchas políticas que ahora aparecen como “normales” pero que estaban lejos de serlo en la Turquía de los años ’20, es un personaje contradictorio, también cuestionado por su papel como uno de los líderes –aunque con un rol secundario en la época– de los Jóvenes Turcos, el grupo que durante la Primera Guerra Mundial encabezó el genocidio armenio. Visitar el Mausoleo (el Anitkabir) es, también, una forma de intentar entender cuestiones fundamentales de la Turquía actual.
ANITKABIR Y MUSEO DE ATATÜRK El mausoleo de Kemal Atatürk –fallecido en 1939– fue construido entre 1944 y 1953 en Rasattape, una colina ahora ya en plena ciudad, desde donde se puede tener una amplia visión de toda Ankara. El mausoleo en sí, erigido en piedra caliza sobre una planta rectangular rodeada de gruesas columnas, domina el área donde también hay una explanada con torres de piedra, esculturas y un alto mástil con una gran bandera turca. Es asimismo el lugar al que llega el visitante luego de recorrer el Parque de la Paz, un paseo entre árboles y plantas ornamentales traídas de 24 países y distintas regiones de Anatolia, y la Calle del León, flanqueada por estatuas dedicadas a uno de los mayores símbolos de poder de los hititas. Cubierto por tan solemne entorno, debajo del edificio principal un recinto custodiado alberga el sarcófago de mármol rojo con los restos del líder y primer presidente turco, que el visitante sólo puede ver desde pantallas dispuestas en el interior del Museo de Atatürk y de la Guerra de Independencia.
El museo, que está instalado en un edificio inmenso ubicado a un lado de la gran plaza pero se pierde ante el imponente aspecto de la construcción principal, funciona bajo la égida de las Fuerzas Armadas, que lo mantiene como si estuviera recién inaugurado para preservar la historia oficial de quien recibió (y no rechazó) el honor del Parlamento de portar como apellido “Atatürk”, que significa algo así como “padre de los turcos”.
Allí pueden verse pertenencias de Mustafá Kemal, entre ellas bellísimos obsequios de mandatarios de otros estados, objetos donados por sus hijas adoptivas y elegantes bastones del hombre que estaba tan decidido a modernizar Turquía que terminó por imponer por decreto “la moda de los sombreros”. De este modo, obligó a usar el sombrero de moda en la Europa de los años ’30, en reemplazo del tradicional fez otomano. Documentos y fotografías trazan la historia de construcción de la moderna Turquía, mientras grandes murales y otras pinturas ilustran la Batalla de Çannakkale (Gallípoli, para los ingleses), la Guerra de Independencia y acontecimientos de importancia posteriores en la historia turca, siempre de acuerdo con la versión surgida del propio liderazgo kemalista.
Pero lo más destacado de la obra de Atatürk no fue el aspecto militar, que lo colocó en la posición de jefe del naciente Estado, sino su obra institucional, a la que el museo también dedica especial atención. Atatürk secularizó un país islámico, hasta entonces dominado por la religión en sus aspectos más profundos y cotidianos, no sin resistencias, muchas sofocadas violentamente. Para ello eliminó antiguas instituciones como el sultanato y el califato, la enseñanza religiosa, creó una institucionalidad republicana y hasta prohibió las vestimentas tradicionales y los títulos nobiliarios. Al mismo tiempo cambió el uso del alfabeto árabe por el latino e impuso el uso de apellidos permanentes. Esta inmensa obra permitió el surgimiento de un Estado con grandes diferencias respecto de otros países musulmanes: una de las más importantes es la referida a la situación de la mujer, con leyes que garantizan la igualdad legal de los géneros. Las mujeres turcas, por ejemplo, votaron antes que las argentinas.
Visitar Anatolia y su capital es, entonces, sumergirse en la profundidad de la historia y la tradición de Turquía.
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