NORTE. LA PECULIAR FIESTA CARNAVALESCA DE LOS RIOJANOS
Durante todo el mes de febrero se celebra en La Rioja esta fiesta de origen ancestral, que atesora diversos significados. Crónica de dos jornadas a puro festejo por las calles y plazas de los barrios, donde se palpa el verdadero espíritu chayero.
› Por Guido Piotrkowski
Fotos de Guido Piotrkowski
“¡Me contaron que la luna se enamoró en una Chaya/
y que por bajar a la tierra se convirtió en una caja/
así la encontró el lucero, clareando en la madrugada/
dormida junto al chayero, enharinaíta y callada!”
Verso de Son de Huankara, don José Jesús Oyola, “patriarca” de la Chaya.
¿Viste lo que significa la Navidad? Es un día muy especial, ¿no? Bueno, para nosotros la Chaya es parecido, es algo que tenemos en la sangre”, dice un hombre con la cara llena de harina, pintura roja y una ramita de albahaca detrás de la oreja, bajo el tórrido calor de una tarde de sábado riojana. El hombre se llama Julio Bramajo, se presenta como el presidente del centro vecinal del barrio El Cardonal de la capital riojana y organizador de este festejo barrial. Julio está agitado y afónico, habla entrecortado, se lo ve excitado. Julio es el organizador de la Chaya en su barrio.
A su alrededor corretean niños que juegan con espuma, pintura, agua y harina. Los jóvenes y adultos también se tiran con todo, pero además beben, y mucho. El tinto riojano, con tónica y mucho hielo, corre como el agua en la plaza de este barrio. Y así es, y será, durante todo febrero.
LOS MIL Y UN ROSTROS DE LA CHAYA ¿Qué es la chaya? Es una fusión de manifestaciones culturales que se da en tiempo de Carnaval, pero que no es precisamente el Carnaval. “Hay un punto de contacto entre la Chaya y el Carnaval, pero nuestra chaya es muy particular, es la fiesta del Carnaval del riojano –explica Walter Montivero, periodista local de radio provincia y Canal 13–. El Carnaval es más europeo, mientras que esta celebración es anterior a su llegada. La Chaya es muy riojana.”
“En tiempo ‘ei Chaya está el Carnaval”, señala Mónica Oyola, hija del músico don José Jesús de Oyola, reconocido como el “patriarca” de la chaya. Porque la Chaya es también un ritmo que forma parte del folklore argentino, y un gran festival en el que se presentan las principales figuras de la provincia y el país. Y la Chaya es una indiecita enamorada en una leyenda y la recreación del casamiento entre ella y el otro personaje central de la celebración, el Pujllay, su prometido. La Chaya es el festejo de la abundancia que realizaban los diaguitas que habitaban la región, un rito religioso, un ritual de agradecimiento a la Pachamama por los alimentos que recibían. “Chayar” significa rociarse con agua: se moja la tierra y se rocía a los chayeros. Se acarician los rostros con las manos llenas de harina, agradeciendo con este elemento los frutos y la posibilidad de recolectarlos.
“Es una época muy especial para esta zona, hay quienes trabajan todo el año esperando este tiempo de compartir y distenderse”, agrega la señora Oyola, sentada en el patio de su casa, conocida como la Casa de la Chaya. La influencia de su padre fue fundamental para que este ritmo se esparciera por los rincones del país. “Aquí los festejos son más íntimos, llegan músicos a entonar coplas y vidalas. En esta casa nunca se jugó con pinturas, acá se reunían y se siguen reuniendo cantores y escritores para compartir su producción. Nos acariciamos con harina, talco o maicena. La chaya es un ritmo musical, es la misma vidala que se fue acelerando”, concluye la hija del recordado folklorista.
La Chaya es ciento por ciento riojana, parte fundamental del ADN cultural de esta árida provincia del Noroeste que en febrero, el mes bendecido por las lluvias en estas tierras yermas, no se priva de jugar con agua.
EL MITO Una antigua leyenda cuenta que había una joven indiecita muy hermosa que estaba perdidamente enamorada del príncipe Pujllay, un joven pícaro, alegre y mujeriego, que la ignoró. Fue así que la joven, llevada por la desilusión y la pena de este amor contrariado, se internó en la montaña a llorar sus penas, y llegó tan alto que se convirtió en una nube. Desde entonces, vuelve cada verano de la mano de la diosa Quilla (luna) en forma de rocío, hecho que dio origen al nombre de la celebración: Chaya, que significa agua de rocío. Los diaguitas creían que la Pachamama se cobraba sus favores con la desaparición misteriosa de alguna joven en la montaña.
Cada año, la nube vuelve para ayudar a la Pachamama y rociar la tierra. Tiempo después, Pujllay, arrepentido y enterado del retorno de la joven con la luna de febrero, la buscó infructuosamente, y desilusionado por no poder concretar su amor debido a la oposición de la tribu, bebe hasta morir quemado en el fogón de la fiesta.
El Pujllay es el símbolo de la máxima fiesta riojana. El muñeco es como un hombre de tamaño natural, siempre anda vestido con ropa vieja y rota, sentado en una silla con una damajuana a su lado. Representa el espíritu de la fiesta, se desentierra al inicio y muere durante el festejo, hasta el año siguiente, que vuelve a desenterrarse. En el centro de la ciudad hay un muñeco gigante y en todos y cada uno de los barrios un Pujllay será quemado al final de cada celebración.
CHAYANDO POR AHI Los tradicionales “topamientos” se realizan en las plazas y calles de los barrios. Son encuentros donde se recrea el casamiento de la Chaya con el Pujllay, y algunos barrios como El Cardonal participan en un concurso municipal que premia la mejor puesta en escena. Así, los vecinos interpretan los papeles principales: el novio y la novia, el cura, el policía, la cuma (madrina) y el cumpa (padrino). Luego del casamiento ficticio, los chayeros se dividen en dos grupos, mujeres de un lado y hombres del otro. Todos con un ramito de albahaca en la oreja y un puñado de harina en cada mano. Así, y al ritmo de una chaya, saltan y se “topan”, se encuentran, se tiran harina. Luego del tercer “topamiento”, llega el momento cumbre: la quema del Pujllay. Los participantes cantan y bailan alrededor, se arrojan agua y harina hasta que el mítico muñeco queda reducido a cenizas.
“Para mí es emocionante cuando se quema el Pujllay, es místico –afirma Julio Bramajo– antes de perderse en un baño de harina y continuar con la organización de la Chaya de su barrio. “Para nosotros es como sacar el diablo que uno tiene adentro, la alegría contenida”, dice el hombre que representa al policía.
Llega la hora del casamiento y se juntan todos bajo el altar. “Yo los bautizo con agua y chorizo –grita el hombre que hace de cura–. Cuarenta veces yo los declaro marido y mujer. ¡Que vivan los novios! ¡Que vivan!” Y se desata la fiesta.
La Chaya del barrio Mercantil es “privada”. La calle se cierra y hay que pagar un pequeño ingreso. Hay un escenario montado donde se rotan los músicos y la gente baila en la calle, bajo una media sombra y un sinfín de banderines multicolor. Vuela la espuma y la harina. Huele a albahaca. Se bebe fernet con coca en vasos de plástico y jarras gigantes, y también corre mucho vino. Un tipo intenta unos pasos mientras se aferra a una mamadera gigante llena de tinto. “Durante estos días los riojanos matan las penas que vienen acarreando durante el año –afirma Juan Ramírez, periodista de la página web especializada en folklore La Coplera–. Acá nos olvidamos de todo, cantamos las penas tomando vino y echando harina.” El grupo Los del Río canta ahora sobre el escenario y Walter Montivero observa atentamente. El periodista, además de trabajar, disfruta a pleno del festejo. “Es una fiesta muy linda, y gracias a Dios sigue pasando en todos los barrios. Hay algunas Chayas muy tradicionales, como la de los Oyola, la de Camilo Matta y la de Pancho Cabral. Ahí no se pone música, no vas a escuchar un disco nunca. Es pura guitarra y bombo chayero, son muy auténticas.”
Por allí también anda el organizador de este evento, Jorge Llanes, el mecánico de la cuadra. “La Chaya viene de nuestros ancestros. Muchos años atrás, los indios la adoraban cuando cosechaban la algarroba. La Chaya es fiesta y alegría. La chaya es amistad. Acá somos todos iguales”, asegura y se pierde por ahí para ponerse en la piel del cura que llevará a cabo el casamiento.
La “Chaya de la Vereda”, organizada por el guitarrista Nelson Scalisi es una de las más tradicionales de la ciudad. Es domingo y el calor amainó. Está nublado y hasta llovizna un poco. Agua bendita para el desierto. Los vecinos van llegando y la Chaya, con el correr de la tarde, va tomando temperatura. “Esperamos todo el año muy ansiosos este momento. Acá no hay diferencia de edades ni clases sociales, somos todos iguales. Es la comunión que tenemos los riojanos,” afirma Scalisi.
Junto a él está Luis Robledo, el responsable de organizar el festival que se llevó a cabo en el Autódromo local del 9 al 12 de febrero y que reunió a las máximas figuras del folklore local y nacional, entre ellos Abel Pintos, Jorge Rojas y Sergio Galleguillo. “Estos eventos son espontáneos. El común denominador aquí es la harina, por eso dicen que ‘con harina la vergüenza se nos tapa’. La harina iguala todo. La Chaya trae paz, es un momento en el que todos se divierten. Lo que se ve aquí es la tradición, lo espontáneo. Vienen los cantantes, los amigos, acá se comparte todo, de la harina al vino”, dice y se va, bombo en mano, a tocar junto a Nelson Scalici y Germán Nieto, dos de los músicos más reconocidos de La Rioja. Luego pasarán la cantante Gloria de la Vega y su hermosa voz, a quien los chayeros presentes no dejan ir, y más tarde Pica Juárez, quizás el mejor compositor riojano de la actualidad.
Y todo el mundo canta y baila y bebe, y los niños corretean con espuma, y de pronto alguien te sorprende con un puñado de harina o pintura en la cara, y otro te ofrece un sorbo de su vino, y el vaso sigue pasando de mano en mano. Y llega el emotivo momento de quemar al Pujllay, y el delirio, como el diablo, se apodera del espíritu chayero. Y así es y será durante todo febrero, en una imagen que se replica en cada uno de los rincones riojanos. Pujllay arde, como La Rioja en la Chaya.
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