Domingo, 31 de marzo de 2013 | Hoy
De Mafalda a Maradona y de Olmedo a Isidoro Cañones, distintas esculturas de personajes reales y ficticios de nuestra cultura surgen en lugares emblemáticos de varios barrios porteños. Una invitación a interrumpir el trajín cotidiano para recordar y emocionarse en medio de una ciudad frenética.
Por Pablo Donadio
Fotos de Pablo Donadio
“Cuando el asalto de la fealdad se vuelva completamente insoportable, compraré un nomeolvides, un único nomeolvides, ese delgado tallo con una florcita azul en miniatura. Saldré con él a la calle y lo sostendré delante de la cara con la vista fija, para no ver más que ese único punto azul, para verlo como lo último que quiero conservar para mí y para mis ojos de un mundo al que he dejado de querer”, dice Milan Kundera por medio de uno de sus personajes, Agnes, en La inmortalidad (1990). Además de un gran escritor, el checo-francés siempre ha sido un sensible y agudísimo observador de la vida humana y de la locura que la ciudad provoca en el hombre. Visto con esos ojos, podría pensarse en un Kundera abrumado en medio del caos porteño, entre la 9 de Julio derruida y los subtes detenidos, sensación que seguramente no nos sea ajena: sin embargo, Buenos Aires sigue atesorando rincones verdes, cafecitos, bibliotecas y calles que pueden ser un remanso, así como barrios que al terminar la jornada laboral se tornan visibles nuevamente ante ese mundo que nada ve. En el centro, y muy cerca de él, distintos personajes invitan a un recorrido que no sólo despierta la curiosidad y los flashes de turistas ocasionales, sino el recuerdo de un tiempo feliz, de un querer popular ante el cual muchos se detienen, recuerdan y se emocionan.
DENTRO Y FUERA “Gracias, Negro, por tanta alegría”, se lee en un cartel sobre la escultura de Olmedo y Portales. Ajenos a algún tonto que nunca falta y rompe partes o les escribe encima, la sonrisa de sus personajes de “Borges y Alvarez” parece calcada de aquélla de No toca botón. Por ahí pasan cientos, miles de personas a diario, y se nota la mirada cómplice de los más grandes. “Internet te da la posibilidad de revivir algunos capítulos y así explicarles a los chicos quiénes eran estos dos genios. Pensar que para nosotros eran un poco zafados, pero comparado con algunos programas de hoy, son más inofensivos que Winnie Pooh”, dice José, un porteño de 54 años, mientras les saca fotos a sus hijos con los dos ídolos. Desde noviembre de 2011, la imagen alborotó la esquina de Corrientes y Uruguay, y todavía hoy en horas pico hay que esperar para sacarse alguna foto compartiendo su mítico sillón. La obra estuvo a cargo del artista plástico Fernando Pugliese y, pese a lucir como un bloque de material, su composición lleva fibra de vidrio y resina epoxi. Según una crónica del portal Diario de Cultura, la elección de este tipo de materiales tuvo que ver con el robo masivo de picaportes, placas y bustos de próceres “como el de Hipólito Yrigoyen en 2001, cuando un ladrón la cargó al hombro y huyó cantando: Ooohhh/ que se vayan todos/ que no quede/ ni uno solo”.
A pocas cuadras de allí, en la puerta del teatro Gran Rex y obra del mismo artista, la escultura de Sandro luce un impecable traje negro y la maravillosa rosa roja. Como la escultura de Fangio en Puerto Madero, al Gitano lo cuidan los propios vecinos desde fines del año pasado, cuando se quiso conmemorar su temprano debut artístico, 50 años atrás. Su porte y las cartas que le dejan cada día sus “chicas” exaltan la figura del actor y cantante popular. Su silueta y la mesita de café son tan reales que hasta los familiares, amigos y admiradores del cantante se asombraron. “Es algo maravilloso que esté su escultura en la puerta de este teatro tan importante”, se emocionó Olga Garaventa, la mujer que lo acompañó por años, el día de la presentación.
De Corrientes hay que irse hasta Avenida de Mayo. Ya puertas adentro, y gracias a la donación del escultor Gustavo Fernández, en el Tortoni se recrean los tres personajes más ilustres del famoso café: Jorge Luis Borges, Carlos Gardel y Alfonsina Storni. Basta entrar hasta el fondo para ver en un rincón una mesa que confunde a muchos primerizos, extrañados ante el tamaño humano del escritor y la poetisa, mientras el Zorzal criollo pareciera atenderlos de pie.
Entretanto, menudo problema tendría el Museo de la Pasión Boquense si despertaran algunas de sus estatuas: a la primera, realizada por la profesora y escultora Elizabeth Eichhorn para homenajear a Diego Maradona, se sumaron luego una para Román Riquelme y otra para Martín Palermo, mientras aseguran que pronto estará lista la del escultor bonaerense Enrique Savio que inmortalizará a Guillermo Barros Schelotto. Todo se inició en 2006 cuando se descubrió la imagen “del Diego”, de más de tres metros de altura. A ella le siguió la de Román, y pocos meses después la del Titán, con 3,06 metros de altura: un centímetro por cada gol.
CASI REALES San Telmo es uno de los barrios más emblemáticos y mejor conservados de la ciudad, aún repleto de caserones antiguos y fachadas coloniales a la vera de calles empedradas con adoquines. Es un lugar donde los recuerdos y el paso lento del tiempo les van bien a los ojos. Sentada, a salvo de la destrucción gracias a un compuesto que impide rayarla, la hija pródiga de Quino espera incansable la visita de los turistas. Vieja conocida –su escultura se estrenó en 2009–, Mafalda está representada con el tamaño de una niña de verdad, en un banquito de plaza blanco, justo en la esquina de Chile y Defensa y cerca del antiguo hogar del dibujante. “Siempre he expresado todo lo que he sentido por medio del dibujo. A través de la palabra me cuesta más...”, confesó por entonces Quino, con ojos brillosos. Irrepetible como ninguna, es difícil encontrar un personaje en la historia nacional e internacional que desde la década del ’60 resulte tan vigente. Pero Mafalda no es la única del universo de las tiras cómicas que anda por allí. Gracias a su éxito, en junio de 2012 se aprobó un proyecto para agregar nueve esculturas más de todo tipo y autor, y así rendir homenaje a tantos maestros del humor.
Con facha de comprador, Isidoro Cañones es un buen ejemplo de ello y del típico porteño canchero, que invita al abrazo en la esquina de Chile y Balcarce. Nacido en 1953 gracias a Dante Quinterno, el personaje que hizo reír a una generación con sus locuras luce paradito en la vereda del nuevo paseo, ahí nomás de Mafalda. “Ellos nos llevan a la infancia, porque dentro de cada adulto hay un niño grande que nos hace ver el mundo con más optimismo y sensibilidad”, comentó Manuel García Ferré el día de su inauguración. Poco tiempo después siguió la de uno de los personajes históricos del dibujante: Larguirucho. Desgarbado, con rostro despistado y bonachón, el amigo de Hijitus descansa en Balcarce y México. La lista sigue su recorrido con diferentes personajes que poco a poco van poblando las veredas, como el ya instalado Matías, el niño ocurrente de Fernando Sendra; o el Loco Chávez, aquel periodista aventurero que surgió de la pluma de Carlos Trillo y los dibujos de Horacio Altuna en 1975 y que pronto tendrá también su lugar. Entre todos ellos, la creación más popular de Caloi no puede pasar desapercibida y se instala como uno de los más buscados por los visitantes. Sentado en las gradas de Balcarce entre Belgrano y Venezuela, Clemente lleva la camiseta argentina y la boca entreabierta, como si estuviese por gritar un gol de Messi. Los chicos de alguna escuela de por ahí salen y le tocan la cabeza. Vuelven, y lo tocan de nuevo diciendo “¡vamos, vamos eh!”, como si el personaje pudiera interceder en los destinos del seleccionado. Pero qué sería del hombre sin la ilusión.
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