turismo

Domingo, 14 de abril de 2013

NOROESTE. RUINAS PRECOLOMBINAS EN JUJUY, CATAMARCA Y TUCUMáN

Huellas en la piedra

Desde las ruinas del Shincal en Catamarca hasta el Pucará de Tilcara en Jujuy y las ruinas de Quilmes en Tucumán, un periplo por los complejos arqueológicos que alguna vez fueran parte del Camino del Inca en el país. Un viaje en el tiempo por los antiguos senderos del Imperio del Sol en tierras argentinas.

 Por Guido Piotrkowski

Fotos de Guido Piotrkowski

El inca llegó desde Perú dispuesto a conquistar los pueblos del sur. Y el español atravesó el océano Atlántico con el mismo propósito. Ambos imperios coincidieron en su sed de conquista y en la lucha por el oro en el Noroeste argentino. Sin embargo los incas no permanecieron aquí más de 100 años, y cuando llegaron los españoles tuvieron que retroceder y volver a Cusco, la cuna de su imperio: se cree que en ese corto plazo pudieron haber construido el Shincal, en Catamarca, además de someter a varios pueblos de la región. Como los diaguitas-calchaquíes, entre quienes se encontraban los quilmes, que tenían una de las ciudades más pobladas del país, o los tilcaras, que ya habían construido su hoy célebre Pucará (fortaleza en quechua).

Estos tres sitios arqueológicos formaron parte del antiguo kapak ñan o Camino del Inca, el trazado de senderos de piedra que los hijos del sol construyeron desde el Cusco hasta el norte argentino y que formaban parte del Tawantinsuyo, las cuatro regiones del imperio. Se cree que estos pueblos comerciaban entre sí, ya que aún hoy –en las inmediaciones de las ruinas del Shincal sobre todo– se encuentran cerámicas y vasijas por doquier, vestigios que demuestran ese intercambio que pudo haber existido entre amaichas, colalaos, tombones, quilmes y otras etnias que luego formaron parte de la nación calchaquí. La de los incas fue una conquista cultural y estratégica, que en pocos años dejó sus huellas; las mismas que ahora se pueden conocer en una vuelta por el Noroeste, de Jujuy a Catamarca y Tucumán. Pasen, caminen y vean.

Las ruinas de los indios quilmes, en Tucumán: el único recuerdo de un pueblo extinguido en un éxodo obligado.

LAS RUINAS DE QUILMES Esta antigua ciudadela tucumana está situada en el corazón de los Valles Calchaquíes, a 1900 metros de altura en las inmediaciones de Amaicha del Valle. Las ruinas, probablemente construidas en torno del año 800 de nuestra era, fueron descubiertas por el arqueólogo Juan Bautista Ambrosetti en 1897. Los quilmes eran un pueblo muy bien organizado social, política y económicamente. Se estima que en el siglo XVII, durante su apogeo, llegaron a vivir aquí unos 3000 habitantes sólo en el área urbana, y otros 10.000 en los alrededores. Por esta densidad de población, que se repetía en algunos otros asentamientos de los Valles Calchaquíes, las ruinas de Quilmes pueden ser consideradas como una de las primeras ciudades prehispánicas de la Argentina.

En 1977, con vistas al Mundial de 1978, el ex gobernador de la dictadura Antonio Bussi se apuró en su reconstrucción con fines turísticos y sin preocupación alguna por hacer estudios previos. Hoy en día, sólo una pequeña parte del total de lo que fue la ciudadela se puede visitar de la mano de los guías nativos, que desde hace unos años acompañan a los visitantes en el recorrido: ellos son descendientes directos de los quilmes y pudieron volver a ocupar este sitio luego de largos años de conflictos, que aún no están del todo resueltos.

El complejo arqueológico, uno de los más importantes de nuestro país, pasó por varias manos, desde el Estado provincial a un concesionario que lo explotó en los años ’90 y construyó un hotel, hoy clausurado. Los guías locales son amables y conocen muy bien la historia, aunque muchos de ellos crecieron sin saber a ciencia cierta que eran descendientes de este pueblo. Y en eso están hoy, tratando de recuperar sus raíces.

En la parte más baja se encuentran las casas familiares, construidas con pircas o paredes de piedra, como la mayoría de las construcciones precolombinas. Estas viviendas son pequeñas y se estima que las habitaba una sola familia. Como la sociedad estaba estructurada en forma piramidal, el jefe siempre vivía en lo más alto, mientras los chamanes –encargados del mundo espiritual– habitaban en las afueras.

La historia cuenta que los quilmes eran un pueblo muy aguerrido, pero no pudieron soportar el sitio en el que les cortaron el acceso al agua en 1667. Así fueron vencidos, desterrados y obligados a marchar a pie hasta la ribera de Buenos Aires, en uno de los capítulos más tristes de la conquista. De los 2000 que salieron, sólo habrían sobrevivido al duro trayecto unos 400: el resto murió en el camino. Aquellos sobrevivientes fueron llevados a la reducción de la Exaltación de la Santa Cruz, donde padecieron maltratos y abusos. Terminaron muriendo por enfermedades diversas en tierras desconocidas y hostiles para ellos, que no conocían las plantas medicinales de la zona. Cuando se hizo el censo de 1810, ya no quedaban quilmes en Quilmes.

El Shincal, ruinas catamarqueñas que se creen de origen incaico a orillas del río Quimivil.

EL SHINCAL Las ruinas de El Shincal, de supuesto origen incaico, se erigen a cuatro kilómetros del centro de Londres, la segunda ciudad más antigua del país, muy cerca de Belén, en la provincia de Catamarca.

La antigua ciudadela fue erigida en medio de una espesa vegetación conocida como Shinqui, cerca del río Quimivil. Al parecer se construyó en torno de 1470 y estuvo habitada hasta 1536. Existen vestigios preincaicos que indican que El Shincal pudo haber sido un asentamiento de los paziocas –una de las etnias diaguitas– y algunos investigadores se inclinan por la teoría de que fue, efectivamente, una ciudadela diaguita. Allí aún se encuentran rastros de la cultura belén. Algunos de estos elementos se exhiben en el Centro de Interpretación que se encuentra en la entrada del complejo.

El Shincal era una especie de nudo central en el dibujo del Camino del Inca, entre Tucumán y las zonas del centro y norte de Chile a través del paso San Francisco. Su trazado urbano coincide con el modelo originado en el Cusco: una plaza principal, numerosas habitaciones comunes y dos pirámides enfrentadas, que son las plataformas ceremoniales. Hay que subir lentamente por sus grandes escalones para no quedarse sin aire, pero el esfuerzo bien vale la pena. Desde allí se puede comprender y apreciar un poco más la antigua ciudadela de piedra en la que se destaca el Ushnu ubicado en la plaza central. Se trata de una construcción típica utilizada como centro ceremonial. Desde arriba también se ven las kallankas, recintos rectangulares de pirca que habrían sido viviendas comunales y hasta fábricas textiles. Se cree que El Shincal pudo haber sido un importante centro administrativo del Imperio Inca, donde se hacía el control del caravaneo.

En la plaza central fue descuartizado el líder de las primeras rebeliones y alzamientos de la nación calchaquí, el legendario y bravío cacique Juan Chelemín.

El Pucará (fortaleza) de Tilcara es uno de los monumentos más conocidos del Camino del Inca en el Noroeste.

EL PUCARÁ La Quebrada de Humahuaca, en Jujuy, es uno de los rincones más ricos del país en cuanto a culturas originarias. Si bien no es un sitio en el que se encuentren muchas ruinas, salvo algunos corrales de llamas desparramados, en la ciudad-pueblo de Tilcara, a 2500 metros de altura, se encuentra el Pucará, una fortaleza que se distingue entre un sinfín de cardones en lo alto de un cerro. Las ruinas pueden verse claramente desde la Ruta 9, antes de cruzar el puente para entrar al pueblo.

Este conjunto arquitectónico, de unos 900 años de antigüedad, fue construido por los tilcaras, pertenecientes a la cultura omaguaca. Al igual que las de los quilmes, fueron descubiertas por Juan Bautista Ambrosetti en 1908. Pero fue su discípulo, Salvador Debenedetti, quien limpió el lugar en 1911 y comenzó una reconstrucción que, a su vez, retomaría en 1948 el arqueólogo Eduardo Casanova.

El Pucará está situado en lo alto de un lugar estratégico: a un lado el río Grande y al otro los grandes y escarpados cerros, una buena ubicación para defenderse de posibles invasores. Desde esa altura podían controlarse los campos de cultivo circundantes y las viviendas de los campesinos en los terrenos bajos. Pero el Pucará no era sólo una fortaleza: este tipo de construcción también tenía fines sociales y religiosos. Las ruinas albergaban viviendas, corrales y santuarios. El recorrido actual está dividido en tres sectores: la entrada, la iglesia y el alto. En la entrada estaban las viviendas, construidas con pircas. El sector conocido como la iglesia es en realidad el santuario, destinado a los ritos y ofrendas al sol y la luna. Es conocido así porque los pobladores habrían indicado a los primeros investigadores que allí se ubicaba la “iglesia de los indios”. La parte del alto, donde se encuentra el monumento en forma de pirámide, era otro sector destinado a viviendas familiares. Por su parte, la pirámide es un homenaje a los arqueólogos Juan Ambrosetti, Salvador Debenedetti y Eric Boman, un explorador sueco que fue el primero en mencionar las ruinas en 1903: sin embargo, no tiene nada que ver con la arquitectura original de aquí ni de ningún otro sitio de la región. Desde arriba se entiende por qué los constructores eligieron este punto para su fortaleza: la vista es majestuosa y se puede ver gran parte de la quebrada.

En el centro de Tilcara está el Museo Arqueológico Dr. Eduardo Casanova, que tiene salas permanentes y temporarias donde se da cuenta del avance en las investigaciones. El museo resulta un complemento ideal para entender un poco más, no sólo de las ruinas, sino de la cultura andina en general, donde pircas, santuarios, pirámides y fortalezas marcan la huella de un pasado al que vale la pena volver.

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Cerca de Amaicha del Valle los quilmes construyeron una de las más antiguas ciudades.
 
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