CUBA TRAS LOS PASOS DE JOSé MARTí, EL CHE Y FIDEL
Crónica de un viaje que sigue la huella histórica de la Revolución Cubana. De La Habana a Santiago de Cuba, pasando por Playa Girón y Santa Clara, pero también por el Museo de la Revolución, el Mausoleo del Che, el Cuartel Moncada y la tumba de José Martí: hitos de una historia candente, que late cada 1° de Mayo en la Plaza de la Revolución habanera.
› Por Julián Varsavsky
Fotos de Carlos Rodríguez
En Cuba, la historia no sólo se palpa en los edificios y monumentos: también sale al paso de manera inesperada, relatada por sus propios protagonistas. Como me ocurrió una mañana en el Museo de la Revolución de La Habana, mientras charlaba con un señor mulato sentado frente a la gran caja de cristal que protege al legendario yate Granma, aquel que llevó a 82 barbudos soñadores para hacer una revolución que todavía sigue dando mucho que hablar.
–Las personas que iban en el Granma –salvo Fidel y dos más– no sabían del peligro de esa travesía con un pequeño barco y en esas condiciones. Fueron siete días y cuatro horas casi sin provisiones. Hubo quien estuvo los siete días tirado en un rincón vomitando... Yo se lo advertí a Fidel: ‘Esto es una locura...’ –dijo el hombre como al pasar.
–¿A Fidel? –le pregunté desorientado.
–Sí, chico, a Fidel. Yo soy el timonel del Granma, el capitán de navío Norberto Collado.
Con una humildad pasmosa, el capitán Collado –héroe nacional de Cuba– contó que en la década del ’40 fue convocado por la marina norteamericana gracias a una cualidad de su sistema auditivo: podía escuchar un silbato que sólo oyen los perros. Era la persona indicada para operar equipos de resonancia en la Segunda Guerra Mundial. Así se incorporó al cazabombarderos C-13, que anduvo por el mundo persiguiendo submarinos nazis, entre ellos el temido U-Boat 176 hundido frente a las costas de Cuba.
De luchar bajo las órdenes del general MacArthur, Collado pasó a alistarse en 1956 bajo el mando del comandante Fidel Castro, a quien había conocido en la cárcel. En cuanto a la condecoración que recibió del presidente Truman, la arrojó al mar después de la invasión de Playa Girón. “Yo soy el responsable del cuidado del Granma, que es un barco histórico, de madera... ¿para qué lo vamos a exponer al aire libre, al acecho de un ciclón? Mira, es muy duro para el capitán de un barco que se lo pongan sobre tierra, es muy duro”, confesó Collado. Y se fue a su casa caminando, con el andar cadencioso de los mulatos, tranquilo porque su barco estaba a buen resguardo. Así solía pasarse las tardes de su vejez frente al Granma, hasta que murió hace cinco años.
Alucinado aún por el inesperado encuentro con la historia ingresé al Museo de la Revolución, instalado en el que había sido el Palacio Presidencial de Cuba hasta 1974. Junto a la entrada se ve el cañón autopropulsado SAU-100 utilizado por Fidel en Playa Girón. Luego, a lo largo de 30 salas, se exponen documentos y armas de la lucha guerrillera.
Los pisos y escaleras están revestidos con el mármol de carrara original. En la planta baja se explica el devenir de la Cuba contemporánea, incluyendo los ataques al Cuartel Moncada y al Palacio Presidencial el 13 de marzo de 1957, cuando un grupo de jóvenes revolucionarios asedió este edificio buscando ajusticiar a Fulgencio Batista (las marcas de los tiros aún se ven en la fachada). En el primer piso se expone el período entre 1959 y 1989, haciendo eje en las crisis de Playa Girón y de los misiles atómicos, que estuvo cerca de desencadenar una tercera guerra mundial. El punto culminante es el conjunto escultórico hiperrealista con estatuas de Camilo Cienfuegos y el Che en posición de combate.
HACIA BAHIA DE COCHINOS En La Habana alquilamos un auto para ir hacia la costa opuesta de la isla y bordear la famosa Bahía de Cochinos con su Playa Girón, por donde llegó la invasión contrarrevolucionaria desde Estados Unidos en 1961. El lugar, a pesar de estar asociado con la guerra, es un paraíso de playas vírgenes color turquesa que invitan a detener el auto y tirarse a nadar un rato.
Al costado de la ruta, un gran cartel con Fidel saltando de un tanque de guerra –dibujado a partir de una famosa foto– anuncia: “Girón. primera derrota del imperialismo yanqui en América latina”. En el poblado visitamos su museo histórico, donde se exhibe el uniforme ensangrentado del miliciano Eduardo García Delgado, quien herido de muerte escribió con su propia sangre el nombre de Fidel en una pared. También están en el museo un avión B-26 derribado por los revolucionarios, un tanque M-41 Walker Bulldog utilizado por los invasores, y unos impactantes zapatos de mujer ametrallados que pertenecieron a Nemesia Rodríguez Montaño, una adolescente cuya madre murió bajo las balas de los mercenarios. Aquel episodio inspiró al poeta Jesús Orta Ruiz la Elegía de los zapaticos blancos.
Desde Playa Girón seguimos viaje hacia la ciudad de Santa Clara, en el centro de la isla, para pasar allí la noche. En camino cruzamos cañaverales y plantaciones de mango y guayaba.
Los episodios de guerra ocurridos en Santa Clara sellaron el triunfo de la Revolución. La 8a Columna Ciro Redondo comandada por el Che asediaba la ciudad con 400 hombres mal armados. El ejército se había hecho fuerte en los puntos estratégicos y el Che calculaba que necesitaría un mes para tomarla. Pero los hechos se precipitaron cuando en una audaz operación, el 29 de diciembre de 1958, los rebeldes descarrilaron un tren blindado lleno de armas que llegaban como apoyo para derrotar al Movimiento 26 de Julio. Reforzados con las armas del enemigo, los rebeldes atacaron la ciudad y el 1° de enero de 1959 el Che en persona acordó con el jefe del regimiento la rendición incondicional. Tomada la ciudad, los castristas desconectaron el este del oeste de Cuba, imposibilitando al enemigo el envío de refuerzos. Ese mismo día, Batista huyó de Cuba y Fidel anunció la victoria.
En la monumental Plaza de la Revolución de Santa Clara está el mausoleo con la estatua de bronce más famosa del Che en Cuba y en el mundo, sobre un pedestal de 16 metros donde el guerrillero heroico avanza con su fusil al hombro. En la base se lee la famosa frase “Hasta la victoria siempre”. Y justo debajo está la tumba del Che, que recibió sus restos junto con los de sus compañeros caídos en Bolivia. Delante de las placas con sus nombres hay siempre flores frescas y una llama eternamente encendida.
En un extremo de la plaza se levanta el museo dedicado al Che, donde se exhiben la campera verde que tenía cuando le tomaron la foto más reproducida de la historia, una cámara Zenith que le perteneció, su boletín de escuela primaria, un mate, su bata de doctor, un ajedrez y la histórica carta de despedida a Fidel, en la que le informa su partida de Cuba para luchar en “otras tierras del mundo” y la renuncia a sus cargos “en la dirección del partido, de mi puesto de ministro, de mi grado de comandante, de mi condición de cubano”, agregando que nada legal lo ata a Cuba, salvo “lazos de otra clase que no se pueden romper como los nombramientos”. Y a metros del mausoleo del Che están cuatro de los vagones del tren blindado que inspiró una famosa canción de Silvio Rodríguez.
CIUDAD HEROICA Desde Santa Clara continuamos hacia el este en busca de Santiago de Cuba, bordeando el cinturón verde de la Sierra Maestra. Declarada Ciudad Héroe de Cuba, en Santiago fue donde se rindieron las tropas españolas en 1898, se gestó la Revolución con el ataque al cuartel Moncada y triunfaron las tropas rebeldes antes que en ningún otro lugar de la isla. Las paredes de Santiago narran la historia local. Las más explícitas son las de la Posta 3 del Cuartel Moncada, donde se ven las marcas de los tiros de los insurgentes liderados por Fidel Castro que atacaron el 26 de julio de 1953. El Cuartel Moncada fue levantado por la colonia española a fines del siglo XIX. Y en 1898, cuando Estados Unidos invadió Cuba, allí fue donde por primera vez se izó oficialmente en la isla la bandera de las barras y estrellas.
Los atacantes liderados por Fidel llegaron vestidos de militar el domingo de Carnaval de 1953, pero fueron descubiertos porque no llevaban las botas correctas. Por eso sonó la alarma y se desencadenó el fracaso. Luego de horas de combate, los sobrevivientes huyeron y Fidel fue apresado en los alrededores por el teniente Pedro Sarría, quien se negó a fusilarlo y lo presentó ante unos periodistas para que lo fotografiaran vivo. Años después, ese teniente a quien Fidel le debía la vida fue nombrado jefe de la custodia personal del líder revolucionario.
A las enormes instalaciones del cuartel se le demolieron los muros –lo hizo el propio Fidel manejando un tractor– para conformar la Ciudad Escolar 26 de Julio con 1600 alumnos. En la Posta N° 3 hay un museo donde se exhiben los instrumentos de tortura utilizados contra los atacantes, armas, fotos, panfletos y tapas de diarios. También se conservan los expedientes del juicio a Fidel Castro, quien terminó su alegato con la famosa frase: “La historia me absolverá”.
La planificación del ataque al Moncada se hizo en una granja que alquiló Fidel y donde se simulaba criar pollos. La Granjita Siboney –un pintoresco bungaló americano– es hoy Museo Nacional y se puede ver allí el antiguo pozo de agua donde se ocultaron las armas. En tres supuestos gallineros levantados para la ocasión por Abel Santamaría, muerto en el Moncada, se ocultaron los autos que trasladaron a los insurgentes hasta Santiago.
La fachada de la casa tiene marcas de metralla, no por haberse combatido allí, sino porque los militares llevaron a seis fusilados y los arrojaron en el lugar simulando que había habido un combate. En las salas se ven fotos de los preparativos para la acción, un fusil semiautomático M-1 de culata plegable, rifles de tiro deportivo utilizados en el ataque y uniformes manchados de sangre pero sin orificios de bala, prueba de las torturas a las que fueron sometidos los rebeldes.
LA TUMBA DEL MARTIR El viaje por la Cuba revolucionaria toma visos de peregrinación y desemboca naturalmente en la tumba de José Martí en Santiago. Al ingresar en el cementerio Santa Ifigenia, llama la atención que sobre muchas tumbas ondea la bandera cubana y en otras la rojinegra del Movimiento 26 de Julio. Las cubanas señalan a los generales de la Guerra de la Independencia y las rojinegras a los muertos de la Revolución en la Cuba contemporánea. Pero la razón por la cual miles de personas visitan cada año el cementerio es la calle de mármol que conduce al Mausoleo de José Martí: este eje monumental está flanqueado por 28 monolitos que representan la cantidad de campamentos rebeldes por los que pasó Martí antes de caer muerto en Dos Ríos el 19 de mayo de 1895. En cada monolito hay un pensamiento suyo cincelado: “Quien piensa en sí no ama a la Patria”; “No hay sermón como la propia vida”; “El alma vive de darse”.
El conjunto arquitectónico donde están los restos de Martí mide 26 metros de altura y su edificio central tiene forma hexagonal, con seis cariátides en representación de las provincias cubanas. La cripta se ve desde un balcón con su cofre de bronce cubierto por la bandera de Cuba y un ramo de flores blancas, como lo expresó el poeta en sus Versos sencillos: “Yo quiero, cuando me muera / Sin patria, pero sin amo, / Tener en mi losa un ramo / De flores, ¡y una bandera!”.
Terminar el viaje por la historia de Cuba en la tumba de Martí es como ir a la fuente de donde manó la indomable inspiración de varias generaciones de cubanos. Ya en el juicio por la toma del Moncada esto quedó bastante claro, cuando el joven abogado Fidel Castro –quien había asumido su propia defensa– anunció con absoluta convicción y sin el menor dejo de ironía quién habia sido el autor intelectual del asalto: “José Martí”.
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