Dom 21.04.2013
turismo

FRANCIA. PARíS DE LA MANO DE LA CHANSON

Una canción como guía

La canción francesa tiene un romance especial con París. Los temas dedicados a la Ciudad Luz pueden servir así de hilo conductor a una visita no convencional, que se hace con los ojos y los oídos, recorriendo desde la Bastilla a Pigalle, además de muchos rincones menos conocidos cuya fama se forjó a fuerza de un estribillo.

“Sous le ciel de Paris s’envole une chanson”, según un clásico que popularizó Yves Montand, evocando esa “canción que toma vuelo bajo el cielo de París”. Pero más que una son cientos, como una bandada de gorriones: o mejor dicho de piafs, para usar una palabra del argot parisiense que es familiar a todos los melómanos, ya que se convirtió en seudónimo de una tal Edith Giovanna Gassion, para siempre identificada con la voz eterna de París.

PARíS DESPIERTA Son las cinco y París se levanta, como cada mañana. En verano, cuando el alba es apenas un matiz de gris por encima de los techos, se cruzan los que van a dormir y los que se recién despiertan: porque París nunca duerme. El novelista Jacques Lanzmann supo describir en una canción de 1968 ese momento preciso, en una canción –“Il est cinq heures Paris s’éveille”– que empieza con un homenaje a dos plazas muy singulares: Dauphine y Blanche. La primera fue creada en el siglo XVII y es contemporánea de la muy turística Place des Vosges. Está en la punta occidental de la isla de la Cité, entre dos brazos del Sena, y fue bautizada por Enrique IV en honor a su hijo, el delfín, quien sería coronado rey como Luis XIII. Es una plaza triangular levantada sobre un islote aluvional, un lugar tranquilo a pasos de la Catedral de Nôtre- Dame. Aunque no haya sido siempre así: en 1314 fue el sitio donde se quemó vivo a Jacques de Molay, el último Gran Maestre de la Orden de los Templarios.

La plaza Blanche, por su parte, se levanta en el norte de la ciudad. Su nombre viene de una barrera que ya no existe, donde había que pagar un impuesto para ingresar mercaderías a París. Situada en la zona de Pigalle, al pie de la colina de Montmartre, apareció en muchas canciones: entre ellas “Où est-il donc?”, de la película Pépé le Moko (1937), con Jean Gabin; y “Place Blanche” de Boris Vian. Pero la vida nocturna y canalla de esta zona de la ciudad inspiró a muchos otros autores. El danés Georges Ulmer describió así la plaza Pigalle: “Es el gran mercado del amor, es el lugar donde deambulan los que confunden la noche y el día”. Hoy es sinónimo de vida nocturna, de sex-shops, de boliches, de clubes de strip-tease y de bares: un mundo en blanco y negro como lo describe la canción “Pigalle la Blanche”, de Bernard Lavilliers. Desde Maurice Chevalier y hasta los rockeros de hoy, todas las generaciones le dedicaron temas a la plaza, y junto con ella al Moulin Rouge, que la protege con sus aspas de fantasía y su reluciente torreón rojo. Según algunas leyendas, ya existía un molino en este emplazamiento a fines del siglo XIII: lo cierto es que en 1889 estaba abandonado y fue salvado de la demolición gracias a un empresario de espectáculos que lo transformó en salón de baile. De la mano de artistas como Yvette Guilbert, la Goulue y sobre todo el french-cancan y los afiches de Henri de Toulouse-Lautrec, la fama del Molino llegó a todo el mundo. Entre otras anécdotas, se dice que el Moulin Rouge tiene el mayor caudal de champagne del mundo. Muchas canciones lo mencionan, pero una de ellas –un vals romántico– tuvo más trascendencia que otras, en gran parte gracias a Juliette Gréco.

DE LA TORRE Y EL SENA A las cinco de la mañana, Lanzmann dice que la Place Blanche tiene mala cara y la Torre Eiffel tiene los pies fríos. La “torre del Sr. Eiffel” –como la llama una canción de Jean Nohain de los años ’40– es otro tema clásico a la hora de cantarle a París. Entre 1855 y 1900 París organizó cinco veces la Exposición Universal: para una de ellas, la de 1889, el ingeniero en obras civiles Gustave Eiffel presentó su proyecto de una torre de metal de más de 300 metros de altura. Fue el edificio más alto construido por el hombre en su momento, cuyo objetivo era demostrar la solidez de las construcciones metálicas, la gran especialidad de Eiffel. Las canciones no estuvieron de más para que finalmente el monumento fuera aceptado por el público, y quizá contribuyeron a salvarla de la demolición luego de la exposición. Muchas canciones sobre París en general la mencionan, pero ninguna de manera tan especial como “Y’a de la joie”, de Charles Trenet: la torre sale de paseo y salta el Sena con sus patas de hierro... Una escena de comic strip para una canción con ritmo de swing que fue un enorme éxito a fines de los años ’30 y se convirtió luego en un clásico.

Entre tanto, el río y sus muelles podrían llenar un cancionero entero. Las aguas turbias, envueltas en bruma a la cinco de una mañana otoñal, inspiraron a los cantautores más que los monumentos famosos: incluso algunos años varios éxitos a la vez glorificaron el Sena. Léo Ferré, Maurice Chevalier, Michel Legrand, Joséphine Baker, Petula Clark, Marianne Faithful y muchos otros tienen en su repertorio alguna canción para este río que protegió París en sus primeros tiempos, cuando era apenas un pueblo romano refugiado sobre una isla fluvial. Con el tiempo, ambas riberas desarrollaron caracteres muy distintos, que se remontan al Medioevo: la rive gauche, a la izquierda, universitaria, anticonformista y bohemia. La rive droite, a la derecha, sede del poder, de las instituciones, del dinero y de los pudientes. No es por casualidad que los cabarets surgieron sobre la ribera izquierda, luego de la liberación de París a partir de 1944. En la zona de St. Germain y del Barrio Latino, la movida parisiense abandonó Montmartre para ocupar sótanos y pequeñas salas de espectáculos donde surgieron los grandes cantautores de los años ’40, ’50 y ’60: Léo Ferré, Mouloudji, Barbara, son algunos de ellos, pero en aquellos tiempos la verdadera reina de la noche fue Juliette Gréco y su príncipe fue Boris Vian. Ambos sobresalieron en una época en que se dio vuelta la página de la guerra y los años precedentes, para dar paso a un nuevo estilo de vida y, por lo tanto, de música. Las nuevas voces veneraban el jazz y los ritmos norteamericanos. La chanson, tal como se hizo famosa gracias a las obras de Georges Brassens, Jacques Brel, Gilbert Bécaud y Charles Aznavour, nació también en esos cabarets y en ese ambiente bohemio y anticonformista de la rive gauche. La época y sus sonidos fueron rescatados en los años ’90 y 2000 por la obra de Dany Brillant, un cantautor que versiona clásicos de la época pero también compuso muchos temas nuevos, como “Viens à St Germain”, que invita desde el título a visitar el emblemático barrio parisiense. La rive gauche y los recuerdos de Jacques Prévert, Léo Ferré, Jim Morrison, Zelda Fitzgerald, el jazz y Serge Gainsbourg inspiraron a su vez a Alain Souchon, uno de los más relevantes intérpretes de la renovación de la chanson en los años ’70 y ’80: “Les chansons de Prévert me reviennent”.

La invitación podría seguir con temas interpretados por Yves Montand (sin duda el mejor embajador de París cuando de canción se trata), Serge Gainsbourg y muchos otros. El paseo continúa por los grandes bulevares (Yves Montand otra vez), los Champs Elysées (cantados por Joe Dassin en varios idiomas), la isla Saint Louis (Léo Ferré una vez más), las grandes tiendas (con Mademoiselle de París, Jacqueline François), Ménilmontant (con un nativo de este barrio obrero, Maurice Chevalier), el Parque Monceau o la plaza de la Contrescarpe (con Yves Duteil), los bouquinistes del Sena (con Vincent Delerm) y muchos otros. Y sólo por mencionarlo, a modo de conclusión: Pierre Perret armó toda una historia usando sólo los nombres de las estaciones de subte en su canción “Bercy Madeleine”, perfecta para escucharla letra en mano y testear su nivel de francés. Sin olvidar “Les prénoms de Paris”, un clásico de Jacques Brel que no podía faltar en los guías de este paseo musical.

Informe: Pierre Dumas.

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