BUENOS AIRES. ISLAS Y COSTAS DEL DELTA BONAERENSE
Un recorrido por un clásico de los fines de semana porteño, que siempre es una escapada a un remanso de tranquilidad en el vergel del delta del Paraná.
› Por Mariana Lafont
Fotos de Mariana Lafont
Según reza una leyenda, cerca del arroyo que luego se llamaría Tigre vivía un yaguareté (tigre americano) que hacía destrozos en las casas. Los pobladores lo sacrificaron, y desde entonces el arroyo pasó a ser conocido con el nombre de Tigre. En la zona quedaban muchos yaguaretés, pero con el avance de la población se fueron extinguiendo y hoy sobreviven unos pocos en la selva misionera, al norte de Argentina. Tan sólo 30 kilómetros separan el Obelisco (en pleno centro de la agitada y vertiginosa Buenos Aires) de Tigre, apacible vergel de la zona norte de la provincia de Buenos Aires y un sitio privilegiado para vivir, trabajar y visitar disfrutando del río, la naturaleza y los deportes náuticos. Si bien siempre fue un paseo tradicional de los porteños, con sus mansiones señoriales y sus recreos de fin de semana, desde la década de 1990 ha tenido un gran auge inmobiliario, con la construcción de grandes emprendimientos y barrios privados como Nordelta.
Aquí culmina el delta del Paraná, uno de los ríos más importantes de Sudamérica, que arrastra gran cantidad de sedimentos en su curso hacia el Río de la Plata y que dan origen a las islas del Delta, llenas de álamos, ceibos, juncos, mimbres, cañas y sauces (de los que se extrae madera) y muchos cítricos. La primavera es una explosión de color con azaleas, madreselvas, hortensias y orquídeas. Y la fauna es una de las más variadas que se hallan a pocos kilómetros de la gigante capital argentina, con nutrias, carpinchos, aves y peces. La ocupación de estas tierras comenzó casi con la segunda fundación de Buenos Aires, allá por 1580, y de la mano de labradores. Muy pronto se convirtió en un puerto de contrabando, donde los portugueses asentados en la Colonia del Sacramento (en el actual Uruguay) podían pasar sus mercancías. Recién a principios del siglo XX se empezó a popularizar como destino turístico, con la ayuda de la llegada del tren eléctrico.
Caminar o navegar el Tigre es internarse en un mundo diferente (a menos de una hora de la city porteña), donde el verde de la frondosa vegetación contrasta con las marrones aguas de la telaraña acuática que es el delta del Paraná. Muchas de sus islas albergan desde sencillas casas de fin de semana, escuelas para los locales, hasta resorts y hoteles de jerarquía internacional o restaurantes de primer nivel. Y en ese entramado de ríos, canales y arroyos sobresalen coloridos muelles de madera y embarcaciones de todo tipo que van y vienen sin cesar; lujosos yates y veleros, lanchas colectivas y madereras, botes, canoas y los delicados botes de remo barnizados, todo un símbolo de Tigre, cuna del remo argentino.
LOS COMIENZOS DEL REMO A lo largo de las orillas del río Tigre se ubica la Estación Fluvial Domingo Faustino Sarmiento de lanchas colectivas y catamaranes, que llevan pasajeros por el Delta. Frente a ésta se hallan los embarcaderos de Línea Delta y Cacciola, que van a Nueva Palmira y Carmelo, en el vecino Uruguay. Las lanchas colectivas hechas con madera de caoba son una de las postales más típicas y bonitas de Tigre. Se trata del único medio de transporte público disponible en el Delta, con un diseño de los años ’40 aún vigente. Cada empresa tiene sus rutas de navegación y funcionan como un colectivo para lugareños que se inmiscuye en la verde telaraña del Delta. Pero también son muy usadas por turistas y visitantes que van a pasar el día a alguna isla o simplemente quieren pasar unas horas navegando (un recorrido total puede durar tres horas, dependiendo de cuántos pasajeros asciendan y desciendan en el trayecto).
Frente a la estación fluvial está el Museo del Mate (popular infusión de Argentina, Uruguay y Paraguay), único en el mundo, y que alberga más de 2000 piezas con mates, bombillas, envases, termos, documentos, libros, yerberas, piezas publicitarias y demás artículos. La visita a las cinco salas puede durar desde 25 minutos (si va rápido) hasta dos horas, si mira en detalle cada objeto. Lo ideal es ir acompañado por un guía que cuenta la historia desde los orígenes hasta la actualidad del mate, los envases y los métodos de calentar el agua. Luego hay un auditorio donde se proyecta un video de ocho minutos sobre la yerba mate. Por último, en el jardín se puede disfrutar de unos buenos amargos o una rica comida casera bajo la generosa sombra de los árboles. Y a pocas cuadras del museo pero en la orilla opuesta se encuentra el Parque de la Costa que, desde 1997, es uno de los más importantes de Argentina y América del sur. Ubicado en la intersección de los ríos Luján y Tigre, el predio de 14 hectáreas alberga cuatro montañas rusas de acero y una acuática, una gran laguna para show de aguas danzantes y un muelle para catamaranes que brindan paseos.
A metros del parque está el río Sarmiento (homenaje al ex presidente argentino, uno de los educadores más importantes del país y enamorado del Delta), uno de los ejes centrales de Tigre, donde hay importantes centros recreativos y clubes de remo, como el emblemático Buenos Aires Rowing Club, que desde 1873 sería la escuela del remo argentino e impulsor de otros clubes. No en vano le llaman a Tigre “la cuna del remo”, uno de los primeros deportes practicados por los porteños. Y dicha especialidad tiene su Monumento al Remero en la unión de los ríos Tigre y Luján, donde además nace el paseo Lavalle-Victorica, una cuidada y acogedora costanera con bares y restaurantes para hacer un alto en la caminata. Esta serpenteante rambla sigue el curso del río Luján y tiene arboladas plazoletas llenas de bancos, juegos para niños y fuentes. Por la tarde es el sitio ideal para caminar, andar en bicicleta, charlar con amigos y tomar unos mates. Muchos de los clubes de remo que aquí se encuentran funcionan en antiguas casonas de principios del siglo XX con esmeradas decoraciones en pisos, techos y jardines trasladando al visitante a los tiempos de la Belle époque.
Y para los que disfrutan los museos, en este paseo también se encuentran dos de los más interesantes de Tigre. El primero, a mitad camino, es el Museo Naval de la Nación, donde se atraviesa la historia de la navegación argentina con piezas y maquetas históricas. Mientras que el Museo de Arte de Tigre está al final del paseo (al lado de la municipalidad), siendo uno de los puntos más encantadores de la zona y una cita obligada no sólo por sus obras (una colección de arte figurativo argentino desde fines del siglo XIX a mediados del XX, con obras de grandes artistas como Sívori, Quinquela Martín, Berni y Soldi entre otros) sino por el bello edificio en el que se encuentra, la sede del antiguo Tigre Club. El edificio se inauguró en 1912 y fue un ejemplo más de la ola de bellas construcciones de estilo europeo que hubo en la Argentina del Centenario. El Tigre Club (ubicado junto al fastuoso Tigre Hotel que hoy no existe, tras ser destruido por un incendio en 1940), se construyó como centro social y de esparcimiento con casino y salón de baile. Pero el apogeo duró hasta la crisis económica de 1930 y estuvo abandonado hasta 1974, cuando lo recuperó el municipio. Finalmente en 2006 se inauguró el museo y hoy se disfruta de este valioso patrimonio histórico en todo su esplendor, con una escalera de mármol de Carrara, pisos de roble de Eslavonia, espejos venecianos y grandes arañas que brillan como en sus mejores tiempos.
FRUTOS, MIMBRE Y MUCHO MAS Visitar Tigre y no pasar por el puerto y mercado de frutos es como no haber ido al Tigre. Sin dudas es un paseo clásico e infaltable. Antiguamente en este puerto se comerciaban frutos exclusivamente, pero hoy en día la actividad se redujo y se usa para vender productos de mimbre y madera, generalmente artesanales. El puerto tiene tres dársenas. De la primera parten a diario excursiones en catamarán de una o dos horas de duración. En la dársena central se concentran las “lanchas-almacén” que abastecen a los habitantes de las islas con los más variados productos. Estas vistosas embarcaciones llevan todo tipo de mercaderías a zonas de difícil o imposible acceso y, a su vez, traen al puerto muchos artículos producidos en las islas, como madera, miel, nueces de pecán y cítricos. Al igual que las lanchas colectivas, estos barcos le dan un toque pintoresco al Delta y sin dudas tienen un gran valor sentimental para los isleños. En el corazón del puerto hay un mercado al aire libre (muy concurrido los fines de semana, para hacer compras cómodamente conviene ir temprano) con muchos puestos y coloridos locales de decoración que ofrecen muebles, adornos y accesorios fabricados en caña y mimbre. También se pueden adquirir deliciosos dulces y mieles caseros, flores, plantas y variedad de frutas. Y para descansar un rato hay sitios donde comer con vista al río Luján. Finalmente, en la última dársena los barcos fluviales madereros descargan cientos de troncos de sauce y álamo provenientes de las islas forestales.
A pocas cuadras de este puerto y del Casino Trillenium, hay un sitio muy ameno y especial del Tigre: el boulevard Sáenz Peña. En esta corta calle desde hace unos años vienen surgiendo coloridas galerías de arte y tiendas de diseño, dándole un sello propio y diferente al barrio. Y en una atractiva esquina pintada de verde sobre la misma calle que le da nombre funciona un restó-café-galería de arte-casa de antigüedades que por el 1800 era un almacén de ramos generales. Entre cajas de galletitas, mostradores de madera y decoración vintage este rinconcito invita a pasar un grato momento con rica comida. Además, en la planta alta hay una colección de juguetes antiguos, muebles y una galería de arte para exposiciones mensuales. Lo llamativo es que aquí literalmente todo está a la venta, desde la copa en la que te sirven la bebida hasta las arañas, sillas y mesas, de exquisito buen gusto. Y, obviamente, uno se quiere comprar todo. La carta –creada por la talentosa chef Juliana López May– es muy variada y ofrece platos caseros para desayunos, almuerzos y meriendas elaborados con productos de estación. Y la última novedad del boulevard es que desde marzo de este año todos los miércoles funciona el mercado Sabe la Tierra, una feria de alimentos orgánicos, artesanías y objetos de diseño hechos con materiales reciclados. El primero de estos mercados viene funcionando en la estación San Fernando del Tren de la Costa. Un sitio ideal para los cultores del consumo sustentable y los amantes de las ferias al aire libre. Una opción más en el entrañable Tigre.
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