Dom 23.06.2013
turismo

ALMA CENTROAMERICANA

Alma centroamericana

La capital nicaragüense es una ciudad arbolada de casas bajas y aires pueblerinos, donde aún se respira mucha política ligada a la revolución sandinista. El Parque Nacional Volcán Masaya y los “pueblos blancos” completan un viaje que combina historia, naturaleza y cultura unidas por el abrazo del trópico.

› Por Julián Varsavsky

Fotos de Julian Varsavsky

El capitán del avión anuncia que sobrevolamos la ciudad de Managua. El cielo está límpido pero la urbe casi no se ve, camuflada bajo las arboledas que hacen de la capital “nica” una de las ciudades más verdes del continente. Muy pocos edificios sobresalen del dosel vegetal, ya que por los terremotos Managua tiene muy pocos: la mayoría colapsó y por precaución se los evita (el más alto es uno de 18 pisos que resistió el gran sacudón de 1972).

Una vez en tierra, al salir del aeropuerto se mantiene ese aire pueblerino en toda la ciudad, donde el caluroso abrazo del trópico se hace sentir atenuado por la sombra y el aroma a verde de sus miles de árboles, más el frescor del agua de las cuatro lagunas que hay en Managua. El tránsito es sorprendentemente tranquilo para una capital latinoamericana, que es a su vez la más segura de Centroamérica. Tiene grandes plazas y espacios no urbanizados que son, por ejemplo, estacionamientos junto a edificios gubernamentales. Esto es porque después de 1972 se prefirió no volver a edificar la zona devastada: por allí pasa una peligrosa falla.

Como resultado, la ciudad tiene grandes espacios abiertos y una apariencia descomprimida que la hace agradable para vivir, aunque por momentos parece vacía.

En el hotel nos recibe el verborrágico guía Juan Padilla –o “Juan sin miedo” para los amigos–, un “nica” hasta la médula quien, a lo largo de los días, iría revelando algunas de sus profesiones: estudió pilotaje de avión, dos años de Medicina y una licenciatura en Geología, todo en Cuba, más una especialización en Vulcanología hecha en Japón. Rápidamente descubriríamos que Juan es capaz de responder con una exactitud asombrosa toda clase de preguntas médicas, biológicas, geológicas, históricas, musicales y arquitectónicas sin recurrir a la Wikipedia en su iPhone sino a su memoria prodigiosa (además habla japonés, inglés y misquito).

La primera explicación de Juan al salir a recorrer la ciudad es que las calles no tienen nombre. Lo tuvieron pero ya no, porque con los terremotos de 1931 y especialmente el de 1972 gran parte de las edificaciones de adobe de la antigua Managua se cayeron (los nombres estaban pintados en la pared de cada casa esquinera) y luego se perdió la costumbre de llamar a las calles por su nombre.

“Mi casa, por ejemplo, queda en: ‘Del portón del Hospital Alemán, tres cuadras arriba y dos hacia la montaña’”, explica Juan con tono pedagógico, agregando que “hacia el lago” significa norte, “hacia la montaña” es el sur, “arriba” es el este y “abajo” el oeste (donde “baja” el sol).

Las avenidas principales mantienen su nombre pero las cosas se complican –sólo para los extranjeros y los “nicas” más jóvenes– cuando la referencia es un lugar que ya no existe: “De donde estaba la Pepsi, una cuadra hacia abajo”, podría ser un ejemplo. El problema es que la fábrica de Pepsi se redujo a cenizas una noche de 1967 y nunca más se volvió a levantar. Y esto ocurre en incontables casos, ya que la vieja Managua desapareció casi por completo en 1972, pero no así sus habitantes. Arboles, rotondas y negocios son por lo tanto hitos fundamentales para explicar las direcciones en los sobres de las cartas.

Monumento a Sandino en la Plaza de la Revolución, epicentro de los episodios que derrocaron al régimen somocista.

LA LOMA DE TISCAPA Nuestro recorrido comienza en el punto más elevado, la Loma de Tiscapa, un lugar fundamental en la historia del país. Al subir por la colina se va agrandando la monumental silueta negra de 18 metros en homenaje al general Augusto Sandino, que se ve desde casi toda la ciudad iluminada en la noche. Fue obra del poeta, sacerdote, escultor y revolucionario Ernesto Cardenal en 1990. Y la elección del lugar para ubicar al héroe nacional no es simplemente porque desde allí se ve bien, sino que es también un símbolo libertario plantado en el mismo lugar donde estuvo la sede del poder en su forma más cruenta, en tiempos de los Somoza.

Exactamente a los pies del gran Sandino fue inaugurada en 1931 la Casa Presidencial o “Mansión Somoza”, dos meses antes del gran sismo de ese año, que la afectó bastante. Aunque reconstruida, con el terremoto de 1972 colapsó definitivamente. Hoy no queda nada de esa casa, pero se exhibe en el lugar una tanqueta Fiat usada en las campañas italianas de Abisinia, un regalo de Benito Mussolini a Anastasio Somoza en 1936. “Dios los cría y el diablo los junta”, agrega Juan, comentando que El Duce y Somoza no casualmente fueron grandes amigos.

Nuestro guía se pasa el día entero haciendo chistes, pero cuando le toca hablar de los Somoza se pone serio: “Diez metros debajo del suelo que pisamos estaban las cárceles subterráneas de la dictadura, donde se torturaba a los adversarios y se los tiraba a la laguna volcánica que ven a sus espaldas, para que se los comieran los caimanes. Al triunfar la revolución los sandinistas trajeron al mismo lugar a los esbirros de Somoza y les dieron de su propio caldo”.

En la fachada neoclásica del Palacio de la Cultura cuelga una gigantografía de Sandino.

POR LA AVENIDA BOLIVAR Bajamos de la Loma de Tiscapa y el guía nos avisa que no tomemos fotos porque cruzamos el Campo de Marte, antigua sede del ejército somocista, hoy Cuartel General del Ejército Popular Sandinista. Al tomar la avenida Bolívar vemos el moderno edificio piramidal del ex Hotel Intercontinental –hoy Crowne Plaza– otro de los pocos que resistieron los embates de la tierra.

Más adelante pasamos por la Asamblea Nacional y la plaza Luis Alfonso Velázquez Flores, un niño mártir de 11 años asesinado por la Guardia Nacional Somocista en 1979. A pesar de su corta edad, era un dirigente estudiantil sandinista que militaba en la lucha contra la dictadura. Luis Alfonso fue buscado y encontrado por un esbirro de Somoza, quien le disparó en la nuca y luego lo pisó con su auto.

El parque Luis Alfonso Velázquez Flores hoy está dedicado a los niños, con juegos y entretenimientos gratuitos recientemente reacondicionados y modernizados.

Por la avenida Bolívar llegamos al centro histórico de Managua y su Plaza de la Revolución, donde 200.000 personas se reunieron el 20 de julio de 1979 para recibir a las tropas sandinistas que acababan de tumbar a Somoza. Uno de sus edificios emblemáticos es el actual Palacio de la Cultura, antiguo Palacio Presidencial primero y Asamblea Nacional después. Cuando el señorial edificio de líneas neoclásicas era sede del singular Congreso Nacional de la dictadura, el régimen recibió uno de sus más duros golpes políticos: fue tomado por un comando guerrillero al mando del legendario Comandante Cero (Edén Pastora).

El 22 de agosto de 1978 el comando sandinista llegó al lugar con uniformes de la guardia presidencial, que cada vez que el dictador se acercaba a un lugar se adelantaba para desarmar a los guardias locales, por miedo a que estuvieran infiltrados. Eso hicieron y pudieron tomar el Congreso en plena sesión, donde estaban varios familiares de los Somoza. Luego de dos días se negoció la entrega de los rehenes a cambio de la liberación de los comandantes Daniel Ortega y Tomás Borge más otros prisioneros, 500.000 dólares y dos aviones para la fuga. Hoy cuelgan en la fachada del Palacio de la Cultura dos gigantografías con los retratos del general Sandino y Carlos Fonseca Amador, fundador del Frente Sandinista de Liberación Nacional en 1961 y caído en combate. Frente al Palacio Nacional se levanta una estatua del general Sandino y en diagonal están las tumbas de Fonseca Amador y Tomás Borge.

Sensualidad en la pintura en el mercado de artesanías de Masaya.

CATEDRAL EN RUINAS Managua tuvo la catedral más fastuosa de América Central, inaugurada en 1938 con grandes vitrales, bajorrelieves, mármoles de Carrara, un altar tallado en una sola pieza de alabastro decorado con oro, y un armazón de hierro monumental traído en barco desde Bélgica. El templo está a un costado de la Plaza de la Revolución, de pie pero en estado ruinoso, resultado del terremoto del ‘72. Una de las fallas geológicas que atraviesan la ciudad queda a 27 metros de la catedral, así que no se la piensa restaurar. Así y todo, irradia de ella un misterioso aura de fastuosa decadencia que la hace doblemente interesante, con estatuas de santos que han perdido algunos de sus miembros, ventanales sin vidrios y cielorrasos derrumbados. En su torre-reloj el tiempo se detuvo a las 12.35 del fatídico 23 de diciembre de 1972.

En sus tiempos dorados la familia Somoza tenía un lugar de privilegio entre los bancos y muchos de sus miembros se casaron allí y recibieron responso clerical. La última vez que se usó fue para un videoclip de Enrique Iglesias.

Nuestro viaje “nica” termina a pura fiesta en La Casa de los Mejía Godoy, una familia de tres generaciones de músicos famosos en el mundo por sus cantos acompañados de acordeón, guitarra y cajón. Bajo el techo de palma del restaurante nos recibe nada menos que el legendario Carlos Mejía Godoy con su grupo. Para acompañar la música saboreamos frijolitos con crema y tortilla, cerdo asado con yuca, canastitas de plátano verde, gallo pinto –arroz frito con cebolla y pimiento, y frijoles rojos cocidos con ajo– más un suculento vigorón: chicharrón con yuca y ensalada de repollo y tomate, envueltos en hoja de plátano. Y por encima de todo, la música, la política y la poesía: “Los venceremos amor, ¡no pasarán! /Si mañana que irrumpa el nuevo día / Con su fiesta de pájaros y niños, / aunque no estemos juntos, te lo juro, / No, ¡no pasarán!”.

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