Domingo, 14 de julio de 2013 | Hoy
NEUQUéN. INVIERNO AL PIE DEL VOLCáN
Una visita al centro neuquino de deportes invernales rodeado de araucarias, donde se pueden practicar esquí alpino y nórdico, caminatas con raquetas y otras actividades en la nieve. Cervezas, masajes y más en esta encantadora aldea de montaña que cada invierno redobla su apuesta.
Por Guido Piotrkowski
Fotos de Guido Piotrkowski
Un mes atrás, el volcán Copahue intensificó su actividad normal y mantuvo en vilo a los 900 habitantes de Caviahue, que una vez declarada la alerta roja tuvieron que evacuar esta preciosa aldea de montaña a los pies del gigante que no está dormido. Una semana después, el nivel de alerta se redujo a naranja y amarillo progresivamente, y los pobladores –acostumbrados a las vicisitudes de la naturaleza– retornaron a sus hogares y a su ritmo de vida. Un ritmo lento, pausado, montañés. Un ritmo que vienen a buscar aquellos que, año tras año, se instalan aquí con el fin de cambiar su estilo de vida. El mismo ritmo buscan los turistas que, tanto en invierno como en verano, colman la capacidad hotelera de este joven poblado neuquino ubicado a 1600 metros de altura y fundado en 1986 en medio del glorioso paisaje cordillerano. Paisaje ahora cubierto de blanco, y eternamente poblado de araucarias o pehuenes, hermosos árboles milenarios que con su fruto –el piñón o pehuén– dieron de comer a generaciones de mapuches: ese mismo fruto que hoy en día es rescatado como un producto gourmet, estrella en los festivales gastronómicos de la región.
Un mes después del alerta y la evacuación, con los ecos del Copahue acallados, más de un metro y medio de nieve en el pueblo y tres metros en la base del cerro, Caviahue se prepara para una nueva temporada invernal. Esquí alpino y nórdico, snowboard, caminatas con raquetas, paseos en motos de nieve y hasta en las divertidas bananas, esos inflables que se ven en las playas y que un ingenioso trajo hasta aquí para hacer de las suyas en la montaña. Paseos en vehículos oruga y trineos tirados por perros. Masajes relajantes y descontracturantes. Chocolate caliente y cerveza artesanal. Razones y atracciones varias para darse una vuelta por Caviahue.
CALZADO MILENARIO “Es bastante sencillo caminar con las raquetas. Lo único que tenés que saber es que no hay que dar ni un paso atrás. Hay que ir con los pies separados, no tiene muchos más secretos. Y a veces hay que golpear la raqueta con el bastón en la base para sacar la cantidad de nieve que se acumula”, explica Paulo Fanti, guía de Eneqene Turismo, antes de salir a recorrer el bosque con este calzado tan particular. Que, sin embargo, no es ninguna novedad. Las raquetas de nieve se utilizan desde hace miles de años: su origen se remonta al Asia Central, cuando las calzaban los cazadores para trasladarse en sitios donde nevaba mucho y no se podía transitar a pie. Claro que antes estaban hechas de madera y piel, en tanto hoy son de un metal liviano con cuerdas de tela y plástico.
En un día gris, nos adentramos en el bosque blanco para recorrer el circuito conocido como la Cascada del Agrio, de tres kilómetros y medio entre ida y vuelta. Como bien afirma Paulo, la técnica es sencilla, pero no por eso deja de ser cansador. Sobre todo cuando hay tanta nieve y a cada paso es posible llegar a hundirse hasta la cintura, a pesar de que el guía vaya en la delantera abriendo huella.
El circuito –entre araucarias, arroyos y ñires que apenas asoman entre el manto blanco– es, a pesar de extenuante, ideal para hacer en familia. Al llegar a la cascada, hora y media después de arrancar, unos mates bien calientes y un alfajor de chocolate ayudan a reponer energías para el camino de vuelta, que con la huella ya abierta y menos caídas, se hace mucho más rápido.
DE ESCANDINAVIA AL MUNDO Al igual que las raquetas, el esquí nórdico, de travesía o de fondo, también tiene sus miles de años. Y como bien indica uno de los tres nombres con que es conocido, nació en Escandinavia. “Lo usaban unos dos mil años antes de Cristo para transportarse o cazar. Antes eran de madera y las fijaciones iban atadas con cuero”, explica Josefina, guía de Esquisol Turismo, que ofrece varias alternativas de paseos para la práctica de este esquí que parece más fácil y pasivo que el alpino, pero que también se las trae.
El clima cambiante de las montañas regala en este nuevo día una mañana a puro sol y cielo diáfano. Finalmente podemos divisar el volcán, mientras aprendemos los primeros pasos sobre los esquíes de fondo, esenciales para no hundirse en el intento. A diferencia del esquí alpino, la bota que se utiliza aquí es blanda y no rígida, además tiene una fijación en la punta que hace que el talón quede suelto. “Es aeróbico y exigente. Vamos a ir de a poco para enganchar la técnica”, avisa la guía, quien advierte que este tipo de esquíes no se sueltan cuando uno se cae, y es por eso que hay que tener cierta precaución al levantarse de una posible caída. Así, luego de la explicación técnica de rigor, probamos unos pasos. Primero lo intentamos sin bastones, tras la huella que va abriendo Josefina, y enseguida nos largamos bastón en mano a “esquiar” a la vera del lago. El ejercicio conlleva un esfuerzo físico notable y cuesta llegar hasta la otra punta de este espejo de agua, que refleja el bosque de araucarias y las montañas cubiertas de blanco. Pero el esfuerzo vale la pena: desde ahí se ve todo el pueblo, y más atrás, el inmenso Copahue, que aún despide una leve pero visible fumarola, nada de qué preocuparse.
EL CERRO Por la tarde, y aprovechando el día despejado, vamos al cerro, ahora para una tarde de adrenalina y velocidad en el esquí alpino. Ubicado a menos de dos kilómetros del pueblo, tiene 23 pistas con tres niveles de dificultad –fácil, intermedia y difícil–, un itinerario del bosque y una pista de conexión. Además, once medios de elevación en los que no existen las demoras: el pueblo cuenta con 1200 plazas hoteleras y el cerro tiene una capacidad de arrastre de 7400 esquiadores por hora.
Luego de una pequeña clase introductoria para principiantes, abordamos el poma y la aerosilla para lanzarnos a toda velocidad pista abajo. Aquí hay más de treinta instructores que brindan clases particulares y colectivas para adultos, mientras para los más pequeños existe un jardín de nieve y guardería. Para los chicos de seis a once años hay programas diarios o semanales, en los que pueden aprender a dar sus primeros pasos. El cerro, que tiene tres confiterías y un local donde alquilar todo el equipamiento, se prepara –como todos los años– para ser sede de algunos eventos destacados a lo largo del invierno: el Campeonato Argentino de Snowkite, Snow Polo Caviahue y la Fiesta del Volcán.
MASAJES Y CERVEZAS Como para bajar un poco los decibeles luego de tanto ejercicio, un masaje relajante o descontracurante vienen muy bien. En el complejo del Cearart (Centro de Alto Rendimiento Deportivo en Mediana Altura), hay diversos tratamientos, entre ellos fangoterapia y masajes “geotermales”, en los que se utilizan piedras recolectadas de la región, que se calientan y se pasan suavemente sobre el cuerpo. Este masaje trabaja los puntos energéticos, conocidos como chakras. “Se trabaja cada punto del cuerpo, de pies a cabeza. Es un masaje relajante, no descontracturante”, explica Mariana, la masajista en cuestión, una joven nacida en el vecino pueblo de Loncopué y criada en Caviahue. Con 24 años, Mariana es parte de la primera generación que creció aquí, y asegura que no cambia este lugar por nada del mundo. Su padre llegó para trabajar poco tiempo después de la fundación del pueblo, y luego trajo a toda la familia. “El calor de las piedras, que absorbe el cuerpo, es lo que te hace relajar”, dice, anunciando el placer de lo que vendrá.
Ya de noche y como nuevos, hacemos frente al frío y caminamos a paso lento para no resbalar en las calles heladas, hacia la flamante cervecería Bruscas, para coronar la estadía con un brindis. Allí esperan Cristian Díaz y Ana Laura González, con sus pequeños Joaquín y Mayara. Oriundos de Buenos Aires, llegaron a Caviahue hace cuatro años, torciendo el rumbo de sus vidas. Cristian es químico y trabajaba en una multinacional, pero ya experimentaba con cerveza junto a un compañero de trabajo en su casa de Buenos Aires.
Una vez instalados en la villa, Cristian decidió tomárselo en serio y hoy produce un total de 500 litros semanales en cinco variedades distintas de esta cerveza artesanal de gran calidad del tipo Ale, de alta fermentación. La Dorada Pampeana, que es la rubia típica, la Ipa (Indian Pale Ale) o simplemente roja, la stout o cerveza negra, bien espesa; una ahumada y la Arauca, hecha con piñón de araucaria. Y ahora, luego de tres años de prepararla a puertas cerradas y comercializarla en bares y restaurantes del pueblo y ferias de la región, el químico devenido en maestro cervecero y su mujer Ana Laura, profesora de música, decidieron abrir este local donde planean servir tapas para acompañar su exquisita cerveza. Como bien dice Ana Laura, “un lugar para que turistas y amigos puedan venir a charlar y pasar un buen rato. ¡Salud!”.
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