Domingo, 4 de agosto de 2013 | Hoy
PANAMá LA CIUDAD VIEJA Y EL CANAL
Panamá es ciudad de contrastes: puerta de ingreso a Centroamérica, dinámica en construcción y servicios de la mano de las finanzas y el comercio, está a un paso de la selva y ofrece, además de la visita al pasado en la Ciudad Vieja, una mirada a la hazaña que fue la construcción de su célebre Canal.
Por Graciela Cutuli
Fotos de Graciela Cutuli
A pesar de lo pequeño y estrecho de su territorio, Panamá tiene al menos dos facetas que atraen al visitante que llega aquí de paso –su aeropuerto es un importante hub de conexión hacia toda Centroamérica y otros destinos– o rumbo a las playas del Caribe, donde Bocas del Toro pone todo lo que hay que desear en materia de agua transparente, palmeras y bienestar. Por un lado el crecimiento impresionante de la ciudad, al ritmo de todo un mundo financiero y comercial que la llenó de rascacielos y centros comerciales, y por otro el contraste con la Ciudad Vieja, que muestra algo de su pasado hoy en recuperación después de largo tiempo de decadencia. Sin olvidarse de que la selva está a un paso, con toda la exuberancia tropical al alcance de las lentes fotográficas y los safaris de exploración: de hecho, para los que tienen poco tiempo una de las excursiones más populares que parten de la ciudad tiene destino en la Isla de Monos, para navegar en bote y descubrir cuatro especies de simios bastante amigables... tanto como para treparse al bote. Otra opción es pasar un día con la tribu emberá, entre casas de palma sobre pilotes y explicaciones de primera mano sobre las tradiciones locales. Y si hay más tiempo, un resort situado en medio de la selva –a apenas una hora del centro de Panamá City– ofrece quedarse a disfrutar del spa, el serpentario, un jardín de orquídeas y los ríos tropicales de los alrededores (también hay safaris nocturnos, para descubrir desde otra óptica la vida en la selva).
LA HISTORIA DEL CANAL Sin embargo, si hay sólo medio día o un día de paso, el gran imán es conocer las esclusas del Canal de Panamá, que a principios del siglo pasado cambió la historia de la navegación comercial ofreciendo por primera vez un paso entre el Atlántico y el Pacífico sin tener que circunnavegar medio continente hasta el austral estrecho de Magallanes. La construcción del Canal marcó un antes y un después en el país centroamericano, convirtiéndolo en una de las grandes puertas comerciales del mundo y en un crisol de culturas que aportaron mano de obra para un trabajo tan increíble como ingente: la división de un continente por su parte más estrecha, allí en la región que los nativos bautizaron como “Panamá”, que significaba en su lengua “abundancia de peces y mariposas”. Ni hace falta aclarar que nada fue de un día para otro, y que lo que hoy se ve como una moderna e impecable obra en crecimiento –de hecho, el Canal está en plena ampliación– no se hizo de un día para otro, ni siquiera de una década para la otra.
Las ideas iniciales, cuando todo no era más que una utopía, arrancaron en 1514: la Corona española había ordenado entones al fundador de la ciudad que buscara un pasaje natural entre el Atlántico y el Pacífico. No lo había y la búsqueda no dio resultados: en lugar del mar, se hizo entonces por tierra un Camino Real que fue durante siglos la ruta comercial del Pacífico al Caribe. Sólo en 1914 ese camino perdió importancia, con la apertura del Canal. Una apertura que había comenzado a proyectarse en 1879, después de la construcción del Canal de Suez, otra obra impresionante dirigida por Ferdinand de Lesseps. Atrás quedaban años de discusiones, exploraciones y contratos fallidos. La “primera palada” de lo que en primera instancia se conoció como Canal Francés fue el 1º de enero de 1880: apenas la primera de los millones de paladas que emprenderían más de 17.000 trabajadores luchando para abrirse paso a pesar del clima adverso y el avance permanente de la selva. Eran miles de personas que habían llegado de Oriente, de Europa, del resto de América, de las Antillas: un crisol de razas auténtico más allá del lugar común, que dejó su herencia en los rasgos panameños de hoy. La construcción del Canal fue, en los primeros años, una auténtica pesadilla: las lluvias torrenciales del trópico borraban rápidamente los esfuerzos de los obreros, diezmados por la fiebre amarilla y la malaria. Miles de personas murieron en menos de una década, tantas que se estimaron unos cien muertos por día. Finalmente, los franceses tiraron la toalla y los norteamericanos tomaron el relevo de lo que, por entonces, se vislumbraba como un gran fracaso. A Estados Unidos le costó 40 millones de dólares quedarse con el proyecto, tras un intento fallido de realizar un canal propio en Nicaragua (otro proyecto que periódicamente vuelve a salir a flote): pero a partir de 1904, en apenas diez años logró concretar la apertura del Canal. El 15 de agosto de 1914, un vapor que iba al mando de empleados del flamante Canal de Panamá tuvo el honor de ser el primer barco en atravesar la obra.
Toda esta historia se recuerda hoy en el museo que acompaña las esclusas de Miraflores, las más cercanas a la Ciudad de Panamá. Allí se explican las cifras del Canal –tres esclusas o “piletas” de 33 metros de ancho por más de 300 de largo, 26 metros sobre el nivel del mar para el lago artificial navegable de Gatún, 26 metros la altura de un cerro levantado con tierra del canal en la ciudad– y se lo puede ver en funcionamiento, mientras los enormes barcos Panamax pasan “al centímetro” a pocos metros de la terraza, donde los visitantes los siguen atentamente con la mirada. Sobre el agua se destaca el gran trabajo de las “mulas”, pequeños remolcadores que mantienen centrados a los barcos y los frenan para evitar cualquier roce, mientras los pilotos panameños se encargan de la travesía de las naves, oriundas de cualquier parte del mundo, por las esclusas del Canal.
LA CIUDAD VIEJA Para sellar el contraste en la historia y la actualidad, hay que pasar de los rascacielos del centro a las ruinas de Panamá la Vieja, el sitio arqueológico situado donde estuvo la ciudad de Panamá desde 1519 –año de su fundación– hasta 1671. El traslado fue obligado, tras la destrucción que causara una incursión del tristemente célebre pirata Henry Morgan. El tiempo hizo el resto de la labor destructiva, de modo que hoy quedan sólo ruinas de lo que fue el primer asentamiento europeo en la costa americana sobre el Pacífico. Como la ciudad hispana se asentó sobre otra indígena, quedan también aquí indicios de la ocupación precolombina: lo cierto es que unos 20 años después de su fundación Panamá ya tenía varios miles de habitantes, entre esclavos africanos, españoles y nativos. Poco antes del ataque de Morgan, ya había una Plaza Mayor en lo que era una importante escala comercial: fue toda esa ciudad –con su catedral hoy convertida en mirador y sus conventos– la que se trasladó en el siglo XVII, mudándose a lo que hoy es el casco antiguo de la capital panameña. Desde hace algunos años, este barrio, que estuvo largamente abandonado, comenzó a ser restaurado con el soporte local e internacional, recuperando algunos bellos edificios y calles que hoy están entre los principales atractivos turísticos para los visitantes que pasan por aquí en busca de algo de sabor local y recuerdos... empezando por el famosísimo sombrero “panamá”, que es en realidad nativo de Ecuador. El casco viejo panameño –que para algunos puede competir con La Habana Vieja– abarca unas 38 manzanas, también conocidas como barrio San Felipe, que son un lindo paseo para medio día, entre vendedoras de artesanías indígenas, edificios restaurados con estilo y sobre todo el impresionante Altar de Oro de la iglesia de San José. Hoy convive lo que aún está medio destartalado con lo renovado, los barcitos bohemios a la moda con los restaurantes turísticos, y sobre todo negocios de todo tipo que atraen por igual a los turistas llegados de todas partes del mundo. En las primeras horas al llegar, o en las últimas al partir, es sin duda el lugar a recorrer para vislumbrar algo de la vida colonial que hubo aquí alguna vez, y que hoy es una de las partes más interesantes del patrimonio vivo de la ciudad.
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