Domingo, 7 de septiembre de 2003 | Hoy
TUNEZ ENTRE EL MEDITERRáNEO Y EL SAHARA
En el norte de Africa, a dos pasos de Europa y en el corazón del Mediterráneo, un viaje al legendario Túnez, uno de los países del Magreb más modernos y más buscados por el turismo. Sus costas, el exotismo de sus mercados, la indeclinable atracción del desierto y la fascinación por una historia cuya antigüedad se remonta a más de tres milenios.
Playas y arqueologIa El norte de Túnez
está dominado por la cadena del Atlas, que atraviesa todo el Magreb desde
Marruecos. Después de visitar Túnez capital y Cartago, uno de
los lugares más turísticos del norte es el Cap Bon, ese brazo
que lanza el mapa hacia el norte, como para agarrarse al sur italiano. En el
cabo, sin duda la ciudad más frecuentada es Hammamet, el destino predilecto
de un turismo masivo. Evitada por muchos, pero adorada por otros tantos, la
ciudad combina la playa con un centro típicamente norafricano, con su
zoco y su castillo, o Kasbah, del siglo XIII. Otro punto de interés,
casi en la punta del cabo, es Kerkuan, un sitio arqueológico púnico
descubierto en 1952. Si bien parece haber sido una ciudad importante durante
los brillantes tiempos de Cartago, Kerkuan fue olvidada después de su
destrucción por manos romanas, y nunca fue levantada nuevamente. Sus
ruinas, intactas desde hace más de mil años, la convierten en
un sitio de suma importancia para los arqueólogos, que pueden estudiar
a través de sus reliquias la vida cotidiana del imperio cartaginés.
Lo más sorprendente es encontrar en Kerkuan toda una zona residencial,
como en las modernas metrópolis, aunque más sorprendente todavía
es la existencia de salas de baño en casi todas las casas, con bañeras
revestidas en cemento que atravesaron más de veinte siglos sin dañarse.
Más al norte, el valle del Medjerda –uno de los pocos ríos
permanentes de Túnez, y sin duda el más importante– recuerda
en muchos aspectos a la ribera norte del Mediterráneo. En este valle
fértil se instalaron muchos franceses durante el Protectorado. Con los
años estos colonos crearon una Provenza del sur, y después de
la independencia de Túnez muchos se resistieron a marcharse. Esta región,
mucho menos visitada que las otras, sin embargo vale la pena conocer por los
pequeños pueblos costeros, no alterados por el turismo masivo que se
volcó a otras regiones del país.
El principal centro turístico de la costa norte de Túnez es Bizerta,
a unos 65 kilómetros de la capital. A medio camino entre estas dos ciudades
se encuentran las ruinas de la ciudad romana de Utica. En Utica se empezó
a excavar en 1940, y se descubrió que la ciudad romana del primer siglo
de nuestra era había sido fundada sobre las bases de una ciudad fenicia
del siglo VIII antes de Cristo. Sin embargo, Plinio el viejo escribió
que Utica fue una de las más antiguas ciudades de lo que es hoy Túnez,
fundada unos tres siglos antes que Cartago.
Al sur del valle, las montañas se hacen más grandes; es lo que
los tunecinos llaman el Tell. En esta región se encuentran muchas riquezas
arqueológicas. Las ruinas de acceso más fácil son Thuburbo
Maius y Zaghuan. De la época romana quedan un impresionante acueducto
que se ve desde la carretera que lleva a la ciudad de Zaghuan y el templo de
las aguas, un grandioso complejo termal del siglo II.
Susa, Kairuan y la isla de Djerba El interés del centro
de Túnez se concentra en su costa. Allí está la legendaria
Susa, tercera ciudad del país, después de Túnez capital,
y Sfax, con plantaciones de olivos que se extienden sobre más de 250.000
hectáreas, un puerto abierto sobre el centro de la ciudad y una Medina
envuelta en fortificaciones que evocan su larguísimo pasado. En sus casi
tres milenios de historia, Susa fue bautizada por lo menos cinco veces y vio
pasar a Aníbal y a Escipión al frente de sus legiones romanas.
Hoy es una ciudad balnearia internacional, que se extiende hacia el norte, formando
con el complejo de Port El Kantaoui uno de los polos turísticos más
completos del Mediterráneo.
Situada al oeste de Susa, Kairuán es una de las ciudades santas del Islam
y la primera que fundaron los árabes en Africa del norte. La leyenda
reza que allí resbaló el caballo del discípulo de Mahoma
Oqha Ibn Naafa, haciendo brotar un manantial en el cual se encontraba una copa
de oro que había desaparecido años antes en La Meca. Actualmente
es la cuarta ciudad santa del mundo musulmán, después de La Meca,
Medina y Jerusalén. Su mezquita es uno de los lugares más importantes
de Túnez, centro religioso de una ciudad que late al ritmo del Islam
y núcleo principal de toda una vida marcada por la herencia del Profeta.
Una de las antesalas del Sahara es la muy concurrida isla de Djerba, punto mítico
del larguísimo itinerario de Ulises, un jardín flotante con incontables
palmeras, donde la arena de la playa fina y blanca, recibe el reflujo cristalino
y templado de aguas ricas en peces y crustáceos. Aquí estamos
ya a las puertas del gran desierto del Sahara, una atracción mágica
que no pueden perderse quienes visitan Túnez.
El Sahara y sus oasis En el sur de Túnez, cubierto
por el Sahara, todo cambia. En ciudades como Douz, el Sahara está a la
puerta del hotel; tres desiertos entremezclados al alcance de la vista. El de
arena fina, el desierto de sal donde no se percibe signo alguno de vida –sólo
los espejismos de fantasmales castillos moviéndose sobre un mar de cristales–,
y finalmente, el desierto de estepa grisáceo donde crece una extraña
vegetación que va de la retama al tamarisco. El Sahara es sin duda un
sitio sin fin.
En Douz, se realiza todos los años el muy pintoresco “Festival
del Sahara Tunecino”, con desfile de camellos, exhibición de artesanía
beduina y espectáculos de un colorido difícil de imaginar. En
este oasis, inmerso en un “bosque” de unas 800.000 palmeras, se
guardan celosamente usos y costumbres ancestrales.
El gran desierto comienza realmente al sur del Chott El Yerid, un lago salado
de tamaño y aspecto variables según las temporadas. En el camino
hacia el popular oasis de Tozeur, el Chott revela una de las leyendas del Sahara;
la de los espejismos. No es imposible que en los momentos de más sol
y luz aparezcan de la nada unas palmeras y el idílico paisaje de un oasis
en medio de lo que no es, en realidad, más que una árida llanura
desértica.
Tozeur, a orillas del Chott, fue una ciudad romana fronteriza. Hoy es el límite
del desierto para los miles de turistas que pasan por sus hoteles cada semana
del año. Desarrollada alrededor de la plaza del mercado, su singular
arquitectura, con callejuelas y casas abovedadas, ofrece en sus fachadas el
original diseño de ladrillos en dibujos geométricos decorados.
Desde Tozeur se viene a descubrir el gran desierto, a pasear un par de horas
a lomos de camellos o bien a descubrir el verde en torno del oasis en el que
se cultivan dátiles. Ciento cincuenta fuentes alimentan el oasis de Tozeur,
que reúne nada menos que 200.000 palmeras, fuente de materia prima para
la construcción de casas, el tejido de cestas o el consumo de dátiles.
Finalmente, no se puede dejar esa inmensidad de arena sin visitar a los matmata
para conocer así una arquitectura única en el mundo: las viviendas
de los trogloditas. Este conjunto de pueblos recibe su nombre de las tribus
bereberes y sus habitantes viven en casas subterráneas construidas en
la falda de la montaña o excavadas en los valles. Un ojo inexperto sólo
descubre cráteres en los que se disimulan las moradas formando un verdadero
paisaje lunar. Aquí todo es extraño, imponente y grandioso como
la arrogancia del bereber. Y en un abismo de luz, el escenario brilla como un
contraste entre el fuego del atardecer y la caravana de camellos transitando
las montañas.
Producción: Jorge Dickerman.
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