Dom 25.08.2013
turismo

ISRAEL. VISITA A LA HISTóRICA MESETA DE MASADA

Fortaleza en el desierto

La fortaleza de Masada, construida sobre una meseta al borde de imponentes quebradas en la orilla oeste del Mar Muerto, es uno de los símbolos centrales de la historia israelí. Un viaje que se remonta a los tiempos de Herodes y las guerras contra los romanos, en medio del espléndido paisaje del desierto.

› Por Juan Ignacio Provéndola

Fotos de Eduardo Provéndola

A través de las postales que se venden en las tiendas de recuerdos y regalos de los centros turísticos es posible repasar los sitios que Israel ofrece a los visitantes del mundo: Jerusalén, Jericó, el Mar de Galilea o el puerto de Jaffa, al sur de Tel Aviv. Sin embargo, uno de ellos se destaca por no pertenecer al influjo bíblico que define a los periplos turísticos de la Tierra Santa. Se trata de Masada, una vieja fortaleza declarada Patrimonio Cultural por la Unesco en 2001, que representa para los israelíes uno de los más importantes símbolos de resistencia nacionalista frente al sometimiento invasor, emblema clave en su objetivo de defender la tierra que consideran propia.

Ubicada en pleno desierto de Judea, Masada es una meseta situada a 400 metros de altura y rodeada de imponentes quebradas recostadas sobre la margen occidental del Mar Muerto, muy cerca de la frontera con Jordania. Por su inmejorable ubicación, este lugar fue elegido por la dinastía Asmodea para emplazar allí una fortaleza un siglo antes de Cristo, en tiempos del Reino de Judea. Sin embargo, alcanzó su máximo esplendor arquitectónico bajo el reinado de Herodes, quien no sólo la desarrolló como inexpugnable refugio frente a los enemigos internos y externos, sino también como un lujoso y placentero palacio.

Durante esta época, además de los extensos murallones se construyó un avanzado sistema de cisternas capaz de garantizar el continuo abastecimiento de agua en una zona particularmente seca. También se levantaron decenas de almacenes, tan grandes y eficaces que los excavadores modernos encontraron –no sin sorpresa– kilos y kilos de granos en perfecto estado muchos siglos después de haber sido depositados en sus arcas.

Una breve ocupación de la fortaleza por parte del pueblo judío le imprimió a este lugar una nueva simbología, ajena al yugo del Imperio Romano que por entonces dominaba la construcción. Fue a partir del año 66 después de Cristo que un grupo de rebeldes se instaló en Masada y le confirió su propio pulso a través de la edificación de templos religiosos. Dispuesta a recuperar lo que creía propio, Roma envió en el 73 al cónsul Flavio Silva, al frente de un ejército de 8000 soldados que durante un año realizaron distintas tareas destinadas a debilitar al enemigo: así construyeron sobre la tierra un muro de piedra que circunvaló el fuerte elevado en las alturas, luego una rampa de tierra reforzada con vigas y, por último, una torre móvil de madera con la que asestaron la estocada final.

Vista durante el ascenso en teleférico, la modalidad preferida para ascender a la fortaleza.

LA HORA DECISIVA Agotados todos sus intentos de resistencia y entregados a su resignación, los 960 rebeldes judíos escogieron su propia muerte antes que someterse a manos del enemigo. Como el suicidio estaba prohibido por motivos religiosos, hallaron un recurso que no encontraba discrepancias morales con su credo: eligieron entre ellos mismos a diez hombres que se encargarían de degollar a toda la población antes de que las tropas romanas escalaran los 400 metros y ocuparan la zona sitiada. Ocultos en uno de los tantos escondrijos que ofrecían esas 360 hectáreas, sobrevivieron dos mujeres y cinco niños, en quienes se depositó la esperanza de que la historia perdurara más allá de los vanos intentos por permanecer en una fortaleza que fue reconquistada por los romanos y, tras la caída de éstos, olvidada a su suerte.

El joven Estado de Israel recuperó esta historia a mediados del siglo XX. Los movimientos sionistas de la década del ’40 reivindicaron aquel suicidio colectivo como un símbolo de identificación cultural. Y trabajos arqueológicos posteriores fueron dotando de rigor científico un relato que se narra como gesta épica definitoria del código genético de una nación que, durante siglos, ha visto entreverada su historia entre ocupaciones, expulsiones, pólvora y sangre.

Los propósitos militares del nuevo siglo buscan recuperar aquella vieja mística. Así, las postales actuales del lugar –con la imponencia del maravilloso espectáculo natural que supone la casi perfecta conservación de la milenaria fortaleza en medio del vasto desierto– están acompañadas de una leyenda que dice “Masada no volverá a caer dos veces”. La frase, repetida como un mantra, estimula a las milicias israelíes que, año tras año, llegan al lugar tras una larga marcha para tomar el refrán por propio e incorporarlo como causa nacional.

Restos de una de las habitaciones del palacio que Herodes hizo construir en Masada.

VISITA A MASADA Masada (una deformación de “Metzadá”, vocablo hebrero que significa justamente “fortaleza”) es un gran atractivo turístico para visitantes de todos los credos y rincones del mundo. Normalmente se llega desde Jerusalén o Tel Aviv, las dos ciudades israelíes que mejores prestaciones hoteleras brindan, atravesando el desierto de Judea y Cisjordania (territorio palestino) por carreteras en muy buen estado. Es común combinar esta visita con las del Mar Muerto y las ruinas de Qumrán, donde en 1947 un grupo de beduinos encontró tres mil manuscritos que luego los arqueólogos fecharon en la era precristiana. También suele aprovecharse como escala antes de llegar a Eilat, una localidad balnearia en el extremo sur del país que linda con la frontera jordana.

Hay tres formas de llegar hasta las alturas de Masada. La más elegida es a bordo del funicular, puesto a disposición recién hace siete años. Hasta ese entonces el único acceso posible era a través del denominado Camino de la Serpiente, que demanda una hora a pie. Por eso se recomienda siempre llevar calzado cómodo, gorra y protector, pues el sol acecha al punto que algunos especialistas sugieren no ir durante el mes de agosto por las altas temperaturas. La tercera opción es trepando la antigua rampa creada por los romanos durante el asedio final, aunque para eso hay que rodear las montañas en un largo itinerario. De la forma que sea, todas las alternativas ofrecen una vista alucinante sobre el Mar Muerto, el desierto de Judea y las montañas. En este sentido, lo mejor es subir al amanecer, cuando el cielo abre sus colores hacia la vigilia del ojo humano y regala una composición cromática única en el mundo.

ARQUEOLOGIA Los restos más valiosos de la antigua fortaleza se encuentran en la plataforma superior, ubicada a 400 metros de la base pero sobre el nivel del mar, ya que esa zona –al igual que el Mar Muerto– está ubicada en una región de depresión. Allí se pueden observar una sinagoga y varios almacenes. También varios de los conductos acuíferos que Herodes ordenó realizar para aprovechar las lluvias y dotar de agua a una construcción emplazada en una de las zonas más secas del mundo. Los trazados de tres de los ocho campamentos dispuestos en la base de Masada por Flavio Silva durante el asedio romano pueden distinguirse claramente desde las alturas.

En las terrazas del norte de la fortaleza quedan los vestigios del lujoso palacio habitado por Herodes, que constituye el principal atractivo de la Masada actual. Allí se observan los baños, las habitaciones, los almacenes, una dependencia administrativa, cuarteles y residencias de mandos jerárquicos. Todo esto fue posible saberlo gracias a la obra de Flavio Josefo, un militar de la resistencia judía que luego se entregó a los romanos vencedores y realizó, financiado por ellos, varios trabajos de carácter literario e histórico que permitieron descubrir las intimidades de la historia de Masada. Sus libros (cuatro en total) fueron una de las principales guías con las que se condujeron las misiones arqueológicas que el joven Estado judío realizó a mediados de los años ’60, gracias a un grupo de 5000 voluntarios de 28 países. Allí se realizaron profundas tareas de excavación, restauración y composición, aunque se dejó de manera deliberada un pequeño sector sin intervenir para que el visitante pueda comprobar con sus propios ojos el estado en que Masada se mantuvo silenciosa y expectante durante los casi dos mil años que transcurrieron entre el abandono romano y la recuperación israelí.

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