Domingo, 1 de septiembre de 2013 | Hoy
ALEMANIA. POTSDAM, BELLEZA CON PERFIL TRáGICO
Se la conoce como la “Versailles alemana” por el lujo de sus residencias palaciegas, vestigios del esplendor prusiano en los tiempos de Federico el Grande. Hoy ciudad universitaria, fue también el escenario clave de las estrategias bélicas del siglo XX, que se concretaron sin brillo alguno en sus fastuosos escenarios.
Por Ana Valentina Benjamin
El 26 de julio de 1945, el presidente norteamericano Harry Truman lanzó un ultimátum al pueblo japonés. Pocos días más tarde de un gélido agosto, el mandatario en cuestión –como diría el Príncipe de Maquiavelo– no hizo “lo correcto sino lo que conduce al poder” y ordenó el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki.
Estaba en Potsdam.
Estaba en una bella ciudad alemana, capital del estado federado de Brandeburgo, ubicada en las inmediaciones de Berlín, junto al río Havel. Urbe agraciada, pero llena de anécdotas que la ligan al pasado europeo más negro. Si uno la recorre desconociendo la data histórica, la estética de sus barrios domina el cuadro. Si uno la recorre de la mano de la historia, lo bello cobra otro matiz. Como si nuestra imaginación montara un teatro en espléndido escenario pero con trágica dramaturgia, en cada rincón bonito los actores que allí en vida habitaron aparecen como fantasmas y la escena cambia de color.
Ha pasado mucho en esta ciudad, aunque, como suele ocurrirle a cualquier viajero, algunos sucesos impactan más que otros.
PALACIOS Más que por su arquitectura, el palacio de Cecilienhof –que ni siquiera ostenta la clásica majestuosidad de sus pares europeos– impacta por los hechos que allí ocurrieron. Porque en realidad fue residencia de príncipes disfrazada de casa de campo, como explican los locales, y porque de palacio tenía más su función que su estructura, esto es: segunda residencia real y, posteriormente, lugar de encuentros políticos claves.
Su origen nace en el capricho de un monarca, como muchos emprendimientos inmobiliarios de aquella época: desde 1905 otro enorme palacio de la zona, el Palacio de Mármol, era residencia del príncipe heredero Guillermo, de Prusia, hijo del emperador Guillermo II, hasta que su metraje dejó de ser suficiente para el numeroso cortejo del joven. El emperador mandó entonces construir un segundo bautizado Cecilienhof, por el nombre de la princesa heredera Cecilia de Mecklemburgo-Schwerin.
En este palacio de entorno idílico se concretó, del 17 de julio al 2 de agosto de 1945, la última de las tres conferencias post Segunda Guerra Mundial. En este sitio, los tres grandes de la coalición, Josef Stalin, Winston Churchill y Harry S. Truman, diseñaron y distribuyeron a piacere de sus propios molinos el destino de la zona; diseño eufemísticamente denominado “establecimiento de un orden de posguerra”. Para muchos historiadores, Potsdam configuró el ingreso a la Guerra Fría y constituyó el semillero del Muro y de otros grisáceos eventos que se desencadenarían hasta el día de la fecha.
En el palacio de Cecilienhof puede visitarse la oficina de Stalin y recorrer los alrededores de sus fantásticos jardines, cuyos arreglos urbanísticos no reflejan ya tampoco lo que pasó frente a sus narices: hoy se puede contemplar desde cualquier recinto el impávido lago Jungfernsee, contemplación que no fue posible entre agosto de 1961 y noviembre de 1989 porque el Muro de Berlín o Schandmauer (Muro de la Vergüenza) se erguía precisamente en su ribera.
El Palacio Sanssouci es arquitectónicamente más despampanante que el de Cecilienhof, aunque en sus recintos no se hayan escuchado sentencias del calibre de las oídas en aquél. Sin embargo, quien lo habitó 40 años –Federico II el Grande– tampoco fue conocido por ser precisamente escueto a la hora de pronunciarse. “Cuando cometo alguna tropelía siempre encuentro algún idiota dispuesto a justificarlo en derecho”, “todo el que aspira a avasallar a sus semejantes, se ve obligado a ser sanguinario”, dicen que dijo Federico. Frases que bien podría haber aplicado a la justificación de su barbarie quien diera el visto bueno para el lanzamiento de las joyitas atómicas.
El Palacio de Sanssouci fue construido entre 1745 - 1747 como residencia de verano de la familia imperial. En términos reales podría calificarse de modesto, porque tiene sólo diez habitaciones y una única planta. Tampoco pretendía más el monarca; no era éste su centro de administración del poder, sino su lugar de reposo favorito. El palacio y sus jardines fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Federico el Grande logró que la historia lo recuerde por sus hazañas militares, en especial la Guerra de los Siete Años (1756-1763), tras la cual Prusia duplicó sus territorios. Aunque la guerra lo había dejado casi sin recursos materiales (entiéndase nuevamente: según los criterios de la canasta familiar imperial), pidió prestado dinero a un banquero y mandó construir el Nuevo Palacio. Fue el albergue de su prole y por ello se debió pensar en entretenimiento y gastronomía: dentro mismo se construyó un teatro que aún hoy sirve a los fines artísticos y enfrente, lejos del peligro de incendios indeseados o aromas que delatasen la receta, se construyó la cocina. Sí, aunque a nuestros ojos acostumbrados a escuetas kitchinettes o cocinas restringidas les cueste creer lo que ven, el pequeño palacete ubicado frente al Neues Palais, custodiado por altivas columnas, desde su terraza escoltado por estatuas y en su entrada soberanas escalinatas abrazando el conjunto... fue la cocina del palacio.
POTSDAM TAMBIéN ES... Los parques, los palacíos, sus barrios, los monumentos, son los que han llevado a Potsdam a la gloria turística, pero no es todo. Hay barrios de casas prefabricadas para los (pocos) residentes de recursos económicos limitados y algunos edificios cuya tosquedad estilo monoblock disloca el conjunto. Si bien el sentido del humor no es el punto fuerte de los alemanes (ni menos la autocrítica), se oye a un local decir, frente a un par de infelices torres: “Parece mentira, pero ganaron un premio de arquitectura en los ’70”. Además, si Potsdam recibe un millón de turistas promedio al año, la cantidad de estudiantes que la visitan a diario también es significativa. La Universidad de Potsdam goza de una locación privilegiada, acomodada en lo que fue el Nuevo Palacio y sus construcciones aledañas.
Y sin embargo, hay muchas cosas en Potsdam que parecen mentira. Sobre todo los dichos que allí se pronunciaron y los hechos que desde allí se gestaron. Aun así, aunque se padezcan los interiores, se disfrutan las fachadas. Lo cual no deja de ser, en cierta medida, la síntesis y la realidad de hacer turismo en Europa. Continente que bien merecería, en todo caso y en honor a criterios menos curiosos que el Nobel de la Paz, el Nobel de Arquitectura.
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