Dom 08.09.2013
turismo

RíO NEGRO. FAUNA MARINA EN LAS GRUTAS

Cetáceos del Atlántico

Las aguas del balneario rionegrino de Las Grutas revelan la riqueza de su fauna: lobos marinos, delfines y ballenas se avistan en salidas embarcadas sobre un mar que siempre luce sorprendentemente azul. Y en tierra esperan a los visitantes la buena mesa y una plantación de olivos que interrumpe el desierto.

› Por Graciela Cutuli

Fotos de Leandro Teysseire

La rapidez del avión suele crear la ilusión de cercanía: basta un poco más de hora de vuelo para dejarnos en Viedma, desde donde nos queda bajar unos 180 kilómetros hacia el sur para llegar a destino. Las Grutas, el principal balneario de Río Negro, el que cada verano ofrece imágenes de playas repletas de sombrillas multicolores y una multitud dispuesta a disfrutar de sus famosas “aguas cálidas”. Pero en esta época del año es otra cosa: cuando el invierno está tocando a su fin, y los días se hacen un poco más largos y luminosos, la temporada de avistaje de fauna marina está en su esplendor. Las Grutas todavía es la “hermana menor” de Puerto Pirámides, en Península Valdés, donde el avistaje embarcado de ballenas es toda una institución: pero poco a poco se está haciendo un lugar, porque la belleza y diversidad biológica de la región son un imán irresistible a lo largo de todo el año.

Un delfín común asoma en el agua, muy cerca de la embarcación. Forma parte de un grupo de ochocientos.

OBJETIVO DELFINES La naturaleza se muestra generosa con nuestro grupo: hay buen tiempo y un viento favorable para hacerse a la mar. Haremos más de un intento, porque el objetivo es tratar de ver todo lo posible, ansiosos de cruzarnos por fin con los gigantes del mar. Nos cuentan que hace pocos días hubo unas orcas, pero son imprevisibles: esta vez no nos tocará verlas. Y ni siquiera las vamos a extrañar: nuestros ojos se llenan de las imágenes danzantes de los delfines, de una agilidad asombrosa, que tenemos el privilegio de ver de a cientos en las distintas salidas.

Por supuesto, también aguardamos a las ballenas francas australes, y aunque se hacen rogar un poco, las gigantescas reinas del mar también dicen presente, con su característico chorro en V y sus callosidades, esas que permiten diferenciar perfectamente un ejemplar de otro. Impresionan por su gigantismo pero al mismo tiempo por su capacidad para desplazar esa mole en un salto impresionante, en jugueteos con las crías, en “sacadas de cola” que hacen la ilusión de todo fotógrafo.

Los avistajes embarcados de ballenas en Las Grutas son nuevos, explica Sebastián Leal, el capitán de Cota Cero que nos acompaña en la aventura al comando de un semirrígido para diez personas. Lo que se dice “personalizado” a más no poder: la salida crea así una auténtica sensación de intimidad entre los viajeros y el mar, bajo cuya superficie bulle una vida a veces impensada. Sebastián subraya las intenciones ecológicas con que se trabaja en este tramo de la costa rionegrina: aquí se usan motores de cuatro tiempos, se acota la cantidad de pasajeros, se cuida la presencia de la ballena, que empezó a extender su radio de acción en estas aguas hace unos diez años. Los científicos hablan de un crecimiento poblacional que varía entre el seis y el ocho por ciento anual, un fenómeno que va acompañado por una mejora general de las poblaciones de otras especies. Y también es notorio el aumento de aves marinas, desde los albatros a los petreles, sin olvidar los pingüinos.

En Las Grutas, la temporada de avistaje de ballenas va de agosto a noviembre, algo más corta que su vecina chubutense. Pero los delfines están todo el año. Y la convivencia temporaria de estas dos especies genera en las aguas del golfo San Matías una verdadera fiesta natural. Aquí se pueden avistar delfines oscuros, delfines nariz de botella, delfines comunes, lobos marinos de un pelo, lobos marinos de dos pelos y ballenas francas. Nos cuentan que el año pasado, en las primeras salidas “oficiales” –que tienen punto de partida en Las Grutas, San Antonio Oeste y San Antonio Este– hubo “ciento por ciento de avistaje de ballenas francas. Y un poco menos, pero en porcentajes significativos, los pasajeros pudieron ver lobos marinos, delfines y gran diversidad de aves marinas”. A simple vista no podemos hacer un cálculo, pero nos cuentan que hay una relación de diez a uno –aproximadamente, la naturaleza no es una ciencia exacta– en la cantidad de ballenas de Las Grutas y Puerto Pirámides. El número nos deja pensando, como otro comentario del guía, que nos asegura que “por cada aleta de delfín visible sobre la superficie puede haber otros siete cetáceos que no sobreasalen de la línea del mar”. Un mundo tan poco conocido como inmenso, donde los números dejan de importar cada vez que se hace presente en las cercanías alguno de los cetáceos que pueblan estas aguas.

Un lobito de mar salta cerca de la embarcación. La especie se ve con frecuencia.

CONCIENCIA ECOLOGICA La creciente “convivencia” con la fauna marina genera una conciencia ecológica: las comunidades de Las Grutas y San Antonio están convirtiendo los avistajes en un recurso turístico, y este aprovechamiento asimismo impulsa la conservación. Vale recordar que toda esta región forma parte del Area Natural Protegida Bahía de San Antonio, que es esencial para la supervivencia de las playeras y migratorias que cada año realizan aquí su escala en el largo viaje que las lleva desde la Antártida hasta el Hemisferio Norte: el playero rojizo es una de las más emblemáticas, como se puede aprender en el centro de interpretación de Latitud Vuelo 40. Esta no es la época para verlas –es el verano en el Norte y las aves se han ido hace unos meses– pero el trabajo de los científicos sigue minuciosamente para identificar su derrotero y esperar su regreso.

Mientras tanto, en el mar es una fiesta. Lo que nos toca ver es una impactante “manada” de unos ochocientos delfines, que revuelven el agua por doquier y son tan ágiles que desafían a los ojos a seguirles el ritmo. Sebastián Leal no se asombra: a veces hay hasta tres mil delfines rodeando la embarcación, explica mientras maneja con destreza el semirrígido. En otro de los avistajes que haremos durante la visita a Las Grutas, en vez de presentarse delfines aparecen lobitos marinos, y tampoco se muestran tímidos, sino que se los ve saltar bastante cerca de la embarcación, felices en el juego en su ambiente natural. Se acerca la primavera, y con ella la época de reproducción, lo que pone en todo su esplendor el permanente juego vital de la naturaleza que se exhibe en estas aguas del golfo San Matías.

Durante la navegación, notamos el cuidado hacia las ballenas: la primera de las siete que nos toca ver en el avistaje no tiene ganas de acercarse. Y el capitán del semirrígido no está dispuesto a contradecirla. Si el animal no está con ganas de “jugar” con los recién llegados, no hay que acercarse sino respetarlo. Un poco más adelante aparecen otras, esta vez más “interactivas”, y vamos descubriendo que también las ballenas tienen sus días, sus tiempos, su carácter: algo que bien saben los capitanes de las embarcaciones que prácticamente conviven con ellas en el día a día y aprenden a descifrar sus secretos y a “leer” su presencia hasta en los más mínimos remolinos del agua.

Olivos Patagónicos, miles de árboles plantados hace más de diez años para producir aceite.

OLIVARES DEL SUR Más allá del mar, Las Grutas también tiene vida en tierra. La región está al borde del desierto, y muy cerca de la Salina del Gualicho, una de las mayores depresiones del continente. Sin embargo, aquí también hay una sorprendente producción agrícola: la conocemos en Olivos Patagónicos, un emprendimiento que comenzó en noviembre de 2001 cuando, después de varios meses de estudio, se comenzó la plantación de 700 plantas de olivos de la variedad arbequina. El proyecto contó con la asesoría técnica del INTA de Viedma, y fue creciendo hasta sumar más de ocho mil plantas de arbequina (la variedad más “vegetal” en cuanto a sabor, tal como nos explican los guías), frantoio (de toque amargo-picante) y empeltre (una variedad más suave).

La recorrida de Olivos Patagónicos dura alrededor de una hora y la puede hacer todo visitante que se acerque a la plantación, que genera cierta sensación de oasis en el desierto: esto es posible gracias a un sistema de riego artificial que alimenta los olivares. El resultado es un aceite de oliva que se puede comprar –además de otros productos a base de aceituna– en el negocio del lugar, pero las tentaciones se extienden además a los restaurantes de la ciudad: porque hay en Las Grutas un interesante desarrollo gastronómico asociado naturalmente con los productos del mar.

Los restaurantes ofrecen pesca del día, vieyras, langostinos y una larga lista de preparaciones que sorprende a quien hace un culto de la vaca y el pollo. Para nuestro grupo, el cambio es bienvenido, y disfrutamos especialmente del menú del restaurante Bariloche, un bodegón especializado en frutos de mar que se enorgullece de ser el primer restaurante de Las Grutas. La historia la cuenta personalmente María del Carmen Patafundi, que es hija del fundador, el “tano Patafundi”: su padre abrió las puertas del restaurante hace 34 años, allá por 1978, cuando Las Grutas apenas si era un pueblo que se insinuaba a orillas del golfo. El crecimiento, el boom turístico y la atención hacia la abundante fauna marina vendrían mucho después. Es decir, todo lo que haría de Las Grutas el polo turístico y de atracción ecológica que es hoy, con los avistajes de fauna marina como recurso creciente complementario a su atractivo clásico: la playa.

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