turismo

Domingo, 13 de octubre de 2013

RíO NEGRO Y NEUQUéN PROVINCIAS CON AROMA Y SABOR

Paladar mirando al sur

Una recorrida por el Medio y Alto Valle de Río Negro puede deparar inesperados placeres, no solamente para los ojos, sino también para el gusto. Vinos, cerveza, sidra y restaurantes, todos de inusitada calidad, componen un marco que se graba tanto en la memoria como en el corazón y los sentidos.

 Por Frank Blumetti

La 4x4 marcha veloz por la RN250, devorando kilómetros a su paso, surcando el valle medio de Río Negro. Atrás van quedando localidades como General Conesa, Pomona, Lamarque, Fray Luis Beltrán, Choele Choel, junto con un interminable paisaje patagónico, llano y desangelado, alternado con huertos de manzanos y perales decorados con flores por la flamante primavera. El clima es todavía frío y lluvioso, pero los ánimos y el entusiasmo se encuentran intactos.

La recorrida, organizada con la idea de mostrar las posibilidades que ofrece esta zona de la provincia en enoturismo, gastronomía, sidreras y cervecerías artesanales, se había iniciado la noche anterior en la muy apacible Viedma, la misma ciudad que casi fue capital del país en los ’80. Allí esperaba el punto de partida de esta aventura.

Vista panorámica en la bodega Humberto Canale, que abarca más de 500 hectáreas cerca de General Roca.

CERVEZA DE LA CASA Con el sol poniente como telón de fondo y con el río Negro que surca la ciudad a la vera del camino, llegamos a la Cervecería Gülmen, donde nos recibió el maestro cervecero Agustín Ortiz Gallo –creador de la marca junto a Gastón Lehner en 2002–, haciéndonos sentir como en casa. De hecho, esta cerveza artesanal se elabora y vende en el sótano de su casa, un bonito chalet de dos plantas enmarcado por frondosas plantas de lúpulo, que cosecha él mismo con ayuda de su familia.

Originalmente licenciado en Comunicación social, Agustín decidió lanzarse a producir cerveza tras aprender sobre el tema en Alemania y Bélgica; hoy, esta marca con nombre mapuche (significa “cacique regional”) produce 4000 litros anuales; al hacerlo en pequeña escala evita procedimientos como la pasteurización o el uso de conservantes. Gülmen ofrece seis variedades principales: Dorada Patagónica, Roja Pale Ale, Negra Porter, Lager Ahumada, Trigo y Barley Wine, amén de otras estacionales como la IPA (India Pale Ale) y la Ginger Ale (de jengibre), que tuvimos ocasión de degustar en las mismas instalaciones. Sobresalió la Roja, no demasiado alcohólica (6 por ciento), con buen cuerpo y amargor suave, fresca y sedosa en boca y seductoramente aromática; no por nada se alzó con la medalla de oro en la tercera edición de la South Beer Cup, en la categoría “Cerveza Roja Ale”, donde también resultó premiada la de jengibre. “Ya nos habían dado una medalla en la primera edición de la Copa por la cerveza ahumada y, si bien teníamos fe, la verdad es que no esperábamos un premio tan importante también en esta categoría: fue una gran emoción”, confiesa Agustín. Los precios de las cervezas oscilan entre $ 25/28 la botella de 660 cm3 (según la variedad) y $ 15 el porrón. “Estamos en Buenos Aires, en varios bares de San Telmo, y también en La Plata”, comenta Agustín: un buen dato para empezar a descubrirla aún antes de viajar a su lugar de origen.

EL VINO DEL VALLE Tras este flashback, volvemos a la veloz 4x4 ahora por la RN 22 con dirección a Cipolletti, una de las tres grandes ciudades de la provincia junto con Viedma y Bariloche. Ya en Darwin, en el kilómetro 1013, hacemos un alto: es el momento de conocer la primera bodega de este viaje y una de las más australes del país, Patagonia Valley. Hace frío y la llovizna es persistente, como sucedería casi permanentemente a lo largo del viaje, pero esto no afecta la cordialidad de Augusto Ripoll, dueño de esta firma que produce 100 mil litros de vino anuales bajo la marca Rivus. Las vides en espaldero de las 20 hectáreas de la finca todavía aguardan los primeros calores para empezar a desarrollar una nueva cosecha, que producirá los varietales de la marca elaborados por el enólogo José Gallardo: Cabernet Sauvignon, Malbec, Merlot, Pinot Noir y Sauvignon Blanc, a los que se suma un notable y elegante rosado de Pinot Noir, “muy elogiado por el Zorrito Von Quintiero”, comenta Ripoll; “también el príncipe Alberto de Mónaco probó nuestros vinos, de paso por Buenos Aires con el Comité Olímpico”. Imitando al príncipe, probamos un muy convincente Malbec Gran Reserva 2008, criado 18 meses en roble francés, pletórico de aromas y dotado de gran estructura y atractivo sabor. No se quedaron atrás el Pinot Noir ni el Sauvignon Blanc, de carácter único; muy posiblemente la gran amplitud térmica, las escasas lluvias y las bajas temperaturas de la zona ayudan a que estas cepas “difíciles”, junto al Merlot, logren aún mejores y más interesantes expresiones. Los vinos de la bodega se dividen en tres líneas principales: Gran Reserva, Reserva y Roble, a $ 180, 120 y 60 respectivamente, y se encuentran en restaurantes y vinotecas de Buenos Aires, La Plata y Punta del Este; sólo un 20 por ciento de la producción llega al mercado local y el resto se exporta a Estados Unidos, Inglaterra, Brasil y Uruguay. Aceptan visitantes, pero “está encaminada una nueva etapa de apertura de la bodega, con instalaciones destinadas al turismo”, según explica Ripoll. Para tener en cuenta a la hora de recorrer la ruta del vino de la zona.

Viñedos en el valle del Río Negro, allí están algunas de las bodegas más australes del país.

LA OTRA SIDRA Otra vez la ruta, otra vez el viaje y otro destino nos aguarda. Se trata de la chacra Don Simón, en Villa Regina. Allí está esperando la ingeniera química María Inés Caparrós, quien junto a su marido –el ingeniero agrónomo Ernesto Barrera– y a sus dos hijos creó en esta finca de 25 hectáreas de manzanos y perales un emprendimiento familiar que produce la sidra artesanal Pulkü. “Es el nombre que daban los indios manzaneros de la zona a una bebida fermentada –como la chicha– que elaboraban con las manzanas que habría plantado el jesuita Nicolás Mascardi”, nos cuenta la muy simpática María Inés. Patagónico por elección, el matrimonio pensó en hacer una sidra de calidad al empezar a manejar la finca, más cercana al estilo que se bebe en Inglaterra, España y la Normandía francesa. El resultado es una bebida exquisita clara, límpida, seca, de inconfundible sabor y aroma a manzana fresca y con casi nada de gas: para probar, deleitarse y volver a probar; elaboran también una versión dulce y gaseosa, más cercana a lo que se paladea en Argentina desde siempre, y tienen lista otra de pera, “que no se puede llamar sidra por la legislación local sino ‘bebida fermentada de pera’, pero se elabora siguiendo el mismo proceso”, explica María Inés. Pulkü produjo 10 mil litros en 2012 y en noviembre de este año van por otro tanto; la botella de litro cuesta $ 55 y el porrón ronda los $ 30/35 (según el lugar). Se encuentra en bares y restaurantes de Buenos Aires y es todo un universo por descubrir.

PANORAMAS Y CULTIVOS El tercer día se inició con una visita a la Isla Jordán, balneario popular de la zona, algo melancólico por el cielo gris y la llovizna incesante, para luego, bajo la sabia guía de Marcelo García Crespo, de la Dirección de Turismo de General Roca, conocer el Area Protegida. Hacia allí se accede por el puente Paso Córdoba, zona de turismo paleontológico, geológico y de aventura, donde entre otras maravillas se encuentra el imponente Valle de la Luna Rojo, con deslumbrantes formaciones geológicas de millones de años. Una exhaustiva visita dio paso al establecimiento de hongos comestibles de Blanquita Laino, que heredó la finca de sus padres y produce deliciosas y enormes gírgolas, además de frutales como peras, manzanas y cerezas. Es un predio de 15 hectáreas a la vera de la RN 22, vecino a la ciudad de General Roca, y a sólo tres kilómetros del río Negro. Blanquita, que tiene un pasado de periodista y conductora televisiva, cuenta que “recibí de mi madre el hecho de hacer de las oportunidades una semilla, y la crisis de la producción frutícola de los últimos quince años me hizo explorar otras posibilidades y diversificar los cultivos: así empecé con los hongos”. Hoy produce 450 kilos anuales de modo orgánico, amén de conservas y otros productos que comercializa en su chacra.

Las copas del estribo El último día de la recorrida nos llevó a dos de las bodegas que forman parte de la Ruta del Vino Patagónico. La primera fue Agrestis, palabra latina que significa “agreste”, “salvaje”. Todo lo contrario del encanto de Florencia Ghirardelli, quien nos recibió y nos contó la historia de esta firma. Es hija de Norberto, un ingeniero agrónomo que creó este emprendimiento familiar en 1992 con la idea central de elaborar vinos espumosos con cepas importadas de Francia, que se implantaron en la finca para dar en 1998 la primera cosecha de uvas Chardonnay y Pinot Noir; también cultivan Malbec y Cabernet Sauvignon, con las cuales elaboran vinos tranquilos. En la más que agradable sala de recepción al turismo, degustamos los dos principales espumantes de la casa, producidos según el método tradicional o champenoise: el Nature de Chardonnay y Pinot Noir ($ 70) y el rosado de Pinot Noir ($ 90). El primero es vibrante e intenso; el segundo, más elegante y complejo, ambos simplemente deliciosos. La bodega también produce un Extra Brut (“lo más dulce que tolera mi padre”, bromea Florencia) denominado Tenuis, hecho con ciento por ciento de uvas Gewürztraminer, típicas de las zonas frías de Europa, que se adaptó sin problemas a una zona donde el mayor riesgo son las heladas, aún más que el granizo o las plagas. La bodega produce 250 mil litros al año con uvas propias y el 70 por ciento se vende en el mercado regional, desde Bariloche a Puerto Madryn. El resto se exporta a Estados Unidos o va a Buenos Aires, donde se encuentra en vinotecas y algunos hoteles boutique (www.bodegaagrestis.com.ar).

La frutilla –o la manzana– del postre la reservaba la enorme y tradicional Bodega Canale, un clásico de la zona. A sólo cinco kilómetros de General Roca, sus más de 500 hectáreas e instalaciones varias, tanto las propias de la bodega como las casas de los trabajadores (antaño llegaron a vivir allí unas cien familias, hoy hay unas 40), la convierten en un lugar único, con algo de mágico: diríase casi un pequeño pueblo, dedicado por completo a producir algunos de los mejores vinos de la zona y del país. Allí nos recibieron muy cordialmente Juan Garabito, el gerente de ventas regional, con 40 años en la empresa; Horacio Bibiloni, el enólogo, y Guillermo Barzi, representando a la quinta generación de dueños de la firma, totalmente de capitales argentinos. Un paseo por todos los sectores de elaboración, embotellado y almacenamiento, incluyendo un agradable salón para eventos y una imponente cava con barricas de roble francés, americano y de Europa del Este y otras cuatro gigantes, de 100 años cada una, precedió a una degustación de destacadas exquisiteces. Probamos un robusto Marcus Gran Reserva Malbec, de intenso color violáceo, aroma a ciruelas frescas y un largo recuerdo; también un sensacional rosado dulce natural hecho de Merlot, cautivante por donde se lo mire, entre otras maravillas. La bodega produce 200 mil litros anuales que exporta a casi 30 países, y lo notable es que desde 1909 ha podido sobrevivir a los habituales vaivenes económicos y políticos tan típicos de Argentina. “Siempre hemos tenido una visión de la empresa a mediano y largo plazo –explica Barzi–, que nos ha permitido adaptarnos y superar diversas circunstancias. La lealtad familiar también es un factor clave.” La despedida no tardó en llegar, pero la promesa de regresar también: los valles de Río Negro invitan a explorarlos y descubrirlos, con la promesa de placenteras recompensas tanto para el alma como para el paladar.

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Plantaciones de cepa Cabernet en la Ruta del Vino Patagónico.
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