BUENOS AIRES. ESCAPADAS AL AIRE LIBRE
Salidas para anticipar el verano en los alrededores de Buenos Aires, donde las propuestas van desde un castillo francés hasta una reserva natural en el Tigre. Un poco de historia, mucha pampa y paisajes donde conviven lo natural con la mano del hombre.
› Por Julián Varsavsky
El frío ya se fue para no volver, y en breve el desafío será gambetear los embates del calor. Pero pisar tierra con pasto y respirar aire fresco en la gran ciudad se hace cada vez más difícil. Para lograrlo hay que alejarse un poco de la Capital, y por suerte en la provincia de Buenos Aires hay muchísimo para elegir. A continuación, algunas de las muchas opciones posibles para quienes buscan ambientes con aroma a verde donde entregarse a la lectura, refrescarse en las aguas de una piscina o simplemente descansar al sol.
CASTILLO BONAERENSE Cerca de la ciudad de Lobos –en el kilómetro 114,5 de la RN205– nace un camino de tierra que sumerge a los viajeros en un cuento. Al traspasar la tranquera de la estancia La Candelaria, el mundo es otro y aparece un amplio sendero con dos hileras de casuarinas y eucaliptos a los costados, rodeado de bosques que parecen alfombrados por el césped de un campo de golf.
Al estacionar junto al casco de la estancia se vislumbra al fondo del bosque algo inaudito: las rutilantes cúpulas cónicas de un castillo con su torre almenada, como en el valle del Loira. Alrededor de este castillo se despliega un jardín de estilo francés de 100 hectáreas diseñado por Carlos Thays con pinos, araucarias, ombúes y palmeras.
Avanzando a pie por el bosque, se cruza un puente en arco que conduce al jardín florecido de camelias, con estatuas griegas desperdigadas aquí y allá, mientras el castillo va ganando imponencia. Dos panteras de mármol custodian la entrada al pie de unos arcos góticos. Y cuando se cruza la puerta principal se ingresa directamente a un mundo encantado, con cielos rasos dorados a la hoja con repujado de cuero.
El piso de roble de Eslavonia cruje como en los cuentos de misterio. Del techo cuelgan arañas de Murano con flores de cristal, las paredes están forradas con brocato de seda y los sillones son de estilo Chippendale. Columnas griegas sostienen el segundo piso, mientras por el techo se cuela la luz natural de un gran vitral.
En el suelo hay alfombras persas con muebles comprados en Europa a fines del siglo XIX, cuando ya eran antigüedades. La decoración incluye grandes jarrones, el torso de una armadura medieval y un armonio Mannborg hecho en Leipzig.
En el comedor hay una mesa oval de seis metros de largo y un hogar a leña tallado en mármol de Carrara, sostenido por dos cariátides. La sala de billar recibe la luz de otros tres vitrales ojivales y de una araña estilo art nouveau. Alrededor de la mesa de billar hay dos grandes sillas obispales de capilla inglesa talladas en madera al estilo gótico, que parecen los tronos de un rey y una reina.
En la Suite Real los huéspedes duermen en una cama doble dorada que es una pieza maestra de la artesanía, tallada a mano con estilo rococó hace 290 años.
Al subir al primer piso por una escalera con barandas de roble, ilumina los pasos la luz lateral de otros vitrales. Y en una pared se despliega un impresionante tapiz holandés de gobelino bordado hace 270 años, con escenas romanas de Rómulo y Remo.
En el segundo nivel están las habitaciones donde hoy se alojan los huéspedes, conservando casi todo el mobiliario original del castillo. Junto a las camas hay enormes ventanales con vista al parque. Al abrirlos en la mañana, el trino de los pájaros aturde los sentidos.
La Candelaria se comenzó a construir en 1898, cuando el dueño en aquel entonces, Manuel Fraga, quiso reproducir uno de los castillos del valle del Loira que lo habían asombrado en su infancia. El trabajo duró diez años y casi todos los materiales se trajeron de Europa –incluyendo grandes bloques de las paredes–, primero en barco y luego en carreta. Junto con el mobiliario llegó un ebanista holandés al que le construyeron una casa con molino para que no extrañara su terruño. Un arquitecto francés hizo los planos en su país y otro viajó a la Argentina para ejecutarlos.
Además del castillo hay un sector del casco de la estancia conocido como las “habitaciones coloniales”, donde los viajeros también se alojan. Durante la estadía en La Candelaria se hacen románticos paseos a la antigua en sulky y a caballo, y se saborean suculentos asados. También hay bicicletas, exhibiciones de destreza gaucha y una gran piscina con trampolín, de esas tan antiguas que tienen espacio suficiente para nadar.
ALTO RANCHO En el pueblo bonaerense de Open Door, a ocho kilómetros de Luján, la Chacra El Rancho tiene una hostería rodeada de campo con dos hermosas piscinas. Durante años el lugar fue solamente una granja educativa para chicos de colegio y también un sitio con un gran quincho para organizar jornadas con música folklórica, baile y juegos campestres. Todo esto sigue existiendo, pero muy aparte del sector del alojamiento, donde se respira una paz absoluta (aunque el huésped que lo desee puede ir a la fiesta).
“Hay casas de campo que te aceptan mascotas pero no chicos: en nuestro caso es al revés”, dice Marta Valdez, dueña de la granja con su marido, ambos profesores de Educación Física. Y si bien los niños son bienvenidos, la idea es que se vayan a la granja con estos dos docentes para que alimenten a los animales, aprendan a hornear pan, junten huevos en el gallinero y armen una orquesta con bombos, botellas y palitos, bien lejos de sus padres, que acaso duermen la siesta por primera vez en años.
Chacra El Rancho tiene catorce habitaciones y trabaja con la modalidad de pensión completa. En su hermoso comedor panorámico con ventanales que dan al verdor de la pampa se ofrecen a la carta platos como carré de cerdo con puré tricolor, pechugas rellenas con jamón y queso al champiñón, entrañas a la portuguesa, pastas caseras y pollo al disco con papas.
Al dormir por las noches se oye el croar de los sapos, los chistidos de las lechuzas que descansan en los alambrados y el alboroto de los teros cuando sienten amenazados sus nidos. Los buenos días los da la calandria a las cuatro de la mañana, y más tarde llegan el cotorrerío que baja de los eucaliptos, el silbido del renegrido, los mugidos de los terneros que reclaman a su mamá que está siendo ordeñada, y los benteveos gritándose “bichofeo”.
RESERVA EN TIGRE Hay infinitas maneras de abordar el laberíntico delta de Tigre. Y ahora se ha sumado una más: la reserva natural privada Delta Terra. La excursión para pasar un día interpretando el paisaje isleño comienza por la mañana en el Puerto de Frutos con la moderna embarcación de Natventure, que se interna a toda velocidad por el río La Espera. En 20 minutos ya se desembarca para caminar por una isla hasta la reserva, que fue armada con el asesoramiento científico de la Fundación de Historia Natural Félix de Azara, con un fuerte perfil ecologista.
En Delta Terra se almuerza de maravillas en un moderno deck al aire libre con sombrillas. Pero la idea principal es salir a caminar por el interior de la isla para observar su vegetación y fauna. Durante al paseo un guía de la fundación explica la forma de plato hondo que tienen las islas en el delta, que se inundan en el centro una vez por día. Las aves hay que buscarlas con atención y según la suerte se podrá ver alguna pava de monte –muy castigadas en la zona porque son sabrosas–, un zorzal colorado, un boyero negro o un carpintero real.
También hay carpinchos y a veces se descubren sus pisadas. El que resulta más factible de ver es el lobito de río, desplegando sus habilidades natatorias.
Las caminatas pasan por el vivero de especies autóctonas que se van replantando en la reserva, y terminan en un centro de interpretación muy didáctico donde hay citas literarias de grandes escritores compenetrados con el Delta como Sarmiento, Walsh, Conti y Lugones. En las vitrinas se ven animales autóctonos embalsamados, como el carpincho, la tortuga, el hocó colorado y la garcita azulada. También hay una réplica de una canoa aborigen de los habitantes originarios de la zona. La visita puede terminar con un paseo en kayak por los canales internos de la isla. Y a partir del mes que viene comenzará a funcionar un centro de recría de fauna decomisada, con fines de reintroducción a su hábitat natural.
EN UN PUEBLITO DE CAMPO Villa Lía es un pueblito rural bonaerense, una especie de satélite de San Antonio de Areco, con 1200 habitantes y una sola calle asfaltada. Cada casa está rodeada de jardines y la mayor parte del día casi no se ve gente por la calle. En medio de esa tranquilidad absoluta está la Casa Bellavista, levantada en 1928 con elegantes líneas neocoloniales. Esta casa “chorizo” con galerías internas que forman una herradura encierra un hermoso jardín con piscina y recibe huéspedes en un ambiente con algo de viaje en el tiempo. Por eso se filmaron allí escenas de la película Imaginando Argentina, con Emma Thompson y Antonio Banderas.
El mobiliario de los cinco cuartos incluye una cama de bronce centenaria que está allí desde los orígenes de la casa, grandes armarios de madera, antiguos ventiladores de pie que todavía funcionan, arañas de hierro forjado, el boticario de una antigua farmacia en la recepción y puertas de doble hoja que miden cuatro metros de altura.
A veces un grupo familiar o de amigos alquila la casa completa por todo un fin de semana, simplemente para juntarse y hacer un asado. Y desde el lugar se hacen salidas en bicicleta y se visita la vieja iglesia, un antiguo almacén de ramos generales convertido en restaurante de campo llamado Lo Pascual, y el museo Rostros de la Pampa, que relata las historia de los inmigrantes de la zona.
DEPORTE Y PILETA En la localidad de Open Door, Ternura Ranch es una opción de fin de semana orientada a lo lúdico, al deporte, el baile y la diversión en general, especialmente con chicos. En un fin de semana de verano puede haber hasta 150 personas muy bien distribuidas en 30 hectáreas de puro verde. Por si está fresco hay una pequeña pileta climatizada; también hay otra al aire libre con un barcito para tomarse unos tragos con medio cuerpo dentro del agua, una red de vóley y hasta aros de básquet en el borde.
Para los chicos hay un equipo de animadoras que los entretienen todo el día con campeonatos deportivos y de metegol, talleres para hacer pan y tortas fritas y recorridas por la granja donde alimentan a los chanchitos, los pavos, las vacas, los conejos y los gansos.
A Ternura Ranch se puede ir a dormir o solamente pasar el día. Los domingos se almuerza un gran asado con 17 tipos de ensalada bajo un quincho enorme, donde después de la comida se arma una fiesta bailable con una banda en vivo (no es folklore sino música común de fiestas). Para los postres se sirven peras al Borgoña, tiramisú, manzanas al oporto y flan casero. La cena es pizza libre con diez variedades, en tanto los sábados el menú también es fijo y se compone de un suculento pollo al horno con papas a la española y crema al verdeo.
La parte deportiva incluye tres canchas de fútbol con césped, una de básquet, otra de vóley, una de tenis y mesa de pingpong. Una completa sala de juegos tiene mesa de pool y juego de sapo, además de una gran pantalla de televisión. Por el predio se puede andar a caballo, en sulky o en pony, y por todos lados hay reposeras con sombrillas de paja.
En el sector de spa –que es una isla de tranquilidad– se ofrecen servicios de masajes, baños con hidrojets, una cama con piedras de jade que masajean la espalda, sauna y ducha escocesa.
Los días de semana el ambiente es por supuesto más tranquilo. Pero además hay un sector de alojamiento categoría superior que está totalmente al margen de la gran fiesta veraniega que es el Ternura Ranch, donde todo es paz y tranquilidad junto a un bosque de eucaliptos.
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