Domingo, 22 de diciembre de 2013 | Hoy
FIESTAS ARGENTINAS. MAPA DE LOS FESTEJOS POPULARES
A lo largo y a lo ancho del país, las fiestas populares resumen nuestra diversidad cultural: gauchos en San Antonio de Areco, collas en Tolar Grande, inofensivos toreros en Casabindo, chayeros de Carnaval en La Rioja, hijos de inmigrantes en Oberá y viñateros de la Vendimia mendocina son parte esencial de la Argentina que festeja.
Por Julián Varsavsky
¿Qué tienen en común un hijo de inmigrantes polacos nacido en Misiones con un improvisado torero colla de la Puna, un gaucho de San Antonio de Areco, un criollo riojano que carnavalea con harina y albahaca, un cosechador de uvas mendocino y un sikuri que procesiona por los cerros de Tilcara? Acaso el grito de los goles de la selección y un idioma que de todas formas diverge mucho en el acento, casi tanto como si todos provinieran de diferentes países vecinos. Pero cada uno de estos argentinos vive en su propio mundo, y el lugar más claro para observar esas diferencias son las fiestas populares, cada cual con su propia música, baile, comidas y modos de expresión según sus raíces, donde se mezclan las costumbres de la vida de campo con la religión, la efervescencia carnavalera y el culto a la Pachamama. A continuación un recorrido por la geografía festiva argentina, para ir marcando en la agenda de viajes de 2014.
ENCUENTRO CON EL DIABLO En los barrios de la ciudad de La Rioja y en la mayor parte de la provincia se celebra durante la semana de Carnaval la Fiesta de la Chaya, cuyo origen se remonta al tiempo de los diaguitas, quienes más o menos para la misma época del año realizaban una celebración en agradecimiento a los dioses por las cosechas. La costumbre se mezcló más tarde con el Carnaval llegado de Europa.
La Chaya tiene como escenario las calles de los barrios populares de La Rioja y casi todos los pueblos del interior. La ceremonia central es el topamiento, en el que participan las comadres y compadres de cada barrio. Para realizar los topamientos, los vecinos decoran las calles con gallardetes, flores, globos, hojas de albahaca y colocan en algún lugar clave un arco que cruza de vereda a vereda lleno de adornos, bajo el cual se realiza el encuentro de los cumpas y las cumas (por lo general se topan mujeres con mujeres y hombres con hombres, quienes se tienen un afecto especial).
Cada “pacota” de chayeros sale desde un determinado punto de reunión y se dividen en dos grupos que caminan detrás de la cuma y el cumpa. Los acompañantes se acercan saltando y bailando y traen puñados de harina y ramilletes de albahaca detrás de la oreja. Cuando los dos grupos están a 50 metros uno del otro, el bastonero repite tres veces el llamado a toparse y las comadres hacen sonar los tambores cantando la polquita o vidalita de Carnaval, mientras bailan a los saltos entre gritos de “¡Chaya! ¡Chaya!”. El ruido de tambores y cohetes es ensordecedor, vuelan serpentinas por todos lados y las coronas hechas con harina, huevo y azúcar les son arrebatadas a los coronados para comerlas entre todos. Por último, los invitados se dirigen a la casa de una de las comadres o compadres, donde se realiza un baile al son de vidalitas chayeras.
Además de los topamientos, en todos los barrios de la capital se realizan comparsas a caballo que recorren al galope las calles y se detienen en muchas casas donde los espera una guerra de agua y harina. Durante la fiesta aparece en cada barrio la figura del pujllay, un muñeco de trapo desarticulado y andrajoso que preside la algarabía popular. Y al atardecer de la última noche de fiesta, el muñeco es incinerado en medio de la multitud que baila y canta en un contagioso frenesí.
SI EL VINO VIENE En Mendoza se rinde culto todos los años al fruto de las vides, con una celebración que moviliza a 300.000 personas. Durante enero y febrero, en cada uno de los departamentos de la provincia comienzan las fiestas y preparativos, con la elección de los mejores artistas y de una reina que los representará en la fiesta mayor, que se hace en Mendoza capital.
El mes de marzo marca el comienzo de las cosechas, cuando el calor se aplaca y las uvas están a punto para su recolección. En sus más de 70 años de existencia, la celebración se ha ido sofisticando hasta convertirse en un gran evento artístico de trascendencia nacional.
La Fiesta de la Vendimia comenzará el próximo domingo 2 de marzo con la Bendición de los Frutos en el Parque General San Martín, un evento litúrgico en honor de la Virgen de la Carrodilla. Para el viernes 7 de marzo está programada la Vía Blanca, cuando las “reinas” departamentales desfilan en carrozas por las calles céntricas en un desfile nocturno. Al día siguiente por la mañana se hace el tradicional Carrusel de la Vendimia, un nuevo desfile de las “reinas”, acompañadas por diversas agrupaciones gauchas. Además se suman al Carrusel las colectividades de inmigrantes que viven en Mendoza, vestidas con sus trajes típicos de Italia, España, Bolivia, Chile, Uruguay, Japón, Croacia y Alemania.
El mismo día del Carrusel, tiene lugar a las 21 la celebración central –un espectáculo de danza, música, luz y sonido– en el teatro griego Frank Romero Day, emplazado en los faldeos de la precordillera, junto al Cerro de la Gloria, en el Parque General San Martín. La capacidad del teatro es de 21.000 espectadores, pero otros 25.000 se ubican en los cerros aledaños. El momento cumbre es la elección de la reina de la Vendimia, que culmina con fuegos artificiales y efectos de luces y sonido, que iluminan por 20 minutos la inmensidad del cielo mendocino. La demanda es tan grande que el mismo espectáculo se repite durante la siguiente noche.
LA MAMITA DE LOS CERROS En la Quebrada de Humahuaca, cada Lunes Santo parte desde el pueblo de Tilcara una peregrinación cargada de sincretismo que se interna por tres días en la montaña. Setenta bandas de sikuris con dos mil músicos y seis mil peregrinos suben 18 kilómetros por los cerros a buscar una virgen en el santuario del Abra de Punta Corral –a 3480 metros de altura– para bajarla en procesión. Piden por cuestiones muy íntimas a la Virgen de Punta Corral, la Mamita del Cerro, como se lo viene haciendo desde hace milenios en los Andes, donde las culturas originarias ubicaron siempre lo más sagrado en las alturas de la montaña.
La celebración de la Semana Santa en Tilcara comienza el Domingo de Ramos en las afueras del pueblo, donde las bandas entonan las primeras melodías para confluir en la plaza frente a la iglesia. A media tarde parten en procesión y en el camino aparece la variopinta simbología de los sikuris: una banda enarbolando una veintena de banderitas del Vaticano y justo detrás otra blandiendo la Whipala, esa bandera cuadriculada que representa a la nación india del Tawantinsuyu.
Punta Corral es el reino de la diferencia: collas “rubios” con flequillo emo y anteojos a lo CQC, sikus fabricados con caños de PVC para el agua, banderas de Bolivia, camisetas de Boca y River, y guardapolvos blancos como los de la Banda de Sanidad, compuesta por médicos y enfermeros. En la ropa se observa la porosidad innata de la cultura, con sus intersticios por los que se van colando elementos “extraños”. Una lista de la indumentaria incluye las sugerentes calzas blancas –semiocultas bajo un poncho– de la banda femenina María Rosa Mística, pantalones anchísimos con estampas de calaveras, zapatillas Nike con cámara de aire, Adidas imitación made in Bolivia y Adidas de las otras, ushutas modelo inca, borceguíes, zapatos de charol, polainas de lana de llama, cordones flogger –uno naranja, otro verde flúo–, un sobretodo tejido a mano con barracán, ponchos de todo tipo uniformando bandas, una campera Ferrari y otra de Los Tigres del Norte, boinas rojas, camufladas y rosadas con pompón, cascos mineros con linterna, chulos peruanos que cubren orejas y mejillas, rebeldes bufandas palestinas, aguayos con la guagüita en la espalda y gorras de béisbol.
Para Tukuta Gordillo, un reconocido músico de la Quebrada de Humahuaca, la esencia de la fiesta sería la siguiente: “El santuario de la virgen india de Copacabana, a orillas del Titicaca, era un apu o apacheta de piedras energéticas donde se agradecía a la Pachamama. Y justo encima los españoles colocaron una iglesia con la imagen de la virgen que es venerada hasta hoy. Lo mismo ha ocurrido con una serie de apus a lo largo de los Andes, y para mí Punta Corral es uno de ellos. Lo que se venera aquí es precisamente la Virgen de Copacabana, es decir que esta procesión tiene miles de años y la Iglesia Católica se ha apropiado de ella”.
La fiesta está cargada de sincretismo, desde el momento en que se sube al cerro con una liturgia que escapa a los cánones solemnes del catolicismo, en medio de una ruidosa fiesta popular en la que prima pasarla bien, beber, comer y bailar. Allí se exteriorizan sentimientos como se lo hizo siempre en las fiestas indígenas que celebraban las cosechas agradeciéndole a la Pachamama por todo lo que ofrece.
TOROS EN CASABINDO Cada 15 de agosto, en el pueblito jujeño de Casabindo se realiza una corrida con improvisados toreros que homenajean así a la Virgen de la Asunción, patrona de ese paraje con casas de adobe perdido en la inmensidad de la Puna.
El Toreo de la Vincha transcurre frente a la iglesia conocida como “la Catedral de la Puna”, que luce desproporcionada para un pueblo de 200 habitantes que en un día normal parece desierto. Pero cada 15 de agosto una larga caravana de vehículos levanta una nube de polvo en la lejanía, rumbo a un Casabindo ruidoso y alborotado. De los autobuses bajan centenares de personas llegadas desde toda la provincia. La fiesta comienza con una misa y una procesión. El aroma a incienso impregna el ambiente y aparecen en escena los samilantes, unos adoradores de la Virgen con plumas de suri (ñandú) en la ropa y el sombrero. Los samilantes bailan la danza de los suris casi todo el día frente a la iglesia, al son de la caja, la flauta y los cascabeles que llevan en sus muñecas y rodillas.
A las dos de la tarde un bombazo inaugura la corrida y sale al ruedo el primer joven que intentará arrebatar la vincha con monedas de plata que cuelga de los cuernos del toro. Un gran rectángulo delimitado por un muro de piedra y adobe y algunas gradas hacen las veces de “ruedo”. Algunos toros se niegan a correr y se dejan quitar la vincha con mansedumbre. Otros parecen tranquilos, pero cebados por la multitud emprenden violentas carreras de 50 metros que obligan al torero a esquivarlos, lanzándose al suelo como un arquero atajando un penal. En general, los valientes pobladores se enfrentan al toro con un paño rojo algo tajeado que, a diferencia de las capas españolas, no esconde ninguna espada traicionera.
A las seis de la tarde, el frío y el viento señalan que la fiesta ha terminado y la caravana de autos levanta una nueva polvareda que se pierde en la lejanía del Altiplano.
GRACIAS A LA TIERRA Cada 31 de agosto se celebra en lo alto de la Puna salteña la fiesta de la Pachamama, cuando los pobladores de Tolar Grande agradecen a la Madre Tierra la vida que brota de sus entrañas. Este pueblito salteño está perdido en la altiplanicie de la Cordillera de los Andes, en uno de los rincones más áridos y deshabitados de la Argentina. Sus 256 habitantes viven a 3500 metros de altura y a nueve horas de la capital de Salta.
Para la Fiesta de la Pachamama el pueblo está alborotado, con medio centenar de visitantes. La celebración comienza a las cuatro de la tarde cuando una veintena de pobladores suben al Cerro Sagrado vestida con poncho, pantalón de barracán, chulo de llama y ojotas de cuero, acarreando vasijas de cerámica con ofrendas para la Madre Tierra.
El nodo del que brota la energía de la fiesta es el Pozo de la Pachamama, un hoyo en el suelo donde se entierran ofrendas. En primer lugar se izan, al son del Himno Nacional, las banderas salteña, argentina y colla. Luego de unas palabras del cacique entra en escena el chachero, la persona encargada de sahumar la celebración quemando arbustos de cha cha. El chachero se arrodilla en el suelo pedregoso, muy concentrado, ahuyentando los malos espíritus con el humo. Si deja que se produzca fuego, automáticamente se corta el humo y le cobran una “multa”, que consiste en hacer fondo blanco con un vaso de licor. A la tercera multa es cambiado por otro.
Con el ambiente bien sahumado y el polvo de la Puna entorpeciendo la mirada, el cacique comienza a destapar el pozo. Un cuchillo se clava en la tierra de cara al sol para que no salgan los malos espíritus enterrados. Luego las personas que el año anterior enterraron una botella de vino boca abajo retiran su ofrenda, esperando que se les cumpla lo pedido. Algunas están vacías y otras llenas: esto significa que la Pachamama tomó lo que necesitaba y devolvió lo que no le hacía falta. Para no despreciarla, entre todos se toma lo restante.
El momento central llega con los convidos a la tierra. El primero en ofrendar es el cacique, que reza en quechua y comienza arrojando en el pozo chorritos de siete bebidas alcohólicas: licores, vino, cerveza, chicha, whisky y fernet. De cada bebida tiene que probar un poco. Luego forma un “cuenco” con las manos para agarrar hojas de coca, granos de maíz, yerba, carne charqueada, papas y tamales, a los que deja caer con sumo cuidado en el hoyo.
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