Dom 02.02.2014
turismo

BRASIL. PLAYAS DE PIPA Y NATAL

País de arena y sol

Recorrido por dos destinos rodeados de vegetación, con morros y acantilados, donde el nordeste brasileño se declina en playas de fina arena y mar cálido verde azulado. De la tranquila Pipa a Natal, que ya tiene listo el estadio para estrenar en el Mundial 2014.

› Por Belén Coccolo

“Pipa tiene una magia que te atrapa y te enamora”, es la frase más escuchada apenas se ponen los pies en esta localidad del municipio nordestino de Tibau do Sul, a 80 kilómetros de Natal. Muchos llegaron para no irse más, cautivados por sus paisajes, su clima tropical y su gente. En Pipa es verano todo el año, pero el calor no es agobiante gracias a la brisa constante de los vientos alisios del sur de Africa, que refrescan el día y la noche. Aquí, al igual que en Natal, el día comienza temprano: el sol aparece en el horizonte a las cinco de la mañana y se esconde alrededor de las cinco y media de la tarde.

La playa del centro de Pipa, una de las más concurridas y de donde parten excursiones en lancha.

PLAYAS DEL PARAISO Las playas son el principal atractivo de Pipa, y las hay para todos los gustos: solitarias y tranquilas, con mar movido ideal para realizar kitesurf y surf, con avistaje de delfines y desove de tortugas marinas, para enamorados y, definitivamente, para enamorarse.

La Praia do Madeiro es una de las diez más lindas de Brasil. Se llega a través de una escalera de 194 escalones construida sobre el acantilado, o caminando desde la Baia dos Golfinhos, siempre y cuando la marea esté baja (en Pipa la marea tiene un horario diferente todos los días: sube durante seis horas, se mantiene estable durante veinte minutos y baja otras seis). Aquí deslumbran los altos acantilados anaranjados. El mar es tranquilo por la mañana y más movido por la tarde, cuando los surfistas aprovechan para desplegar sus destrezas y conquistar las olas. También se puede ver gente practicando stand up paddle (remar contra la corriente sobre una tabla de surf). Sobre la playa, numerosos paradores ofrecen las clásicas caipirinhas y camarones fritos, además frutas de todo tipo, clases de surf y alquiler de kayak. En la orilla, pequeñas piedras de todos los colores marcan el sendero y adornan aún más el paisaje.

Yendo hacia el sur aparece la Baia dos Golfinhos, donde los turistas pueden sorprenderse viendo nadar a los delfines. Se llega a pie, siempre prestando atención a la marejada, ya que hay momentos en los que el mar golpea contra las rocas y resulta imposible acceder.

Luego nos topamos con la Praia do Centro, la más concurrida, ubicada en el centro de Pipa y desde donde salen excursiones en barco y lanchas a diferentes puntos de atracción. Una buena alternativa es realizar el paseo en el Barco Aventureiro hasta la Baia dos Golfinhos, para ver desde allí a los inquietos delfines y luego zambullirse en sus tranquilas y azuladas aguas. Descendiendo un poco más llegamos a la Praia do Amor, nombre romántico debido a su orilla en forma de corazón. Es la vedette de los surfistas, con las olas más radicales del lugar. Hacia arriba se alza el Chapadao, un imponente altiplano de roca naranja con vista panorámica. Desde esta naturaleza rocosa se observa, sobre el mar, la piedra con forma de barril –pipa en portugués– que dio nombre a la ciudad.

ATARDECER Y CREPES Siete kilómetros hacia el norte de Pipa se impone la Laguna Guaraíras, en la ciudad de Tibau. Allí la Crepería Marinas, edificada sobre pilotes de madera, ofrece una gran variedad de crêpes dulces y saladas, que amenizan la espera del ansiado espectáculo natural: el sol escondiéndose entre las aguas alrededor de las seis de la tarde. Mirando al horizonte, con música clásica de fondo, el tiempo parece detenerse unos segundos hasta que el círculo radiante termina por desaparecer y todos aplauden entusiasmados. Sobre la laguna, algunos barcos y kayaks siguen su rumbo luego de este particular atardecer.

La calle principal de Pipa es la avenida Baia dos Golfinhos, peatonal desde las siete de la tarde hasta las tres de la mañana. Quienes hayan visitado este lugar hace apenas tres años se sorprenderán de lo rápido que creció la oferta comercial y gastronómica: avanzando por la calle empedrada se observan restaurantes de todas las variedades, desde tapioquerías a especializados en pescados y mariscos. Tientan los helados de la Gelateria Preciosa, que ofrece 16 sabores diferentes –y diferentes todos los días– gracias al savoir-faire de dos italianos, Denis y Carolina, que llegaron hace cuatro años “apasionados ante la belleza extraordinaria de Pipa”.

Al caer la noche, turistas y lugareños se aglomeran en el centro, en los bares con música y tragos, ocupando la calle hasta la una y media de la mañana, cuando todos se van a la discoteca Dos Calangos para bailar hasta pasado el amanecer.

Lo que define a Pipa es la mixtura: italianos, españoles, alemanes, holandeses, suecos, hindúes, argentinos, brasileños. Todos conviven en esta pequeña ciudad que los fue aunando como hermanos; pero la diversidad se ve en las casas del lugar, de diferentes estilos según la procedencia, que conviven de forma armónica y atractiva. Aquí abundan las historias de viajeros que se enamoraron de las playas y del lugar, y decidieron quedarse a vivir. Como Claudia Sosa, argentina y hoy encargada de la promoción nacional e internacional de la Secretaría de Turismo de Tibau do Sul. Fascinada con Pipa desde hace diecisiete años, cuando la conoció, se estableció aquí hace diez: “Los que vivimos en Pipa estamos todos locos”, comenta mientras caminamos por el centro, donde se está celebrando una misa de Bola de Neve, iglesia evangelista surfer que tiene como púlpito una tabla de surf. “Hay muchos que vienen huyendo de algo. Mucha gente viene a cambiar de vida. Convivimos surfistas, workaholics, y personas místicas y zen”, agrega, divertida con esta forma de vivir. “Todos interactúan de una manera bien gostosa”, cuenta Fernanda, de Río de Janeiro, en un portuñol que refleja una vez más la conjunción cultural, “es una cosa muito legal que acontece entre todos. Somos todos amigos”. Ella vive aquí hace dos años, y tiene una razón que le parece obvia para elegir el lugar: “Hay verano y más verano”.

Praia de Ponta Negra, en Natal, ciudad que será una de las sedes del Mundial el año próximo.

LA CIUDAD DEL SOL Natal, 80 kilómetros al norte de Pipa, es una ciudad de aguas verdes y arenas blancas, con 41,2 kilómetros de playa y donde el sol se disfruta más de 300 días al año. Sorprende, en el centro, la cantidad de comercios que venden anteojos de sol: es que, según dicen, éste es el segundo lugar del mundo con más reflejos después de Grecia. También un escenario cinematográfico por naturaleza, donde se rodó el capítulo final de la mundialmente famosa novela brasileña El Clon, en las Dunas Doradas. En 2014 volverá a tomar protagonismo como ciudad sede del Mundial de Fútbol.

Sobre la Via Costeira, al borde del mar, hay hoteles y resorts con salida a la playa. Enfrente, el Parque Das Dunas se impone con sus grandes médanos de arenas blancas: 1772 dunas fijas con vegetación, segundo parque más grande de Brasil de esta clase y un área de preservación ambiental. Otra de las zonas turísticas es Ponta Negra, donde se agrupan hoteles, restaurantes, bares y discotecas, a metros de la Praia de Ponta Negra, una playa angosta que alberga al famoso Morro do Careca, una duna de 120 metros de altura.

En Rio Grande do Norte la gastronomía es otro deleite para el turista. Los lugareños recomiendan el pollo y el camarón, plato principal de la región, ya que no en vano llaman a los nativos de aquí “potiguares”, que significa “comedores de camarón”. También está aquí el mayor mercado de castañas de cajú, donde se ofrecen degustaciones de todas las combinaciones: castañas con chocolate, con pimienta (solo para los más temerarios), con caña de azúcar, con coco, con jengibre, con banana, con ajo y muchas más.

Yendo por la Via Costeira hacia el norte se llega a Santos Reis, donde está la Fortaleza de los Reyes Magos, construida el 6 de enero de 1598. Este edificio histórico de rocas y cal, en forma de estrella, fue construido por los portugueses en el encuentro entre el río Potengi y el océano Atlántico para impedir la invasión holandesa. Bordeando la fortaleza se halla la Praia do Forte, donde se forman piscinas naturales, preferidas por las familias y los más pequeños.

UN SALTO A LA AVENTURA “Todo depende de la naturaleza en Natal.” Así resume el guía todas las actividades que se pueden realizar, sobre todo en la parte norte de la ciudad. Los dromedarios importados de las Islas Canarias son una de las curiosidades que se encuentran por aquí, para dar paseos sobre las dunas y sentirse en otro continente.

Los buggies son otros de los protagonistas, ideales para andar por la arena y sortear todo tipo de obstáculos. Cruzando el río Potengi por el Puente Newton Navarro se llega a Genipabu, a 30 kilómetros de Natal. Allí la típica pregunta del buggero antes de emprender la aventura es: “¿Con o sin emoción?”. De eso dependerá la adrenalina del viaje a través de las dunas. Tampoco se debe dejar de probar la diversión del esquíbunda (tabla de madera para deslizarse sentado por la duna de arena hasta zambullirse en las aguas).

También hay lugar para el arborismo y la tirolesa: a metros del centro, entre frondosos árboles y exuberante vegetación, se encuentra Pipa Aventura. Allí, después de una caminata de casi un kilómetro, comienza una carrera de obstáculos que culminará con una tirolesa de 300 metros de largo sobre las copas de los árboles. El esfuerzo realizado durante todas las postas va aumentando en dificultad: caminar sobre troncos, sobre finas cuerdas, trepar por una red, hasta finalmente volar a toda velocidad, rejuveneciendo alma y cuerpo.

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