turismo

Domingo, 2 de febrero de 2014

EE.UU. EL KENNEDY SPACE CENTER DE FLORIDA

El espacio en la Tierra

El Kennedy Space Center se está renovando y entre sus últimas atracciones se encuentra el transbordador espacial Atlantis, además de un sector familiar dedicado a los personajes del juego Angry Birds. Para revivir los hitos de la conquista del espacio, combinando aprendizaje científico con diversión.

 Por Graciela Cutuli

Camisa azul estricta, pelo rubio cortado prolijamente, espaldas cuadradas: Bruno Lipniskis tiene algo del look de los pilotos de la US Air Force de los años ’50, aquellos que fueron pioneros de la conquista espacial en Estados Unidos y lograron volar cada vez más alto, permaneciendo en el espacio cada vez más tiempo, hasta que la NASA llegó a acumular conocimientos suficientes como para mandar una primera misión a la Luna. Parte de aquella historia se puede revivir en el Centro Espacial Kennedy (KSC), una suerte de parque de atracciones distinto de todos los otros de Florida, donde Bruno es el encargado de guiar a grupos de visitantes con programas especiales. Más allá de la diversión, el KSC es un lugar donde se aprende y se experimenta, algo así como poner un pie sobre el entretenimiento y el otro sobre la ciencia.

La empresa que explota comercialmente el parque para la NASA es la Delaware North Companies Park & Resort, que opera también en los Parques Nacionales de Yellowstone, en las Cataratas del Niágara, en Yosemite y hasta en Australia. Su sello está detrás de los cambios y nuevas atracciones que el Kennedy estrenó sucesivamente en estos últimos meses: un espacio dedicado al transbordador espacial Atlantis, juegos interactivos con los Angry Birds, visitas especiales que llegan hasta las plataformas de lanzamiento y un programa de “entrenamiento” para vivir experiencias como un auténtico astronauta. Bruno Lipniskis cuenta que “se buscó un equilibrio entre la diversión para familias de todas las edades y muchos pabellones didácticos para descubrir o conocer mejor la hazaña de la conquista del espacio”. Y para eso en particular recomienda no perderse una de las mejores opciones del KSC: un almuerzo conferencia con un astronauta, cada mediodía.

El Jardín de los Cohetes, un recorrido al aire libre por la historia de la conquista espacial.

LOS PAJARITOS Y EL ATLANTIS ¿Puede haber pájaros en el espacio? La pregunta tiene respuesta afirmativa en Florida, donde parece que es posible hasta lo imposible: el Angry Birds Space Encounter es una de las principales apuestas del Centro Kennedy para divertir a grandes y chicos. Los pajaritos enojados tenían ya su propio parque en la lejana Finlandia, el país que los vio nacer, pero ahora llegaron también a esta parte del mundo que atrae a los chicos gracias a los parques de Orlando. Los mismos chicos que no se quieren perder por nada del mundo una foto con los actores que calzan el traje de Red, el pajarito enojado más conocido, después de haber probado los juegos interactivos de este nuevo sector.

Justo enfrente, por no decir puerta a puerta, está la otra gran estrella del nuevo Kennedy Space Center: la atracción Atlantis, que evoca un verdadero hito de la historia del siglo XX. Mitad avión, mitad cohete espacial, se lo vio tantas veces en televisión, en fotos o en libros que es un gran momento descubrirlo por fin “en carne y hueso”, si tal cosa cabe para este gigante de metal. Su inconfundible silueta blanca, con sus alas cortas y su gruesa nariz negra están allí, a pocos metros del suelo, como aterrizando de su último viaje de regreso a la Estación Espacial Internacional. El Atlantis ya no vuela, pero quizá generará vocaciones de astronautas y físicos desde su nuevo papel de atracción científica.

De hecho Bruno cuenta que desde que se inauguró este nuevo sector, a fines de junio, el parque recibió cierto flujo adicional de visitantes. Antes de abrirlo –recuerda– “se construyó un gran edificio de más de 8000 metros cuadrados y se invirtieron cien millones de dólares. Ahí adentro están los 30 años de la historia del programa Atlantis. Hay mucho más, por supuesto. Pero lo más importante de todo es que está el verdadero transbordador”. De hecho fue toda una ceremonia cuando lo llevaron desde el Edificio de Ensamblaje, que está en otro sector del inmenso predio de la NASA en Cabo Cañaveral. Fueron un poco menos de 20 kilómetros, con la escolta de numerosos astronautas.

En el Hall of Fame se homenajea a los astronautas pioneros de los años ’50 y ’60.

UN BAÑO EN EL ESPACIO El guía recomienda una visita de dos días para conocer el Centro Kennedy a fondo, aunque para los visitantes argentinos es difícil disponer de tanto tiempo. De todos modos, la sola visita a la muestra dedicada al Atlantis llevará por lo menos dos horas, porque hay mucho material expuesto y también muchos juegos, así como un simulador que recrea el despegue del transbordador. En total, el pabellón tiene 60 exhibiciones interactivas, incluyendo una que explica cómo hay que hacer para ir al baño en el espacio (la pregunta más recurrente para los astronautras durante la charla de cada mediodía) y otras en torno de la vida diaria con gravedad cero (cómo comer, bañarse o cepillarse los dientes).

Después de una última foto frente al famoso bus gris que solía verse en televisión cuando llevaba a los astronautas hasta el pie de la rampa de lanzamiento, se hace la hora de ir al almuerzo. El restaurante está cerca de la entrada, frente a lo que es un clásico del KSC: el Jardín de Cohetes. Allí están las naves más emblemáticas de los primeros tiempos de la conquista espacial, en los años ’50 y ’60: los Juno, los Titan, los Saturn y los Atlas. Hay también réplicas de las diminutas cápsulas Gemini y Apolo, que llevan a preguntarse cómo es posible que los vuelos al espacio puedan hacerse... con tan poco espacio. Quien lo dude puede sentarse en una de las cápsulas, minúsculas aunque faltan los comandos e instrumentos de a bordo que reducían el sitio más todavía.

Aun en temporada baja, el almuerzo suele hacerse a sala llena. Para participar hay que pagar además de la entrada general un pequeño suplemento que permite escuchar la charla del astronauta del día a lo largo de poco más de una hora. Pero la hora se hace corta, porque el orador cuenta en detalle muchísimos aspectos interesantes del despegue y del funcionamiento de ese curioso mundo donde no existe la gravedad. Día tras día, las preguntas vuelven una y otra vez sobre los gestos diarios que allá arriba representan todo un desafío para el genio de los científicos.

Al final, después de las preguntas y las fotos, Bruno lleva a su grupo hacia los buses que recorren el resto del complejo: los hangares de ensamblaje, las plataformas de lanzamiento y el museo dedicado a las misiones Saturn y Apolo, que llegaron hasta la Luna. El recorrido básico está incluido en la entrada general, pero también es posible elegir el Up-Close Tour, que compensa el gasto extra con todo lo que se puede ver. El recorrido pasa por las rutas internas de la NASA, con una primera parada en el Edificio de Ensamblaje de Vehículos (una especie de catedral de chapas y vigas metálicas donde se juntan las distintas partes de los cohetes para luego llevarlos parados hasta su lugar de lanzamiento, y que se dice es el edificio de un solo piso más alto del mundo). La siguiente parada es el Centro de Control de Despegue y la Plataforma de Lanzamiento, para terminar en el edificio dedicado a las misiones Saturn y Apolo: basta con sus nombres para evocar un viaje al pasado, más precisamente hacia aquel 20 de julio de 1969 en que Neil Armstrong bajó de una cápsula idéntica a la que se exhibe para caminar sobre la superficie lunar.

Generalmente allí terminan las visitas, pero todavía quedan otras opciones por experimentar: el punto de encuentro con un astronauta en el Astronaut Encounter, las películas de los cines Imax y el Salón de la Fama de los Astronautas, que está en un edificio separado situado en realidad antes de llegar al KSC. Y sobre todo, el programa de entrenamiento para ser astronauta... por medio día. A lo largo de algunas horas, esta propuesta invita a experimentar una “caminata lunar” y un giroscopio para sentir la gravedad cero; también se puede –simulador mediante– intentar el aterrizaje exitoso de un transbordador. Un poco para seguir los pasos de Alan Shepard, aquel pionero que fue el primer norteamericano en experimentar la gravedad cero, allá por 1961. Y que, seguramete, nunca imaginó ver pájaros en el espacio.

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Un nuevo sector está consagrado exclusivamente a la historia del transbordador Atlantis.
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