Domingo, 27 de abril de 2014 | Hoy
FRANCIA. HUELLAS IMPRESIONISTAS EN PROVENZA
Un circuito a través de la Provenza, en el sur de Francia, recorre los lugares donde pintaron y vivieron algunos de los más grandes artistas del impresionismo y los siguientes movimientos de vanguardia. Es la Ruta de los Pintores de la Luz, entre la romana Arles y St. Tropez, la meca de los balnearios de la Costa Azul.
Por Graciela Cutuli
Una pequeña ruta de campo se pierde entre los arrozales y las praderas de una llanura tan uniforme que parece un desprendimiento de la pampa. Toros negros, caballos blancos y flamencos rosados forman los tres colores de esta tierra ubicada entre los dos brazos del Ródano, un río que cruza todo el sudeste de Francia, entre su surgimiento en los Alpes suizos y su delta sobre el Mediterráneo. La pequeña ruta no para de dar vueltas, pero de repente allí aparece, sobre un canal: es un pequeño puente levadizo de madera, el puente de Langlois, que todos conocemos desde hace más de un siglo como “el puente de Van Gogh”. Tal como está en la obra del genio holandés: la misma estructura de madera, que funciona como los puentes levadizos de los castillos medievales, las mismas aguas que corren debajo de sus tablones, los mismos juncos en la orilla del canal. Vincent Van Gogh podría volver a pintarlo, bajo la misma luz que le hizo decir que “todo el futuro del arte nuevo se encuentra en el sur”.
VAN GOGH en Arles Vincent Van Gogh llegó a la ciudad de Arles en 1888, en busca de la luz intensa con la cual ansiaba revolucionar su arte. El sol de Provenza sin duda le resultó inspirador, ya que en poco más de un año pintó allí varias de las telas primordiales de su obra. A fines del siglo XIX, Arles vivía de glorias pasadas, rodeada de monumentos y vestigios de la época romana y de los primeros tiempos de la cristiandad. Sus viejas murallas ya encerraban el museo a cielo abierto que se puede recorrer hoy día en las calles del centro histórico: de hecho sus Arenas están entre las mejor conservadas del mundo antiguo y son el epicentro de la vida cultural local, con conciertos, representaciones y sobre todo corridas (a diferencia de las corridas españolas, en Provenza no se mata a los toros). Bañada por el ardiente sol provenzal, Arles y sus venerables piedras vibraban de intensidades, colores y contrastes. Van Gogh encontró un mundo totalmente opuesto al de su Holanda natal, con sus cielos grises y mares agitados: fuera en los campos aledaños, fuera en las escenas de la vida urbana, los colores explotaban en sus telas de la misma forma que bajo el sol del mediodía arlesiano. La Fundación Van Gogh, que ocupa un edificio histórico en el centro, rinde un homenaje permanente a este huésped que pasó como una estrella fugaz pero dejó una marca indeleble. Cuando llegó a Arles, a Van Gogh le quedaban sólo dos años para vivir y pintar: su estadía provenzal sin duda exacerbó su genio pero al mismo tiempo aceleró su fin. La pasión y el sufrimiento que se expresan en sus obras se intensificaron bajo la luz intensa que había ido a buscar, pero que no pudo iluminar las oscuridades personales que lo llevaron a la muerte.
Dentro de la ciudad, la Ruta se convierte en paseo para peregrinar por los lugares reconocibles entre sus obras. Como el Puente de Trinquetaille, que cruzaba uno de los brazos del Ródano en tiempos de Van Gogh y aún conserva visibles sus pilares (el resto de la estructura fue destruido por bombardeos alemanes en 1944). La Plaza del Foro es una de las principales del centro antiguo, y allí, frente a la calle Favorin, se juega a buscar el lugar donde Van Gogh puso su caballete para pintar Frente al café nocturno. La visita sigue y llega hasta el Anfiteatro, las antiguas Arenas romanas. En busca de impresiones y colores, Van Gogh no las pintó en su monumentalidad, sino como marco de una escena festiva, durante una corrida. Finalmente, el recorrido termina sobre los Alyscamps –el nombre provenzal de los Campos Elíseos–, una necrópolis a lo largo de lo que era la Via Aurelia en tiempos romanos. Allí quedaron muchos sarcófagos de piedra que datan de los primeros tiempos de nuestra era, ya que Arles fue uno de los primeros focos de expansión del cristianismo en Occidente. En una misma semana de octubre de 1888, Van Gogh pintó cuatro telas sobre este lugar muy sugestivo, mostrándolo desde distintos ángulos, hoy todavía bien reconocibles. Se cuenta que descubrió este sitio gracias a Paul Gauguin, que permaneció un tiempo en Arles, por invitación del propio Van Gogh.
CEZANNE EN MARSELLA Y AIX Luego de Arles, la ruta pasa por Martigues y llega hasta Marseille y su costa. Y sobre todo l’Estaque, donde nos cruzamos con la obra y las andanzas de Paul Cézanne. Este barrio costero y popular de Marsella es hoy bien conocido de los cinéfilos gracias a las películas de Robert Guédiguian, sobre todo la más conocida, Marius y Jeannette.
L’Estaque y su pintoresco puerto vieron pasar a Cézanne, Derain, Dufy y Braque, entre otros artistas de la época. Cézanne incluso alquiló una casa, como contaba en una de sus cartas a Emile Zola: “Alquilé una casita, justo encima de la estación. Cuando se pone el sol, desde lo alto de la ciudad, se contempla el hermoso panorama del fondo de Marsella y de sus islas”. Un decorado tallado a medida para un pintor.
Como en Arles, se organizan visitas guiadas desde la Oficina de Turismo de Marsella: se sale de la Plaza de la Iglesia (donde Cézanne residió varias temporadas) para llegar hasta la terraza del pintor en el Castillo Bovis, donde Cézanne pintó dos versiones del Golfo de Marsella desde l’Estaque: el valle del Marinier (donde pintó las Rocas de l’Estaque), el puerto (que pintaron también Derain, Braque, Friesz y Marquet) y sobre todo el vallecito de Riaux, donde Braque pintó su cuadro Casas en l’Estaque, una obra que se considera como la iniciadora del cubismo.
La huella de Cézanne se encuentra también en la vecina ciudad de Aix-en-Provence. Allí se radicó definitivamente a partir de 1890 y el vecino monte Sainte Victoire pasó a ser un tema recurrente de sus obras: se estima que figura en unas 60 de sus telas. Pero lo más asombroso es que una sola quedó en un museo francés; las demás están repartidas entre museos y colecciones privadas del mundo entero. El monte Sainte Victoire también figura en las novelas de Marcel Pagnol, un novelista y director de cine provenzal que fue muy popular en Francia en la segunda mitad del siglo XX. La montaña tiene poco más de mil metros de altura, pero más que la altura fueron la silueta y la refracción de la luz los detalles que fascinaron a Paul Cézanne.
El circuito llega hasta la Costa Azul y Saint Tropez, un pueblito costero que en aquellos años todavía estaba habitado principalmente por pescadores, muy lejos del jet-set europeo que lo cultiva en la actualidad. Faltaban décadas para que fuera arrasado por la llegada de Brigitte Bardot y junto con ella su corte de estrellas de cine y de la canción, hombres de negocios y multimillonarios dueños de imponentes yates. En torno de 1880 Saint Tropez era un pueblo donde los impresionistas podían trabajar en paz para traducir en sus lienzos la luz de Provenza y el Mediterráneo. La lista es impresionante: Signac, Luce, Bonnard, Dufy, Camoin, Kisling, Marquet, Matisse o Picabia pintaron Saint Tropez y su puerto en algún momento de sus vidas. El Museo de l’Annonciade, cuya colección fue donada por el industrial Georges Grammond, tiene cuadros de varios de ellos.
Además de estos cuatro sitios principales, la Ruta de la Luz pasa también por el centro de Marsella (lugares pintados por Marquet, Signac o Dufy), Martigues (un pueblo sobre el Mediterráneo visitado por Dufy y Picabia), Saint Rémy de Provence (visitado por Van Gogh, que pintó el arco de triunfo romano y los vestigios de la ciudad antigua de Glanum), Avignon (para conocer su famoso puente truncado y el Palacio de los Papas pintado por Corot, Huet y Signac) y Toulon (donde otra vez cruzamos las huellas de Signac).
“En Provenza se exaltan los sentidos, la mano se vuelve más ágil, la mirada más viva, el cerebro más claro.” No hace falta agregar nada más para cerrar este paseo por la Ruta de la Luz, resumido así por el genial holandés a quien la posteridad puso en el lugar más alto de la constelación de artistas que brilló en el cielo provenzal.
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