BRASIL. BELO HORIZONTE Y EL MUNDIAL
Ciudad bohemia y futbolística como muy pocas en Brasil, en Belo Horizonte la Selección Argentina enfrentará a Irán en la primera ronda. En su iglesia de Pampulha nació el modernismo con el que Oscar Niemeyer revolucionó la arquitectura y su barrio de Lourdes es pura sofisticación, diseño y alta cocina.
› Por Julián Varsavsky
En un extremo de la plaza principal de Belo Horizonte –ciudad donde a esta altura ya no se habla de otra cosa que del Mundial de Fútbol– un cartel electrónico informa cuántos días faltan para el pitazo inicial.
La capital mineira es una de las más futboleras de Brasil, lo cual ya es mucho decir. Su amor por el deporte más popular del mundo viene de sus clubes legendarios: Atlético Mineiro y Cruzeiro. Además, el rey Pelé nació en Minas Gerais, en el pueblo de Tres Corazones. Y como premio a semejante afición, en el estadio Mineirao se jugarán seis partidos mundialistas, incluyendo una semifinal.
“Aquí nos hemos vuelto monotemáticos con el Mundial; de hecho, para nosotros ya comenzó”, dice Joao, el taxista que nos lleva del aeropuerto al hotel.
Lo primero que llama la atención al atravesar la ciudad es la cantidad de parques y arboledas. Según datos oficiales, Belo Horizonte tiene 300.000 árboles y 790 plazas, lo que la convertiría en la ciudad con mejor calidad de vida de Brasil.
Por su ubicación, el DT Alejandro Sabella eligió Belo Horizonte antes del sorteo del Mundial como base para nuestra selección, por ser una ciudad equidistante de las otras tres sedes principales. Y la idea fue correcta, porque la Argentina jugará aquí contra Irán el 21 de junio, una semana antes enfrentará a Bosnia en la cercana Río de Janeiro y finalmente, el 25 de junio, en Porto Alegre el rival será Nigeria. Y la idea de tomar a Belo Horizonte como base para ir y volver en el día al asistir a los partidos de la Selección Argentina es un dato útil también para los viajeros.
La capital mineira –con 2,3 millones de habitantes– es lo opuesto al estereotipo de ciudad brasileña con sol y palmeras: en un ambiente de serranías, la playa más cercana está a 300 kilómetros. Y acaso eso se refleje en el carácter de los mineiros que, a diferencia de cariocas y nordestinos, son más bien introvertidos. Pero brasileños al fin, tienen un carácter bohemio que se explicita en los millares de botecos de la ciudad, unas fondas tradicionales donde la gente se encuentra a comer y beber.
“En Belo Horizonte tenemos a maior cantidad de botecos por habitante de Brasil y también la mejor cachaça (licor de caña) del país”, agrega Joao, que será mineiro pero exagera con el mismo convencimiento categórico de cualquier brasileño al hablar de su país.
GLAMOUR MINEIRO Salgo a caminar por Lourdes, un barrio conocido por el lujo de sus caserones y edificios –con el metro cuadrado más caro de la ciudad– y por sus tiendas, bares y restaurantes con grandes jardines internos. Sus calles arboladas son puro glamour y me entretengo en los negocios de decoración y anticuarios como Marco Grilli y Via Marília. Entre las tiendas de ropa hay marcas nacionales famosas, como María Bonita, Bárbara Bela y Lenny, y otras internacionales como Armani y Cavalli.
Me alejo unas cuadras para sumergirme en un ambiente más tradicional: entro en una de las centenares de cachaçarías de Belo Horizonte para tomar un trago de cachaça.
En la tarde curioseo por el Mercado Central, que ocupa una cuadra completa techada, con infinidad de pequeñas tiendas donde se vende, literalmente, de todo. El colorido tropical de las fruterías y tiendas de especias atrae la mayoría de las miradas. Compro un agua de coco y sigo recorriendo entre la multitud los laberínticos pasillos del mercado. En el sector para la gente de campo se venden mates y yerba, monturas, sombreros y rebenques. En el sector de especias hay una pimienta pregonada como “a máis ardida do mundo”. Y la “agüita que arde” de la cachaça tiene su propio sector con infinitas variedades, algunas con langostas y cangrejos adentro.
Mi visita al Mercado Central termina con un banquete mineiro en el famosísimo boteco Casa Cheia (local 167). El menú ofrece variedad de bocaditos (“tira-gostos”) preparados por el octogenario dueño del local, como el hígado con jiló y cebolla y la “vaca atolada” (costillar con mandioca). Pero opto por el plato más célebre, bautizado Mineirinho Valente: canjiquinha –maíz triturado con carne de cerdo–, queso, lomo ahumado, costilla deshuesada, longaniza y salsa de espinaca.
VUELO ARQUITECTONICO El día más soleado del viaje lo dedico al disfrute artístico de la ondulada iglesia de San Francisco de Asís, en el barrio Pampulha, un complejo urbano creado junto a una laguna por el arquitecto Oscar Niemeyer.
En 1940, el entonces intendente de Belo Horizonte y futuro presidente Juscelino Kubitschek le encargó a un joven y poco conocido Oscar Niemeyer un conjunto de edificios para el barrio Pampulha. Entre ellos estaba la iglesia de San Francisco de Asís, la primera obra célebre del arquitecto. Con esa iglesia Niemeyer hizo un quiebre con el modernismo de la época: “Mi objetivo fue ignorar de manera deliberada el ángulo recto y la arquitectura racionalista dibujada con regla y escuadra, para penetrar audazmente en el mundo de las líneas curvas que ofrece el hormigón armado”, declaró una vez.
El diseño de esta iglesia es una sucesión asimétrica de cuatro “olas” de diferentes tamaños que conforman una bóveda parabólica recubierta por dentro y por fuera con piedra ónix, azulejos, madera y murales de Cándido Portinari. En el frente hay un singular campanario que parece invertido porque decrece desde arriba hacia abajo. La iglesia fue considerada de inmediato una obra maestra. A quienes no les cayó bien su falta de ortodoxia fue a los miembros del obispado de Belo Horizonte, quienes durante 14 años se negaron a consagrarla. Niemeyer –un ateo comunista que también hizo sinagogas y mezquitas– habrá sonreído para sus adentros.
Hoy, avanzado el siglo XXI, los starchitects más famosos del mundo toman partido por esa búsqueda de diseños originales y sorprendentes iniciada por Niemeyer en aquella iglesia, para imprimirles a los edificios la forma “bella” del arte. Así que el precursor brasileño hizo escuela con sus edificios que –al decir de él mismo– “gustarán o no, pero nadie podrá decir que antes había visto algo igual; puede que haya mejores, pero iguales no”.
Si la eternidad existe, en algún lado estará ahora el niño Oscar riéndose a carcajadas de sus travesuras, papel en mano, rediseñando otros mundos con la poesía de sus curvas inspiradas –según confesó– en los morros cariocas, los cuerpos voluptuosos de las garotas en Copacabana y las olas del mar.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux