BOLIVIA. EN LAS MONTAñAS DE LOS YUNGAS
Coroico es mucho más que sierra salvaje, viejos caminos incas y campos de coca en medio de la jungla. Además de la aventura extrema de su Camino de la Muerte, el lugar guarda también los silencios de un pasado esclavo en sus comunidades afro.
› Por Pablo Donadio
Fotos de Pablo Donadio
Casi todo es verde en Coroico. La coca puebla las sierras de altura y se extiende como un dominó frenético desde el este boliviano hacia la Amazonía. Dicen que el Choro, uno de los tres caminos incas más promocionados al turismo, parte de aquí y conduce al propio Titicaca. Junto con las bajadas en bici por el viejo Camino de la Muerte y los pozones de sus ríos, es el atractivo de una selva tan poderosa como cercana a la capital. Pero en los pueblitos alejados, donde los mosquitos y las víboras lo mismo dan, hay decenas de comunidades afrobolivianas: Tocaña y Mururata son dos ejemplos donde el negro se hace ver y sentir, entre los verdes paisajes. Cholitas de rostros africanos con aguayos y gorros coquetos, y niños de sonrisa luminosa aprenden el trabajo de sus padres cocaleros en una tierra que también tiene su rey.
HISTORIAS REALES El rey de Bolivia no es Evo. Pero para la mayoría de los bolivianos el presidente es el responsable del crecimiento y las reivindicaciones sociales de sectores desplazados, aunque recién en 2009 el país reconoció oficialmente a la comunidad afroboliviana como una de las 36 nacionalidades integradas, y en noviembre de 2012 fue tenida en cuenta por primera vez en el censo de la población nacional.
Allí donde el verde y los sonidos dramáticos de la selva lo dominan todo, aún hay hombres que vivieron en carne propia la esclavitud, abolida finalmente y sin resquicios legales en la década de 1950. “Entre ellos, descendientes de la antigua monarquía del Congo, hay también un rey”, cuenta René Toro, el director de Turismo de Coroico, quien recomienda visitar Tocaña y Mururata. En esta última comunidad vive Julio Pinedo y Pinedo, el personaje más nombrado por estos cerros. Parece ser que en la “recolección” de esclavos la colonia trajo también a Bonifacio I, descendiente directo de una monarquía africana. Hoy su nieto Julio carga con un linaje selecto y esclavo a la vez, rama directa de los reyes del Congo. Su voz es escuchada y replica el espíritu ubuntu, que en su lengua significa “soy, porque nosotros somos”.
En una de las colinas verdes de Mururata está la tumba del rey esclavo. Don Julio va allí seguido a rezar y reparte sus días trabajando en la cosecha y las visitas. “Su majestad el rey don Julio I nació en Mururata un 19 de febrero de 1942 y desde hace casi cincuenta años se encuentra unido en matrimonio a la reina doña Angélica. Actualmente cuenta con unas oficinas construidas por la comunidad, donde poder atender las visitas de personalidades, que con mayor frecuencia cada día recibe”, dice la web de la Casa Real Afroboliviana. De los 20 mil habitantes que viven en el municipio de Coroico, según su último censo, entre el pueblo y las áreas rurales –donde hay 103 comunidades–, Mururata, Chijchipa y Tocaña son el centro de la cultura negra. En ellas brillan la saya, danza originaria y reivindicatoria, y la coca, los cítricos, bananos, papaya y café como fuente de ingresos.
De regreso, junto al chofer y chasqui de Coroico, frenamos en Tocaña. De pasada, su prima, responsable del restaurante Las Negritas y bailarina de saya, le encarga azúcar y bebidas para el regreso. “A veces es difícil recibir al blanco... de alguna manera siguen representando aquello que nos sometió. Fue terrible lo vivido. Nuestra gente llegó aquí luego de morir en las minas. No resistimos el trabajo en condiciones de frío del altiplano, y nos trajeron aquí para las haciendas. Hoy, de a poco, estamos recibiendo el turismo, y aprendiendo de los que nos visitan, que son otra clase de personas”, cuenta Máxima Gutiérrez, descendiente de angoleños, en una galería en medio de la ladera. Vive allí con su hija Sandy y su marido, David, que está labrando el cocal. Mientras teje la cara se le transforma y cuenta que sus otros dos hijos, Mariela y Roly, estudian ingeniería en La Paz, distante 230 kilómetros, pero representante del progreso y la dignidad que merecían. Cae una brisa tibia en la nuboselva, y el silencio se adueña del resto del día.
LOCOS DE ATAR En 2004, Coroico fue nombrado Primer Municipio Turístico de Bolivia gracias a sus posibilidades ecoturísticas. Desde el hotel Gloria contemplamos una panorámica de 360 grados, y cuando la bruma de la nuboselva se disipa, vemos caer por los verdes montes cascadas caudalosas que dejan un eco lejano sobre el cerro Uchumachi. A un lado el precipicio nos separa nuevamente de las comunidades afro, y al otro reluce el estadio inaugurado hace dos años en persona por el presidente Morales. En el medio, el pueblo de tinte colonial se eleva sobre pendientes con comercios y mercados. La gente camina en la plaza, frente a la iglesia devota de la Virgen de la Candelaria, preguntando por las bajadas en bici.
Los paisajes de precipicios infinitos de estos valles tropicales y húmedos que llegan de la cordillera real tienen su punto culminante en el Camino de la Muerte, el antiguo trazado de la ruta que conectaba Coroico con La Paz. Para la actividad es indispensable el coraje, y los buenos frenos más que ninguna otra cosa. Muchas agencias de turismo y prestadores locales ofrecen la salida: son entre 48 y 65 kilómetros, de los cuales se utilizan tramos cortos y a veces completos, partiendo desde la altura para descender a viento pelado. Se suele ir en grupos y hay que firmar un deslinde de responsabilidad asumiendo el riesgo. Conocida en su momento como la ruta “más peligrosa del mundo”, en otros tiempos fue la principal vía de acceso a la enigmática selva de Los Yungas, con una historia no menor en muertes desde su construcción en la década de 1930 de parte de prisioneros paraguayos capturados en la Guerra del Chaco, que enfrentó a ambos países. Si bien la nueva carretera no está exenta de los peligros de cualquier boliviano promedio al volante, es segura y está bien señalizada. El viejo camino, en cambio, se ha vuelto legendario por su extremas contingencias, las pendientes pronunciadas, curvas cerradas y estrechas, con un ancho de carretera de un solo vehículo, sin contenciones y a merced de la lluvia y la niebla. “Dicho así parece una locura hacer la bajada, pero nos hemos ocupado de señalizar, poner controles y ambulancias, y de asesorar a las agencias para que maximicen las condiciones de seguridad con los turistas. Me gusta la bici y por eso realizo todos los meses el relevo yo mismo, bajando el sendero. Puedo asegurarles que es una experiencia inolvidable”, asegura Toro. La travesía se inicia a 4700 msnm, y tras recorrer barrancos y paisajes increíbles se llega a los 1200 en cinco horas.
EXPLORAR Hay muchas más actividades para el viajero inquieto. Una que reúne varias disciplinas es la visita a ríos cristalinos como el Coroico, Santa Bárbara, Negro y Vagantes, que implican caminar, hacer navegadas en cubiertas o canoas y, desde luego, bañarse. El Vagantes, a una hora de remise o varias a pie, ofrece un concierto de pájaros, mariposas y orquídeas bajo las galerías y pasillos que forman la selva. En el camino se atraviesan algunas comunidades y plantaciones, con restos de terrazas agrícolas de piedra. Poco después se da con el río, sus pozones e “hidromasajes” naturales, gracias a las nutridas precipitaciones que llegan de los montes húmedos de Quimsa Huarmini. Es el sitio perfecto para nadar y hacer picnic. Para quien se anime y disponga de tiempo, cuentan que la bajada del Santa Bárbara y la cascada fuerte del Río Negro también crean pozos enormes, donde algunos guías ofrecen canyoning, tirolesa y rappel. Pero la disciplina madre de estos sitios es la caminata, por eso las hay cortas y discretas, como la que conduce a los pozones, o de día entero hasta las distintas comunidades. En todas ellas el plus lo establecen el avistaje de aves autóctonas y los sonidos de tierra adentro, vividos de manera extraordinaria en El Choro, la antigua ruta inca que surca estas cumbres. Desarrollada por la preincaica cultura tiahuanaco, y luego mejorada por los incas, El Choro tiene buen empedrado antiguo para recorrer sin problemas. Fue hasta hace poco una de las rutas principales entre la Amazonia y el Altiplano, clave para el crecimiento de La Paz, que se desarrolló tanto por la plata del Potosí como por la hoja de coca comerciada a través de este camino. Hoy la caminata se hace en tres días, con la dinámica del famoso camino peruano a Machu Picchu, por sectores fríos y glaciares hasta los valles subtropicales de Coroico.
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