Domingo, 13 de julio de 2014 | Hoy
MENDOZA. INVIERNO EN MALARGüE
Una visita invernal al departamento de Malargüe para conocer el Valle de las Leñas, mirar el espacio exterior en un moderno planetario, internarse entre las estalagmitas de la Caverna de las Brujas, saltar en tirolesa y recorrer los volcanes de la Payunia.
Por Julián Varsavsky
Fotos de Julián Varsavsky
En invierno, Malargüe refuerza sus aires de lugar remoto, algo polvoriento y en pleno desierto, con sus filas de álamos sin hojas y un clima frío durante la noche. Pero muchos lo consideran la mejor época del año para visitar este departamento del sur mendocino, porque la nieve le otorga otra dimensión al colorido paisaje andino.
Más allá de los colores Malargüe propone un viaje original, donde se visitan lugares extraños, como una caverna llena de estalagmitas y estalactitas, el misterioso Pozo de las Animas, un planetario donde sondear el espacio exterior y un parque provincial lleno de volcanes para explorar el corazón candente de las entrañas de la Tierra. Y como contracara de todo esto está el luminoso Valle de las Leñas, con su centro de esquí que irradia fulgores blancos.
SONDEANDO INMENSIDADES Llegamos a la ciudad de Malargüe al atardecer, con tiempo para asistir a la última función del planetario local, donde con música de Pink Floyd nos vamos a volar un rato por el espacio exterior.
A la mañana siguiente tomamos el rumbo opuesto, hacia el interior de la corteza terrestre en la Caverna de las Brujas. La Ruta 40 se interna 70 kilómetros hacia el sudoeste de la ciudad y llegamos a la Reserva Natural Caverna de las Brujas, donde subimos 200 metros a pie hasta la boca de la caverna.
En medio de un valle rocoso con escarpados cerros grises del período Jurásico, ingresamos por la pequeña entrada a la caverna alumbrando el sendero con el foco de nuestro casco. Desembocamos en la amplia Sala de la Virgen, abovedada y oscura. Y el guía nos sugiere apagar las linternas para que la visión se adapte a la oscuridad absoluta. Luego de un rato las encendemos y aparece ante nosotros el minucioso trabajo de miles de años de goteo constante, un proceso que fue construyendo una interminable serie de estalagmitas y estalactitas.
Quienes sufren de claustrofobia o están con niños terminan la visita aquí, pero el resto continuamos nuestro “viaje al centro de la Tierra” a través de otras cuatro cámaras rocosas muy diferentes de la primera. Algunas son más estrechas, con tramos ascendentes y descendentes que requieren cierto cuidado. En otros sectores nos sujetamos de unas sogas para no resbalar y en unos pasadizos pequeños hay que avanzar en cuclillas.
Además de las estalactitas y estalagmitas vemos formaciones de piedra traslúcida con forma de corales que adquieren tonalidades blancas y amarillentas compuestas por cristales de carbonato de calcio. Otra aparición sorprendente es la de los “cortinados de roca”, con centenares de pliegues blanquecinos que parecen cortinas petrificadas.
El ambiente es frío, húmedo y cautivante, y sólo se oye el ruido insistente de un goteo sin fin sobre las rocas. El nombre de la cueva proviene de las historias de brujas tejidas por la imaginación de los antiguos pobladores de la zona.
De regreso de la caverna nos detenemos 37 kilómetros antes de Malargüe para pasar la tarde en el centro de turismo aventura Turcará. Allí hacemos un circuito de montaña que comienza cruzando un barranco por un puente tibetano, para caminar entonces por una planicie donde el guía nos muestra unos amonites fósiles, demostrando que todo esto fue un fondo marino hace millones de años. Luego recorremos el borde de un barranco –como quien camina por la cornisa de un edificio– atados con un arnés a una vía ferrata hasta una cueva. Y por último cruzamos dos precipicios de 90 metros de profundidad con una tirolesa de 200 metros de largo.
TIERRA DE VOLCANES El segundo día en Malargüe lo dedicamos a explorar La Payunia, uno de los paisajes más extraños y menos conocidos de la Argentina. Contratamos una excursión en 4x4 para recorrer la región con mayor cantidad de volcanes de Sudamérica, con unos 800 conos en teoría activos –aunque no echen fuego ni humo por su boca– que proliferan con una densidad de 10,6 volcanes cada 100 kilómetros cuadrados.
El paseo por el parque provincial La Payunia, creado para proteger a sus guanacos, tiene algo de travesía “interplanetaria”, porque parece estar recorriendo otro mundo, de aspecto lunar, alejado de toda civilización.
Avanzamos por arenales negros con extrañas formaciones geológicas y volcanes con su cono perfecto como un bonete. Los guanacos están en su etapa de migración y los vemos por centenares agrupados para emprender su viaje (se calcula que hay 10.000 en todo el parque). También las familias de choiques –una especie de ñandú– corren a la par de nosotros y varios zorros se nos cruzan en el camino.
El aislamiento geográfico y la falta de agua han mantenido a La Payunia casi deshabitada, salvo por unas pocas familias que se dedican a la cría trashumante de chivos.
Al fondo del paisaje vemos una inmensa colada negra de 17 kilómetros de largo llamada Escorial de la Media Luna, donde el volcán Santa María vació por completo su contenido, derramándolo por el valle como un río de lava. También el volcán Payún Matrú sobresale con su impresionante caldera de nueve kilómetros de diámetro.
Al recorrer la extrema desolación de La Payunia, cabe preguntarse si no habrá sido así la Tierra poco después de su origen, al apagarse la gran bola de magma que supo ser. Este desierto parece el resultado de un apocalipsis de fuego con cráteres derrumbados, cerros basálticos y coladas de lava petrificada. Ya no hay, sin embargo, humo ni lavas ardientes, sino un gran cementerio geológico de 665.000 hectáreas donde, por contraste, se impone la paz más absoluta del universo.
JUGAR EN LA NIEVE El tercer día lo dedicamos a conocer el Valle de Las Leñas, no como esquiadores sino a la manera de simples viajeros que desean pasar un día entretenido en la nieve con sus hijos pequeños.
Pero antes nos detenemos en otro misterioso paisaje: el Pozo de las Animas, 60 kilómetros al nordeste de Malargüe, sobre la Ruta 222. Visto desde el cielo, el Pozo de las Animas se asemeja a un par de ojos de agua, aunque en verdad son dos dolinas, unos gigantescos hoyos circulares y contiguos con agua en el fondo. Esta formación se produce cuando un río subterráneo carcome una superficie terrestre de piedra caliza hasta hacerla colapsar, generando estas aberturas en la tierra que son agrandadas por la erosión del viento. Según algunos científicos, ésta sería la dolina más grande de la Tierra, donde además el viento produce un misterioso ulular que dio origen a la idea del Pozo de las Animas, que provendría de antiguas creencias indígenas en la zona.
En el centro de esquí nos dirigimos al parque de nieve, ubicado a 1500 metros de las pistas y donde se paga solamente una entrada de $ 80 por auto, que incluye el uso de las instalaciones para todos sus ocupantes (quienes llegan en colectivo pagan $ 30 por persona).
El parque de nieve de Las Leñas tiene unas divertidas pistas de culipatín en las que se divierten a lo loco grandes y chicos. Allí se alquilan unos pequeños trineos para tirarse en la nieve. El otro juego muy divertido es el tubbing, que consiste en tirarse por una pendiente nevada sobre una cámara de camión inflada ($ 60 por tres tiradas o $ 120 el día completo).
A un costado hay mesitas disponibles para hacer un original picnic en medio de un valle blanco y también una minitirolesa de 60 metros ($ 100). Y para aquellos que quieran hacer una pequeña aproximación al esquí –acaso saber si les gusta– hay aquí unas clases exprés muy económicas que incluyen instructor y equipamiento.
La otra actividad en la zona del parque de nieve son las excursiones en cuatriciclo por caminos de tierra que trepan las laderas nevadas ($ 250). Para aquellos que buscan una opción de nieve más aventurera, en el sector de pistas de Las Leñas se inauguró este año una espectacular tirolesa de 280 metros que arranca por una caminata con raquetas de una hora hasta llegar a la plataforma de lanzamiento. Una vez en lo alto de la ladera, el aventurero se lanza a toda velocidad cruzando el valle completo con una especie de vuelo sobre las pistas, acaso la vista más espectacular posible de este anfiteatro blanco, que ya de por sí sola justifica el viaje a este rincón mendocino.
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