Dom 27.07.2014
turismo

AUSTRALIA. YULEFEST EN LAS BLUE MOUNTAINS

Navidad en julio

Las Blue Mountains, uno de los más espectaculares paisajes naturales cercanos a Sydney, tienen su propia “fiesta de la luz”, una suerte de Navidad invernal en pleno mes de julio, ya que, como en todo el Hemisferio Sur, Australia suele celebrar las verdaderas fiestas navideñas en la playa.

› Por Graciela Cutuli

Fotos de Graciela Cutuli

Navidad en la playa: no somos los únicos. Mientras el Hemisferio Norte celebra con gorros abrigados ribeteados de piel y abrigados hasta las orejas, australianos y argentinos aliviamos el calor de diciembre en las playas. No hace falta describir los últimos días del año en nuestra Costa Atlántica, todo un clásico de cualquier veraneante de estas pampas, con sus insólitos pinos nevados junto al mar. Mientras tanto, en la otra punta del mundo, Bondi Beach –en la fascinante Sydney, una de las más atractivas “ciudades globales” del siglo XXI– también es famosa por sus celebraciones playeras de fin de año: pero en el fondo, algo de la nostalgia nórdica siempre queda en el Hemisferio Sur. Cierta ilusión perdurable por esa fiesta que nació como celebración del renacimiento y de la luz, alimentada por un interminable merchandising de nieve, frío y renos. Fue así que, hace más de veinte años, comenzó a celebrarse en las Blue Mountains cercanas a Sydney la Yulefest, moderna versión del Yuletide, un antiguo festival pagano de los antiguos pueblos germánicos, que con el tiempo se identificó con la Navidad cristiana.

Rincones para el vértigo en el gran macizo montañoso, que comienza cerca de Sydney.

MONTAÑAS AZULES La visita a las Blue Mountains, fácilmente accesibles por autopista después de recorrer unos 50 kilómetros desde Sydney, es una de las excursiones por el día más habituales para los viajeros que buscan ver canguros fuera de los zoológicos, en su hábitat natural. El macizo montañoso no sobresale por la altura –el punto más alto toca los 1215 metros en el monte Werong– pero sí por la belleza de los bosques y las formaciones rocosas, que se despliegan en un total de siete parques nacionales y áreas de reserva ideales para avistar aves y otros animales.

Tal vez al principio cueste comprender el motivo del nombre, que algunos atribuyen erróneamente al reflejo de las hojas de los eucaliptos: pero quien llegue a la hora en que una neblina azulada se levanta sobre las sierras, pronto encontrará natural que se llamen Blue Mountains, o Montañas Azules. Aunque hoy ya no queden rastros –la población aborigen de Australia fue diezmada y relegada a zonas más interiores de la enorme isla-continente–, las Montañas Azules estuvieron pobladas desde tiempos muy antiguos, e incluso se han encontrado cuevas con impresiones de manos que recuerdan la Cueva de las Manos de la Patagonia argentina.

Para los que llegan desde Sydney, son una increíble ventana a la naturaleza. Jalonadas de pequeños pueblos que aún conservan cierto aire de pioneros, las Blue Mountains son una bocanada de frescura en el intenso verano australiano: de diciembre a marzo, cuando la ciudad arde, aquí las zonas de bosques, pantanos y áreas más elevadas –como Katoomba, que está a unos 1000 metros sobre el nivel del mar– ofrecen unos refrescantes 20 grados en promedio. Pero lo más fascinante es que en varios lugares, que los guías conocen bien y que hay que consultar con los lugareños en caso de recorrer la región por cuenta propia, se avistan con facilidad familias de canguros silvestres, que andan en grupo por los bosques, cuidando a sus crías y saltando sin temor entre las zonas arbustivas. Como casi siempre con la fauna, las primeras horas de la mañana y el atardecer son las mejores para encontrarlos. Y revoloteando por allí son comunes las grandes cacatúas de penacho blanco o las más pequeñas “cotorritas australianas”, más huidizas y de vivaces colores. Mientras tanto, los amantes de la botánica se sienten atraídos por las zonas más remotas de las reservas naturales, donde aún subsisten ejemplares de pinos que se consideran un resto arqueológico viviente de la antiquísima Gondwana.

Canguros silvestres entre los matorrales, fáciles de avistar temprano por la mañana.

NAVIDAD EN JULIO Se cuenta que un invierno de los años ’80, un grupo de irlandeses que se habían alojado en una casa de huéspedes de las Blue Mountains fue sorprendido por una nevada, que les hizo recordar las Navidades de su tierra natal. Así nació una tradición que fue creciendo con los años: la Yulefest de las Montañas Azules, que celebran muchos hoteles de la región con programas especiales de alojamiento, gastronomía y entretenimiento, recreando una atmósfera navideña en el invierno austral. Desde junio hasta agosto se realizan en las distintas localidades varias celebraciones a la luz del fuego en los hogares, incluso con villancicos y, por qué no, con algún ocasional Santa Claus que aparece para sorpresa y delicia de los más chicos para completar la ilusión.

La ruta de las Blue Mountains tiene eje en Katoomba, una localidad de unos 8000 habitantes consagrada sobre todo al turismo. No es para menos: Katoomba es el punto de partida para divisar las célebres Three Sisters, que se ven desde el Echo Point, unos dos kilómetros al sur de la ciudad. Unos cuatro millones de personas se dan cita aquí cada año para ver a las Tres Hermanas, que superan por poco los 900 metros de altura y tienen los nombres de tres legendarias hermanas aborígenes, Meehni, Wimlah y Gunnedoo, que se enamoraron de tres hombres de una tribu vecina con los que no podían casarse. Convertidas en piedra para quedar a salvo de una batalla, en las que probablemente iban a ser raptadas, cuenta esta leyenda –parte del amplio y misterioso Dreamtime aborigen– que el protector de las tres hermanas murió en la disputa y ya nadie pudo devolverles a ellas tres la forma humana. Además de las Three Sisters, hay muchos otros trekkings hacia cascadas y áreas montañosas que se pueden realizar desde aquí.

Durante el invierno, Katoomba y otros bonitos pueblos vecinos –como Leura, donde hay buenos hoteles y spas, negocios de antigüedades y galerías de arte, además de una antigua oficina de correos que invita a viajar en el tiempo– están sorprendentemente decorados con luces navideñas, pero la ilusión al fin y al cabo resulta totalmente creíble. Cafés y restaurantes de todo tipo ofrecen buenos lugares para hacer un alto y disfrutar de la seudoNavidad austral, así como los jardines a la inglesa, en un ambiente que bien podría haber salido de la Selva Negra o el centro de Europa aunque se encuentre en el extremo este de la remota Australia.

Sin alejarse demasiado, otro de los lugares que vale le pena ver en cualquier época del año es el Scenic World, un complejo que incluye el Katoomba Scenic Railway: se trata de un funicular sobre rieles que está considerado como el más empinado del mundo, con 52 grados de inclinación. Construido originalmente para la explotación de las minas de carbón, hoy permite avanzar unos 415 metros por un paisaje espectacular con vista a las formaciones rocosas. En el camino se puede parar para conocer algo más de la historia de la región. La visita se completa con el Scenic Skyway, un teleférico que atraviesa las Cascadas de Katoomba, unos 200 metros por encima del fondo del valle: la experiencia es espectacular –aunque tal vez no apta para los que sufren vértigo– porque el teleférico tiene un piso transparente que da la impresión de estar flotando sobre el paisaje. Un paisaje donde se hace viva la ilusión de estar viviendo la Navidad aunque sea pleno julio.

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