ESTONIA. TALLIN, HISTORIA Y ELEGANCIA EN EL BáLTICO
› Por Dora Salas
Fotos de Dora Salas
El azul intenso del oleaje se tiñe de amarillo resplandeciente mientras el ferry se desliza con rapidez hacia el puerto de Tallin, la capital de la república de Estonia, una joya medieval ubicada en el norte del país y a orillas del golfo de Finlandia, el brazo más oriental del mar Báltico. El mismo brazo al que miran también la legendaria ciudad rusa de San Petersburgo, al este, y la finlandesa Helsinki, en la costa septentrional.
Poco a poco surgen en el horizonte las elegantes siluetas negras y blancas de antiguos templos que contrastan con las tejas rojas de las torres cónicas y piramidales de la muralla de la Ciudad Baja, cuya construcción demandó unos 300 años, desde el siglo XIII hasta mediados del XVI.
UNA ESTADíA EN TALLIN Mi viaje comenzó en el puerto de Estocolmo al que, en pocos minutos, se accede en subterráneo desde el centro de la capital sueca. Todo fácil, puntual, sin dificultades de idioma para abordar el ferry si se habla algo de inglés.
Las quince horas de travesía, de las 18.00 a las 9.00 del día siguiente, se convierten en un placer agregado, sea para relajarse o para asistir a algún espectáculo musical o bailable. Y como el barco cuenta con un salón para tangueros, hasta es posible animarse al 2x4 mientras se navega en ese fin del mundo tan distante del Río de la Plata.
Islas e islotes boscosos suman belleza a la primera etapa del viaje, pero nada es comparable a la sugestión de la llegada a Tallin. A pesar de complicadas etapas históricas, guerras e incendios, esta ciudad capital de 159,2 kilómetros cuadrados mantiene casi intactos su estructura medieval y su casco antiguo, declarado en 1997 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
A fines del sigo X, los estonios levantaron una fortaleza de madera en la colina Toompea, donde se estableció la Ciudad Alta, destinada a los nobles, a orillas del mar y junto a la estratégica ruta comercial que vinculaba a los países de occidentales con los orientales. Un siglo y medio después, el explorador y cartógrafo Muhammad al Idrisi incluyó a Tallin (con el nombre de Kaluria) en su planisferio, definiéndola como “ciudad pequeña con fortaleza grande”.
Con la alternancia de dominaciones extranjeras –en el siglo XIII Tallin fue invadida por cruzados daneses, a los que siguieron períodos de poder alemán, sueco y ruso se fueron levantando edificios de piedra, templos y una Ciudad Baja amurallada, entre Toompea y el puerto, donde vivía el pueblo.
Hacia ella camino al descender del ferry, atraída por los espacios verdes que la rodean y una serie de gigantografías que reciben al viajero en la avenida del puerto. Esas pancartas recuerdan momentos relevantes de la historia local, como las granjas colectivas (koljós), la Revolución Cantada (1987-1990) a favor de la independencia de la Unión Soviética, lograda en 1991, y la integración de Estonia a la OTAN, la UE y la Eurozona.
EN EL CASCO ANTIGUO La Gran Puerta Marítima, construida a mediados del siglo XIV, reforzada después con una antepuerta, permite el ingreso al casco antiguo (Vanalinn). El doble pórtico lleva el escudo de armas de Tallin y está flanqueado por una torre alta y delgada a un lado y, al otro, por un torreón defensivo de 25 metros de diámetro, conocido como “Margarita la Gorda”. Esta robusta torre de artillería, que después fue cárcel y ahora museo, protegía la ciudad de asaltos marítimos y desde su terraza se aprecian el puerto y el casco antiguo.
La muralla, que llegó a tener poco más de dos kilómetros de largo (quedan 1,85 kilómetros) y 35 torres defensivas (se conservan 25), sirve de referencia a medida que me adentro en la calle Lai, donde predominan las casas medievales, como las llamadas “Tres Hermanos”, y el circular Molino de Caballos (Hobuveski) destinado al trigo. De la misma puerta parte también la calle Pikk, en la cual se encuentran las “Tres Hermanas”, casas de comerciantes del siglo XV que aún tienen vigas salientes de madera cerca del techo, punto de apoyo para subir las mercaderías hasta los depósitos interiores.
La puesta en valor del casco viejo incluye placas explicativas transparentes junto a cada edificio, un detalle interesante para quienes realizan la visita por su cuenta, sin guía, por las callecitas empedradas. El edificio del municipio, en la parte sur de la plaza homónima, es el único ayuntamiento en estilo gótico tardío de Europa del norte que se conserva íntegramente. Arcada ojival, una torre octagonal posterior en el tiempo, una veleta con el Viejo Tomás (soldado medieval emblemático de Tallin) y gárgolas barrocas que representan cabezas de dragones hacen de este edificio laico una de las “perlas” de Vanalinn.
Es mediodía cuando descubro uno de los restaurantes más famosos de la gran plaza del Ayuntamiento, que ya en el siglo XIV era el centro de la Ciudad Baja, con su mercado, sus manifestaciones, sus fiestas y los castigos públicos por delitos menores.
Decido abandonar la austeridad: entro en Olde Hansa, ordeno un plato medieval (hay propuestas atrayentes, como salchichas de oso o carne de jabalí) y apago la sed con cerveza a la miel, mientras sigo soñando en este túnel del tiempo, con ambientación y música de época. Opciones más económicas donde comer no faltan, en cafeterías y bares al aire libre durante el verano o el invernal mercado de Navidad.
Al reanudar la caminata visito la farmacia europea más antigua (1422), el Callejón del Pan, la Iglesia de San Nicolás, la del Espíritu Santo y la de San Olaf, que con su torre gótica de 159 metros fue en la Edad Media el edificio más alto de Europa (y durante un tiempo hasta del mundo). Alcanzada por un rayo, la reconstrucción le quitó 36 metros para evitar riesgos.
La Ciudad Baja conserva asimismo, en la calle Pikk, los edificios de los gremios de artesanos y comerciantes, entre ellos el del Gran Gremio, el de San Canuto y el de la Hermandad de los Cabezas Negras, llamado así por el color de la piel de San Mauricio, su patrono.
LA CIUDAD ALTA Pasando por numerosas boutiques de recuerdos accedo a la Ciudad Alta a través de dos callecitas de nombre original: Pierna Larga y Pierna Corta. Más allá de la muralla hay dos hermosas catedrales: la de Santa María, luterana, y la ortodoxa rusa de San Alejandro Nevski, símbolo del predominio imperial zarista sobre la provincia báltica. La diseñó el arquitecto oficial de la iglesia rusa del 1900, quien proyectó otras catedrales ortodoxas en Europa y también la de Buenos Aires.
Busco después los miradores de Toompea, uno más fascinante que el otro, y de allí dejo la Edad Media por un rato para conocer la Plaza de la Libertad, con su alta cruz maciza de cristal, Monumento a la Guerra de Independencia de 1918-1920. Rodeo la muralla desde el exterior para acercarme a las torrecitas de la icónica Puerta de Viru, donde un mercadito artesanal me tienta con coloridos gorros y camperas de lana. Aprovecho para tomar un café y comprar mi boleto para uno de los tres city tour que se ofrecen. El broche final son los parques, bosques y jardines cercanos al elegante barrio de Kadriorg (Valle de Catalina), donde un arquitecto italiano construyó en el siglo XVIII, por encargo del zar Pedro I, un palacio en honor de su segunda esposa, Catalina I, hoy convertido en Museo de Arte Extranjero.
Y si se desea experimentar con bicicletas acuáticas y canoas, lo mejor es visitar el delta del río Pirita, distrito en que se alzan las ruinas del Monasterio de Santa Brigitta (1407). Por otra parte, unos 30 museos funcionan en Tallin, cívicos, históricos y de arte, además de uno de Muñecas –tiene una holandesa, en estilo rococó, de 250 años– y otro de creatividad infantil. En verano, el punto de encuentro de moda es la playa báltica de Pärnu, en el suroeste de Estonia, con cafés, restaurantes y clubes nocturnos, numerosos festivales y ferias. Cuesta despedirse de este pequeño país, sus callecitas y sus leyendas, como la del “lago de lágrimas” cercano a Tallin, cuya formación se atribuye al llanto de la viuda de Kalev, un antiguo héroe estonio.
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