Domingo, 14 de septiembre de 2014 | Hoy
ARGENTINA. PAISAJES PARA RECORRER EN 4X4
Paseos en 4x4 por los rincones más inhóspitos del país: el Campo de Piedra Pómez en Catamarca, los volcanes de La Payunia en Mendoza, las montañas nevadas de Villa Pehuenia, el Desierto del Diablo en Tolar Grande y los lagos de Tierra del Fuego.
Por Julián Varsavsky
El paisaje siempre retrocede tras la ventanilla. Cuando el terreno pedregoso se empina, los planos inclinados del panorama se van quedando sin vegetación, mientras la doble tracción de la camioneta es exigida al máximo. Vamos por donde no hay caminos o apenas una huella borrosa marcada por los pocos viajeros que se internan en los rincones más inhóspitos del país. Y la única opción es una potente 4x4.
Para aprovechar la libertad de movimiento que ofrecen estas camionetas –ya sea propia o contratada en una excursión– TurismoI12 propone cinco circuitos en 4x4 a todo lo largo del sector argentino de la Cordillera de los Andes, allí donde los minerales están a la vista, hay fauna escasa y por lo general muy pocos viajeros.
TIERRA DEL FUEGO Uno de los circuitos con paisaje andino más espectaculares de Tierra del Fuego es el de los lagos Fagnano y Escondido. Nuestra 4x4 arranca desde la ciudad de Ushuaia cruzando los valles Olivia y Carvajal por la RN3. Desde el nivel del mar subimos hasta los 430 metros de altura para cruzar del otro lado de la Cordillera de los Andes: Ushuaia es la única ciudad argentina al oeste de esa cordillera.
Junto a un espectacular mirador nos detenemos a observar el lago Escondido con sus ocho kilómetros de largo y atrás vemos también al Fagnano, nuestro objetivo final.
La camioneta sale de la ruta para internarse por un bosque de altísimas lengas. En un sector inundado hay decenas de árboles secos y caídos. Y los culpables son los simpáticos castores, introducidos hace décadas para desarrollar una industria peletera que nunca fue. Pero los 25 ejemplares se reprodujeron como conejos al no tener a sus predadores naturales y en la actualidad hay en Tierra del Fuego más castores que personas. El problema es que estos roedores embalsan los ríos con ramas para anidar en el medio del agua, manteniéndose así a salvo de sus predadores, que de todas formas están ausentes. Pero al inundar los bosques patagónicos los terminan ahogando.
Luego de atravesar el bosque llegamos a orillas del lago Fagnano, el quinto más grande de Sudamérica, con 590 kilómetros cuadrados y 600 metros de profundidad. Lo bordeamos a campo traviesa por sus orillas rocosas, pero en ciertos lugares el vehículo se tiene que meter en el agua, con las olas golpeando en la puerta derecha. En un claro de la vegetación nos detenemos para caminar un rato hasta un refugio de madera donde los guías preparan una picada, choripanes y bifes a la parrilla.
Durante el almuerzo, una pareja de zorros se acerca a curiosear pensando en los restos que podamos dejar. Después de unos brownies volvemos al traqueteo de la excursión, que tiene un nivel técnico importante, con senderos muy anegados, subidas y bajadas.
VILLA PEHUENIA Y EL VOLCAN En la aldea cordillerana de Villa Pehuenia –en el centro-oeste de Neuquén– se sube la ladera del volcán Batea Mahuida en 4x4. Partimos desde el centro del pueblo para ingresar en 10 minutos a las tierras de la comunidad Puel (se paga una entrada), que gestiona allí el parque de nieve Batea Mahuida.
Arrancamos en la mañana con buena estrella para las fotos: anoche nevó a destiempo y las cimas están cubiertas de blanco. Unos manchones de nieve purísima nos aparecen al paso y la bruma del amanecer flotando al ras de tierra le imprime al paisaje un aura misteriosa.
La camioneta avanza por la ladera con una inclinación de 45 grados y al ganar altura vemos un panorama similar al que ofrece la ventanilla de un avión cuando las nubes están debajo, con la diferencia de que aquí sobresalen entre los colchones de algodón las copas aparasoladas de las araucarias.
La bruma comienza a elevarse con los primeros rayos de sol y de repente asoma con nitidez el pico blanco del volcán Lanín sacándoles varias cabezas a sus compañeros de la cordillera. Por momentos las nubes vuelven a cubrir al Lanín y el viento se ocupa de correr y descorrer el velo blanquecino.
En apenas diez minutos llegamos a la cima del Batea Mahuida para observar una muestra del paisaje andino patagónico en su máxima expresión. Desde lo alto vemos los lagos Aluminé y Moquehue, conectados por un breve río y los volcanes Lanín, Villarrica, Llaima, Sierra Nevada, Lonquimay, Tolhuaca y Copahue. Y al final de un precipicio que se abre a nuestros pies brilla la laguna color esmeralda de la caldera del volcán. El guía nos aclara que el Batea Mahuida no tiene cráter porque explotó desde su base misma, hace 7000 años, perdiendo así su forma cónica.
VOLCANES MENDOCINOS El parque provincial La Payunia –en el sur de Mendoza– es un remoto paraje volcánico que suele recorrerse con una excursión en 4x4. Tiene la mayor cantidad de volcanes de Sudamérica, con unos 800 conos en teoría activos aunque no echen fuego ni humo por la boca. Se creó el parque para preservar sus guanacos.
Durante la excursión, que parte desde Malargüe, avanzamos por arenales negros con extrañas formaciones geológicas y volcanes con su cono perfecto como un bonete. Los guanacos aparecen por centenares y también vemos familias de choiques –una especie de ñandú– corriendo a la par de nosotros.
El aislamiento geográfico y la falta de agua han mantenido a La Payunia casi deshabitada, salvo por unas pocas familias que se dedican a la cría trashumante de chivos.
A lo lejos aparece una inmensa colada negra de 17 kilómetros de largo llamada Escorial de la Media Luna, donde el volcán Santa María vació por completo su contenido, derramándolo por el valle como un río de lava.
A nuestro alrededor parecen extenderse los restos de aquella gran bola de magma burbujeante que fue la Tierra alguna vez. Ya no hay más humo ni lavas ardientes, pero reinan el silencio y la reseca desolación de un gran cementerio geológico, donde sólo quedan las renegridas marcas de un cataclismo universal.
A LA PUNA SALTEÑA El pueblo de Tolar Grande está casi escondido en uno de los rincones más áridos –llueven 100 milímetros por año–, más deshabitados –0,3 habitantes por kilómetro cuadrado– y más aislados de la Argentina. Llegamos en un viaje de nueve horas desde la capital salteña con una camioneta 4x4 recorriendo casi todo el trayecto del Tren a las Nubes hasta San Antonio de los Cobres, donde entramos en la Puna.
La Ruta 51 sube hasta el abra del Alto Chorrillo, el punto más alto del viaje: 4560 metros. Ya en San Antonio la vegetación había casi desaparecido, salvo por unos fragmentos amarillos de pasto puna. Pero al llegar al abra ya no queda rastro alguno de vida sobre la tierra.
A partir de aquí comenzamos a descender hasta el pueblo de Olacapato, cuyos 100 habitantes viven en casas de adobe alrededor de una estación de tren abandonada. Vamos al baño en el único barcito del pueblo, pero lo encontramos clausurado: las cañerías están congeladas por la helada de anoche.
Luego pasamos por el Salar de Pocitos –una planicie perfecta totalmente blanca– y la Recta de la Paciencia, que atraviesa la nada. En el laberinto geológico de Los Colorados, el camino caracolea a lo largo de 20 kilómetros entre cerritos rojos de punta redondeada. Luego el paisaje se abre en una nueva planicie roja: el Desierto del Diablo, una extensión del Desierto de Atacama, una de las cumbres de este viaje con ribetes interplanetarios, donde pareciera que el mundo que nos rodea es un planeta rojo sin vida.
La última parada antes de Tolar Grande es en el Mirador del Llullaillaco, ese volcán de 6739 metros donde se encontraron tres famosas momias incas ofrendadas al sol que ahora se exhiben en el Museo Arqueológico de Alta Montaña (MAM) en la ciudad de Salta.
Tolar Grande tiene 256 habitantes gobernados por un consejo kolla elegido democráticamente. Pasamos dos noches allí para visitar también el Cono de Arita, una pirámide casi perfecta en medio de la planicie de un salar. En el camino hacia el cono atravesamos el Salar de Arizaro. A comienzos del siglo XX se creía que una pirámide tan perfecta sólo podría haber sido construida por el hombre: pero se trata en realidad de un pequeño volcán al que le faltó fuerza para estallar y nunca tuvo cráter ni echó lava. Todo a su alrededor es sal negra sacada a la superficie por antiguas corrientes subterráneas de magma. De acuerdo con los restos arqueológicos encontrados en el cono, el lugar fue un centro ceremonial anterior a la llegada de los incas.
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