turismo

Domingo, 19 de octubre de 2014

CHUBUT. TEMPORADA DE AVISTAJES PATAGóNICOS

Danza con pingüinos

Península Valdés y Punta Tombo, en las costas chubutenses, están en plena temporada para la observación de fauna: ballenas francas australes, toninas y pingüinos de Magallanes son las estrellas de esta región que concentra un extraordinario mundo viviente.

 Por Guido Piotrkowski

Fotos de Arnaldo Pampillón

Más de treinta años atrás, los pingüinos que hoy pueblan la reserva de Punta Tombo, en Chubut, uno de los principales atractivos de las costas patagónicas, corrieron peligro de extinción. Resulta que en 1982 la empresa japonesa Hinode-Penguin presentó un proyecto para fabricar guantes de golf con piel de pingüino. “Querían industrializar los pingüinos, explotando las pingüineras de Tombo y cabo Dos Bahías, y de esa matanza obtendrían los guantes de golf”, recuerda César Mongolini, uno de los activistas que impidió aquella locura, que contaba con el visto bueno del entonces gobernador chubutense Niceto Echaurri Ayerra. “La empresa, Hinode-Penguin, invertiría 120 mil dólares en Camarones para montar una planta, donde faenarían las aves y darían trabajo a unas cuarenta personas. Luego transportarían una parte a Trelew, para hacer alimentos de animales y fertilizantes con los huesos. Pero lo principal era el faenamiento para guantes de golf, por la calidad y la suavidad”, asegura Mongolini, sentado ahora en el Touring Club de Trelew, histórico bar y hotel de la ciudad.

El hombre, empleado público, resolvió junto con un grupo de amigos denunciar y resistir la matanza. Hicieron afiches, remeras, consiguieron notas en diarios y hasta viajaron a Buenos Aires, donde desplegaron afiches que decían: “Evite mi muerte, yo no puedo”, en la calle Florida y el aeropuerto. “Decían que era una plaga, como justificación para explotarlo. Pero en tres meses lo desestimaron.”

Hoy en día, llega cerca de un millón de pingüinos anualmente hasta Punta Tombo, donde permanecen desde fines de septiembre hasta mediados de abril. Muy cerca de allí, en Península Valdés, ya están las ballenas, que se quedan en estas costas hasta diciembre. Y de paso, en Rawson, se puede hacer avistaje de toninas. Pasen y vean.

Cientos de miles de pingüinos de Magallanes se quedan hasta el fin del verano en Punta Tombo.

LOS PINGÜINOS La reserva provincial Punta Tombo queda a 130 kilómetros de Trelew, dentro de los límites de la Estancia La Perla, cuyos dueños cedieron 210 hectáreas de sus tierras para crearla. Esta es la colonia de pingüinos de Magallanes más grande del mundo, una especie que, a diferencia de otras, no migra a la Antártida sino que nada hacia el norte, y permanece frente a las costas brasileñas desde abril a octubre. Hasta Punta Tombo vienen a reacondicionar sus nidos, copular, poner huevos, reproducirse y cambiar el plumaje. Todas estas actividades siguen un calendario natural, y la población va incrementándose hasta llegar al pico de cerca de un millón en diciembre. En septiembre-octubre llegan los machos a preparar y reacondicionar el nido: es que los pingüinos son monógamos, vuelven al mismo sitio y esperan a su pareja, de la que se separan mar adentro. En Punta Tombo se encuentran para reproducirse, y en esta primera etapa es cuando se producen el cortejo y la cópula. En noviembre nacen los pichones, y a partir de diciembre-enero llegan los juveniles, que van a disputarles las hembras a los machos. Es entonces cuando se ven algunas peleas a picotazo feroz, y varios quedan lastimados. Para febrero los pichones y juveniles mudan el plumaje, y en marzo y abril lo hacen los adultos.

Los nidos son construidos bajo los arbustos, o dentro de pequeños túneles, para proteger los huevos y pichones de sus depredadores. “Es como una ciudad con distintos tipos de vivienda. Cuanto más protegido esté el nido mejor, porque así no podrá ser comido y los pichones no podrán ser atacados por las gaviotas, chimangos, petreles gigantes, skúas, zorros grises o peludos que buscan huevos”, explica Paula Ortega, guía de la Secretaría de Turismo de Chubut.

La reserva tiene senderos delimitados por donde caminar, y guardafaunas atentos que vigilan el comportamiento de los visitantes, además de brindar la información adecuada. Los turistas pueden caminar por un sendero muy cerca de algunos nidos. Es una experiencia cara a cara con los pingüinos, en la que hay que tomar muchos recaudos y ser conscientes, sobre todo, de que es su hogar y no el nuestro. Por eso no hay que intentar tocarlos, ni apurarlos o acercarse si se cruzan en el camino, ya que pueden tropezar y perder el rumbo.

El año pasado se inauguró un nuevo recorrido: una pasarela de 300 metros que se interna en el mar, para poder verlos desde otra perspectiva. “El pingüino es una de las aves que mejor se adaptan al ambiente acuático, pueden nadar a 40 kilómetros por hora, pero en tierra son un tanto torpes porque tienen patas cortas”, agrega la guía. Desde el final de la pasarela se pueden ver, por ejemplo, aquellos que recién llegan de su largo periplo marítimo, o los que entran a buscar comida para llevar a sus nidos y alimentar así a sus pichones por regurgitación: comen y luego le dan a su cría a través del pico.

“Punta Tombo es una de las reservas más importantes de la provincia, que cierra el circuito turístico de fauna marina, con los pingüinos aquí, las ballenas en Valdés y las toninas en Rawson”, dijo el secretario de Turismo y Areas Protegidas de Chubut, Carlos Zonza Nigro, el día de la apertura oficial. Ballenas y toninas, allá vamos.

Agilísimas, las toninas aparecen y desaparecen rápidamente en las aguas cerca de Rawson.

LAS TONINAS Rawson es una capital demasiado tranquila. Situada a 25 kilómetros de Trelew, es el centro administrativo de la provincia y el lugar ideal para el avistaje de toninas. Desde el puerto, lindero a la playa Unión, donde se puede comprar pescado y langostino fresco, parten las excursiones en el semirrígido de la empresa Estación Marítima Comersoni.

“¡Izquierda! ¡Derecha! ¡Izquierda! ¡Ahora en proa! ¡Popa!”, avisa el capitán, una y otra vez. Las toninas son inquietas. Aparecen y desaparecen, por delante y por detrás, pasan por debajo, de pronto pegan un salto a lo lejos, y así durante la hora y media que dura el paseo. “El avistaje de toninas es algo muy dinámico, no es que vas a estar sentado en una butaca mirando un solo lugar. De repente están todos en un lado y hay que correrse hacia el otro”, explica el capitán Sergio Miguel Fernández.

“La tonina es un delfín, por favor aclaremos –advierte y sigue el capitán–. Es endémico de Patagonia, no hay en otro lugar del mundo. Y ésta es la parte más al norte en donde se las puede ver.” Toninas hay todo el año, pero desde octubre hasta enero es cuando más cantidad de ejemplares se encuentran por aquí. Antes de reglamentar la actividad, señala Fernández, se hicieron algunas investigaciones para saber si el avistaje impactaba o no en el comportamiento natural de las toninas y, según el capitán, se llegó a la conclusión de que no impacta negativamente. Además se descubrió que mientras las barcas navegan las toninas comen pequeños peces vivos. “Cuando nadan atrás de la estela de la embarcación, vienen comiendo, porque esa ola les permite hacerlo con menos esfuerzo físico y ganan velocidad”, explica.

La embarcación tiene capacidad para 55 pasajeros, pero en general no la llenan, justamente para poder moverse con comodidad de un lado a otro. Las salidas dependen de las muy fluctuantes mareas, y sólo se sale con marea alta.

El avistaje, como todas las actividades relacionadas con la fauna, depende de una buena dosis de suerte, además del clima. En este caso, la buena fortuna y el sol nos acompañaron: pudimos ver toninas por doquier nadando tras la estela.

Para aquellos que quieran fotografiarlas, a no defraudarse si vuelven sin fotos: capturar una instantánea de una tonina no resulta nada sencillo, son demasiado rápidas. Lo mejor es relajarse, observar y, para coronar un gran avistaje, regalarse una panzada de mariscos en el restaurante Costa Bogavante, con vista al mar de Playa Unión.

El salto de una ballena sacude la lisa superficie marina junto a los acantilados de Puerto Pirámides.

LAS BALLENAS El avistaje del mamífero acuático más grande del mundo es la actividad que más visitantes atrae en este circuito de fauna marina. La ballena franca austral es la especie que se puede ver en nuestras costas, desde junio a diciembre, cuando llegan desde la Antártida para reproducirse en las aguas más cálidas y protegidas de los golfos San José y San Matías.

Los avistajes parten desde la Península Valdés, el único lugar autorizado para la actividad. La novedad de este año es la embarcación Yellow Submarine, un novedoso semisumergible que permite ver las ballenas desde cubierta –como en los avistajes clásicos– pero también desde abajo del agua. La actividad, igual que el resto de los avistajes, depende del clima, el viento y el estado de las mareas, pero en este caso es más sensible aún, ya que si el mar está un poco revuelto o hay demasiado viento, el Yellow Submarine no sale, porque la visibilidad abajo del agua no es buena y además se mueve más que el resto de los barcos. Como el día estaba muy ventoso, TurismoI12 no pudo embarcarse en el semisumergible, y navegamos entonces en la embarcación regular.

El avistaje de ballenas, de toda maneras, resulta siempre una experiencia alucinante, diferente y enriquecedora, aun para aquellos que lo hacen a diario, como capitanes y guías balleneros. Y puede deparar sorpresas, tal como les sucedió a Luis Petit y Juan Pablo Martorell el 2 de junio de 2012. Petit es uno de los guías del Southern Spirit, y el único fotógrafo en el mundo –según dice– que presenció, fotografió y filmó un parto de ballena franca austral. “Había una hembra sacando la cola que hacía nataciones muy rápidas –relata Petit mientras navegamos expectantes–. Nos acercamos, de pronto se pone panza arriba, y creo ver que estaba pariendo. La seguimos, descreídos, ya que ésta es una actividad que lleva 40 años, y nunca se vio un parto. Pasó por debajo de la embarcación, y ahí nos dimos cuenta de que estaba pariendo. Era un bebé blanco. Así pudimos lograr las primeras imágenes de cómo dan a luz las ballenas”, recuerda Petit, y sigue, emocionado como si fuera la primera vez que lo cuenta. “Prefectura nos llamaba para regresar y entonces, otra vez, la ballena vuelve a sacar la panza fuera del agua, y su bebé un tercio fuera, porque cuando nace tiene que salir a respirar y la madre lo eleva a la superficie. El momento de parición es muy delicado, y están muy atentas a un predador natural. Había otra ballena que nos sacaba la cola como diciendo: ‘Hasta acá llegan’. Fue algo único, que sólo ocho personas pudimos observar.” Martorell era el capitán aquella tarde: “Fue la experiencia más asombrosa que he tenido. Esta actividad no es para nada monótona; cada avistaje tenemos la suerte de ver algo distinto”.

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