JUJUY EL PARQUE NACIONAL CALILEGUA
Las Yungas jujeñas
Al sudoeste de Jujuy, el Parque Nacional Calilegua resguarda la selva montañosa de Las Yungas, uno de los ambientes con mayor biodiversidad del país, donde todavía habita el yaguareté. Un camino de cornisas que serpentea por la selva y desemboca en pueblos como el de San Francisco, donde cada año se recuerda la “Noche de los Apagones”.
Por Julián Varsavsky
Fotos: Sandra Cartasso
En los Andes venezolanos nace una vasta franja selvática que acompaña el avance hacia el sur de la cordillera y sus sistemas aledaños. Las yungas atraviesan de manera discontinua sectores de Colombia, Brasil, Bolivia y las provincias argentinas de Jujuy, Salta, Tucumán y Catamarca. Debido al manto de nubes que suele cubrir estas húmedas laderas, también se conoce a Las Yungas como la nuboselva.
La región inaccesible En el sudeste de la provincia de Jujuy –en el Departamento de Ledesma– se creó en 1979 el Parque Nacional Calilegua para proteger Las Yungas. El proyecto surgió de una donación de tierras privadas pertenecientes al Ingenio Ledesma, que de esa forma transfirió al Estado el costo económico de preservar una selva que les garantiza las fuentes de agua indispensables para regar las kilométricas plantaciones de cañas de azúcar, que prácticamente arrasaron en poco más de un siglo con la parte inferior de esta selva de montaña. En cambio, los estratos más altos se han mantenido en un estado aceptable de conservación gracias al carácter inaccesible del área, que la hace improductiva. Esta última es -básicamente– el sector de 76.320 hectáreas donado por el virtual “feudo” de la familia Blaquier.
La cabecera para visitar Las Yungas jujeñas puede ser tanto San Salvador de Jujuy –ubicada a 105 kilómetros– como la ciudad de Libertador General San Martín, conocida por ser el escenario trágico de la llamada “Noche de los apagones”, en 1976. Esta ciudad está a 8 kilómetros del parque y dispone de un buen hotel.
Al parque se accede por la ruta provincial 83, un camino de ripio en buen estado que caracolea de manera ascendente entre Las Yungas, a lo largo de 23 kilómetros (en todo el trayecto no hay servicios turísticos de ningún tipo). La entrada es libre y el turista puede recorrer la ruta sin necesidad de un guía, e internarse por los seis senderos señalizados. Durante el paseo se asciende desde los 600 m.s.n.m. hasta los 1800.
Niveles vegetales Al comienzo de la excursión vamos bordeando el valle que alberga al río San Lorenzo, cuyo lecho está seco en esta época del año porque desde el Ingenio Ledesma se toma el agua para el riego. Una mirada atenta permitirá ir observando la existencia de cuatro pisos o niveles vegetales. Hasta los 500 metros de altura se recorre la Selva Pedemontana, donde predominan árboles como el palo blanco y el palo amarillo.
El segundo nivel vegetal es la Selva Montana, con una profusión de epífitas y enredaderas que se trepan a los árboles en busca de la luz, convirtiendo algunas copas en verdaderos jardines colgantes. Ciertos árboles colonizados pueden tener encima hasta 30 especies vegetales. Una de las epífitas más visibles es la bromelia, que alcanza a medir cerca de un metro de largo. Entre los habitantes de este nivel está el mono caí, que suele verse en ruidosos grupos buscando frutos en lo más alto de los árboles. Y una de las especies más singulares es la rana marsupial, cuyas hembras transportan sus huevos en una bolsa sobre el dorso.
En el camino nos detenemos en varios miradores naturales para observar en detalle la complejidad vegetal. El tercer nivel es el llamado Bosque Montano –de los 1500 a los 2400 m.s.n.m.– donde proliferan el pino del cerro y el aliso del cerro. Aquí habitan ejemplares de tapir y algunos de los últimos yaguaretés que quedan en el país.
El último nivel –que no se visita normalmente– es el Pastizal de Altura, donde habita la taruca, un ciervo de color grisáceo que está en peligro de extinción.
Las Yungas son uno de los ambientes naturales con mayor diversidad biológica del país. La habitan numerosas ardillas y un conejito llamado tapetí. Entre las aves hay cerca de 400 especies, como los tucanes, varias clases de loros y una pava de monte con la cara roja.
El pueblo de San Francisco Unos 17 kilómetros más allá del límite del parque –siempre sobre la ruta 83– aparece, en los faldeos de la montaña, un pueblito de casas construidas casi todas con bloques de adobe. El pueblo está en medio de una hoyada, rodeado de montañas, y tiene un centenar de viviendas esparcidas desordenadamente. La mayoría de sus habitantes son pastores y agricultores que trabajan en pequeñas huertas donde producen maíz, papas, habas y porotos. Si el viajero comienza la excursión por la mañana, llegará a San Francisco justo a la hora del almuerzo. El lugar más auténtico del pueblo para comer es el “rancho de comidas” Tía Carola, ubicado frente a la Hostería Municipal. En los hechos es una casa de familia donde se come junto con los dueños. Los platos incluyen asado con ensalada y pan casero ($ 5 por persona), trucha a la plancha con hierbas aromáticas, a la crema o al roquefort con almendras ($ 8). Además se puede pedir cordero, conejo o lechón al plato ($ 6). Para los postres se sirven dulces regionales como el cayote con nuez o dulce de papaya en almíbar ($ 2). Lo ideal es encargar la comida por teléfono antes de llegar (0388-155013360).
A un costado del pueblo, tras una lomada, aparece uno de esos cementerios jujeños de dolorosa belleza –ubicados entre la inmensidad de las montañas–, cuyos vivos colores se combinan con las cruces de flores que adornan las tumbas. Ninguna otra imagen puede ofrecer una idea más acabada de la soledad absoluta.