Dom 23.11.2003
turismo

CALIFORNIA EN LA FRONTERA ENTRE EE.UU. Y MéXICO

Dos almas y una misma tierra

San Diego, último bastión del american way of life antes de México en la frontera californiana, tiene dos almas: una vive en el Gaslamp Quarter, el antiguo barrio de mala fama; la otra en su antiguo corazón mexicano.

Texto y fotos:
Graciela Cutuli

La frontera entre México y Estados Unidos es uno de los puntos calientes de este mundo. Las ciudades que la jalonan forman una suerte de “no man’s land” donde conviven las esperanzas de los unos con los miedos de los otros, las ilusiones con las paranoias, y donde todo termina demasiado a menudo de manera trágica. En el punto más al oeste, esta frontera separa Tijuana de San Diego, dos mundos radicalmente distintos pero a la vez muy parecidos. Las diferencias los unen y las similitudes los separan. Vista desde el lado norte de este muro invisible, Tijuana es la fuente de todos los males, de todos los abusos. Mientras tanto, San Diego es el espejismo donde van a estrellarse los sueños, pero del cual desde el sur parece imposible despegar la vista.
Vista desde México, San Diego es la promesa de un mundo de abundancias y bonanzas, de centros comerciales coloridos y marinas con yates de lujo. Es uno de los símbolos de California y su estilo de vida, la exacerbación del “american way of life”, ahora gobernado... por Terminator. Tiene una atmósfera de vacaciones eternas, con parques de atracciones y playas, pero junto a esta imagen superficial San Diego tiene también una memoria, en el centro histórico, y un alma auténtica, que hay que buscar en el distrito llamado Gaslamp Quarter, el Barrio de las Lámparas de Gas.

Una de vaqueros El Gaslamp Quarter se encuentra en el Downtown de la ciudad, cerca de los muelles de la bahía de San Diego. En medio de esta maraña de rascacielos, que forman el centro económico de esta urbe enorme extendida a lo largo de la costa desde la frontera mexicana hasta el Orange County y la aglomeración de Los Angeles, un par de cuadras conservan el aspecto que tenía San Diego en el siglo XIX, cuando era uno de aquellos típicos pueblos de frontera que se ven en las películas de vaqueros. No le faltaba nada: ni los prostíbulos, ni los pistoleros que hacían reinar el terror en las calles, ni siquiera los contrabandistas que comerciaban ilegalmente con México. Dieciséis manzanas escaparon al avance de los promotores urbanos, que reciclaron todo el centro a lo largo del siglo XX y convirtieron esta zona de la ciudad en un elegante centro comercial y de negocios, a pasos del litoral de la bahía.
Esta parte del viejo San Diego es la de los gringos. Del San Diego original, fundado por el monje Fray Junípero Serra en 1769, quedan algunos edificios restaurados y ambientados en un parque como saben hacerlo en Estados Unidos: un universo aséptico donde la historia se parece a una diversión firmada por Disney.
El Gaslamp, por suerte, conservó mejor su alma. Sus calles están enmarcadas por severos edificios de estilo levantados en ladrillo, algunos con torrecillas, otros con bow-windows y detalles en hierro forjado. En muchos de ellos, placas de bronce recuerdan episodios históricos del barrio, que vivió una vida agitada hasta 1970. La mayoría de los edificios eran casas de juego, burdeles y hoteles de dudosa clientela. El propio Wyatt Earp, el respetable comisario que revivió en las pantallas de cine gracias a Kevin Costner pocos años atrás, fue gerente de una casa de juego en el barrio en torno de 1880.
Hoy día, no hay más pistoleros en las elegantes calles bordeadas de restaurantes y de hoteles, pero por las noches y por la mañana, cuando las calles tienen poco tránsito, surge toda una fauna de dealers y sus respectivos clientes, cómodamente apostados en las esquinas, como si eltiempo se hubiera quedado fijado un siglo atrás, en las décadas de mala fama. El Gaslamp, al fin y al cabo, está demasiado cerca de la frontera...

California made in México El viejo San Diego se encuentra a unos seis kilómetros del Downtown y Gaslamp Quarter. En medio de un parque cuidado hasta en sus más mínimos detalles, los viejos edificios ocultan su edad bajo una puesta en escena que hace pensar más en un parque de diversiones que en un legado del pasado. En torno de la plaza y del antiguo edificio de la guarnición mexicana se levantan casas de madera, una vieja escuela, la sala de redacción e imprenta de una de las gacetas que circulaban en el oeste salvaje, la reconstrucción de un negocio de ramos generales y el museo Junípero Serra. Este último en particular recuerda la historia de San Diego y de las primeras expediciones españolas a California. Levantado en 1929, traza la historia de las misiones que fueron los primeros centros de civilización occidental a lo largo de la costa californiana, desde el actual México hasta el norte de San Francisco.
Y así como el Gaslamp Quarter tiene su centro comercial, el Barrio Histórico tiene el suyo. Se llama “Bazar del Mundo”: en una reconstrucción de un pueblito mexicano se entremezclan negocios de souvenirs y artesanías con casas de comidas, donde por supuesto las especialidades del otro lado de la frontera están a la orden del día (y la variedad de especias picantes parece infinita). El decorado es muy distinto: aquí se respira un ambiente muy latino, radicalmente opuesto a la superficial cordialidad que prevalece en el San Diego “gringo”.
Sin duda, quien viaje a San Diego no se perderá tampoco el zoo (uno de los más famosos de Estados Unidos), el parque marino y las playas. Un paseo por la California de hoy, que Junípero Serra no hubiera podido imaginar ni en sus más extravagantes sueños. Tampoco lo hubiera imaginado Wyatt Earp, aunque San Diego sigue cultivando un lado sulfuroso que los promotores de los elegantes barrios costeros tratan de esconder. Es que, de algún modo, San Diego sigue siendo la misma ciudad de frontera del pasado y en algún rincón de su memoria sigue guardando la nostalgia de sus tiempos españoles y mexicanos.

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