NICARAGUA. LA PLAYA EL COCO Y LAS TORTUGAS
En el sur de Nicaragua –cerca de Costa Rica– la playa El Coco tiene un complejo de bungalows apartado de todo frente a las aguas del Pacífico, entre una densa vegetación tropical. Una reserva marina donde observar el desove masivo de las tortugas paslama.
› Por Julián Varsavsky
Desde Managua vamos en un auto alquilado hacia el sur del país, rumbo a la costa del Pacífico. El destino final es un complejo de bungalows ocultos entre la exuberante vegetación, muy confortables y económicos. Poco antes del pueblo de San Juan del Sur nos desviamos a la izquierda por una ruta de diez kilómetros de tierra en buen estado. A medida que avanzamos, la vegetación se eleva hasta convertirse en una densa selva, como una muralla verde que la mirada no puede penetrar más allá de unos metros.
Son 151 kilómetros desde Managua y poco antes de llegar aparece un pequeño río que cruza sobre la ruta. Nos detenemos con cierta perplejidad pero a los cinco minutos llega un auto común que surca las aguas como si nada –el suelo es de cemento bajo el río–, así que sorteamos el trámite sin inconveniente. Avanzamos media hora por el camino de tierra y aparece finalmente el cartel señalando la entrada a la playa El Coco, que tiene una historia muy singular.
Estas paradisíacas tierras pertenecían –con sus playas– a un gran terrateniente a quien le fueron confiscadas por la revolución sandinista para otorgarlas a una cooperativa de pescadores. En 1993 la cooperativa decidió vender esas tierras y las compró un austríaco llamado Sigmund Kripp, quien había llegado al país en los ’80 para apoyar al sandinismo, colaborando con el Instituto Nicaragüense de Seguridad Social. Su trabajo era recuperar niños drogadictos que vivían en la calle. Sigmund, quien hoy tiene 87 años, vive aquí, adoptó a dos de aquellos niños y se quedó a vivir en Nicaragua, donde creó este emprendimiento turístico.
Aquí Sigmund hizo abrir unas calles con tendido eléctrico y vendió lotes de 800 metros cuadrados para construir 24 casas –ni una más– con reglas muy cuidadosas del entorno: no se puede tirar árboles, colocar muros ni levantar casas de más de dos pisos. Una parte de las casas tiene dueños particulares (la legendaria comandante Dora María Téllez es uno de ellos) y otras se alquilan a turistas.
A PURO RELAX Varios de los bungalows están alrededor de una piscina a la sombra de los árboles y otros frente al mar. Entre el público de El Coco hay europeos que viajan desde sus países exclusivamente para disfrutar de esta íntima playa, donde a veces se quedan por varias semanas e incluso meses.
La playa está en una bahía encerrada entre dos farallones de piedra y tiene un restaurante llamado Puesta del Sol junto a la arena, a la sombra de un gran quincho. Aquí se puede saborear un pargo rojo con papas, camarones a la plancha, sopa de mariscos y tostones con queso. En este mismo restaurante se desayuna, disfrutando la brisa del mar en la cara, una criolla combinación de huevos revueltos, gallo pinto (arroz con frijoles rojos), queso, plátanos maduros fritos, café, jugo y pan casero.
La playa es para reposar, pero los inquietos suelen alquilar aquí bicicletas para internarse en los senderos entre la vegetación, jugar al billar, bañarse en una piscina junto a la arena, navegar por Internet, alquilar una tabla de surf, jugar fútbol y vóley sobre la arena –donde siempre sobra mucho lugar para todos– y andar a caballo.
Una tarde entera la dedicamos a navegar en una lancha de pescadores hasta la isla Bolaños, una pequeña montaña que emerge en el mar con un área de 25 hectáreas. En su ambiente árido sólo crecen arbustos y hay una pequeña playa de arena blanca donde hacemos snorkel. Lo interesante aquí es subir a lo alto de la montaña para observar las colonias de pelícanos marrones con sus pichones desde muy cerca.
REFUGIO DE TORTUGAS Desde El Coco se hace una excursión a otra playa llamada Las Flores, un refugio de vida silvestre para preservar la vida de 1.400.000 tortugas que nacen aquí cada año. Esta visita se hace desde junio a enero durante la noche, los días de arribadas masivas de tortugas que llegan para desovar.
Se cree que la especie paslama de tortugas elige esta playa desde hace milenios. En general hay entre junio y enero siete arribadas masivas, lo cual significa que en cada una circulan por la playa unas 30.000 tortugas durante cinco días, siempre a partir de las nueve de la noche (en septiembre y octubre suelen ser las mayores). Además hay arribadas menores, pero las fechas son todas impredecibles. Hace cinco años hubo una de 45.000 y no se podía ni caminar por la playa de tantas que había.
Cada tortuga cava un hoyo en la playa y deposita a lo largo de una noche un centenar de huevos que después cubre con arena, para regresar de inmediato al mar. Luego de 50 días, cuando se dan las condiciones atmosféricas ideales, los cascarones empiezan a romperse y las tortuguitas emprenden solas una carrera desesperada hacia el mar (conocen la dirección por instinto). Un alto porcentaje muere por ataques de gaviotas, cangrejos, perros y pescadores que las atrapan con sus redes. Además las esperan otros predadores en el mar. Están amenazadas de extinción y por eso se creó la reserva en este lugar, que fue una playa privada confiscada a la familia Somoza.
Los días de arribada la excursión de hace necesariamente de noche, usando focos color rojo para no molestar a las tortugas. Se camina por los bordes de la playa en silencio y se ve a las tortugas desde los dos metros. El otro espectáculo llega casi dos meses después, para ver a las tortuguitas correr hacia el mar. También se puede participar de las liberaciones que hacen los guardafaunas de las tortugas nacidas en unos baldes con arena que ellos cuidan para protegerlas de los predadores.
Aun cuando no haya arribadas, se hace una visita diurna a la playa para observar el programa de cuidado de huevos. De esa forma se ven en primer plano huevos a medio romper con la tortuguita asomando o directamente recién nacida, a la cual a veces se puede tomar con la mano.
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