Domingo, 8 de febrero de 2015 | Hoy
FRANCIA. MUSEOS DE FRAGONARD
El Museo del Perfume de Fragonard homenajea en París a una de las industrias francesas por excelencia: el perfume, conquistador de los sentidos y pequeño lujo que ya tiene miles de años de antigüedad. Mientras tanto, en otro museo parisino se puede conocer el proceso de elaboración.
Por Graciela Cutuli
Fotos de Oficina de Turismo de París
En la palabra misma está su historia, un eco de su tradición antiquísima y de sus funciones divinas, listas para desplegarse ante los sentidos de quienes hoy rinden culto al perfume en todas sus formas. Gracias al latín “parfumare” (“a través del humo”, lo que revela las antiguas técnicas de creación aromática) hoy decimos “perfume” en castellano, “parfum” en francés, “profumo” en italiano, “Parfüm” en alemán. Como el nombre de la novela de Patrick Süskind que hizo la fama del imaginario Jean-Baptiste Grenouille...
Y todo deriva de las antiguas fogatas y humaredas con que los egipcios honraban a los dioses, mezclando en un mismo fuego maderas aromáticas, hierbas, raíces y frutos cuyos perfumes entremezclados debían llegar a las divinas narices para convencerlos de ser benevolentes con los hombres.
Antes de llegar a la industria que es hoy, todo el mundo antiguo se especializó en la producción artesanal de ungüentos y aguas aromáticas, celosamente conservados en frascos de cerámica y piedra, con fines cosméticos y medicinales. La intervención de los árabes y la invención del alambique perfeccionó las técnicas: con la expansión de sus conocimientos en Occidente, el perfume se hizo un lugar entre los lujos cotidianos de un mundo cada vez más volcado al goce de los sentidos. Y en el siglo XX se terminó de completar el panorama, con las creaciones de las más famosas casas de moda que, desde París, irradiaron aroma hacia los cuatro puntos cardinales, imprimiendo acento y charme francés al mágico y misterioso mundo del perfume.
UN HOMENAJE FRENTE A LA OPERA Francia es el reino del perfume, por los volúmenes de su industria y el prestigio de sus marcas, que desde la Provenza hasta París impone tendencias y consagra combinaciones aromáticas para la historia. Si para muestra basta un botón, alcanza con recordar las cinco gotas de Chanel N° 5 que vestía Marilyn Monroe para dormir... Por lo tanto, no podía faltar en la capital francesa un museo dedicado al perfume. Y a falta de uno, París tiene dos.
El Musée du Parfum de París es de la casa Fragonard, una de las principales productoras de esencias, que tiene sus centros de producción en Eze y Grasse, sobre la Costa Azul. Lejos de aquellos campos aromáticos de lavandas y de los amaneceres provenzales, pero evocándolos en cada una de sus botellitas de perfume, el museo se levanta en el corazón de la ciudad, frente a la Opera Garnier (la tradicional ópera frente a la avenida que desemboca en el Sena). Funciona en un edificio típicamente parisiense, estilo Napoleón III, construido en 1860 por el arquitecto Joseph Michel Lesoufache, precisamente un discípulo de Garnier. Para el amante de los perfumes, es la inmersión ideal en un mundo de flores, hierbas, maderas aromáticas, frascos, afiches, alambiques y etiquetas: un universo propio donde el olfato es el rey, un laberinto de aroma donde orientarse según las notas, corazones y familias olfativas. La colección del Museo Fragonard reúne objetos que van desde la Antigüedad hasta los comienzos del siglo XX, en un abarcativo recorrido histórico por los secretos de cada fragancia.
Este es por lo tanto el lugar para aprender los secretos que forjan el encanto de los más famosos perfumes de Francia, esas esencias que están en la base de nombres tan célebres como el Chanel N° 5, el Air du Temps de Nina Ricci o el Opium de Yves Saint Laurent, por citar sólo tres emblemáticos en una larga lista donde rivalizan Dior, Givenchy, Guy Laroche, Guerlain, Lanvin o Cacharel.
Para potenciar los sentidos, al encanto del aroma se agregan los curiosos e innovadores diseños de los frascos, que fueron marcando tendencia en su tiempo, y que en la forma de miniaturas son ampliamente buscados por los coleccionistas. Auténticas obras de arte en sí mismas, forman parte de la experiencia del perfume y han tenido con los años una singular evolución en forma y diseño.
Este lugar es asimismo el museo ideal para aprender muchas curiosidades sobre la materia prima de los perfumes (qué flores se utilizan y en qué extraordinarias cantidades), el proceso de destilación, el filtrado y finalmente la fabricación de las aguas aromáticas en diversas formas. Como aquellas de Jean-Baptiste Grenouille, para volver al perfumista de Patrick Süskind...
También es una buena ocasión para descubrir que los perfumes se conservan de manera ideal en lugares frescos y oscuros, de modo que sus propiedades se mantengan sin alteraciones durante más tiempo, lejos de las influencias de la luz y el ambiente. Otro de los datos importantes por conocer, que resultará muy útil en las boutiques una vez fuera del museo, es la gradación de concentración de los perfumes: las aguas livianas (eaux légères) tienen sólo un 4 por ciento de concentración, las aguas de Colonia (eaux de Cologne) un 7 por ciento, las aguas de toilette (eaux de toilette) un 12 por ciento, y las aguas de perfume (eaux de parfum) un 18 por ciento. A partir del 20 por ciento, se trata de extractos, de precio tan concentrado como su índice de perfume. Cada uno de ellos, por lo tanto, se usa de forma diferente: un extracto se aplica sólo en pequeños puntos, el eau de parfum, como si se trazara una línea sobre la piel, y el agua de colonia en una superficie mayor del cuerpo. Secretos de perfumistas, y sobre todo de cada usuario de las exquisitas fragancias homenajeadas en el Museo.
El edificio del Musée du Parfum tiene además un encanto adicional, el arquitectónico, que brindan sus salas de techos pintados al fresco, con crujientes pisos de madera, románticas decoraciones en estuco, chimeneas y lámparas originales de los tiempos de su construcción. Un escenario digno de los tiempos dorados –sobre todo vistos a la distancia– de los palacios y el frufrú de la Francia napoleónica.
Como para traer un perfume también, pero de otros tiempos, una belle époque hoy desaparecida. Porque el perfume –decía Jean-Paul Guerlain– “es la forma más intensa del recuerdo”.
TEATRO Y MUSEO Para los amantes del perfume, el circuito parisiense no está terminado todavía. Después del Musée du Parfum cercano a la Opera, el segundo hito es el Musée-Théâtre des Capucines, un teatro fundado en 1895 y convertido en museo en 1993 también por la casa Fragonard.
En este caso la atención se dirige principalmente hacia el proceso de fabricación del perfume, mediante la instalación de una fábrica en miniatura, que hace más gráfico todo el proceso. Aquí se exponen aparatos de destilación en cobre que datan el siglo XIX, y se explican en detalle los procesos de extracción de las materias primas, así como el trabajo de las “narices”, el significativo nombre de los expertos que eligen las fragancias y sus más caprichosas combinaciones. Tres mil años de historia se resumen en estas salas, cuyo recorrido no puede sino hacer coincidir el pensamiento del visitante con aquel viejo proverbio francés según el cual “quien pinta la flor, no puede pintar su olor”. A cerrar los ojos entonces, para ingresar en un aromático mundo donde el color y el sabor sólo tienen la etérea forma de los aromas.
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