URUGUAY II RIOPLATENSE Y CHARRúA
Al otro lado del Río de la Plata, Montevideo abre las puertas del Uruguay, un país que tiene mucho que ver con nuestra propia identidad, heredera de dos ciudades portuarias donde confluye la cultura rioplatense. El otro ontevideo, el del candombe, el de la Ciudad Vieja, el Barrio Reus, el Mercado del Puerto, los barrios Sur y Palermo, la cuna de Torres García y de Blanes, de Zitarrosa y Matos Rodríguez, incita a mirar la ciudad con otros ojos.
Montevideo, la capital más joven de América latina, creció como una ciudad-puerto por la que transitan hoy miles de viajeros, ansiosos por alcanzar otros destinos más conocidos del país, geografías de mares bravos o mansos y de playas agrestes. Vale la pena realizar ese mismo viaje, pero con otro desembarco para conocer una ciudad diferente, aquella donde coexisten las viejas culturas y donde nacieron la murga, el candombe y las “Llamadas”, en la mezcla exacta de sus raíces criollas, africanas y europeas.
DEL CENTRO A POCITOS La ciudad-fortaleza
de San Felipe y Santiago de Montevideo fue fundada en 1724 por Bruno Mauricio
de Zabala, gobernador de Buenos Aires, para impedir el avance del imperio portugués.
Aunque por ese entonces contaba apenas con 277 habitantes, con el paso de los
siglos el viejo fuerte se fue transformando en una moderna ciudad comercial
y portuaria.
En pleno centro de la ciudad, donde comienza la Avenida 18 de Julio, se encuentra
la Puerta de la Ciudadela, que separa la Ciudad Vieja de la ciudad que se desarrolló
a partir del siglo XVIII, cuando se demolieron las antiguas murallas. Frente
a ella se abre la Plaza Independencia, coronada por el monumento de Artigas.
A pocos pasos, desafiando el eclecticismo de la arquitectura moderna, aparece
el icono de la monumental estructura del Palacio Salvo, construido en 1928 sobre
la antigua confitería La Giralda donde en 1917 se estrenó “La
Cumparsita”.
Eje de la vida cotidiana, la Avenida 18 de Julio recorre el centro de la ciudad.
A su alrededor bulle la actividad comercial y están los principales hoteles,
la Biblioteca Nacional, la Universidad de la República y la Plaza Cagancha
con su famosa feria de los artesanos. Muy cerca otra feria, que trae a la memoria
la imagen de “El Rastro” de Madrid y el “Mercado de Pulgas”
de París, se instala cada domingo sobre la calle Tristán Narvaja.
Toda la ciudad muestra una arquitectura singular donde conviven en perfecto
equilibrio edificios coloniales, art déco, art nouveau y neoclásicos
que componen el paisaje urbano.
En cada barrio montevideano se conserva un pequeño fragmento de historia.
Carrasco, un barrio de construcciones elegantes y refinadas, se transformó
con el correr de los años en una zona residencial, como lo fuera también
en su época, el barrio Reus, otro símbolo del antiguo Montevideo
que recuerda un suburbio parisino, con sus mansardas y fachadas del fines del
siglo XIX. Como una ventana abierta sin misterios al paisaje, las ramblas recorren
el perímetro de la ciudad, abriéndose al río que en ocasiones
se convierte en mar, para terminar en las playas de Pocitos con sus arenas blancas.
El Puerto recibe con los brazos abiertos a los millares de visitantes que llegan
al Uruguay a comienzos del verano, y el Cerro de Montevideo, custodiado por
el faro y los restos del fuerte, vigila desde la altura la ciudad del río.
UN RINCON DEL AYER La Puerta de la
Ciudadela también simboliza el acceso a la Ciudad Vieja. A pocas cuadras
de allí, el imponente Teatro Solís -actualmente en restauración–
sigue siendo una referencia cultural y escenario soñado por músicos
y artistas. La peatonal Sarandí, con sus calles adoquinadas y alegres,
es el epicentro de la actividad cultural de la zona: galerías de arte,
anticuarios, librerías y el Museo Torres García, que guarda la
obra de ese pintor uruguayo quien, al dar vuelta el planisferio, demostró
que el sur también existe. A pocas cuadras se encuentra la Plaza Matriz,
donde los fines de semana se instala una feria de antigüedades, libros
y viejas películas, enmarcada por el Cabildo, la Iglesia y el Club Uruguay.
Un poco más allá, la Plaza Zabala conserva intacto el espíritu
“Belle Epoque” de fines del siglo XIX con sus construcciones señoriales,
como el Palacio Taranco.
Otras miradas, otras historias, cada calle parece conservar un trozo del pasado:
zaguanes coloniales, balcones moriscos, carteles de antaño, vocesque
todavía resuenan de pura nostalgia. Porque una ciudad vuelve a vivir
intensamente cuando su pueblo recupera la memoria. Y Montevideo sabe cómo
hacerlo, cuando toda su gente se reúne cada septiembre en el Día
del Patrimonio, un evento donde se tienden puentes simbólicos entre todos
los barrios de la ciudad cuyos edificios museos, sitios patrimoniales, salas
musicales y hasta las casas particulares se abren para ser recorridas por única
vez en el año. Las calles de la ciudad son escenario de una inagotable
variedad de actividades, caminatas urbanas, ruedas de “cuenteros de tanto
andar”, y sobre todo los innumerables tablados por los que desfilan los
integrantes de las murgas, con sus caras pintadas de sol y sus voces que son
todas las voces del pueblo uruguayo.
En esos días cada barrio es un poco más protagonista de su existencia
cotidiana, reflejo de una ciudad plena de vida y de recuerdos, así como
renace cada 25 de agosto, en el Día de la Nostalgia, otra celebración
que llena las calles de historias recuperadas.
EL MERCADO DEL PUERTO Cuando ya parece
haberse perdido la noción del tiempo, en esa ciudad que se llama vieja,
pero que al transitarla renueva la avidez por el descubrimiento de cada rincón,
de cada esquina, la marcha se detiene en el mágico Mercado del Puerto.
Allí se desdibujan todas las diferencias, y no hay Babel porque todos
hablan un mismo idioma, convirtiendo en sonido de murga la nostalgia para compartir,
en ese universo orillero, la verdadera esencia montevideana.
El Mercado es el lugar de encuentro de todos los habitantes de la ciudad, desde
Páez Vilaró y Mario Benedetti hasta artistas y poetas desconocidos,
murgas como Araca la Cana y tantas otras que recorren los pasillos con sus cantos.
Los colores y sonidos de la estética murguista y tanguera, representada
esta última por expresivos bailarines y por bandoneonistas que regalan
sus vitales acordes, se funden bajo un mismo techo, y todo se disfruta entonces
con una energía especial, mientras el sutil aroma de la cocina montevideana
llena el aire de fantásticas promesas. Dicen los que conocen el espíritu
del lugar que pasar la Navidad o el Año Nuevo en el Mercado del Puerto
puede ser un acontecimiento inolvidable.
La visión que ofrece a nuestros ojos este lugar, a un paso del río
y que sólo abre sus puertas bajo la luz del sol, podría ser el
ambiente perfecto de una novela de Leopoldo Marechal o de Manuel Puig, con su
estructura de hierro, su fuente y el gran reloj central de su frente, que quizás
sólo marque las horas en la que se dan cita los montevideanos en el Mercado
del Puerto.
TIEMPO DE TAMBORES Los barrios Sur
y Palermo se construyeron para alojar a inmigrantes y esclavos cuando la ciudad
comenzó a crecer. Así surgieron, enclavados en el sur más
montevideano, los “conventillos” de Cuareim
y Encina, memorables albergues de la historia de la cultura y la música
afro-uruguaya destruidos por la dictadura militar, en un intento vano por acallar
la voz del pueblo.
En esas viejas calles de casas de adobe y patios soleados nacieron el candombe
y las “llamadas”, para convertir el peso de la esclavitud en un
torrente de música. La palabra “llamada” tiene su origen
en las reuniones que los esclavos celebraban en los extramuros de la ciudad,
cuando las “cuerdas” de tambores avisaban que los “candombes”
de la costa estaban por comenzar. “Cuerda” es el nombre que se da
a la familia formada por los tres tambores del candombe: piano, chico y repique.
Hoy en día, cuando en una esquina de Palermo o el Barrio Sur se exhiben
los instrumentos de una “cuerda”, se comunica al resto de los integrantes
y al barrio entero que dará comienzo la fiesta del tambor.
De estos barrios salieron las comparsas más famosas como Morenada, Isla
de Flores, Los Esclavos del Nianza, El Conventillo de Gaboto, Las Lonjas del
Cordón, y tantas otras. Morenada, la tradicional agrupación del
MedioMundo que encabezó durante tantos años Rosa Luna, “la
Diosa de ébano”, nació en 1953 en una pequeña pieza
que ocupaba el Club Atlético Yacumenza, también un icono del conventillo,
de la mano del recientemente fallecido Juan Angel Silva, para muchos el “Padre
del Carnaval”.
Su hijo, Waldemar “Cachila” Silva, continúa la tradición
desde la sede de Morenada, en una casa de la peatonal Curuguaty, donde se percibe
la intimidad de una vida dedicada a ese lenguaje tan uruguayo que es el candombe.
En su patio se guardan los tambores, los brillantes trajes de las bailarinas
y las grandes banderas, como si estuvieran detrás de un escenario, antes
de tomar vida para salir a inundar con su ritmo y su colorido las calles de
Montevideo.
El Medio Mundo y Ansina, aquellos dos conventillos que llenaron la ciudad con
mil repiques al ritmo de sus tambores, con sus toques plenos de fuerza, orgullo
e identidad, se han ido para siempre. Pero no desaparecieron, porque reviven
día a día en la memoria del pueblo montevideano, convertidos en
símbolo, recordando la presencia eterna del candombe. Será por
eso que Mario Ríos, carnavalero y creador del Ballet Folklórico
del Uruguay, afirma que “el candombe no se puede vincular con la identidad
de hoy de Montevideo sino con el Montevideo de siempre. El candombe es y será
Montevideo”
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