BUENOS AIRES. DOS ESTANCIAS CON HISTORIA
El imaginario del descanso argentino está hecho de llanura y campo. En la provincia de Buenos Aires, dos estancias –al sudoeste y al sur de la Capital Federal– permiten comprobarlo, entre bellos parques y casonas que evocan historias de otros tiempos.
› Por Graciela Cutuli
Incluso el argentino más urbano tiene arraigada la asociación entre campo y descanso. O tal vez precisamente el argentino urbano es el que puede y quiere elegir el campo para el relax, por simple oposición a su cotidianidad de calles, edificios, ruido y tránsito. Sin alejarse mucho de la ciudad de Buenos Aires, hay numerosas opciones para hacer un paréntesis y, entre ellas, dos de diferente perfil llevan por las rutas que van hacia el sudoeste y el sur de la Capital, respectivamente en Las Heras –La Eloísa– y en Brandsen –Monte Viejo–.
LA ELOíSA A menos de cien kilómetros, en el partido de General Las Heras, La Eloísa ofrece combinar el descanso con actividades de campo, en programas ideales para parejas o familias con hijos, así como grupos de amigos. Sea alojándose un fin de semana, sea pasando un día de acampe con su infaltable asado, el ambiente invita a un auténtico desenchufe criollo.
Sobria y señorial, la estancia –propiedad de la familia Aguilar– se extiende sobre 450 hectáreas de puro campo. Cuenta con dos casas: la principal, llamada Casa El Alcanfor, es de estilo inglés, sobre dos plantas y con una galería a la sombra del árbol que le da nombre. Tan bello como tranquilo, el espacio invita a la lectura, a mirar el verde frente al campo de golf o a cálidas reuniones familiares. La segunda casa es La Aguada, de estilo colonial, con una gran galería que invita a sentirse al mismo tiempo en el campo y en el propio hogar, rodeados de objetos cotidianos con sello rural. Cada una de las casas cuenta con su pileta, ideal para refrescarse en los cálidos días de verano. La idea funciona a las maravillas: que cada uno se sienta como en su propia casa.
Durante la estadía, los huéspedes aficionados al golf tienen a su disposición cuatro bolsas de palos para disfrutar de una cancha de 9 hoyos par 36 sobre once hectáreas. También se ofrecen paseos en carruaje, cabalgatas, canchas de tenis y paddle, así como armar una cancha de vóley. No es todo: la propuesta de La Eloísa para jugar se extiende al cróquet y al fútbol, mientras los más amantes de la naturaleza pueden disfrutar de un buen paseo para avistar las aves propias de la región pampeana. Zorzales, horneros, caranchos, chimangos, pechos colorado acuden a la cita... sólo es cuestión de tiempo y un buen par de binoculares. Y la crianza de caballos de polo también está entre las actividades de la estancia, de modo que es posible asistir a las diferentes tareas que se realizan en el cuidado de estos animales que suelen atraer a clientes extranjeros.
Muy cerca de la estancia, la ciudad de Las Heras completa la visita con su aire de pueblo tranquilo, de arquitectura antigua y casas bajas. Es la Capital Nacional del Pato, el deporte nacional argentino, y por lo tanto sede anual de competencias y torneos de este juego. Pero también tiene un atractivo, tal menos conocido, que merece dedicarle un rato extra (tomando la precaución de coordinar previamente la visita si es fin de semana): los murales de Berni en la capilla del instituto San Luis Gonzaga, inaugurados en 1981. La Crucifixión y El Apocalipsis, situados a ambos lados del altar con una explosión de color y creatividad, fueron realizados para el 120 aniversario de la fundación del colegio y donadas por el artista a la comunidad de Las Heras. Con la particularidad de que son las únicas obras que pintó para una iglesia, ya en los últimos años de su vida.
Finalmente, cerca de la plaza principal se visita el Museo Los Tres Carlos, o simplemente “Lo de Chiapa”, con la colección que reuniera el talabartero Carlos Chiapa, el “tercer Carlos” de la familia después de su padre y su abuelo: diarios, fotos, maquinaria y muchos más objetos evocan parte de la historia de la ciudad y de la familia.
MONTE VIEJO Esta vez, hay que cambiar de rumbo y salir desde Buenos Aires hacia el sur. Monte Viejo está cerca de Brandsen, ciudad que durante todo febrero festeja el Carnaval en las calles y cada mes de abril organiza un gran desfile de carruajes antiguos que constituye una gran fiesta popular. Sus paisajes inundados de campo invitan al descanso y a la tradición: la estancia, un emblema del lugar, reabrió sus puertas en 2012 como establecimiento hotelero, después de haber pasado por una completa remodelación de su casco histórico y de las demás dependencias, que fueron construidas en el siglo XIX, antes de la campaña de Roca.
El parque de Monte Viejo, extenso y centenario, da la bienvenida a los visitantes apenas se ingresa al lugar: allí un imponente alcanfor brinda su aroma a la entrada, acompañado del canto de los pájaros y el revoloteo de los colibríes sobre un pequeño estanque poblado de nenúfares (que antiguamente fuera una piscina). Todo invita a tomarse un tiempo fuera del frenesí, pero también a recorrer las instalaciones de la estancia, donde la propietaria quiso recuperar y homenajear las historias de amor de varias heroínas argentinas del pasado.
Por eso, las cuatro habitaciones principales del casco están dedicadas a Camila O’Gorman, protagonista del frustrado romance con un cura; a Regina Pacini, la cantante de ópera que se casó con Marcelo T. de Alvear; a Felicitas Guerrero, asesinada por un amante despechado; y a Mariquita Sánchez, en cuya casa se tocó por primera vez el Himno Nacional Argentino. A través de sus muebles de estilo y de una decoración que invita a viajar en el tiempo, cada habitación cuenta sobre la historia y el tiempo de estas mujeres que dejaron huella.
Otras habitaciones, que completan las nueve de la estancia, están distribuidas en otras edificaciones separadas del casco y también se dedican a argentinas destacadas, como Aurelia Vélez y María Josefa Ezcurra, completando un fresco que despierta la curiosidad de conocer sus épocas y personalidades.
Monte Viejo ofrece bajo su alcanfor y en la glorieta románticas cenas privadas, rodeadas de 107 hectáreas que brindan un fin de semana entre caballos, gastronomía regional a base de productos locales y un ambiente de campo que ofrece distracción y descanso para todas las edades.
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