Dom 15.02.2015
turismo

URUGUAY. EL CARNAVAL DE MONTEVIDEO

La fiesta de 40 días

Viaje al universo de las murgas y las Llamadas, iconos del Carnaval de Montevideo. Cuarenta días de fiesta al compás del tamboril, a puro bombo, platillo y redoblante, a puro corazón por las calles vibrantes de la capital oriental.

› Por Guido Piotrkowski

Fotos de Guido Piotrkowski

¡Cha-cha-cha-cha-cha! ¡Cha-Cha-cha-cha-cha! Repican los tambores al otro lado del Río de la Plata. Y cómo redoblan, si hasta las manos sangran. En el Barrio Sur de Montevideo, cuna del candombe, sube la temperatura. El tempo de las Llamadas marca uno de los puntos altos del Carnaval más largo del mundo, que arrancó con el desfile inaugural el 19 de enero y no termina hasta fin de mes. Es uno de los momentos más esperados del año. Hoy, jueves de Llamadas, es día de gloria para muchos vecinos anónimos, que sueñan con las luces de la calle Isla de Flores, donde cada año desfilan 40 agrupaciones al ritmo ensordecedor del chico, el repique y el piano, los tres tamboriles que remiten a la forma de encuentro de los esclavos africanos, cuando se “llamaban” con la percusión para ir juntos a la fiesta del Dios Momo.

Y un par de días antes, en una escena que podría ser cualquier día de Carnaval, pero ocurre en el atardecer de un martes de febrero en el barrio del Cerrito, jóvenes de entre 20 y 30 años terminan de maquillarse y vestirse para la gira de tres tablados –escenarios– que les toca hoy, y que se repetirá casi todos los días hasta el final. Son los integrantes de la murga Cayó La Cabra, que se aprontan en el Club Industria para continuar este raid diario de las agrupaciones cada febrero.

Murga y candombe son pilares principales de la fiesta uruguaya. También están los parodistas, humoristas y las revistas, pero sin dudas son estas dos expresiones aquellas que despiertan más entusiasmo. La murga, con su impronta teatral y europea, que reúne el humor, la crítica y la parodia política en discursos cantados a coro; el candombe, con el ritmo visceral africano que llegó para colarse en todos los poros de esta miniciudad que en febrero canta y baila como nunca. Que destila sangre, sudor, y lágrimas.

CARNAVAL CHARRUA “El Carnaval que tenemos no es el más largo porque seamos unos jodones bárbaros. Es el más largo porque es el más teatralizado. Nuestra forma de participar es comprar una entrada, ir, aplaudir, estar. Después, claro, está el concurso, que es el que marca los tiempos. Y al final, escuchar y comentar.” Juan Castel es el coordinador del Centro de Investigación y Documentación del Museo del Carnaval, ubicado frente al puerto, en la Ciudad Vieja. Con la autoridad de quien recopila información de la fiesta popular más grande de Uruguay, al frente de uno de los pocos museos latinoamericanos dedicados exclusivamente a este festejo popular, intenta sintetizar la fiesta. “Si bien hay Carnaval desde que llegaron los españoles, este formato tiene 120 años ininterrumpidos, en los que se fue mezclando todo. Lo africano es más visible en el candombe y las comparsas. Mientras que el ritmo de marcha-camión, que es la base que tocan las murgas, con el bombo, el platillo y el redoblante, se formó acá. Las murgas tocan cosas candombeadas. El candombe está en la base de toda la música popular montevideana. El ritmo se metió en la ciudad y ya es propio”, afirma Castel.

El Carnaval en Montevideo es cosa seria. En las mesas de café se discute de fútbol, de política y también de Carnaval. Y durante la dictadura, la ceremonia fue un aliciente, el único hueco para el encuentro popular. La manifestación que los militares no pudieron cortar. “El Carnaval se transformó en algo de barricada –opina Castel–. Y a ciertas murgas, el Carnaval les permitió decir sin decir. Se hicieron cosas ingeniosísimas.”

La murga Cayó La Cabra, protagonista de los bailes de Carnaval en el barrio del Cerrito.

DE GIRA POR LOS TABLADOS El barrio del Cerrito es un páramo de casas bajas. Aún quedan un par de horas de luz y corre una brisa, muy leve, que apacigua el calor veraniego. Cayó La Cabra es una de las murgas más jóvenes, con cuatro años en el ruedo de las grandes ligas carnavalescas. Su director, Lucas Pintos, o Pelu, tiene 28 años. Camilo Fernández y Martín Mazzella son los letristas, tienen 25 y 26. Hoy van a presentarse en tres tablados. La mayor expectativa se genera alrededor del show en el Teatro de Verano, donde es la competencia oficial y nada puede fallar. El resto de los días es más lúdico, más propio del Carnaval. Hoy no hay teatro: por eso, quizá, están más relajados. El utilero ordena los trajes, mientras los murguistas terminan de maquillarse y empilcharse con el vestuario de su espectáculo 2015, titulado “Natural”.

“¡Nos vamos en 15!”, grita Chelote, uno de los utileros. En el micro que los llevará por el tablado del Club Malvín primero, luego por el del supermercado Geant, y finalmente el Velódromo, circula el mate, hay un Campari que trajo un amigo argentino y grapa miel. Y sobre todo, hay cánticos. “Canto carnavaaal/ murgueamos las melodías/ de todo lo que escuchamos/ es mas fuerte que nosotros/ no podemos evitarlo...”

El Club Malvín resulta un poco tibio. Además, es temprano y todavía no está lleno. Pero en el Geant, las Cabras arrancan una ovación del público, que les festeja todas las ocurrencias. El Velódromo, enorme, también los recibe calurosamente. Son las doce y llega el final. Bajan del escenario y reciben la alegría de la gente. A las Cabras les funciona muy bien el humor. Pelu está emocionado: “Este es un tablado al que nos gusta venir, hay gente joven y acá también fuimos espectadores mucho tiempo, hasta hace cuatro añitos”.

Maquillaje de un murguero de la contestataria –y legendaria– formación Falta y Resto.

LO QUE FALTA Y LO QUE RESTA La Falta y Resto, murga legendaria y contestataria, apela más al discurso. Este año, la agrupación se desdobló. Una parte se dedica a girar en el exterior y la otra, el ala joven, se quedó a carnavalear en Montevideo, comandada por Felipe Castro, hijo del fundador Raúl Castro. “El Carnaval es mi escuela, soy músico y vivo de la música. Todo lo que aprendí, lo aprendí del Carnaval, que es la fiesta y el hecho cultural-artístico más importante del Uruguay”, dice Castro a TurismoI12 en las instalaciones del club sindical Aute, en el barrio Aguada, antes de empezar a maquillarse.

“Queremos apoyar el laburo de la juventud en un país donde todavía mandan los más veteranos –explica–. Nosotros también estamos en un momento de transición, basados en la idea de que la juventud tendría que decidir más.” Fiel a su estilo, la Falta predica con el ejemplo y apela a la renovación.

Hoy, miércoles, tienen una sola presentación. Es en el Velódromo, donde los reciben con entusiasmo y luna llena.

El estilo de las murgas tiene una estructura básica: la presentación, introducción, el cuplé (donde se desarrolla la parte más ácida y humorística, con un racconto de los acontecimientos del año y sátira política) y la retirada, de tono más nostálgico. Cantan a coro con la intervención de algunos solos, y el apoyo de la “batería” integrada por un bombo, un redoblante y un par de platillos.

En el show de la Falta se cuestiona la relatividad de las leyes, haciendo hincapié en la legalización de la marihuana. Se preguntan si cambia algo de lo que ya venía pasando, o si es lo mismo. Se ríen de las últimas elecciones, y critican el gabinete de Tabaré. Pero sobresale en el discurso el proyecto –que no prosperó– de bajar la edad de imputabilidad a los menores de 16. En ese sentido apuntó Castro sus letras filosas: “Esa voz profunda de la juventud es lo que tratamos de transmitir. Qué bueno estaría que los más veteranos respetáramos esas iniciativas y valoráramos lo que fuimos cuando éramos más jóvenes”.

Vedette de la comparsa Cuareim, puro calor carnavalesco en el febrero de Montevideo.

SUR, DESFILE Y DESPUES La segunda jornada del desfile de Llamadas está planeada para las nueve. Son las cinco de la tarde del viernes y el galpón donde se preparan los integrantes de la comparsa Cuareim 1080 ya está repleto. Es el día en que el marinero, el obrero, el ama de casa, serán protagonistas. Se transformarán en el Gramillero, la Mamá Vieja o el Escobero. La Vedette, la Bailarina o el Cantante, los personajes que desfilan en la calle Isla de Flores al compás del tamboril. En el desfile, las comparsas exhiben sus banderas y estandartes y dan paso a las cuerdas de tambores y esos personajes típicos a lo largo de las quince cuadras en que la multitud alienta. “¡Vamo’arrribaaaa! ¡Esssa!”, gritan desde los palcos y las sillas ubicadas sobre la vereda.

En un rincón del galpón, entre telas, plumas y lentejuelas, gente pintando tambores y maquilladores trabajando a dos manos, anda Wellington Silva. Wellington, que toca el repique y comanda los tambores junto a su hermano Matías, es hijo de Waldemar “Cachila” Silva, el fundador de Cuareim 1080, que a su vez es hijo de Juan Angel Silva, fundador de La Morenada, otra comparsa legendaria. El linaje de los Silva deja huella en el Barrio Sur desde los tiempos del conventillo Medio Mundo, alma mater del candombe, donde vivían y tocaban don Juan Angel y Carlos Páez Vilaró, quien desfiló desde los comienzos de La Morenada y luego con Cuareim 1080. El año pasado fue su último desfile: poco tiempo después, el gran artista uruguayo moriría. Por eso este año Cuareim lo homenajea. “Va ser una llamada emotiva, y distinta porque va ser la primera sin él –explica Wellington–. Todos los que venían a verlo y escuchar tocar el tambor van a tener una comparsa dedicada a ese toque. El toque suyo no está para el oído, pero sí para los que la integramos.”

Afuera ya están listos para abrir el desfile. Los tambores se disponen en la calle, hay un último ensayo, y luego marchan hasta la esquina de Carlos Gardel y Zelmar Michelini, punto de partida tradicional. El resto de las comparsas irán llegando de a poco, cada uno a su turno. Pulirán los últimos detalles, prenderán un fuego con cartón para el rito de templar los tambores, y a poner todo.

¡Cha-cha-cha-cha-cha! Palo y mano contra el parche. Sangre. ¡Cha-cha-cha-cha-cha! Garra y corazón para atravesar quince cuadras batiendo un tambor de quince kilos, con los tacos de veinte centímetros sin dejar de bailar. Sudor. Cha-cha-cha-cha-cha. El maquillaje corrido, las piernas que tiemblan, el abrazo del final.

“¡Tremendo desfile, gurises!”, se escucha por ahí, donde termina la procesión de los devotos carnavaleros. Lágrimas.

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