BRASIL. LA CIUDAD COLONIAL DE OURO PRETO
Ouro Preto, en Minas Gerais, tiene el casco colonial mejor conservado del continente: en sus trece monumentales iglesias de estilo barroco brasileño hay altares rebosantes de oro y virtuosas esculturas. La historia de la rebelión de Tiradentes, el primer independentista de Brasil.
› Por Julián Varsavsky
La ruta se interna por paisajes abruptos de exuberancia tropical, trepando las ondulaciones de la montaña rumbo al lugar donde, el 24 de junio de 1698, el bandeirante Antonio Dias de Oliveira creyó haber encontrado el mítico Eldorado con su oro a flor de tierra. Allí fundó Ouro Preto, que por casi un siglo hizo realidad el dorado mito, llegando a ser el centro económico de la llamada Edad de Oro en Brasil, a lo largo del siglo XVIII.
Fue tal la fiebre del oro en la entonces llamada Villa Rica que hacia 1750 tenía 110.000 habitantes, gran parte de ellos esclavos negros: el doble que Nueva York y cinco veces más que Río de Janeiro. Brasil fue entonces el mayor productor del dorado metal y desde Ouro Preto y su vecina Mariana salía el 50 por ciento de la producción mundial. Lejos de aquellos tiempos, hoy en día en Ouro Preto se respiran aires de pueblito colonial, con un aura de majestuosa decadencia que remite a antiguos esplendores.
LAS INFAMES MINAS Vamos a un auto a la Mina de Passagem –a cinco minutos de Ouro Preto– para internarnos en una mina de oro abandonada y tratar de palpar el ambiente en el que vivían los esclavos.
En la entrada al socavón nos sentamos en un carrito similar a los que servían para sacar el oro y bajamos por unos antiguos rieles a 120 metros de profundidad. Un guía nos acompaña por los túneles de piedra cavados a pico y pala por los africanos, cada uno de los cuales tenía un vigilante individual para que no se guardaran ni un gramo de oro. Con la llegada de la Revolución Industrial aparecieron la dinamita y las excavadoras, que permitieron acelerar el trabajo hasta alcanzar los 30 kilómetros de túneles. La mina comenzó a ser excavada en 1819 y fue cerrada en 1960: a lo largo de sus años en actividad llegó a producir unas 35 toneladas de oro.
La temperatura bajo tierra permanece estable a 20 grados. En las paredes el guía nos señala un brillito engañoso: es la pirita, “el oro de los tontos”, ya que el de verdad no brilla cuando está en bruto. Menos aún el de esta zona, que salía muy cubierto de piedra. De aquí surge el apelativo Ouro Preto (oro negro) que dio nombre a la ciudad.
Las medidas de seguridad en la mina eran extremas, no por cuidar la vida de los esclavos sino para evitar que se llevaran ni un solo gramo de oro. Porque los esclavos podían comprar su libertad y trataban de llevarse el fruto de su trabajo escondido en la nariz, el ombligo y el pelo (por eso mismo los rapaban). Al salir, los bañaban a chorros para recuperar lo hurtado.
EL ORO SAGRADO Al caminar por las callecitas de Ouro Preto vemos un casco urbano colonial casi perfecto que sigue las ondulaciones de la montaña. Según dónde estemos parados, podemos ver iglesias que sobresalen en lo alto de un cerro entre la vegetación, o bien muy abajo a nuestros pies.
En total son trece iglesias, algunas de ellas esenciales, como la de Nuestra Señora del Pilar, decorada con virtuosos frescos en el techo y un altar con 434 kilos de oro, uno de los más suntuosos de Brasil. Esta es la más antigua de la ciudad, inaugurada en 1733 en lo alto de un morro como iglesia para blancos, con la sobrecarga decorativa del barroco y el rococó en la arquitectura colonial de Brasil, sin dejar espacios en blanco.
Una lectura simbólica de esta arquitectura señala que la institución religiosa pretendía demostrar con la imponencia y riqueza de los templos que su poder estaba muy por encima del pueblo llano.
A los costados de los bancos de rezo hay 400 ángeles de madera. Allí se distinguen angelitos, angelotes alados y querubines vestidos (en lugar de los habituales desnudos). Un simbolismo llamativo es que la corona de la imagen de María Reina es la misma que la del rey de Portugal, pretendiendo unir ambas coronaciones. Cuando murió el rey Joao V, en 1750, se le ofrendó aquí una misa de ocho horas.
La decoración de la iglesia Nuestra Señora del Pilar tiene atlantes sosteniendo columnas y altares decorados con hojas de acanto, racimos de uva e imágenes de un pelícano, el ave que según la leyenda cuando no hay comida se picotea el pecho para alimentar con su sangre a los pichones. En la imaginería religiosa, representa una analogía de Jesús sacrificándose por la salvación del hombre.
La iglesia de San Francisco de Asís es considerada el mejor trabajo de Antonio Francisco Lisboa, alias Aleijadinho, finalizada en 1810. Este célebre arquitecto y escultor trabajó veintinueve años en la obra junto al pintor Manuel da Costa Ataíde, y ambos están considerados los dos artistas clave del arte colonial brasileño.
Aleijadinho proyectó también en Ouro Preto la iglesia Nuestra Señora de las Mercedes. Pero a los 50 años comenzó a sufrir una enfermedad degenerativa –probablemente lepra– que le fue mutilando los dedos de las manos y pies. Sin embargo el artista continuó esculpiendo atándose el cincel y el martillo a los puños.
Las esculturas de piedra y madera de Aleijadinho están por toda la ciudad y en la vecina Mariana, que tiene el mismo encanto arquitectónico de Ouro Preto, pero es mucho más pequeña. En la iglesia Nuestra Señora del Rosario en Ouro Preto, sólo para negros, hay una escultura de Santa Helena atribuida al gran artista local.
BARROCO MINEIRO El barroco mineiro es un estilo surgido en Ouro Preto y desperdigado a lo largo de las ciudades del Camino Real. Su sobrecarga pomposa incluye elementos del rococó europeo, resultado de la competencia que había entre las hermandades que gustaban de ostentar del lujo del oro y las mejores estatuas y pinturas.
Una característica singular de este barroco local es el uso de la piedra-jabón, muy moldeable con el cincel, que se usaba para las molduras que decoran las fachadas de muchos templos. Hoy se la usa para tallar toda clase de artesanías que se venden en el mercado artesanal callejero de Ouro Preto.
La tallas de madera decoran el interior de las iglesias con un elevado nivel artístico, luego pintadas con técnicas de policromía. Y por supuesto se usaba para los maravillosos retablos decorados con columnas espiraladas con remate de motivos florales y moriscos. También se la usaba para la imaginería inspirada en los santos, que eran el objeto principal de devoción.
La pintura sobresale con artistas como José Soares de Araújo, cuyos cuadros y frescos en el cielorraso de las iglesias introdujeron el uso ilusionista de la perspectiva, buscando una continuidad visual con la arquitectura. Las columnas y arcadas enmarcan los frescos sumándose a una composición sacra poblada de ángeles entre nubes y halos de gloria.
EL REBELDE La plaza Tiradentes es el centro de Ouro Preto y su lugar más animado. Alrededor están los edificios mayores, como el Palacio de los Gobernadores y el antiguo Parlamento, levantado en 1784 (cuando la ciudad era capital estadual), hoy Museo de la Inconfidencia Mineira.
En el centro de la plaza está la estatua de bronce del mártir de la independencia Joaquim José da Silva Xavier, alias Tiradentes por su profesión de dentista, en el mismo lugar donde los portugueses clavaron un poste con su cabeza en 1792. Frente a la plaza está el museo dedicado a la rebelión liderada por Tiradentes, conocida como la Inconfidencia Mineira.
Esa historia está bien relatada en el museo con objetos históricos. A partir de 1750, con el incipiente declive de la producción de oro en la zona, la corona portuguesa endureció su política fiscal generando una insatisfacción que fue aumentando con el tiempo. En 1789, el gobernador de Minas Gerais anunció un nuevo ajuste y un grupo de independentistas inspirados por el iluminismo francés lanzaron una protesta callejera nocturna el día del cobro de impuestos, dando vivas a la república. Pero los republicanos fueron delatados por tres de sus miembros militares y terminaron presos –incluyendo a miembros del clero– o exiliados. Salvo Tiradentes, quien se declaró responsable de la conspiración y fue ahorcado en Río de Janeiro y descuartizado: partes de su cuerpo fueron expuestas a lo largo del Camino Real entre Ouro Preto y la capital del país, el mismo camino por donde se transportaba el oro. A los delatores se les condonaron las deudas impositivas.
A fines del 1800, el oro se fue haciendo cada vez más escaso en Ouro Preto. En 1897, la capital del Estado se transfirió a Belo Horizonte y desde 1930 la ciudad vive del turismo. Casi la mitad de la población emigró, de modo que no se levantaron edificios nuevos en una ciudad donde en verdad sobraban, lo cual garantizó que Ouro Preto se mantuviera casi igual que en tiempos de la colonia, sin construcciones ni casas modernas. Y desde que fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco recuperó viejos esplendores, quedando comprometida a permanecer para siempre congelada en el tiempo.
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