NUEVA ZELANDA. EXPERIENCIAS EN LA ISLA DEL NORTE
Un destino remoto, con una geografía asombrosa y una naturaleza fascinante que invita a sumergirse entre millones de luciérnagas, escuchar un “concierto de aves” o pasear por un bosque ancestral. La isla de los maoríes –Aotearoa, la “tierra de la gran nube blanca”– enamora por su diversidad.
› Por Graciela Cutuli
Fotos: Turismo nueva zelanda
Dos grandes islas –Norte y Sur– y numerosas islitas más pequeñas alrededor. En el medio, el Estrecho de Cook. Y alrededor, casi la nada, porque Nueva Zelanda está entre las naciones más aisladas del mundo, geográficamente hablando. Como Italia, cuya superficie no llega a igualar, es un país largo y estrecho, pero su diversidad fascina por la riqueza de su naturaleza y de la herencia maorí, el pueblo originario que pasó a ser la primera minoría después de la colonización europea. Hoy, sobre todo en las ciudades, la presencia asiática y la de los vecinos polinesios termina de componer el rompecabezas de una sociedad multicultural, pero que conserva con firmeza la tradición anglosajona. Y a pesar de su alto índice de desarrollo, el país ostenta un territorio en muchos aspectos virgen, que se ganó una fama mediática planetaria cuando Peter Jackson lo eligió para ambientar los escenarios de la mítica Tierra Media en El Señor de los Anillos.
En su larga extensión y su limitado ancho, Nueva Zelanda sorprende porque ofrece una increíble diversidad de experiencias, con la ventaja de una relativa cercanía y un aura romántica que se multiplica desde el cielo hasta las entrañas de la tierra.
LUCES DEL NORTE Unos 200 kilómetros separan Auckland –que no es la capital neocelandesa pero sí la principal ciudad, la capital económica y la sede del aeropuerto que recibe los vuelos desde Sudamérica– de Waitomo, en el este de la Isla del Norte. Como manda la más pura tradición local, esta zona rural se dedica sobre todo a producción lechera, con pequeños pueblos que la mayor parte de las veces no superan los 500 habitantes, muchos de ellos maoríes.
Aquí se encuentra uno de los must do que ofrece esta tierra remota: las Cuevas de Waitomo, una serie de cavernas de roca calcárea cuyas grutas ofrecen una suerte de “cielo nocturno” bajo techo. Basta ingresar –en alguno de los tours que parten cada hora, hasta el atardecer– para sumergirse en un túnel de 250 metros que comienza en la Catedral, un espacio célebre por su acústica donde cantó alguna vez la célebre soprano Kiri Te Kanawa. Y luego se sube a un bote para navegar a través del río subterráneo Waitomo hacia la increíble Gruta de las Luciérnagas, donde miles de minúsculos gusanos luminosos irradian su luz formando un asombroso dibujo en plena oscuridad.
Se cuenta que las primeras exploraciones de la cueva fueron realizadas en 1887 por un líder de la comunidad maorí de la región y el topógrafo inglés Fred Mace: abiertas al público un año más tarde, desde entonces las Cuevas de Waitomo son uno de los lugares ineludibles en la lista de las atracciones neocelandesas.
No muy lejos, siempre en la Isla del Norte pero en la localidad de Raglan –famosa entre los amantes del surf por las desafiantes olas de Manu Bay– quienes buscan ver el auténtico cielo austral, iluminado no por luciérnagas sino por estrellas, eligen pasar una noche en el hostel ecológico Solscalpe, que ofrece alojamientos originales en cabañas de madera, en vagones de tren, en minichalets totalmente cubiertos de hiedra, en domos de adobe o en un “bosque de tipis”, donde las tiendas al estilo indio están literalmente ocultas en medio de la vegetación nativa.
El lugar es elegido por muchas parejas que buscan sentirse aisladas del resto del mundo, sólo bajo la mirada de la Cruz del Sur y las constelaciones visibles en esta parte del mundo. Además Raglan es un buen punto de partida para explorar el Monte Karioi, un volcán extinguido que domina buena parte del paisaje de la región y donde se pueden realizar varios recorridos de trekking.
DE ARBOLES Y AVES Siempre en la Isla del Norte, y también a unos 200 kilómetros de Auckland pero hacia el oeste, la Waipoua Forest tiene algunos de los mejores ejemplos de bosque de kauri –una conífera endémica– que se conservan en la región. Aquí se encuentran dos de los kauris más antiguos que se conozcan, conocidos como Tane Mahuta y Te Matua Ngahere, preservados por la declaración del bosque como santuario hace más de medio siglo. El segundo es el más grande y se estima que tiene entre 2000 y 3000 años de antigüedad, testigo tal vez de los auténticos tiempos de la Tierra Media... Pero además, aquí se encuentra la mayor población de kiwis marrones del norte de Nueva Zelanda: se estima que hay unos 35.000 ejemplares de esta ave que ha demostrado tener una notable adaptabilidad a los cambios del ambiente. Dicho sea de paso, el famoso fruto de interior verde que también se llama kiwi y es oriundo de China se ganó ese nombre después de ser introducido en Nueva Zelanda, tal vez por tener cierta semejanza exterior con la silueta y el color del plumaje del pájaro. Y por extensión, kiwi es un gentilicio popular aplicado comúnmente a los neocelandeses.
Volviendo a la Waipoua Forest, el bosque de kauris se puede visitar por la noche con un guía maorí que se encarga de explicar las leyendas ancestrales sobre el árbol y su pueblo: para los nativos, la región estaba poblada de dioses y otros seres espirituales, que se saludan especialmente frente al Tane Mahuta con un canto sagrado. Según la tradición, Kupe –uno de los mayores navegantes de la Polinesia– zarpó en su piragua de Hawaiiki, la patria mítica de los maoríes, y llegó a las aguas de Nueva Zelanda, que convertirían en su nuevo hogar. La visita, que se organiza al atardecer, es ideal además para avistar aves y otra fauna que sale a esta hora por última vez antes de refugiarse en lo más profundo del bosque. Tras caer el sol se oye a los pájaros nocturnos, el zumbido de los insectos y se puede ver el kauri snail, un caracol gigante y carnívoro: pero el Te Matua es el rey del lugar, el padre de todas las criaturas vivientes, un gigante silencioso iluminado sólo por el disco de la luna, que multiplica la magia natural del lugar.
ZEALANDIA Wellington es la capital neocelandesa, en el sur de la Isla del Norte, precisamente el primer sitio adonde se cuenta que llegó el mítico Kupe. Hoy es una ciudad moderna y un gran centro financiero, pero a sólo diez minutos brinda una experiencia de naturaleza en el gran parque y santuario de aves Zealandia.
La reserva busca presentar 80 millones de años de historia natural en un valle de 225 hectáreas, donde se pueden elegir distintos itinerarios –guiados o autoguiados– para conocer de cerca la flora y la fauna local en su hábitat natural. Lo ideal es contar con la ayuda de los guías, que enriquecen la visita, ya que aquí se pueden avistar algunas de las aves más raras del archipiélago, incluyendo el pequeño kiwi manchado, que se ve con mayor probabilidad en las visitas nocturnas. De hecho, muchos visitantes recomiendan la visita por la noche para poder ver el ave típica del país, cuyo avistamiento en un área natural es –como el de toda la fauna– azaroso.
También están aquí los loros kaka, los pequeños pájaros hihi y los takahe, un ave de plumaje muy vistoso pero en serio peligro de extinción. De hecho la presencia de aves invita al birdwatching y a escuchar su “concierto” natural en los lugares más aislados de la reserva. Pero no son los únicos: como un fósil viviente, la tuatara –un reptil tipo lagarto– también volvió a la región por primera vez en muchos años y es otro de los atractivos de Zealandia, que está atravesado por 32 kilómetros de senderos con visión condensada de la naturaleza neocelandesa.
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