RíO NEGRO. FIN DE VERANO EN LAS GRUTAS
Hace rato que el balneario rionegrino dejó de ser un secreto regional. Después de la convocatoria masiva del verano, a partir de marzo Las Grutas gana la tranquilidad ideal para disfrutar de su increíble entorno natural de mar, desierto y meseta.
› Por Graciela Cutuli
“Pasaron muchos años desde la primera vez que vine. En esa época vivía en Bahía Blanca y varios me habían hablado de Las Grutas como la mejor playa porque las aguas eran cálidas. Como a todo el que recuerde la temperatura del agua en la Costa Atlántica, me parecía increíble que más al sur no fuera más fría y no me decidía a venir, además porque me habían avisado de que no había muchos servicios. Ahora, cuando pienso en esa época, parece una fantasía más que una realidad: mirá la cantidad de gente que hay, los hoteles, los restaurantes, la peatonal, y las posibilidades para explorar lo que hay alrededor”, dice María Teresa, orgullosa de haber pasado muchos veranos en este balneario rionegrino que hace rato dejó de ser un secreto sólo patagónico. “Es cierto que extraño un poco la tranquilidad de antes –agrega– y por eso me gusta venir a fines de febrero y en marzo. Todavía hace calor, pero hay menos gente: sobre todo es la época de las parejas o de las familias con chicos muy chiquitos, que no están sujetos a las obligaciones escolares. Para mí es el mejor momento, cuando Las Grutas te permite disfrutar de todo lo nuevo que tiene con la tranquilidad de antes. Porque además ahora voy menos a la playa y me dedico más a explorar todo lo que hay cerca para conocer.” A pocos metros, la gente que se demora todavía con el mate en la playa, aprovechando que la marcada marea está baja y deja una ancha franja de arena, parece darle la razón. Pronto va a atardecer sobre las grutas que se forman en los acantilados y le dan nombre a la ciudad: empieza entonces la hora ideal para volver a descansar y explorar el menú de opciones que, partiendo de Las Grutas, invitan a descubrir una región de enorme biodiversidad.
AVES PLAYERAS La convocatoria turística es cada vez mayor, pero paradójicamente el balneario forma parte de la Reserva Natural Bahía de San Antonio, un área protegida que va desde el Faro Baliza San Matías (en San Antonio Este, a 60 kilómetros de Las Grutas) hasta El Sótano, una playa situada 12 kilómetros al oeste. En total son más de 45 kilómetros de playas, que en verano están en algunos sectores repletas de visitantes, pero cuando empieza a anunciarse el otoño llegan hasta aquí miles de aves playeras que vienen desde el extremo sur del continente y hacen escala en esta franja de la costa rionegrina antes de seguir viaje hacia el Hemisferio Norte. Chorlos, playeros rojizos y muchas otras especies se dan cita entonces en estos kilómetros para alimentarse durante varios días, y tomar las fuerzas que les permitan emprender la gran travesía. Junto a ellas están las varias especies no migratorias, que permanecen aquí todo el año.
Con intención de crear conciencia en los residentes y turistas sobre la necesidad de preservar su hábitat, sin pisar las zonas donde se ubican las aves, nació hace pocos años el Festival de Aves Playeras, enmarcado en la Semana de las Aves. Este año la cita tendrá lugar el 21 y 22 de marzo –durante el fin de semana largo de marzo– su sexta edición: una vez más, biólogos y expertos encabezarán las actividades para que grandes y chicos aprendan en forma recreativa a reconocer especies, participar en censos, fotografiarlas y sobre todo cuidarlas y disfrutarlas en libertad.
“Para observar las aves playeras –recomienda Mirta Carbajal, presidenta del Consejo Argentino de la Red Hemisférica de Reservas de Aves Playeras– hay que ponerse en contacto con los guías ambientales del Area Natural Protegida, que están apostados en sus sitios críticos: Terraza al Mar y la punta de la Península Villarino, en San Antonio Este.” Además del festival rionegrino, hay otros semejantes en sitios importantes del país para las aves playeras, como la laguna Mar Chiquita (Córdoba), el estuario de Río Gallegos (Santa Cruz) y la reserva Costa Atlántica (Tierra del Fuego).
MISTERIOS DE LAS GRUTAS El Sótano, punto final de la reserva, es bien conocido de los guías de Desert Tracks, que con base en Las Grutas proponen descubrir lo que hay en los alrededores de esta región menos conocida de lo que se diría por su número de visitantes. Partir con ellos es como hacer zoom en un Google Map a escala real: de pronto los contornos de cada nombre se precisan y adquieren su tangible paisaje en tres dimensiones. Y así, casi sin darse cuenta, lo que era un simple veraneo playero se transforma en una aventura.
Saliendo desde el balneario hacia el sur por el Camino de los Pulperos –un camino de ripio que sigue la costa y donde están las casitas de los pobladores que aún practican artesanalmente la captura de pulpitos– se llega primero a Piedras Coloradas, una de las playas más vistosas por las formaciones rocosas rojizas, que datan del Precámbrico, y que se cubren y descubren al ritmo de las mareas (en Las Grutas se vive tabla de mareas en mano; son muy pronunciadas y dominan el ritmo de la vida costera). En las dunas que están justo atrás, los arriesgados se lanzan a practicar sandboard: basta saber encerar la tabla y pararse en equilibrio para hacer el intento. Digamos que el resultado es mitad y mitad: la mitad termina rodando por la arena; la otra mitad llega en pie hasta el final de la pendiente, a veces sin poder creer en su propia proeza. Pero el grupo se divierte en un ciento por ciento antes de partir hacia El Sótano –que se distingue por ser el sitio donde se registra la mayor diferencia de mareas en todo el país– y hacia el Cañadón de las Ostras, donde la vegetación baja, espinosa y escasa propia de estos terrenos áridos oculta por doquier fósiles marinos de millones de años de antigüedad. Porque alguna vez el mar fue dueño y señor de estos dominios, y allí están estos restos increíbles de la naturaleza para poner una prueba concreta en el paisaje.
El plato fuerte de la excursión se alcanza al llegar a Fuerte Argentino. No es un fuerte en realidad, sino una meseta rocosa que alcanza unos 150 metros de altura, y que a la distancia parece una isla o fortaleza aislada por el mar. De hecho, puede haberlo sido, si como creen los geólogos el mar tenía hace varios cientos de años al menos 20 metros más de altura que en la actualidad... En todo caso, la conformación de la meseta fue suficiente para alimento a las más variadas leyendas, sobre todo la que habla de la presencia de los templarios en Río Negro, y de una ciudad levantada para salvaguardar sus tesoros aquí, en las proximidades del fin del mundo. “Si fue o no fue un refugio de los templarios... no sé, no sería la única leyenda con visos de realidad en la Patagonia. Supongo que habría que investigar mucho más... Pero cierta o no, la historia le pone más encanto, y mirá que ya tiene mucho”, dice Juan, que vino con su novia desde Rosario hasta Las Grutas atraído por las fotos de un amigo, pero al llegar todo le pareció mucho más lindo de lo que esperaba. Y pronto los dos se alejan, porque es la hora de hacer un poco de snorkel en la lagunita de agua salada, para sorprenderse con la exploración acuática antes del almuerzo con asado... un asado donde sobresale el cordero patagónico, una tentación para paladares gourmet que los guías preparan en medio de la maravillosa nada que es el Fuerte Argentino. A la vuelta, el camión de Desert Tracks está mucho más silencioso que a la ida: están los que duermen, agotados por el camino, pero también los que conservan los ojos bien abiertos sobre el atardecer y el pensamiento volcado hacia las misteriosas leyendas de la región.
PIEDRA Y SAL Marzo, con su largo fin de semana, y Semana Santa, son épocas ideales para visitar esta parte de la Patagonia: el tiempo es seco todo el año –llueven 200 milímetros al año– y hay 300 días de sol. Casi un record. “La media estación –marzo y abril, y después septiembre y octubre– son ideales para venir”, cuentan los guías, que buscan reunir exploración y conocimiento de la región.
El menú de excursiones, que incluye el avistamiento de fauna marina en excursiones náuticas durante todo el año –sin olvidar las ballenas francas australes que durante el invierno son cada vez más numerosas en el golfo San Matías– tiene algunas perlas imperdibles, además del Fuerte Argentino: una de ellas es la que sale por la RN 23 hacia Valcheta, un pueblo de la llamada “Línea Sur” que acompaña el recorrido del viejo ramal General Roca, que hoy se convirtió en circuito del Tren Patagónico.
El pueblo se levanta en el valle del arroyo Valcheta, como un oasis en medio de la estepa: a la manera de un regalo divino, el agua dulce interrumpe en el desierto y permite las plantaciones de frutales y los bosquecitos que caracterizan a esta zona próxima a la meseta de Somuncurá. Pero además Valcheta –Capital Nacional de la Matra (mantas de lana para montar) y que cada invierno organiza una fiesta de las artesanías locales– guarda un secreto precioso: su bosque petrificado, el más importante del norte de la Patagonia, donde de pronto la Prehistoria se hace real en cientos de árboles fosilizados, desde araucarias hasta palmeras, que cuentan la historia de un pasado remoto y fascinan a los paleobotánicos. En Valcheta se visita además el museo con huesos de dinosaurios y reliquias petrificadas de animales prehistóricos, además de la antigua estación de tren inaugurada en 1910.
La otra perla tiene gusto a sal. Esta vez la excursión es ideal para noctámbulos, porque sale cuando el sol comienza a ponerse sobre Las Grutas, para evitar un calor que en pleno verano puede ser aplastante. El rumbo del camión esta vez no bordea la costa, sino que va hacia el interior, donde la inmensa depresión del Gualicho pone una rareza geográfica en la región: sus 72 metros bajo el nivel del mar lo ubican como segundo punto más bajo del continente. Hace unos trescientos millones de años, esta gran depresión fue cubierta varias veces por el mar: hoy quedan los restos de fauna marina y de bivalvos en las barrancas, pero sobre todo una gruesa capa de sal que quedó tras la evaporación de las aguas marinas.
La Salina del Gualicho alcanza la superficie de la Ciudad de Buenos Aires y es la segunda del continente después de Uyuni. Cuesta pensar que hay apenas unos 60 kilómetros hasta Las Grutas: este universo densamente blanco y plano hasta el infinito parece una auténtica tierra lunar. Por aquí caminamos, después de escuchar una explicación sobre la renovación permanente de las capas de sal, hasta que el sol se pone del todo y al apagarse sus últimos destellos el universo se vuelve azulado como la noche que llega. El aire es sequedad pura, el aroma es salino, el horizonte es totalmente blanco, pero en el cielo ya asoman las primeras estrellas, y es bajo su luz que brindamos para dar la bienvenida a la noche. El cielo oscuro llega con su cuota de leyendas y constelaciones; de mano en mano pasa un telescopio, y el dibujo al principio informe de las luces en el cielo empieza a cobrar vida con la forma de la fauna fantástica que los pueblos ancestrales imaginaron en el firmamento. Es el broche de oro, engarzado de estrellas más resplandecientes que cualquier diamante, que concreta la magia de Las Grutas. La que tal vez conocieron los templarios, la que visitan sin saberlo las aves playeras, la que atrae a los visitantes de otras latitudes, una y otra vez, hacia estas costas de aguas azules e infinitas puestas de sol.
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