CHACO. VIAJE A EL IMPENETRABLE
Viaje al corazón del monte chaqueño, donde una vieja estancia privada fue convertida en el parque nacional más grande del noreste argentino. Un área que servirá de protección para especies amenazadas como el yaguareté, el oso hormiguero y el quebracho colorado.
› Por Guido Piotrkowski
Fotos de Guido Piotrkowski
“Queremos que la gente conozca El Impenetrable. Este es un lugar del que se habla hace mucho. Esto es histórico. La responsabilidad ahora es nuestra.” Con estas palabras Carlos Corvalán, presidente de la Administración de Parques Nacionales (APN), daba por finalizada la primera visita oficial al nuevo Parque Nacional El Impenetrable, a fines del año pasado. Por primera vez, guardaparques de todo el país –con Corvalán a la cabeza– entraban en la antigua estancia La Fidelidad, tomando así posesión simbólica del lugar. Aquella incursión fue el comienzo de una nueva etapa, y el final de una larga y controvertida historia con ribetes policiales en el medio, que terminó por convertir este vergel en un área protegida.
El Impenetrable, creado por voto unánime del Congreso Nacional el 22 de octubre de 2014, ocupa gran parte de lo que hasta hace poco era la estancia La Fidelidad, que en Formosa abarca otras 100.000 hectáreas que no forman parte de este parque. Así el sitio pasó a ser el espacio protegido más grande del norte argentino y el Estado sumó un poroto más al Sistema Nacional de Areas Protegidas, que entre parques, reservas y monumentos naturales llegan a ser 43.
El Impenetrable es una tierra de enorme biodiversidad, que abarca desde el Chaco semiárido al Chaco húmedo, hábitat de especies amenazadas que ahora se verán protegidas, como el yaguareté, el oso hormiguero, el tatú carreta, el tapir, el pecarí, la boa arco iris, el águila coronada y el yabirú, por mencionar algunas. Además es el hogar natural del quebracho colorado y blanco, cuyos bosques están amenazados por la tala indiscriminada, tanto como los de algarrobo o el palo santo, especies endémicas del Chaco
“La conservación, en sus orígenes, fue planteada de otra manera –explicaba Corvalán–. En los parques más antiguos, fue una cuestión de soberanía y paisajes. Eran grandes superficies representando pocos ambientes. Este paisaje que estamos protegiendo, con su fauna y su flora, mañana va a seguir siendo igual. Entendemos la conservación a través de una provincia, de un municipio.”
UNA LARGA HISTORIA No resultó nada fácil conquistar estas tierras. La Fidelidad arrastra una historia reciente trágica. Su dueño, el empresario textil Manuel Roseo, fue asesinado en la localidad de Castelli –el “portal del Impenetrable”– junto a su cuñada en 2011.
La Fidelidad era un lugar improductivo, tierra fértil para los cazadores furtivos y el uso indiscriminado de las especies de madera protegidas. Luego de muchas idas y vueltas judiciales –y tras largas gestiones en las que intervinieron el Estado y varias ONG con diferentes iniciativas para juntar el dinero y adquirir las tierras– el Estado logró expropiarlas y comprarlas, a pesar de la puja judicial entre los herederos de su propietario, que aparecieron cuando Roseo fue brutalmente asesinado.
Los primeros colonos llegaban aquí por un paleocauce, el único lugar por el que se podía atravesar el denso monte, cerrado y espinoso. Por algo será que lo bautizaron El Impenetrable. Aunque no fue sólo por esa razón, sino también por la escasez de agua, que impedía su exploración. El pionero fue Natalio Roldán, un hombre de Buenos Aires que estaba recorriendo estas tierras. “El primer dueño llegó navegando por el río Bermejo y se asentó acá, a la vera del río –contaba Leo Jubert, guardaparque del Parque Nacional Chaco, que acompañó en la incursión–. Estaba haciendo una obra de caridad con los pueblos originarios. Y luego el Estado le cedió las tierras.” Hacia 1872, la provincia del Chaco no existía como tal, y fue el gobierno salteño quien lo premió concediéndole este territorio.
Jubert trabaja en el Parque Nacional Chaco, por eso conoce bien la zona y todo el proceso de la creación de la nueva área protegida. El y sus compañeros nos guiaron por estas tierras indómitas, adentrándonos por el lecho de un río seco, en una tierra donde el monte crece a sus anchas, donde hay grandes cactus en flor que se elevan sin techo aparente, y unos arbustos con espinas tan puntiagudas que son el terror de piernas y cubiertas de automóviles. Viajábamos atentos a la aparición del algún bicho, pero era mediodía y ningún animal en su sano juicio hubiera asomado el hocico ante semejante calor. Y mucho menos con la cantidad de automóviles y seres humanos que invadíamos su hogar.
Mientras tanto, Jubert seguía narrando la historia del lugar. Explicó que alrededor de 1920 la tierra fue vendida a la familia Born, que la utilizó para la explotación ganadera. Y que en la década del 70 los Born se lo “cambiarían” a Roseo, por entonces dueño de una fábrica de hilos: “Fue casi un cambio, el valor de la tierra era ínfimo por acá. Era tierra inusable”. Pero esa tierra “inusable” llegó a tener un valor estimado en unos 200 millones de dólares.
LA MISION La entrada a la propiedad no fue sencilla: los abogados de los herederos pusieron algunas trabas, puesto que el intríngulis judicial no estaba del todo definido todavía y faltaban detalles, aunque la creación del parque nacional ya es ley.
Durante el recorrido también acompañaron guardaparques provinciales que custodian la entrada a la estancia. Una vez bien adentro, nos cruzamos con tres hombres que seguramente desconocían la presencia de la comitiva. Mala suerte la suya: portaban un rifle y equipos de pesca. Sin embargo no se les encontró ninguna presa, y aunque no tenían pinta de cazadores furtivos, seguramente estaban haciendo lo mismo que sus padres, abuelos y tatarabuelos hicieron siempre: cazar. El hombre, visiblemente ofuscado, dijo ser trabajador de la estancia del lado formoseño. Los guardaparques provinciales hicieron el procedimiento debido, confiscaron las armas, y se les impuso una multa. “Es un área que ha tenido históricamente mucha presión de cacería y poco uso como estancia. La gente viene a pasar un rato y a cazar –explicaba Carlos Corvalán–. Creo que hay que trabajar con las comunidades para que entiendan que es mucho más importante un turista que una bala.”
Terminado el asunto con los pobladores, continuamos rumbo al casco de la estancia, que se encuentra muy deteriorado, prácticamente en ruinas. En la entrada, custodiada por un par de palos borrachos, yace un viejo tractor a vapor, y muy cerca –como guardián silencioso y amenazante– vigila una calavera de buey. Adentro encontramos algunos objetos, como una vieja balanza, una bañera y un aparador. Alrededor, varios cactus en flor, pero ni un tapir, ni un tatú, ni un oso hormiguero. Nada. Sólo el canto de algunas aves.
A pesar del tórrido calor del monte chaqueño, encaramos una caminata de un par de kilómetros hasta un mirador en el río Bermejo, que marca el límite con Formosa. Allí, guardaparques y autoridades de turismo chaqueñas intercambiaron ideas. “Hay que hacer un plan de manejo, un estudio de gestión que nos oriente”, señaló Corvalán. Las autoridades de Miraflores –un apacible poblado que por su ubicación estratégica a poco más de cien kilómetros seguramente se verá beneficiado con la afluencia de turistas– anunciaron la donación de un terreno para construir la intendencia.
El Impenetrable, cuyo logo es un simpático oso hormiguero, será un eslabón más en un corredor de áreas protegidas, conformado por la Reserva Natural Formosa y la Reserva de Biósfera Riacho Teuquito y Bañado la Estrella; el Parque Nacional Copo en Santiago del Estero y los parques provinciales Loro Hablador y Fuerte Esperanza en Chaco, el Parque Nacional Mburucuyá y la reserva de los Esteros del Iberá en Corrientes.
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