Dom 15.03.2015
turismo

SANTA FE. CIRCUITOS URBANOS, NATURALES Y GASTRONóMICOS

Rosario, para todos los gustos

A la sombra del Monumento a la Bandera, se la considera la Capital del Helado, por la cantidad (70) y calidad de sus heladerías. También cuenta con un nutrido circuito de espacios culturales de alto nivel, gastronomía para todos los gustos y, como si faltara algo, río y playa.

› Por Lorena López

Una mujer acostada sobre un colchón que ocupa todo el piso de una habitación. A su lado un hombre, y más allá una nena o dos. Todos tienen los ojos cerrados, una sonrisa y unos audífonos: es que la almohada sobre la que han apoyado sus cabezas les está contando una historia. Esta es sólo una de las ricas y novedosas posibilidades de relacionarse con el arte que ofrece el centro cultural Plataforma Lavardén, ubicado cerca del centro de Rosario, y un lugar indispensable para visitar en la ciudad. Además de las almohadas parlantes el centro ofrece instalaciones, muestras, charlas y algo ideal para el asombro: recorrer el Pasillo de los Roperos, donde al abrir las puertas uno entra, literalmente, en otro tiempo y otra dimensión. Y hasta acá llega lo que vamos a explicar; el resto hay que verlo en vivo.

Las tardes del balneario La Florida están dedicadas al deporte y la recreación.

EL RIO, SIEMPRE EL RIO Cuando hace calor, lo clásico es bajar a las playas sobre el Paraná para disfrutar del sol, del agua y de los tragos multicolores que se venden en los paradores. Pero también se puede apostar al turismo más activo, embarcándose y cruzando al otro lado del río (especialmente a las arenas de El Banquito), donde de pronto uno se encuentra con la soledad y el silencio a pesar de estar muy cerca de la ciudad. También es posible aventurarse al kayak, que permite tener una experiencia más cercana con la naturaleza, y realizar avistajes de fauna, especialmente de aves. Otra de las excursiones clásicas consiste en ir hasta el puente que une Rosario con la entrerriana ciudad de Victoria, avanzar entre las islas por el Paraná Viejo y deslizarse por pequeños riachos que ofrecen un paisaje capaz de derribar de una vez por todas cualquier estrés insistente.

Para quienes buscan más adrenalina, opciones interesantes son kitesurf, esquí acuático, wakeboard, windsurf y navegación a vela. Incluso los nadadores tienen un corredor junto a las playas de La Florida para poner a prueba su destreza en aguas abiertas. Pero si no hay ganas de remar, otra forma de andar por el Paraná es en catamarán o en gomón. Ese fue el paseo que elegimos, con la idea de recorrer mucho pero –más que con esfuerzo– con el puro disfrute del entorno y del momento. Salimos de la estación La Fluvial con nuestros chalecos y con ganas de aventura... y sin embargo el paseo fue muy corto, ya que en cuatro minutos de navegación llegamos a la Isla Castellanos, de 400 hectáreas y con varios senderos para recorrer, que permiten salir a caminar un rato, comer un sandwich mirando el río y, si hay alguien que sabe (como es nuestro caso, gracias a una guía excelente), hacer reconocimiento de árboles, flores y sus bichitos asociados. Para el ojo atento, la naturaleza siempre ofrece un mundo por descubrir.

INFANCIA Y BICICLETEADA Llovizna, la cabaña es pequeña y el día es largo. ¿Qué hacer con los chicos? ¿Qué hacer con uno mismo? La respuesta la estamos viendo en este preciso momento porque hemos llegado a La Isla de los Inventos y dan ganas de salir corriendo a zambullirse en las mil y una posibilidades de juegos inteligentes que se ofrecen. Se trata de la antigua estación de trenes Rosario Central que funcionó hasta la década del ’70 y hoy es un lugar para jugar y aprender en familia. Por ejemplo, hay un espacio con vasijas para destapar y volver a la niñez a través de los aromas (pan horneado, ropa recién lavada, rosas), un taller para hacer origami y hasta la posibilidad de aprender a hacer un diario o a soldar, entre muchas cosas.

Lo primero que elegimos es visitar la Sala de Pócimas, donde podemos ser alquimistas por un rato: un poco de este polvo, otro de este jugo violeta, un poco de humo, bolitas que se disuelven y voilà! Ya tenemos un filtro para el mal de amores, para ser valientes o para que mamá nos deje ir a los jueguitos (según quién haya hecho la mezcla). La “isla” pertenece al circuito llamado Tríptico de la Infancia, una iniciativa municipal integrada también por La Granja de la Infancia y el Jardín de los Niños, donde hay aparatos para sentirse un pájaro al mejor estilo Leonardo Da Vinci: grúas que se elevan y permiten quedar suspendidos en el aire y una máquina que –arnés de por medio– permite volar. ¿Los niños? Tan pero tan entusiasmados como los propios padres.

Luego de divertirnos en la isla nos preparamos para una bicicleteada por la ciudad: hay bicisendas por todos lados y los fines de semana hay calles que se cierran y son exclusivas para ciclistas. Nuestra idea es conocer toda la costa entre el Monumento a la Bandera y la cabecera del puente Rosario-Victoria: son sólo 14 kilómetros para pedalear, siempre al lado del río y mayormente entre parques y senderos. Andamos un rato y como ya está llegando el mediodía paramos a comer en uno de los tantos restaurantes pegados al río. ¿El menú? Miniaturas de pescado y boga a la parrilla. El resto de la pedaleada queda para más tarde.

El Centro de Expresiones Contemporáneas, una propuesta cultural en la franja céntrica.

ARTE Y LIBERARSE Se sabe que esta ciudad es cuna de artistas y de creatividad en general. Por eso, luego de aire libre y naturaleza, decidimos recorrer algunos de los tantos museos y lugares emblemáticos de Rosario. Lo primero que hacemos, quizá para sacarnos de encima (buenamente hablando, claro) las ganas de estar ahí, es una pasada por El Cairo, mítico bar nacido en 1943 y donde funcionaba La Mesa de los Galanes, encabezada por Roberto Fontanarrosa. Hoy, además de su recuerdo, que impregna cada rincón, es un lugar para disfrutar de espectáculos, de encuentros culturales y para sentirse “en Rosario”.

La recorrida artística la comenzamos por el museo Juan Castagnino (que tiene el plus de estar junto al Parque Independencia, hermoso pulmón verde de 126 hectáreas donde se alquilan barquitos a pedal que a los niños les encanta), con sus dos colecciones permanentes: una de pintura europea del siglo XV al XX (Ribera, Goya, Sorolla) y otra muy destacada de pintura argentina, desde los precursores hasta nuestros días (Prilidiano Pueyrredón, Fader, Pettoruti, Berni, Soldi). Además están las ocasionales muestras, que no defraudan. La siguiente visita es al Macro, el Museo de Arte Contemporáneo de Rosario cuya construcción se destaca en el paisaje por funcionar en los antiguos silos cerealeros del puerto (ocho en total), con una fachada muy colorida, que se cambia cada cuatro años aproximadamente y cuyo diseño se realiza por concurso. De este modo, frente al río se exhibe un importantísima obra argentina (por ejemplo, algunos grabados de Berni que estaban antes en el Museo Castagnino), donde figuran trabajos de artistas enrolados en el Instituto Di Tella y registros de la denominada Vanguardia Rosarina de los ’60. Otros museos complementan el circuito museístico: De la Memoria, Decorativo, de la Ciudad y de Ciencias Naturales, por nombrar algunos. Pero como tanta información es imposible de procesar en una sola tarde, nos quedamos en el Macro, disfrutando de un lugar inusual, con historia y con una potencia creativa capaz de “moverle la estantería” al visitante.

Sobre el Paraná, un puente sugestivamente iluminado por la noche une Rosario con Victoria.

TERMINA EL DIA Cae la tarde, y la tradición y el paladar piden a gritos un tradicional “Carlito”, un sandwich de pan de miga con ketchup, jamón y queso que, con el tiempo, ha evolucionado en una decena de exquisitas variantes que van desde las que tienen cantimpalo hasta las que coquetean con el corazón de los alcauciles. Con este espíritu llegamos a uno de los tantos bares lindos y antiguos que hay en esta ciudad que invita a cada paso a hacer un alto para un café o una cerveza, nos sentamos en una mesa pegada a la ventana (de ésas que permiten apoyar el codo y queda un poco afuera, casi en la vereda) y simplemente esperamos el sandwich. Muchas personas dicen que el atardecer es un momento mágico. Algunos porque les trae recuerdos, otros porque la luz que está y que no está les permite ver “otras cosas”, y para unos pocos hasta es la entrada a otras dimensiones. Todo puede ser. Nosotros estamos acá, disfrutando de esta bella Rosario que no deja de sorprendernos, pero que también nos deja descansar. Luego iremos al legendario barrio Pichincha, donde ahora existe un gran polo gastronómico y centro de movida nocturna, y hasta tomaremos un helado, porque es una deliciosa e inevitable visita. Pero todo eso más tarde. Por ahora somos nosotros, la ciudad, el río y Carlito.

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