SANTA CRUZ. EXCURSIONES EN LA ESTEPA
En cuatriciclo, a caballo, en bicicleta o en camión 4x4: cambian las formas de explorar la estepa calafateña, frente al azul del lago Argentino y el brillo de los glaciares Upsala y Perito Moreno, pero en todas prevalece la aventura.
› Por Julián Varsavsky
Fotos de Julián Varsavsky
El deslumbramiento de los glaciares en El Calafate encandila a gran parte de los viajeros, impidiéndoles mirar a sus espaldas, donde se extiende la estepa: no tan colorida ni sonora como los hielos, pero con una insondable belleza patagónica que muchos se pierden de explorar. Para ello es necesario evitar las urgencias del paquete cerrado de fin de semana y dedicar todo el tiempo que sea posible a recorrer la zona. Y la mejor forma de abordar estos paisajes inhóspitos es a lo “aventurero”: a lomo de caballo, sobre cuatriciclos, en bicicleta o en camión 4x4.
A CABALLO HASTA EL UPSALA Arrancamos nuestro viaje calafateño durmiendo dos noches en la estancia Cristina, con el objetivo de hacer algunas de las cabalgatas más espectaculares de la Argentina. Por la RP 11 vamos hasta el Punta Bandera para abordar un catamarán que surca el lago Argentino hacia la estancia. El barco navega dos horas hasta el frente del glaciar Upsala y luego desembarcamos.
Dormir en una estancia patagónica es algo así como el ideal de aislamiento para el viajero en busca de una desconexión radical. Y en la Estancia Cristina disfrutamos de una soledad absoluta, pero con sumo confort y gastronomía gourmet.
A la mañana siguiente salimos de cabalgata con un guía hasta el mirador del glaciar Upsala, uno de los panoramas más asombrosos y menos conocidos de la Argentina, por estar en un lugar muy a contramano del flujo de turistas.
Los caballos arrancan a paso cansino, más interesados en comer pasto que en caminar. Pero el guía se pone firme y entran en ritmo. Al principio vamos por un llano estepario con arbustos y pastos ralos, en la parte baja de un valle descomunal abierto por la potencia arrasadora de un antiguo glaciar. Pero llegados a cierto punto doblamos encarando hacia la montaña.
Un toro salvaje con grandes cuernos aparece de repente y se nos queda mirando, desconfiado. Hasta que da media vuelta y huye despavorido. Parejas de cauquenes remontan vuelo en la distancia y un cóndor se eleva sobre nuestra cabeza, trazando círculos concéntricos en el aire.
La cabalgata se hace lenta porque son nueve kilómetros de subida. Pero los espectaculares paisajes van cambiando cada media hora. Subimos y bajamos quebradas en cuyos fondos aparecen espejos de agua color azul zafiro. Por momentos hay precipicios nada desdeñables, pero el guía está siempre atento y los caballos son sumisos.
Al cabalgar estas inmensidades, la sensación es como si la Patagonia estuviese deshabitada. Pareciera que vamos al galope descubriendo un mundo virginal nunca pisado por el hombre, mientras un cielo inmenso y encapotado se nos viene encima. Cabalgamos durante horas –imitando a los viejos exploradores pero con muchas más comodidades– sin cruzarnos con nadie. El ambiente remite a la Patagonia de George Musters, aquel legendario viajero que cruzó estas inmensidades en caravana con los tehuelches, guiado por los caciques Orkeke y Casimiro Biguá en 1869.
En las laderas la vegetación se convierte en un bosque andino patagónico. Pero al llegar al punto más alto todo vuelve a ser aridez, porque hace 200 años el glaciar Upsala llegaba hasta aquí y con su retirada quedó la piedra pura, una corteza terrestre color marrón con vetas amarillentas, lisa como una bola de billar.
Desensillamos un rato para estirar las piernas y curiosear en un refugio con techo de chapa levantado por el Instituto del Hielo Continental Patagónico en 1959 para estudiar el glaciar. A fines de los ’60 el Upsala estaba a diez minutos a pie del lugar, pero el hielo se ha retirado tanto que para pisarlo se tarda hoy tres horas y media. El glaciar retrocede 200 metros por año, más que otros de la región (en 2009 se desprendió un témpano de 900 metros de ancho). Esto es por la inclinación topográfica, en el contexto general del retroceso de la última glaciación, un proceso de reversión comenzado hace 18.000 años. Probablemente el calentamiento global acelere todo, pero hasta ahora no se lo ha podido comprobar.
Desde aquí nos quedan 15 minutos de cabalgata hasta la cima. Al traspasar una lomada aparece el radiante glaciar Upsala con toda su imponencia. Desde lo alto vemos elevarse sus puntiagudas cúpulas de hielo, que brillan como catedrales transparentes hasta perderse serpenteando en el horizonte.
El glaciar está bastante cerca y la panorámica es muy distinta a la que se obtiene desde las embarcaciones. Por eso la vista desde aquí es más impresionante que desde las pasarelas del glaciar Perito Moreno o la navegación al Upsala. Además no hay nadie en kilómetros a la redonda. Observar esta imagen es una actitud mezquina: es un glaciar completo para nosotros solos, a nuestros pies.
MULTIAVENTURA PATAGóNICA A espaldas de la ciudad de El Calafate se eleva el amesetado cerro Huilyche de la precordillera de los Andes, donde hay un centro de turismo aventura con sofisticados circuitos de bicicleta, cuatriciclo y 4x4. Además tiene una aerosilla que en verano se usa para subir a ver el paisaje del lago Argentino y en invierno disfrutar del parque de nieve que funciona aquí.
Decidimos subir al cerro con la excursión en 4x4 llamada Balcón de El Calafate, que arranca trepando la montaña por terrenos que pertenecieron a la histórica estancia Huyliche. El moderno camión trekker tiene capacidad para 27 personas y ventanales panorámicos.
Nos internamos por un ambiente de estepa con arbustos y pastos ralos. La primera parada es en el Balcón de El Calafate, sobre el borde de una escarpada meseta desde la cual se ven el lago Argentino y las cumbres nevadas de la cordillera de los Andes. En la lejanía descubrimos el brillo de un témpano a la deriva y la cima del cerro Fitz Roy.
Más adelante el vehículo baja con una vertiginosa inclinación de 30 grados y seguimos hacia el Laberinto de Piedra, para avanzar entre extrañas formaciones de arenisca cinceladas por la lluvia y el viento, otorgándole al paisaje un inconfundible aspecto lunar. Estas solitarias piedras parecen haber surgido de la nada, ya que no hay paredones cercanos de donde pudieran haber caído. Pero en verdad son bloques erráticos trasladados muchos kilómetros arriba de un glaciar que ya desapareció.
Dejamos el camión para ponerle un poco más de vértigo a la excursión, saliendo a surcar la estepa a toda velocidad en cuatriciclo. El guía nos da las indicaciones, distribuye los cascos y prueba nuestras habilidades. Parece que estamos aprobados, así que nos lanzamos al circuito más largo, de 11 kilómetros.
El terreno ondulado le pone emoción al paseo y pasamos junto a unas cuevas cavadas por el viento. En otra parte aparece algo de nieve –aun en verano– y desde un mirador a 1050 metros de altura vemos los cerros Baguales en Chile, para completar el paseo en 45 minutos. Por último, el guía nos lleva a un mirador casi único en la zona, desde donde se ve el glaciar Perito Moreno a la distancia.
ESFERAS ETERNAS En un inhóspito rincón del cerro Huyliche, las excursiones en cuatriciclo y camión 4x4 pasan por el sector llamado Los Sombreros, unas extrañas formaciones geológicas. Se trata de rocas esféricas surgidas del fondo del mar, conocidas en geología como “concreciones”. Su origen se remonta a los tiempos en que la actual superficie de la cordillera de los Andes –y el suelo que pisamos aquí– eran el fondo del mar. En esas profundidades subacuáticas se generaban campos magnéticos que atraían partículas de óxido de hierro, agrupadas formando esferas moldeadas por las corrientes de agua. Luego eran tapadas por sucesivas capas de sedimento y, si la cordillera no hubiese emergido, habrían permanecido aprisionadas dentro de otra roca bajo las aguas para siempre. Pero cuando la placa de Nazca se acercó por debajo del Pacífico chocando contra el continente americano, el fondo del mar se levantó y la cordillera surgió sobre las aguas. Entonces los sedimentos submarinos pasaron a ser las rocosas laderas de las montañas que, a lo largo de millones de años, fueron erosionadas por la lluvia y el viento. Así comienzan a quedar al descubierto estas extrañas rocas esféricas y ferrosas, que al ser de metal no sufren casi la erosión. Y ahora se las ve a simple vista, con media esfera saliendo de una roca más grande, rodeadas por un círculo que les da forma de sombrero. Cuando la erosión termine su paciente trabajo, llegará el día único y acaso prefijado en que la esfera se desprenderá al fin, cayendo de un golpe seco en la superficie de la tierra: varias ya han caído y parecen grandes balas de cañón, lanzadas a rodar como en una parábola de la eternidad.
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