PUNTA INDIO CABAñAS, KAYAKS Y PLAYA
A 150 kilómetros de Buenos Aires, complejos de cabañas junto a la playa El Pericón en el Río de la Plata. Kayaks, caminatas y cabalgatas por el Parque Costero del Sur, declarado Reserva de Biosfera por la Unesco para preservar relictos de la pampa bonaerense.
› Por Julián Varsavsky
El partido de Punta Indio fue uno de los primeros destinos a donde los porteños escapaban de la gran ciudad en las décadas del ’30 y el ’40, atraídos por la cercanía de sus playas. Pero los gustos cambian y la masa de veraneantes fluyó hacia otros rumbos, quedando esta zona algo relegada por quienes buscaban la combinación de playa y verde. Pero gracias a esto, el lugar recuperó mucho de su encanto original, con intimistas casas de madera de fin de semana y complejos de cabañas semiocultos entre la vegetación, en lotes separados por caminos de conchillas dejadas por los avances del Río de la Plata.
Llegamos a Punta Indio y lo primero que llama la atención es la profusión de verde y la fragancia húmeda que llega desde el río dispersándose entre los bosques. Para disfrutar de esta tranquilidad pueblerina nos instalamos en el complejo de cabañas La Betty, a diez minutos en auto de la Playa El Pericón. Nos recibe Rosa Sosa, la dueña de casa junto con su marido, orgullosa de su parque donde se combinan árboles autóctonos con otros introducidos: talas, coronillos, sombras de toro, algarrobos, ciruelos, perales, membrillos, higos blancos, tunas, nogales, palmeras, manzanos, caquis, paltas, limoneros y guindos, todos desperdigados en un área de tres hectáreas dándoles sombra a apenas seis cabañas.
Rosa suele hacer dulces con las frutas de su jardín, pero últimamente viene fracasando porque los loritos le picotean y arruinan la cosecha. La fauna de La Betty también es local y exótica: tres perros –Chicha, Chiquito y Panceta–, muchas calandrias de cabeza roja, búhos que se posan en una palmera mirando a la gente de costado, jilgueros, un lagarto overo que vive junto a la piscina y al que le dan de comer huevos en igualdad de derechos con los perros, un peludo o mulita que juega al gato y al ratón pero con esos perros –desaparece en su madriguera cuando está a punto de ser atrapado–, liebres que aparecen en fila con su cría, tordos negros y marrones, y la mariposa Bandera Argentina que eclosiona en los primeros días de febrero y se la ve revolotear hasta fines de ese mes. Además hay mariposas azules, coloradas y blancas, zorros y gatos de monte, negros con pintas claras y ojos amarillos que les dan un aire de pantera.
Por la ruta a veces aparecen ciervos y en la noche se oye el chistido de la lechuza. Cuando llueve se llena una lagunita que hay en el complejo de cabañas y para celebrarlo las ranas y sapos cantan a coro (durante el día llegan los patos salvajes). Un arroyo rodea el área de las cabañas donde viven nutrias y con mucha suerte se llegan a ver carpinchos. En este sendero llamado arroyo Villoldo, los domingos, a las 10.30, la Dirección de Turismo de Punta Indio ofrece una visita guiada gratuita para conocer la riqueza biológica y cultural de la zona.
Tanta vida salvaje es porque estamos dentro del Parque Costero del Sur, declarado Reserva de Biosfera por la Unesco en 1984. Esta franja de 70 km de largo está entre las ciudades de Buenos Aires y La Plata formando un cordón de selva en galerías, un área de conexión entre el Río de la Plata y la llanura bonaerense, que hasta hace unos siglos se extendía hasta Paraguay. Su ancho desde la costa es de un promedio de cinco kilómetros y tiene un altísimo valor ecológico, porque allí confluyen las especies vegetales y animales de la llanura pampeana con las de la desembocadura del Río de la Plata. Al mismo tiempo se encuentran aquí los últimos relictos –algo desconectados entre sí– de lo que fue la composición natural de la Pampa Húmeda estudiada por Darwin hace 182 años.
Con la introducción de la agricultura en la región, aquel ecosistema original –que llevó 60 millones de años en formarse– se modificó hasta casi desaparecer, de allí el valor excepcional del parque.
Desde La Betty parte un sendero de interpretación junto a un arroyo que se interna en un bosquecito autóctono de talas, coronillos y sombras de toro. Las espaciosas cabañas tienen una capacidad que va desde tres hasta seis personas, equipadas con heladera, vajilla, DirecTV, cocina, aire acondicionado, galerías al aire libre con mesas y una parrilla individual para que cada quien prepare su asado e incluso invite amigos a comer sin costo adicional (se puede encargar un lechón o un cordero). Además se preparan comidas caseras como ñoquis, ravioles y canelones con estofado de pollo.
A un costado del parque está la pileta y un pequeño spa donde recostarse en un jacuzzi burbujeante observando el bosque a través de un ventanal. En el spa hay un sauna seco y se ofrecen sesiones de masajes deconstracturantes, relajantes y con piedras calientes.
En verano hay huéspedes con niños que se quedan aquí varias semanas y van a la playa local o a San Clemente del Tuyú, hacen caminatas y andan en las bicicletas del complejo de cabañas.
INTERPRETAR LA NATURALEZA El mejor balneario de la zona es El Pericón en el poblado de Punta Indio, con 800 metros de largo y finas arenas. Allí hay mesas y parrillas para el asado –se alquilan por $ 60–, una pizzería con mesas al aire libre, un pequeño mercado artesanal con licores y escabeches, un restaurante y una cancha de voley playero.
Sobre las arenas hay una escuela de canotaje y se alquilan kayaks durante todo el año. La playa es una bahía donde los kayakistas se pueden alejar 500 metros aguas adentro. Los sábados por la tarde se dan clases gratuitas de kayak (a veces por la mañana, según la marea).
Desde la Oficina de Turismo en El Pericón se organiza los domingos a las 10.30 una caminata gratuita para interpretar el paisaje del Parque Costero del Sur y observar el panorama de la costa junto al río “inmóvil” con amplitud de mar. Esto mismo se puede hacer también en bicicleta o en caballo de alquiler.
Allí se diferencian tres tipos de ambiente. Partiendo desde la costa aparece en primer lugar un paisaje inundable con playas de arena y juncales que crecen dentro del agua. Luego sigue un albardón de conchillas, que es un cordón de sedimentos depositado por el río a la vera de la Ruta 11 –la que recorre el parque–, cuya superficie también es de ese material triturado. Y en tercer lugar está el paisaje de los altos y bajos occidentales, un conjunto de bañados con fauna diversa y médanos con bosques de tala. Allí habitan –y se ven con frecuencia– cigüeñas, nutrias y gatos monteses. Entre los más difíciles de avistar están el carpincho, el lagarto overo y el venado de las pampas, este último en peligro de extinción.
ESTANCIA SANTA RITA Los inciertos orígenes de la estancia Santa Rita, en Punta Indio, se han rastreado a fines del 1700. Esto la convierte en una de las más antiguas del país, surgida al calor de la pugna por extender la frontera con el indio. Por esa razón su casco difiere de otras estancias bonaerenses creadas con un estilo suntuoso y europeísta, ligadas al disfrute de sus acomodados ganaderos, cuyo ideal eran los palacios y jardines de Versalles. Santa Rita, por el contrario, tiene una arquitectura típica colonial rioplatense –acaso única en la actualidad–, orientada hacia la funcionalidad de la producción: es más simple y austera. Sus diez pabellones están dispuestos muy próximos uno del otro, permitiendo al capataz tener cerca a los peones. Y como es probable que ésta fuese una estancia de frontera, tenía una disposición espacial con algo de fortaleza contra los malones.
Ubicada a 700 metros de la playa El Pericón, Santa Rita está abierta al público y se la recorre concertando una visita guiada en la Oficina de Turismo de Punta Indio. El origen del casco data de mediados del siglo XIX, cuando estas tierras pasaron a manos de Carlos Casares, gobernador de la provincia de Buenos Aires hasta 1878. De aquella época se mantienen en pie las gruesas paredes de ladrillos achatados de la colonia –asentados con adobe–, las cenefas de madera recortada en el borde de los techos, las gruesas puertas de entrada a los cuartos, algunos enrejados en las ventanas y un museo instalado en la Casa del Gobernador, decorado con sus muebles originales.
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