Dom 12.04.2015
turismo

ARGENTINA-CHILE. ENTRE BARILOCHE Y PUERTO VARAS, POR LOS LAGOS

Los Andes por el agua

El único cruce de los Andes por agua, uniendo los lagos Nahuel Huapi, Frías y de Todos los Santos. Entre uno y otro se navega en catamaranes a través de una ruta inaugurada por los aborígenes y continuada por antiguos jesuitas, comerciantes y el Che Guevara.

› Por Julián Varsavsky

La travesía tiene un halo legendario. Así como la Ruta de la Seda en el Lejano Oriente está marcada por el intercambio cultural –además de la belleza del paisaje–, algo similar ocurre con el cruce de los Andes entre la Argentina y Chile por los lagos patagónicos. Hace ya 400 años los aborígenes huilliches del sur chileno se aventuraron por estos bosques de selva valdiviana navegando los lagos. Los siguieron los misioneros jesuitas en 1670, quienes llegaron desde la isla de Chiloé para fundar la misión Nahuel Huapi, hasta que huyeron en 1718 después de sufrir una matanza por parte de los aborígenes.

El cruce actual se hace de manera regular desde 1894, cuando el empresario alemán Carlos Wiederhold hizo construir en la ciudad chilena de Osorno barcos a vapor para intercambiar mercaderías entre la Argentina y Chile en apenas tres días. El objetivo era evitar los intransitables senderos por la montaña o la travesía por esa esquina del mundo que es el Cabo de Hornos. Claro que los lagos no están unidos y hubo que instalar un sistema de postas con carretas tiradas por mulas para transportar por sectores empinados los productos de un lago a otro.

El negocio fue un éxito uniendo Bariloche con la ciudad chilena de Puerto Montt por agua y tierra. Pero con la Primera Guerra Mundial todo comenzó a hundirse y en 1913 uno de los socios, llamado Ricardo Roth –de origen suizo–. les compró a los demás el tramo de Bariloche a Puerto Varas. Así surgió una de las primeras empresas de la Patagonia dedicadas exclusivamente al turismo, haciendo el cruce binacional a través de los lagos.

Uno de los viajeros que hicieron ese cruce con las barcazas de la empresa fue Ernesto Che Guevara, quien en su mítico viaje de 1952 surcó estos tres lagos con su amigo Alberto Granados, una escena filmada en el lago Frías para la película Diarios de Motocicleta con el actor Gael García Bernal.

El volcán Osorno, silueta omnipresente en toda la primera parte del cruce andino.

AL AGUA El cruce de los lagos se hace en un sentido u otro, desde Chile o la Argentina. Se lo puede usar para completar una gira patagónica desde Torres del Paine o Chiloé y cruzar después a la Argentina, para explorar la zona de Bariloche. También está la posibilidad de partir desde Bariloche para seguir otros rumbos dentro de Chile. Argentinos y chilenos tienen el regreso gratis por el Cruce Andino (una ida y vuelta cuesta lo mismo que sólo la ida).

En nuestro caso arrancamos el viaje desde la isla de Chiloé para recorrer la ciudad de Puerto Varas y la aldea de origen alemán de Frutillar. Luego de una semana en Chile explorando la Región de los Lagos –adonde llegamos en avión– compramos el paquete del Cruce Andino, que arranca en bus desde la ciudad de Puerto Varas para dormir una noche en el poblado de Peulla y seguir viaje hacia Bariloche.

Desde Puerto Varas el bus rodea el lago Llanquihue e ingresamos al Parque Nacional Vicente Pérez Rosales. Nos detenemos en el poblado de Petrohué para hacer una caminata de 15 minutos hasta los saltos del mismo nombre, una sonora catarata de aguas color esmeralda. En un remanso del río vemos a los salmones Chinook remontar la corriente para ir a desovar.

En el puerto de Petrohué embarcamos en un catamarán que cruza el Lago de Todos los Santos con su transparente color verde. El guía señala los volcanes Tronador, Puntiagudo y Osorno, este último muy llamativo por estar cubierto de nieve la mayor parte del año, casi desde la base hasta la cima.

Desembarcamos en el puerto de Peulla y un bus nos lleva en diez minutos hasta el hotel con el mismo nombre, creado en el año 1896 para albergar a los pobladores de la compañía naviera, hoy remodelado con gran confort pero manteniendo su arquitectura original. En este hotel ya histórico se alojaron Pablo Neruda y el presidente de Estados Unidos Franklin Roosevelt. Además está el hotel Natura Patagonia, ambos en medio del bosque cerca de un pueblo de 150 habitantes, casi todos trabajadores de los hoteles.

A la mañana siguiente hacemos un paseo en camión 4x4 entre los bosques surcando arroyos. Y por la tarde caminamos por la selva valdiviana entre las lianas, coihues y una veintena de variedades de helechos hasta a la cascada Velo de Novia. Otros optan por una cabalgata o una visita a una finca con ovejas, ñandúes, vacas y llamas. Además hay un circuito de canopy para tirarse colgados de un arnés entre las copas de altos coihues.

Quienes buscan explorar más a fondo la zona de Peulla –o reposar un poco– se quedan una segunda noche. Porque también hay paseos en kayak y un jet boat, que es una lancha para aguas poco profundas que atraviesa los ríos a toda velocidad y se detiene en lugares de virginidad absoluta, donde algunos hacen pesca con mosca de truchas.

A media mañana ya está listo el bus para ir a hacer migraciones en Chile y en un hora y media de viaje llegamos a orillas del lago Frías por un terreno ondulado entre densa vegetación. Es en este tramo donde pasamos del lado occidental al oriental de la cordillera de Los Andes, por un paso ubicado a apenas 976 msnm.

En bus y en barco: los dos medios se combinan para cruzar los Andes entre Argentina y Chile.

BIENVENIDOS AL NAHUEL HUAPI Un portal de madera nos da la bienvenida al Parque Nacional Nahuel Huapi, donde bajamos del bus para ver el hito de hierro que divide Argentina y Chile y poner un pie en cada país al mismo tiempo.

Después de una curva el chofer observa algo raro y detiene el bus. Se trata de un espectáculo que es una rareza absoluta hasta para el más experto viajero de la Patagonia: a 15 metros de la ruta una decena de cóndores posados en tierra se hace un festín con algún animal muerto. Cuando nos descubren, los majestuosos reyes de los Andes comienzan a carretear para remontar vuelo y se pierden en las alturas girando en círculos casi sin aletear, aprovechando la fuerza invisible de una térmica.

En el lago Frías embarcamos en un catamarán para navegar apenas 20 minutos por el lago planchado y verde. El denso bosque nace en la orilla del lago y trepa las montañas casi hasta la cima. Vemos más cerca la cumbre del cerro Tronador con sus casi 3500 metros, llamado así por los truenos que producen los desprendimientos de sus siete glaciares de altura.

Desembarcamos en Puerto Alegre y un bus nos lleva tres kilómetros hasta Puerto Blest para almorzar en el restaurante Barranco Los Huillines. En el camino nos rodea el bosque valdiviano en su máximo esplendor, un ecosistema selvático frío con grandes árboles coihue y alerce, cañas colihue, helechos y enredaderas. Aquí habita un siervo llamado pudú pudú, que mide unos 40 centímetros de alto.

En Puerto Blest almorzamos liviano para cruzar la bahía Blest con un catamarán y caminar 35 minutos hasta la Cascada de los Cántaros, donde hay un alerce de 1500 años. En este paseo transitamos uno de los paisajes más húmedos de la Argentina –con 4000 mm de lluvia por año–, con un tupido bosque de selva valdiviana. Desde Puerto Blest hay varias opciones de trekking, pero para hacerlas es necesario dormir al menos una noche en Peulla.

Desde Blest navegamos una hora por el lago Nahuel Huapi y al pasar frente a la isla Centinela el capitán hace tres toques de bocina en homenaje al perito Francisco Moreno, uno de los primeros exploradores blancos de esta región y creador del sistema de Parques Nacionales argentino a fines del siglo XIX.

Desde la cubierta del barco los viajeros le dan de comer a las mal acostumbradas gaviotas, que se acercan a vuelo rasante y toman las galletas de la mano de la gente, sin aterrizar. Desembarcamos en Puerto Pañuelo junto al lujoso hotel Llao Llao y un bus nos lleva a la ciudad de Bariloche, recorriendo un total de 120 kilómetros desde el momento de la partida en Puerto Varas.

El cruce de los lagos deslumbra con sus paisajes a 30.000 viajeros por año. Pero además de la belleza es un viaje muy práctico y económico. Porque el transfer de un país al otro incluye la excursión de día completo desde Puerto Varas a Peulla pasando por los Saltos de Petrohué, luego los panoramas del Cruce Andino en sí, y después la excursión que se hace desde Bariloche hasta Puerto Blest, también de día completo.

Este cruce atraviesa de manera medular el sector más verde de la vasta Patagonia, por sectores especialmente virginales. Es un paso abierto hace milenios durante las glaciaciones por la potencia arrasadora de un glaciar, la única capaz de abrir un surco en la Cordillera de los Andes.

En tanto trayecto de conexión, ésta es una travesía que conduce a otros viajes. Luego del cruce se puede seguir hacia el sector sur de la Patagonia –de la chilena o de la argentina– o subir hacia el norte en largos periplos que podrían llegar hasta el Desierto de Atacama en Chile, o a Buenos Aires y luego las Cataratas del Iguazú. Este cruce de lagos, que también lo es de los Andes, es entonces uno de los mejores abordajes posibles a la compleja belleza de la inabarcable Patagonia, desde la mística de una navegación.

En Puerto Blest, el lago en pura calma le regala al alma tonos caribeños.

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