PORTUGAL. JARDINES Y PALACIOS DE SINTRA
Monumentos, bosques y un mundo de simbolismo en la ciudad que fue durante siglos refugio de los nobles portugueses. Cerca de Lisboa, Sintra propone desandar el tiempo y caminar por una suerte de gran museo al aire libre, rodeado de dulces tentaciones.
› Por Jimena del Mar González
Camelias, magnolias, helechos, pinos y tilos tiñen de colores los senderos que conducen a los palacios y parques de Sintra. No es casualidad que la Unesco la nombrara en 1995 Paisaje Cultural Patrimonio de la Humanidad, y ésa es la mejor tarjeta de presentación de esta ciudad ubicada a unos 30 kilómetros de Lisboa. Una ciudad pequeña pero de ensueño, que al recorrerla traslada a una época de nobles, castillos y jardines.
Llegar a Sintra desde Lisboa es sencillo, en automóvil o en tren, aunque la segunda es la mejor opción porque da la libertad de caminar sin preocuparse por dónde estacionar, tarea difícil por las calles angostas y por la cantidad de turistas que recorren la ciudad a diario.
Desde Lisboa el tren, que parte de la estación Rossio, deja en la parte nueva de Sintra en apenas 40 minutos. Un bello preámbulo de lo que deparará la caminata por la sierra, los palacios y monumentos.
De origen celta –su nombre viene de Cintia, que significa diosa de la luna– fue habitada por romanos y árabes, hasta que se apoderó de ella el primer rey portugués, Alfonso Henriquez, conocido como el Conquistador, en el año 1147. A partir de allí y durante siglos, atraídos por la monarquía, los nobles vieron en Sintra un lugar magnífico para veranear, tentados por su extenso bosque de robles, ideal para practicar caza.
VIAJE EN EL TIEMPO Pensar que algunos de los castillos y palacios de Sintra eran sólo la casa de fin de semana o veraneo de los nobles invita a imaginar a las damas y caballeros viajando en carruajes durante horas y horas por caminos de tierra. Este recorrido por el tiempo de la nobleza se puede hacer a pie si uno se anima a sus calles empinadas, angostas y en zigzag. Pero para disfrutar mejor los palacios la mejor opción es tal vez tomar el autobús, cuyo circuito permite ir de uno a otro sin perder de vista la majestuosidad del bosque.
Es fácil imaginar la vida de esos nobles cuando se visita la Quinta da Regaleira, que tomó su nombre cuando en 1840 la adquirió la Baronesa da Regaleira para convertirla en una distinguido palacete de veraneo, con capilla incluida. El lugar cobró importancia a partir de 1893, cuando Antonio Augusto de Carvalho Monteiro –un millonario filántropo portugués– la adquirió y convirtió en su lugar predilecto, cubierto por un manto de misterio y misticismo que perduran hasta hoy.
El estilo del palacio neomanuelino es obra del arquitecto italiano Luigi Manini. Son dos plantas en las que se distribuyen las habitaciones, salas de juegos, escritorios privados, sala de billar y vestíbulos imponentes, coronados por una terraza desde la que se pueden ver los jardines propios, tan extensos que la mirada se pierde ante la exuberante vegetación.
Aunque parezca poco creíble, lo más interesante de la Quinta da Regaleira no es su palacio, sino todo lo que lo rodea, cargado de simbolismo porque Monteiro era masón.
El jardín está diseñado como una representación del cosmos en el que se distinguen referencias mitológicas. El paraíso por el que camina el visitante está unido a un mundo subterráneo, encantador y dantesco al mismo tiempo.
Un ejemplo de ese mundo digno de la Divina Comedia de Dante es el Pozo Iniciático, una torre invertida de alrededor de 27 metros de profundidad a la que se desciende por una escalinata en espiral. Este pozo simboliza la relación entre la Tierra y el Cielo y fue creado como un espacio de consagración.
El pozo está dividido en nueve pisos que simbolizan los nueve círculos del Infierno dantesco, y los masones debían ascender en un rito de iniciación que simbolizaba el renacer. La entrada superior del pozo está custodiada por dos dragones que se enroscan en una fuente.
Los que se animen a descender por esas escaleras oscuras alejándose de la luz del sol podrán, tras caminar algunos minutos por el mundo subterráneo, salir por el Portal de los Guardianes, otra estructura imponente adornada con tres torres y miradores que permiten un momento de juego como Julieta en su balcón. Si el paseo por las profundidades agobia un poco, lo ideal es recuperar fuerzas en el Lago de la Cascada, serenarse al ritmo de la caída del agua y seguir el camino de piedras que guiará por araucarias, cedros, castaños, cipreses y robles hasta llegar al Paseo de los Dioses.
Este Paseo une la Logia de Pisoes con el Palacio, y está custodiado por estatuas de divinidades clásicas que representan a Orfeo, Venus, Vulcano, Ceres y Flora, entre otros dioses.
Si la entrada a la Quinta es un espectáculo de portones enormes, la salida es igual de imponente. Un camino de piedras talladas, faroles y pórticos que parecen no querer dejar que el viajero se vaya.
MUSEOS AL AIRE LIBRE Sintra ofrece enormes palacios y castillos, pero también museos al aire libre que son una excusa para disfrutar esos enormes jardines adornados por esculturas perdidas entre el verde de la vegetación.
A medida que uno se adentra por el casco antiguo de Sintra debe prestar más atención, no sólo para andar con cuidado en esas callecitas angostas que comparten peatones y automóviles, sino porque es posible encontrarse con jardines abiertos para todos. Alguna vecina de Sintra puede permitir la entrada para mostrar con orgullo sus camelias, para terminar luego la visita tomando un café o saboreando algún pastelito casero.
Pero hablando de bocadillos típicos de la zona hay que mencionar las queijadas, que son tartas de queso, o los travesseiros, dulces de masa hojaldrada. Uno de los lugares más encantadores para degustar estas delicias es la cafetería Periquita, que fabrica sus productos allí mismo, por lo que la mayoría de las veces llegan tibios a la mesa. Acompañados con un café o con un chocolate, son una caricia para el alma.
Otro de los imperdibles de la ciudad es el Palacio da Pena. Para llegar hasta allí hay que animarse a un camino no apto para impresionables. Es un viaje de no más de 15 minutos, pero sus calles angostas bordeadas por la ladera de la sierra por un lado, y un precipicio del otro, puede que hagan contener la respiración a más de uno. Sin embargo, el Palacio bien vale esos minutos de zigzagueo y de cosquilleo en la panza.
Situado en la parte más alta de Sintra, con una alucinante vista desde las terrazas, lo primero que sorprende son sus colores amarillos y rojos, que rompen con los grises de todos los otros palacios. Fue levantado por los reyes María y Fernando II, aunque la construcción original es de la Edad Media. En 1503 funcionaba allí el Monasterio de Nuestra Señora de la Pena, donado a la Orden de San Jerónimo por Manuel I.
En 1755, a raíz del terremoto que afectó a gran parte de Portugal y el sur de España, entró en decadencia por los daños sufridos, pero desde que lo adquirió Fernando II en 1835 recuperó su esplendor.
Antes de sumergirse en su interior es posible recorrer el exterior, para observar el Reloj del Sol –con un cañón que se hacía disparar al mediodía– y el Tritón, el pórtico que hace referencia a la creación del mundo con la figura mitad pez, mitad hombre.
Siguiendo con el juego de imaginar la vida de la nobleza en esas enormes construcciones, el Palacio da Pena brinda una ayuda porque está en exhibición gran parte del mobiliario. Allí se ven los enormes sillones en los que los monarcas se sentaban a leer, las cómodas de las habitaciones, los espejos en los que seguramente se peinaban antes de irse a dormir y también la lujosa vajilla para sus banquetes, así como ollas y otros utensilios.
Al terminar la visita hay dos opciones: volver a la parte más baja de Sintra en autobús o caminar y, por qué no, perderse entre los jardines que rodean el palacio, que antes o después conducirán al Convento dos Capuchos, al Castelo dos Mouros, al Palacio de Monserrate y al Palacio Nacional de Sintra, joyas arquitectónicas que completan la lista de los imperdibles de este paseo.
Sintra es un mundo que construyó, en gran parte, la nobleza portuguesa y que perdura hasta hoy, convirtiéndolo en un lugar de cuentos, pero real. Como dijo el escritor portugués Vergilio Ferreira, “Sintra es el único lugar de Portugal en el que la historia se hizo jardín”.
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