ISLAS GEORGIAS DEL SUR. FAUNA MARINA EN EL ATLáNTICO AUSTRAL
Una expedición a las Georgias del Sur es un viaje a lo más espectacular que puede ofrecer la vida silvestre oceánica en los remotos mares australes. Un encuentro cercano con pingüinos, petreles y elefantes marinos, en ese mundo donde perduran las huellas de Ernest Shackleton.
› Por Santiago G. De la Vega
Fotos de Santiago G. De la Vega
¿Qué lugar del mundo elegirías para quedarte los últimos diez días de viaje en tu vida?” Fue la pregunta que le hicieron a un amigo, y la respuesta no tuvo asomo de duda: “Dedicaría cuatro días completos a las islas Georgias del Sur”. “¿Qué harías con los otros seis?” Otra vez la contestación que no se hizo esperar: “Voy a necesitar al menos cinco días para ir y volver soltando amarras desde Ushuaia, y hay que reservar al menos otro día extra por las probables demoras en los tempestuosos mares a surcar”.
Biólogo y colega, mi amigo trabajó con aves marinas por años contados de a campañas, viajando por los más sorprendentes ambientes naturales del mundo. También así visité varias veces las Georgias del Sur, y volveré en la próxima campaña de verano en un buque de expedición con capacidad para alrededor de cien pasajeros –con pasaportes de todas partes y ocupaciones más variadas aún que sus nacionalidades– con la función principal de transmitir mi pasión por las aves marinas del mar austral.
ATLANTICO SUR Las islas Geor-gias del Sur emergen aisladas en la inmensidad del Atlántico austral, a 1400 kilómetros de las Malvinas, 1550 kilómetros de la Península Antártica y 2000 de Tierra del Fuego. Constan de un isla madre redeada de unas 70 islas menores e islotes. La gran isla tiene 170 kilómetros en su eje principal, con un ancho que varía entre dos y 40 kilómetros, y en su mayor parte excede los 1000 metros sobre el nivel del mar. Al menos la mitad de la isla está cubierta por campos de hielo permanente, alimento de 160 glaciares que encuentran vías de descenso hacia el mar. Estas inmensas masas de hielo se originaron cinco millones de años atrás, y tuvieron un periodo de máxima extensión hace 20.000 años, cuando sus frentes alcanzaban kilómetros más allá del contorno actual de la isla. En nuestros días la mayoría se retraen cada vez más.
La tremenda fuerza de los hielos moldeó costas muy irregulares. Todo el contorno de la isla suma unos 1000 kilómetros, con numerosas y profundas bahías, y angostos fiordos que penetran hasta 15 kilómetros hacia el interior.
Sus espectaculares montañas integran un cordón central que separa dos costas de contrastantes topografías y condiciones climáticas. Al menos veinte cumbres superan los dos mil metros de altura: la mayor elevación es el monte Paget, de 2934 metros.
Al estar expuesta a los fuertes vientos dominantes del oeste, la costa sudoeste de la isla es más fría y húmeda e incluye buen número de glaciares que descienden hasta el mar. La costa noreste en cambio es más protegida e irregular, con diversidad de bahías libres de hielo que permiten la cobertura vegetal. Los glaciares también están, aunque son menos los que llegan hasta al mar. Se encuentra al norte del paralelo de 60S; por tanto no está dentro de los límites de pertenencia del Tratado Antártico, pero sí está al sur del llamado Frente Polar, una gigantesca barrera oceanográfica y biológica que marca lo que se considera el límite de las aguas antárticas.
La gran atracción de estas islas fantásticas es su increíble abundancia de vida marina, difícil de calcular pero de relevancia mundial. Se estima que en las Georgias del Sur nidifican más de 30 millones de parejas reproductivas de 27 especies de aves marinas como pingüinos, albatros y petreles; cuatro millones de individuos del lobo marino de dos pelos antártico, y más de 400.000 ejemplares del elefante marino del sur. A modo de comparación: el número de parejas de aves marinas que se reproducen en las icónicas Islas Galápagos debería multiplicarse por sesenta para alcanzar un número similar al de las islas Georgias.
Tan extraordinaria abundancia de aves y mamíferos marinos se debe en parte a que, junto con las más australes islas Sandwich del Sur, las Georgias son las únicas masas de tierra en miles de kilómetros cuadrados donde pueden establecerse las colonias. A decir de Robert Cusham Murphy, el naturalista del Museo de Historia Natural de Nueva York que realizó el primer relevamiento integral de aves marinas de la isla en la temporada 1912/1913: “Las aves marinas antárticas pueden alimentarse donde quieran, pero deben reproducirse donde puedan”. Por otro lado en todas estas aisladas islas oceánicas no hay mamíferos terrestres nativos de ningún tipo que puedan predar sobre aves y mamíferos marinos. Después el hombre introdujo ratas y renos, pero esa es una historia diferente.
El hierro suele ser un limitante para el crecimiento de las microalgas en el Atlántico Sur, pero hay buen aporte de este mineral por lavado desde las Georgias hacia el mar circundante. Junto a los procesos de mezcla de masas de agua al paso de la fenomenal Corriente Circumpolar Antártica, se generan condiciones para una impresionante productividad de las microalgas diatomeas, de las cuales se alimenta el krill, la gran base alimentaria del mar austral.
DESEMBARCO Una pequeña flota de al menos diez rápidos gomones Zodiac nos da fantástica flexibilidad para desembarcar dos a tres veces por día, si el viento y las olas lo permiten. Hay estrictas medidas que seguir para minimizar disturbios a los verdaderos dueños del lugar, tengan plumas, pelos, gruesas capas de grasa o sean formas de vida vegetal.
Los herrumbrados restos de las seis estaciones balleneras que operaron en las islas Georgias durante parte del siglo XX son muestras de una etapa de desenfrenada matanza de ballenas (azul, fin, sei, jorobadas, francas, cachalotes) con el aceite como producto principal. El elefante marino del sur también fue cazado por su aceite, pero el primero en ser explotado casi hasta su extinción fue el lobo marino de dos pelos antártico. Las ballenas están en lenta recuperación tras décadas de protección; los lobos marinos, con diferente estrategia reproductiva, han tenido un crecimiento explosivo, y sorprende su abundancia en toda la isla.
Cuatro especies de pingüinos tienen colonias reproductivas en las Georgias del Sur. El macaroni es el más abundante y el rey el más grande, de hasta 90 centímetros de altura. También hay pingüinos papúa y unos pocos miles del pingüino de barbijo. Visitar colonias de las dos primeras especies es uno de los principales objetivos de estos viajes de expedición. Colonias del papúa y del barbijo se visitan en la Península Antártica e islas Shetland del Sur, destino que suele seguir a las Georgias en estos itinerarios.
Entre los pingüinos rey, los relevamientos dicen que la colonia de Saint Andrews es la más grande de la isla, con 150.000 parejas reproductivas, seguida por la de Salisbury Plain con 60.000 parejas. Desde el puente del buque se tienen las mejores panorámicas de tanta abundancia. Pero hay que estar entre pingüinos para estremecerse de verdad. Al desembarcar en St. Andrews hay que atravesar un chorrillo y caminar unos cuantos cientos de metros en forma paralela a la playa hasta llegar al corazón de la colonia. Los pingüinos están por todas partes, y al tener un ciclo no sincronizado durante la caminata se pueden observar diversidad de situaciones: el entrar y salir del mar, su gracioso caminar, individuos estáticos, otros montados en su acto sexual, algunos incubando el huevo, pichones grandes y pequeños. Finalmente desde una pequeña elevación se contempla el auténtico hervidero de vida que es el centro de la colonia, con pingüinos concentrados en altísima densidad. Miles y miles de vocalizaciones indican todo tipo de interacciones. Petreles gigantes aparecen aquí y allá en escena atacando a pichones o adultos posiblemente ya débiles o heridos. No tardan en llegar los carroñeros skúas y las oportunistas palomas antárticas. Cada pasajero experimenta a su manera las increíbles tres horas que suelen durar los recorridos entre tantos pingüinos. El solo sentarse a observar a estos seres curiosos del tamaño de niños despierta profundos sentimientos de armonía y admiración verdadera por el mundo natural que nos rodea.
Los pingüinos macaroni suman muchos más individuos que todos los demás pingüinos de la isla, pero son más difíciles de observar. Un millón de parejas reproductivas es el número en danza sobre su abundancia actual en las Georgias del Sur. Pescan krill alejándose hasta 40 kilómetros de las costas. Muchas de sus colonias resultan inaccesibles por estar en islas de escarpadas costas acantiladas, y expuestas a los embates del mar. En la visita a la colonia de Bahía Cooper en la isla principal, tras el desembarco, primero hay que caminar un corto tramo en ascenso hasta llegar a una zona de densos y altos pastos tussock, y entre ellos los macaroni desarrollan las etapas de su ciclo reproductivo.
ALBATROS Y PETRELES El albatros errante, el albatros de ceja negra, el albatros de cabeza gris y el albatros de manto claro son las cuatro especies de este grupo de aves que nidifican en las Georgias del Sur. Los errantes llegan a pesar doce kilos, con una envergadura de alas de hasta 3,5 metros, la mayor extensión entre todas las aves voladoras del mundo. Diversas especies de albatros y petreles siguen a los buques en navegación, tal vez a la espera de algún bocado o para curiosear en su vida de volar y volar atravesando la vastedad del mar.
Diseñados más para flotar en el aire que para volar, los albatros tienen huesos huecos y sacos de aire que rodean sus órganos. Sus músculos del vuelo son pequeños y adaptados principalmente para fuerzas estáticas más que para el batir de las alas, todas adaptaciones para pasar gran parte de sus vidas con las alas extendidas planeando en alta mar.
Prion es una pequeña isla con buena cobertura vegetal que alberga una pequeña colonia del albatros errante. Allí es posible desembarcar para observar los lugares donde las parejas exhiben sus elaborados cortejos, y donde construyen sus amplios nidos espaciados entre sí. Su gracia en el planeo, que aprovecha los vientos, contrasta con sus pasos en tierra, porque tienen patas palmadas poco aptas para caminar.
GRYTVIKEN Y LOS BALLENEROS La caza de ballenas con base en las Georgias del Sur empezó en 1904 con la apertura de la estación de Grytviken. Iniciada por noruegos, la primera empresa se llamó Compañía Argentina de Pesca. Seis estaciones funcionaron en total y desde 1925 se sumaron los barcos factoría. Para la década del 60 quedaban tan pocas ballenas en el mar y con precios del aceite en baja, que las estaciones balleneras debieron cerrar. Desde el principio al final, fueron procesadas 172.250 ballenas. Tras años de abandono, durante la década del ’90 se retiraron de Grytviken todos los elementos peligrosos, se liberó la zona de asbestos, y desde entonces es una de las grandes atracciones que visitar en las Georgias. Al recorrer las viejas instalaciones se toma noción del riesgoso trabajo y de la forma de vida que llevaban los miembros de esta pequeña comunidad que llegó a tener 400 personas. Contaban con una pista de esquí, cancha de fútbol y cazaban renos, especie introducida en 1911. Tenían una nutrida biblioteca y hasta un cine. En la capilla de Grytviken –levantada en 1913– se oficiaron varios casamientos y en sus registros se cuentan 31 nacimientos. También hubo muertos, y entre las 200 tumbas del cementerio se cuentan desde algunos de los primeros foqueros hasta pescadores de recientes naufragios. Allí descansa Ernest Shackleton y hace pocos años se enterraron junto a su tumba las cenizas de Frank Wild, mano derecha del Jefe en sus expediciones antárticas.
Grytviken cuenta además con un Museo que funciona en la casa donde vivió el gerente de la estación ballenera. Hay salas que exhiben muestras de la historia, desde los exploradores a los períodos de explotación foquera y ballenera. Las salas dedicadas a la vida silvestre incluyen muestras de invertebrados, peces, aves y mamíferos marinos, así como las principales especies exóticas introducidas y los recientemente erradicados renos y ratas. Un pequeño local de ventas ofrece souvenirs. En una construcción anexa se exhibe una réplica del James Caird, el bote utilizado por Shackleton en su travesía desde la isla Elefante hasta las Georgias del Sur.
SHACKLETON Y LAS GEORGIAS La Expedición Transantártica de 1914 liderada por Ernest Shackleton tenía el ambicioso objetivo de atravesar el continente antártico desde el Mar de Weddell hasta el Mar de Ross, cruzando por el Polo Sur. Tras una última escala en las Georgias, partieron a bordo del Endurance rumbo al Mar de Weddell. Pero al mes y medio de zarpar quedaron atrapados entre los hielos. Así resistieron nueve meses y medio hasta verse obligados a abandonar el barco ante la inminencia del naufragio. Poco menos de un mes después el mar helado se tragó al Endurance. Pasaron luego casi cinco meses a la deriva sobre los hielos, hasta que finalmente pudieron lanzarse al mar con los botes. Navegaron seis días hasta llegar a la Isla Elefante: habían transcurrido 497 días desde su zarpada de las Georgias. Como allí no podían sobrevivir otro invierno, prepararon uno de los botes para intentar llegar con un pequeño grupo hasta las Georgias, mientras el resto esperaría hasta el rescate con muchos pingüinos de provisión. Increíblemente, lo lograron tras 26 días y 1300 kilómetros de navegación. Debieron sortear después montañas y glaciares nunca antes atravesados hasta llegar a la estación ballenera de Stromness. Siguieron tres infructuosos intentos de rescatar a los 22 tripulantes en isla Elefante y finalmente, con la destreza del piloto Pardo como capitán del remolcador chileno Yelcho, partieron desde Punta Arenas en nuevo intento. El 30 de agosto de 1916 finalmente llegaron. El gran explorador encontró con tremendo alivio que todos en la isla estaban vivos tras sobrevivir los tres meses y medio más duros de sus vidas. Seis años después Shackleton estaba nuevamente en las Georgias para encarar otra expedición antártica. Pero ya no era el mismo. Muy debilitado y enfermo, murió de un ataque al corazón el 5 de enero de 1922 en Grytviken.
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